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Por: Polo Noyola y Sergio Mastretta

Testimonios del hambre


Estos testimonios han sido levantados por los autores a lo largo de los últimos años. Campesinos, artesanos, profesores, todos han vivido en un país en el que el hambre ha sido natural, como la tierra reseca. Una cosa está clara en los recuerdos de estos poblanos: que en definitiva han mejorado sus condiciones de vida con respecto a sus ancestros. Los recuerdos del hambre infinita sólo son recuerdos, vívidos y angustiantes como toda emergencia, pero recuerdos al fin. El hambre sacudió las entrañas de aquellos habitantes postrevolucionarios, dejó los remanentes de un sabor inolvidable que todavía se puede paladear en la memoria. Sólo su profunda raigambre campesina y su pundonor vital los pudo salvar de sucumbir a las sequías y crisis económicas que asolaron los campos y pueblos en aquellos años aciagos del siglo XX en México.

1

Era 1982, tiempo para el tercer acontecimiento histórico en Zacapala: el hambre. La desbandada por el hambre. Es la memoria del sacerdote Gustavo Rodríguez:

--El primer año no llovió en ninguna parte, no llovió ninguna tarde, ningún día. Entonces empezaron a morir los animales, las plantas, empezó a morirse la gente. Fue cuando yo llegué aquí, fue la desbandada por el hambre. Recuerdo a una señora, en una de las barrancas de por aquí, parecía tener 60 años, pero era de 30, rascaba el suelo con una pajita, succionaba la humedad, y la llevaba a una ollita. “¿Qué haces”, le pregunté. Dice: “Pus la voy a hervir con raíces de sábila, esa es la comida que tenemos que hacer, no tenemos otra comida”. Así descubrí el valor de la sábila, cómo curaba la úlcera del hambre.

Fue en 1983. Nadie entonces habló del hambre en la Mixteca. Acababa de entrar Miguel de la Madrid, con la palabra modernización en la boca, con la llave del desmantelamiento del aparato económico del Estado y la puerta abierta al neoliberalismo del capital y las trasnacionales. Acababa de quebrar el Estado petrolero en 1982, acababa López Portillo de estatizar la banca. Fue el presidente que afirmó que defendería al peso como a un perro, que nadie volvería a saquear a México. Cuántas cosas puede decir tan tranquilamente un presidente en México. Pero nadie, entonces, habló de la desbandada por el hambre en la Mixteca, en el pozo profundo del sur de México.

--El coraje sigue siendo fuerte –sigue Gustavo--. Entonces la gente se organizó pasa comer. Trajimos gente valiosa, como un doctor de la ONU, Arturo Aldama, que se pasaba medio año en Ginebra, en la Organización Mundial de la Salud, y medio año aquí en la Mixteca, en el campo. Nos dio cursos de nutrición a base de soya y amaranto, de cacahuate. Y ya después la gente pasó a la cooperativa de ahorro y crédito, y de ahí a defender sus derechos humanos, y de ahí a luchar por sus autoridades y sus organizaciones. Se hicieron marchas en Houston, se participó en las parroquias, en los centros de atención a migrantes. Pero eso se empezó aquí mismo, en el pueblo…

(Del libro inédito Contigo al norte, Guadalupe, de Sergio Mastretta)

2

 

Cuenta el profesor Eusebio Hernández Castillo:

De mi niñez recuerdo mucho sufrimiento, porque como le digo nací en ese año de 1907 y estalló la revolución entonces fue una época aciaga, terrible. Escasez, privaciones, la familia se desplazó precisamente por eso. Nuestro hogar se vio en apuros, la revolución vino muy fuerte, muy en serio, a los hombres se los llevaron a la leva, como decían entonces, y las mujeres, pues, a sufrir. Entonces mis hermanas tuvieron que ponerse al servicio de hogares diferentes para ganarse, como decimos comúnmente, la vida. Y los hombres, o sea mis hermanos, a trabajar en lo que se pudiera.  Yo me quedé al amparo, al abrigo de mi señora madre. Y ella como pudo, como Dios le dio a entender, sufrió mucho, pero me ayudó mucho. Mi padre, por su trabajo, se alejó de nosotros, pero no nos abandonó, no nos desamparó. Y así corrió el tiempo.  Yo empecé a conocer las letras en el propio hogar, con la guía, la orientación de mis familiares.

