• Verónica Mastretta
  • 28 Agosto 2014
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A la memoria de María Santos Gorrostieta, una heroína de nuestros tiempos.

Me llegó un correo con unos números tan interesantes y sencillos para entender de qué manera están distribuidas en el mundo cosas tales como la educación, la riqueza,  los colores de la piel, las religiones, la violencia, la salud, la libertad de expresión y de credo, que no quise dejar de compartirlo con ustedes. A veces nos cuesta trabajo contar nuestras bendiciones, valorar pequeñas  grandes cosas  como el acceso a un vaso de agua potable, un libro, una vacuna para nuestros hijos, la libertad de credos o  el libre tránsito por  una calle sin riesgo de volar por el aire . No sé si la ambición del ser humano sea algo innato o algo aprendido, pero al parecer siempre queremos más antes de haber apreciado lo que ya tenemos de manera aparentemente fácil, y por eso sin valorar. Van los datos que me llegaron:

Si pudiéramos reducir el mundo a una pequeña aldea de 100 personas manteniendo las proporciones existentes con respecto a los porcentajes en el mundo real, los números serían los siguientes:

En esa mini aldea global, de acuerdo al espacio ocupado por habitante, habría 57 asiáticos, 21 europeos, 8 africanos y 4 de todo el continente americano. Habría 52 mujeres y 48 hombres. Setenta no serían blancos. 89 serían heterosexuales y once homosexuales. Seis personas concentrarían el 59% de la riqueza de la aldea y esos seis serían estadounidenses. 70 personas en la aldea no sabrían leer o serían analfabetas funcionales. Solo una persona tendría computadora y solo una asistiría a la universidad. Habría 30 cristianos incluyendo a católicos  y otras iglesias cristianas. El resto de los habitantes, 70 personas, tendrían otra religión sin orígenes en la Biblia. De las cien personas, 80 no tendrían acceso a servicios tales como agua potable en sus casas, ni un programa sencillo de salud permanente. 50 sufrirían  de desnutrición. Este día nacería un niño y moriría una persona, empezando a existir un balance entre los que nacen y mueren.

Si tú lector nunca has experimentado los peligros de la guerra, la soledad de estar preso, la agonía de ser torturado,  o la aflicción crónica de sufrir hambre, entonces estás mejor que quinientos millones de personas.

Si puedes ir a la iglesia de tu elección sin ser discriminado, perseguido, preso, humillado o muerto, entonces eres más afortunado que 3 mil millones de personas.

Si tienes un refrigerador con comida, más ropa que la puesta en un espacio de tu casa, un techo sobre tu cabeza y un lugar estable donde dormir, entonces eres más afortunado que el 70% de la población del mundo. Si tienes una cuenta en el banco, o dinero en la cartera que no tienes que gastar hoy, o una caja con  monedas ahorradas, o sea, excedentes,  entonces ya estás entre el 10% de los ricos del mundo. Si tienes un pasaporte para viajar libremente de un país a otro y si tus padres están vivos y unidos, eres una persona rara. Si puedes leer este escrito tienes más suerte que  dos mil millones de personas que no saben leer. Si eres víctima de un delito o alguno de tus derechos humanos ha sido violentado y lo puedes denunciar y recibir justicia, eres solo uno entre miles de millones de personas.

Si comparamos estos datos con la realidad y los números de México, hay  marcadas diferencias en nuestro país  e incluso más entre unos estados y otros. En algunos indicadores hemos mejorado. Los porcentajes de analfabetismo, aunque aún nos preocupen, son menores al  del 7% de la población, aunque hay 8 mujeres analfabetas por cada 6 hombres. En la época de Don Porfirio, en 1910, los analfabetos superaban el 90%. En 1970, el 25.8% era analfabeta.

 Si bien nuestro sistema de salud aún deja muchísimo que desear ya que 40 personas de cada cien no tienen acceso a la salud, ya la mayoría de los niños tiene acceso a las vacunas, aunque el porcentaje de niños mal nutridos sigue siendo altísimo. Dentro del panorama, el que más espanta es el del derecho a vivir sin violencia, derecho perdido grávemente en algunas regiones y estados del país. El estado de derecho y la paz  desaparecieron en  enormes regiones de estados como Coahuila, Michoacán, Veracruz o Sinaloa. Baste recordar a la valiente alcaldesa michoacana de Tiquicheo, María Santos Gorrostieta, quien pagaría con su vida el no haber aceptado tratos con la Tuta, líder de los Caballeros Templarios. No aceptó jamás sus chantajes. Esa mujer se merece un monumento que aún la sociedad mexicana le debe. Sufrió dos atentados: el primero en 2009, en el que perdió a su marido. El segundo en 2010, del que sobrevivió a múltiples heridas de bala. Finalmente en 2012 fue secuestrada, torturada y abandonada en Cuitzeo como castigo ejemplar para otros presidentes municipales que se resistían a la extorsión de los Caballeros Templarios. En palabras de María Santos después de su segundo atentado: " A pesar de mi propia seguridad y la de mi familia, tengo una responsabilidad con mi pueblo, con los niños, con los ancianos, y los hombres y mujeres que se parten el alma cada día para procurarse un pedazo de pan. La gente tiene derecho al respeto y la paz, derecho a trabajar sin ser molestada o extorsionada. No voy a claudicar cuando tengo tres hijos a los que  tengo que educar con el ejemplo." A María la mataron a los 36 años. Sus palabras nos ponen no solo a pensar que la vida va más allá de nuestra comodidad personal, sino también en la obligación solidaria de trabajar en conjunto por el bienestar de nuestra comunidad para que los números de nuestra gran aldea mejoren, en particular aquellos de los que somos responsables, los de nuestro querido país, México y los de la pequeña parte de la patria en donde nos tocó vivir.

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