• Polo Noyola y Sergio Mastretta
  • 24 Enero 2013
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Por: Polo Noyola y Sergio Mastretta

Testimonios del hambre


Estos testimonios han sido levantados por los autores a lo largo de los últimos años. Campesinos, artesanos, profesores, todos han vivido en un país en el que el hambre ha sido natural, como la tierra reseca. Una cosa está clara en los recuerdos de estos poblanos: que en definitiva han mejorado sus condiciones de vida con respecto a sus ancestros. Los recuerdos del hambre infinita sólo son recuerdos, vívidos y angustiantes como toda emergencia, pero recuerdos al fin. El hambre sacudió las entrañas de aquellos habitantes postrevolucionarios, dejó los remanentes de un sabor inolvidable que todavía se puede paladear en la memoria. Sólo su profunda raigambre campesina y su pundonor vital los pudo salvar de sucumbir a las sequías y crisis económicas que asolaron los campos y pueblos en aquellos años aciagos del siglo XX en México.

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Era 1982, tiempo para el tercer acontecimiento histórico en Zacapala: el hambre. La desbandada por el hambre. Es la memoria del sacerdote Gustavo Rodríguez:

--El primer año no llovió en ninguna parte, no llovió ninguna tarde, ningún día. Entonces empezaron a morir los animales, las plantas, empezó a morirse la gente. Fue cuando yo llegué aquí, fue la desbandada por el hambre. Recuerdo a una señora, en una de las barrancas de por aquí, parecía tener 60 años, pero era de 30, rascaba el suelo con una pajita, succionaba la humedad, y la llevaba a una ollita. “¿Qué haces”, le pregunté. Dice: “Pus la voy a hervir con raíces de sábila, esa es la comida que tenemos que hacer, no tenemos otra comida”. Así descubrí el valor de la sábila, cómo curaba la úlcera del hambre.

Fue en 1983. Nadie entonces habló del hambre en la Mixteca. Acababa de entrar Miguel de la Madrid, con la palabra modernización en la boca, con la llave del desmantelamiento del aparato económico del Estado y la puerta abierta al neoliberalismo del capital y las trasnacionales. Acababa de quebrar el Estado petrolero en 1982, acababa López Portillo de estatizar la banca. Fue el presidente que afirmó que defendería al peso como a un perro, que nadie volvería a saquear a México. Cuántas cosas puede decir tan tranquilamente un presidente en México. Pero nadie, entonces, habló de la desbandada por el hambre en la Mixteca, en el pozo profundo del sur de México.

--El coraje sigue siendo fuerte –sigue Gustavo--. Entonces la gente se organizó pasa comer. Trajimos gente valiosa, como un doctor de la ONU, Arturo Aldama, que se pasaba medio año en Ginebra, en la Organización Mundial de la Salud, y medio año aquí en la Mixteca, en el campo. Nos dio cursos de nutrición a base de soya y amaranto, de cacahuate. Y ya después la gente pasó a la cooperativa de ahorro y crédito, y de ahí a defender sus derechos humanos, y de ahí a luchar por sus autoridades y sus organizaciones. Se hicieron marchas en Houston, se participó en las parroquias, en los centros de atención a migrantes. Pero eso se empezó aquí mismo, en el pueblo…

(Del libro inédito Contigo al norte, Guadalupe, de Sergio Mastretta)

2

 

Cuenta el profesor Eusebio Hernández Castillo:

De mi niñez recuerdo mucho sufrimiento, porque como le digo nací en ese año de 1907 y estalló la revolución entonces fue una época aciaga, terrible. Escasez, privaciones, la familia se desplazó precisamente por eso. Nuestro hogar se vio en apuros, la revolución vino muy fuerte, muy en serio, a los hombres se los llevaron a la leva, como decían entonces, y las mujeres, pues, a sufrir. Entonces mis hermanas tuvieron que ponerse al servicio de hogares diferentes para ganarse, como decimos comúnmente, la vida. Y los hombres, o sea mis hermanos, a trabajar en lo que se pudiera.  Yo me quedé al amparo, al abrigo de mi señora madre. Y ella como pudo, como Dios le dio a entender, sufrió mucho, pero me ayudó mucho. Mi padre, por su trabajo, se alejó de nosotros, pero no nos abandonó, no nos desamparó. Y así corrió el tiempo.  Yo empecé a conocer las letras en el propio hogar, con la guía, la orientación de mis familiares.

(Del libro Memorias magisteriales, de Leopoldo Noyola)

 


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