(Del libro Memorias magisteriales, de Leopoldo Noyola)

 


3

 

Y platica el profesor Isaías Cruz Zúñiga:

Recuerdo que me daban en la comida un plato de frijoles donde ponían tu sopita, le daban a uno una memela gordota, que les daban también a los perros. Comíamos con la mano, quizás no había cucharas, pero comíamos con la mano. Tal vez la falta de costumbre. Solamente la cucharas grandes con las que hacía la comida. También recuerdo que en esa región se toma mucho el caldo de pollo que allá le llamamos chilate, le ponen una bolita de masa, la cuelan con la coladera y ya suelta lo que sale de la masa. Es un caldo muy sabroso. Es probable de que no tuviera mi madre cucharas, pero recuerdo que comíamos así, con  las manos.

Recuerdo que mi madre sólo daba café, una sola vez. En una ocasión llegaron personas a caballo, bien vestidos. A pesar de que mi padre usaba calzón y cotón de manta, pero también tenía buenos caballos, buenos trajes, pero yo siento que por la falta de estudios no supo administrarlo, no supo educar a sus hijos. En esa ocasión era un miércoles, mi madre salió y dijo que ya estaba el desayuno, que pasara ya con sus amigos. Llegaron a la mesa y que voy viendo: tendieron queso, pan, chocolate, todo…  ¿Por qué? pregunté a mi madre, por qué todo eso. “Cállate, que no escuchen los señores”. Es probable que yo haya entendido eso. Me callé. Eran ganaderos, comerciantes y visitaban a mi padre. Y siempre había cosas para ellos.

(Del libro Memorias magisteriales, de Polo Noyola)

 

4

 

Don Delfino Flores Melga recuerda:

Hambre, hambre, en esa época, no había. En 1935, 40 no había hambre. Tú encontrabas todo donde quiera. Todo tenías en tu casa, tortillas, tenías todo... es más, al hombre que trabajaba en el establo, le daban dos o tres litros de leche. Imagínate, nosotros acostumbrábamos a hacer atole de maza con esa leche. ¿Te imaginas? ¿Había hambre? No había hambre. Afuera de la hacienda sí había hambre.

(Del libro Los barrios de Puebla, de Polo Noyola)

 


5

 

Don Pedro Cipriano Bonilla, Huitzilan de Serdán, en la Sierra Norte de Puebla:

En mi infancia mis padres eran muy pobres, muy de escasos recursos, en mi infancia crecía y no conocía alimentos como ahora que hay de todo, eso no lo comimos. En años anteriores cuando yo empecé a ir a la escuela, nomás nos daban en la mañana tortilla con tantito frijolito, o cuando encontraban compraban algo, compraban carne, pero una vez al mes, casi siempre nos daban quelite, puro quelite, tortilla con sal nada más, eso estamos comiendo.

Cuando nosotros le llamábamos buena comida cuando mataban un pollito, un cochinito, ya para nosotros era una comida suculenta. Chilpozonte de pollo, o mole, pero eso solamente cuando hacían una fiestecita. El chilpozonte es rojo, nosotros le llamamos mole de olla. El mole pues es con chile ancho, chipocle, eso le llamamos mole de pollo, de cerdo. Es el mismo mole que en la ciudad de Puebla, pero antes lo hacían muy aguadito, ahora ya cambió todo, ahora lo hacen espeso, bien preparadito.

(Del trabajo de campo en la Sierra Norte, Polo Noyola y Sergio Mastretta)

 

6

 

Don Filiberto Hernández Bonilla, también en Huitzilan de Serdán:

Yo recuerdo que nosotros sufrimos mucho, yo sufrí bastante que casi no comía, pues, en la mañana comía tortillas con sal, me acuerdo que mi mamá buscaba mucho un quelite que le decíamos aquí en náhuatl, pitopilitl, que hoy lo conozco como mapapa, es una hoja ancha que había que quitarle todas las venas y dejar el puro quelite, se desvena, se junta y se hierve. Nomás que es muy agarroso ese quelite, por lo que debe hervirse bien, se le echa ajonjolí molido, o cacahuate. Nos dábamos una comida pero buena con ese quelite. Ese lo recogíamos en los cafetales. También comíamos frijolitos, cuando mataban pollo, el chilmolito, que le dicen, consiste en chipocles hervidos, los molían en metate, a los jitomates también los molían y los echaban en el caldito de pollo. Cuando mataba mi mamá un pollo hasta hacíamos fiesta. Desgraciadamente no era seguido, porque mi mamá criaba las gallinitas, los pollos para venderlos y comprar maíz. Sí, tuvimos una vida muy sufrida, con mucha desigualdad económica. Mi papá sembraba maíz, pero mi papá se fue a un rancho, se fue a meter en una cueva, y nosotros le íbamos a dejar de comer hasta allá, me acuerdo que nomás nos daba media almud de maíz, unos tres kilos y medio, una medida antigua con la que medían el maíz, el café, el frijol. Con ese medio almud le teníamos que llevar los tacos para dos días, a nosotros nos quedaban muy poquito. Ya mi mamá andaba corriendo para conseguir para qué sopear, qué comer. Porque nomás pura tortilla, pues no. Sufrimos bastante. Dulces, de vez en cuando, por ejemplo el chicloso, había unos dulces de colores, tipo caramelo, envueltos en papelitos. Costaban cinco centavos. Nosotros no tuvimos la gracia de tomarnos un refresco en esa época, nomás veíamos a la gente que tomaba, pero nosotros no teníamos dinero para darnos el lujo de comprarnos un refresco, pues, tomábamos agüita nada más. Nuestro mundo era demasiado pobre, incluso yo terminé mi primaria, pero ahora sí con mucho esfuerzo. Después de que mi mamá me consiguió un pantalón y lo pintó, porque mi papá no me compró mi uniforme cuando salí de la primaria, pues ahí anda mi mamá consiguiendo la ropa, calzado prestado porque tampoco tenía. Terminé la primaria a empujones, como dice el dicho. Tenía ganas de seguir estudiando, pero no pude, se nos cerró el mundo, no pudimos salir adelante. Por eso hoy estamos mejor, todos mis hijos tienen la preparatoria, se desenvuelven más, tengo tres hijos en Nueva York, uno es cheff, y otro trabajan por allá en otras actividades. Se fueron con preparatoria y cuando llegaron fueron a la academia de inglés, pues siempre les dije que si estaban allá aprovecharan a estudiar el inglés, pues si no estudian estando allá, carambas, como un burrito. Pero ellos se han defendido y hablan inglés y ya se han desenvuelto bien. Tienen como cuatro años que vinieron y ahora otra vez piensan venir. Hasta blanquitos quedaron, pues no es lo mismo trabajar a pleno sol como nosotros, que como ellos que trabajan adentro de lugares. Me siento orgulloso, me siento bien, pues a pesar de todo ellos ya no sufren como yo, pues. Ya nos les cierras el mundo, pues, como a mí. Ya tienen mejor vida. Y la única que está aquí es mi hija nada más, que es la secretaria del Registro Civil. Me encuentro sólo con mi hija, pues, pero contento. Tuvimos dificultades con mi esposa y nos tuvimos que separar, pues, después me encontré a otra señora y volvimos a fracasar, pues, ahorita a ver qué mariposa me encuentro por ahí.

(Del trabajo de campo en la Sierra Norte, Polo Noyola y Sergio Mastretta)

 


7

 

Don Crecencio Bonilla, ahí mismo, en Huitzilan:

En 1946 mi madre nos hacía comida con chile macho, ella nos hacía una salsa y nos ayudábamos con tortillas para almorzar. Sabiendo que nosotros éramos de dinero, mi padre tenía, pero igual eso comíamos. Y a la escuela. Nos daban cinco centavos para comprar, pero eso nos alcanzaba para mucho. Un centavo de cacahuates, dos de galletas, o sea que los cinco centavos rendían bien. Después no nos alcanzaban los cinco centavos, nos lo subieron a diez, pero a traer zacate para las bestias, teníamos que ir con nuestra palita a traer zacate. O si no a ver los animales al potrero, había que picarles la pastura y desgranarles su maíz. La cena, el que quería cenar, pobrecita de mi mamá, de dónde voy a agarrar dinero para el pan si tu papá ni siquiera nos da para comprar pan. Nos daba un tarro de café y nos metía las tortillas dentro del café como si fuera pan, ahí estamos comiendo. El pan lo comíamos en Todos Santos, era cuando comíamos. A veces un blanquillo que ponía la gallina y corríamos a la panadería y lo cambiábamos por pan. Pero sí conocíamos el pan. Yo tengo un chamaco nada más, pero ese sí, le tiene usted que comprar el pan, lo que tiene que comer, ya no va a comer los frijoles con epazote, ya no va a comer café con una tortilla metida ya son chamacos que le van abriendo a uno más los ojos. Y yo, un sobrino mío, que se crió en la casa, le di su carrera de maestro, y es un muchacho que está saliendo bien, trabaja por Tehuacán de maestro federal. Puedo decir que me regala cada año lo que tiene gusto por regalarme, no se ha olvidado de mí. Yo le agradezco mucho porque me había yo enfermado de agarrar la jarra, y él fue el que intervino para que me curaran. Y hasta la fecha, ahí estoy. Yo ya era precandidato a Los Pinos, porque ya me sentía muy mal, pero ahorita recapacité y ya llevo dos años y medio de no tomar. Lo que me dijo el médico de Zacapoaxtla fue que me salvé porque no fumé, si yo hubiera fumado me hubiera ido derechito, se te hubieran cerrado los pulmones y ya. Es lo que le agradezco a mi sobrino, que está de director, y el otro muchacho que está en Tehuacán, que yo formé. Son los únicos que me están cuidando, me visitan, cualquier cosa que quiero, ellos responde: así como nos ayudaste tú, así te vamos a ayudar también. Y eso es lo que les agradezco.

(Del trabajo de campo en la Sierra Norte, Polo Noyola y Sergio Mastretta)

 

8

 

Don Faustino Castillo Ruiz:

Yo nací aquí en San Juan. Pues mira, más que nada, cuando nosotros crecimos, mis padres y el pueblo completo estaba muy pobre; la gente, vaya, la verdad, a pesar de que estamos cerca de Puebla, la gente no salía a trabajar. Todos así, hacíamos canastas, entonces yo fui el más grande de mis hermanos y mi papá se apuraba a hacer la canasta, y se consumía, harto se consumía, era muy vendible porque no había plásticos, bolsas de plástico, todo eso, entonces la gente compraba mucho las canastas, con eso nos mantenía, a duras penas, la verdad; pasamos una vida muy desagradable, porque, la verdad, a veces ni para los frijoles alcanzaba.

Yo fui uno de los primeros que tuvieron gallinitas, claro que es mejor ese huevo que el de granja, pero de vez en cuando un huevito, algo así. No había nada. La gente, mire, tenía miedo, yo no sé, pues no había nada, nada., Bueno, entonces nomás salsita, un huevito de vez en cuando, un pedazo de carne, no muy seguido. Mi mamá, yo creo que ahora ya no es como antes, tenían muchos hijos, éramos como nueve, pero todos seguidos, estábamos pobrecitos. No, pues así se la pasaba mi papá y mi mamá, iban a Tepeaca, pero no había transporte, íbamos caminando por acá, por un puente, pues por ahí pasábamos caminando a Tepeaca, andando con los burros, nos íbamos atravesando, después por allá venían los carros y pasaban por ahí mismo, por la pila, agarraban para allá, y daban la vuelta, muy de vez en cuando agarrábamos carro. A pie hacíamos tres horas de aquí a Tecali, caminando. De Tecali a Tepeaca ya había transporte, agarraba uno el carro y ya se iba. Dejaba uno sus burros ahí guardados en un lugar que le decían el Mesón, y ahí les dejábamos su pastura y rápido nos íbamos a traer  nomás lo poquito que podíamos conseguir, porque llevábamos la canasta, las hacíamos en la semana y las llevábamos a vender. Llevábamos una docenita, doce, porque pues se hacían de a dos canastas por persona, así.

(De trabajo de campo para Ayuda en Acción, San Juan Tzicatlacoyan, Pue., Polo Noyola)

 

 


9

 

Doña María De los Ángeles Ruiz

 

Lo que es de por sí, el pueblo antes era en una forma, antes era más pobremente, sufríamos más pobreza, vaya, no salíamos a trabajar por lo mismo que no había carros, no había carreteras, no entraban carros, entonces sufríamos más la vida. Antes era pura casita de palma, no había ni un cuartito de esos, más que unas personas que vivían hasta por allá, señores grandes, que ricos, pero no era eso, sino que tenían más el modo de pasar. Hombres, mujeres, muchachos los veía usted por ahí en la sombra. ¡Tanto muchacho! Están trabajando el otate, haciendo la canasta, según decían ellos, están ganando; harto muchacho está trabajando, las muchachas igual en su casa, todas de a dos, haciendo el petate, le decíamos el maclane, entre dos hacíamos un petate. Y ahora no las ve usted en su casa, ya se van a trabajar, los muchachos igual, ya todos salen, se van a trabajar, ya tienen otro vivir.

(De trabajo de campo para Ayuda en Acción, San Juan Tzicatlacoyan, Pue., Polo Noyola)

 

10

 

Brígido Allende, de 97 años, recuerda:

 

Hacían tortillas los de Zautla, todavía de sus ranchos, compraba mucha cebada y de aquí íbamos para allá; lo sabían preparar, le quitaban la cascarita y hacían tortillas. Yo comí tortillas pero de manzana, maíz revuelto con la manzanita, lo allanaban con el metate. Eso sí me gustó, lo que no me gustó fue el “miáhuatl”, que sale de la milpa, eso sí no me gustó; me gustó la manzana porque es dulce, sabía bien. ¡Ah sí! Con eso ya. Había hambre, hubo un tiempo primero en Huitzitzilapa, luego aquí. Yo sé sacar la raíz del zacatón y sé limpiar, porque a mí me tocó llevar allá a vender un manojito. Íbamos y rascábamos la mata del zacatón con un palo grande, y sale ya la raíz, luego aquí en el patio la azotábamos con una varita delgadita, luego lo limpiábamos y me iba saliendo limpio. Se hacían manojitos para ir a vender. Se lo llevaban en tren, quién sabe a dónde lo mandaban, pero lo subían a un carro del tren. Un rico en Chilapa era el que tenía maicito y nos lo cambiaban por la raíz del zacatón.

 

(Del libro inédito Oye olla, de Sergio Mastretta y Polo Noyola)

 


11

 

Doña Irma Ruiz cuenta:

Hubo una época de hambre, de escasez de alimentos. Me contaban mis papás que tenían que salir muy lejos a vender su loza; imagínese, caminando a pie hasta Zoquiapan, por Cuetzalan para abajo, cargando loza, caminando. Hasta por allá, más aparte sus papás de ellos sufrieron más, porque acá habían casas muy aisladas, por aquí y por allá. Gente, por ejemplo, ya más grande, los abuelitos se puede decir, los más abuelitos son los que cuentan por dónde se iban caminando para ir a traer, en aquel tiempo, cincuenta centavos de ganancia. Imagínese cómo sufría la gente, bastante. Ahorita no, porque ya a través de todos los medios ya tenemos de todo.

(Del libro inédito Oye olla, de Sergio Mastretta y Polo Noyola)

 

12

 

Don Fortino Alcántara, dice, a sus 75 años:

Mi mamá iba a vender también fuera, allá por Tehuacán, y por este lado, acá por Cuetzalan. Me dejaba encerrado, me quedaba yo gritando, ella se iba con su tercio cargando, con su mecapal en la cabeza, y ai va, hasta Cuetzalan. A las cuatro, cinco de la mañana ya estaba caminando, pa`volver a regresar a esas horas, media noche viene llegando. Seis horas de camino, para ir a buscar qué comer.

(Del libro inédito Oye olla, de Sergio Mastretta y Polo Noyola)

 


13

 

Don Juvencio Ramírez, ya con cerca de ochenta años, recuerda:

 

Antes el pueblo sí era muy pobre, no había trabajo, toda la gente de San Miguel por lo regular se iban en cuadrilla a los cortes de caña y todo eso. La loza vino a salvar un poco el hambre, porque yo sí recuerdo que me tocó comer la tortilla de mazorca, unas papitas, así nomás; me tocó comer las tortillas de cebada con nixtamal, un poquito de maíz con dos puños de cebada y a comerlo, pues. Se molía la masa con la papa y así se hacían las tortillitas. Se sembraba maíz, cebada y haba; se daba el alverjón, trigo y la lenteja. Ahora ya no hay lenteja, ahora es pura loza y maíz.

(Del libro inédito Oye olla, de Sergio Mastretta y Polo Noyola)