• Juanpa Hernández Dircio
  • 15 Mayo 2014
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Mi cámara se llama Jenni, y suelo llevarla a todas partes a donde voy, aunque a veces, no tome ni una sola fotografía.

 Soy un fotógrafo de 15 años, aunque dicho de esa manera tal vez no sea tomado muy en serio, pero no importa. Fue hace tan sólo tres cortísimos años cuando conocí a la escritura con luz, y tuvo que pasar un poco más de tiempo para comenzar a practicarla como una representación de mí mismo, como mi tercer ojo en el lente, como mi mirada.  Encontré en ella más de lo que pudiera divisar en el horizonte, como un eco que jamás se apaga y dice palabras por sí solo, y fue cuando la visualicé como un arte.


 En este pequeño escrito hablaré como fotógrafo y adolescente tratando de explicar una experiencia que me cuesta expresar. 



Hace casi un año, en pleno dos mil trece, mientras presenciaba un crepúsculo de verano tardío en mi azotea y soñaba despierto en un mundo solitario, vislumbré un pensamiento en la neblina de mi mente. Un pensamiento singular, un pensamiento que cambiaría mi mirada para siempre.


En contexto, fue un tiempo donde mi mente y persona se sentían perdidas, donde no todo era claro, mi mente era una neblina que tergiversaba lo que veía.


Pensé, ¿en mi vida llegará un momento en el que vea algo suficientemente hermoso como para decidir no tomarle una foto? Me pareció curioso dicho pensamiento, ¿Por qué no habría de tomarle una foto, si fuera verdaderamente digno de ser capturado?


Tal vez no lo reflexioné mucho esa ocasión, pero concluí que ese momento dorado llegaría algún día, e imaginé que esa hermosura ignota me tomaría una vida por encontrar, y claro que en el momento me lo imaginé como un suceso fantástico y sin precedentes, algo que me hiciera retroceder el lente de la cámara. Pasando los meses, el pensamiento iba y venía sin parar, aunque claro, no era nada que pudiera salir a buscar. Y con mucha razón sucedía, ya que este pensamiento no trataba acerca de meditar ni buscar, sino de vivir.

Vivir. Aún recuerdo cuando escuché por primera vez la canción “Oh my love” de John Lennon; fue en noviembre del dos mil trece, el reloj daba la 1:17 un domingo por la tarde y un ligero impulso consumista me hizo bajarla al instante. No me había causado gran impacto, pero la bajé.

Tiempo después, un día a finales de marzo del dos mil catorce, subí a la azotea de mi casa (visito mucho mi azotea) con intenciones de olvidar el mundo que me rodeaba por un ratito. Jenni colgaba de mi cuello, y venia escuchando música por medio de unos audífonos.  Mi corazón necesitaba de viento, nubes en el cielo, y un suspiro a la soledad, y venido de la nada me encontré con la canción de Lennon de nuevo, como si fuera la primera vez. Es una tranquila canción de piano con estructura bastante simple, y fue esa simpleza la que me atrapó. “¡Oh mi amor! Por primera vez en mi vida” decía el grandioso músico inglés. Las delicadas notas del piano coincidían con los latidos de mi alma, el canto era un susurro del viento a mis oídos, y la letra insinuaba que no estaría solo. Mis ojos querían cerrarse, sin embargo, una nube solitaria apareció ante el reflejo de mis ojos. Era un hermoso contraste; un cielo color azul aciano con una pequeña nube espolvoreada que me pedía que mirarla, mirarla hasta perderse en el cielo, hasta que pudiera recordarla hasta estos días.

 

Me encontré con un sentimiento de paz, de regocijo, de una increíble admiración a algo tan común y natural, que es una pequeña nube surcando el cielo. No olvidé el mundo que sucedía afuera, y me sentí en paz con él. Jenni me daba un impulso de sacarla, elevarla al aire y abrir su obturador por lo menos a 1/500 de segundo, pero no sucedía. La canción terminó al paso de los minutos, y me quité los audífonos para solo escuchar el viaje del viento. 



Los minutos seguían transcurriendo, ya habría pasado veinte minutos desde que llegue a la azotea. De repente, un pensamiento antiguo regreso a mi, pero ahora evolucionado. Y me pregunté: ¿Llegaré en mi vida a un punto en el que aleje mi dedo del disparador de la cámara y me resigne a dejar pasar el momento sólo para mantener mis sentimientos como algo intangible? Se debe considerar que los sentimientos dejan de ser intangibles cuando son expresados artísticamente y claro, al tomar esa fotografía los sentimientos serían impresos y convertidos en tangibles.

 

Fue en ese preciso momento, en el que me percaté de lo especial que era mantener ese sentimiento intangible, aun sin saber por qué, era como solo disfrutar el momento. Y fue cuando el momento dorado llegó… y decidí dejar mi cámara a un lado, y  no tomarle una fotografía.

“¿A quién le hubiera importado si tomo o no la fotografía de una nube cualquiera?, es completamente reemplazable”, me dije. “¿Por qué habría de importarme su relevancia?”, me respondí. “Si la hubiera tomado aun así no hubiera importado, nadie sabría qué significa o representa para el artista, al único que le daría importancia sería a ti”, argumenté. “¿Y por qué le damos tanta importancia a esto, si la foto no existe…?”

 La conversación terminó junto con el día, la noche llegó.

“El corazón tiene razones que la razón desconoce.” Mi dilema  hizo que encontrara algo diferente a lo que buscaba, y eso no significa que cada que encuentre algo que realmente me colme de sentimientos no le vaya a tomar una fotografía, no. Me hizo encontrar una apreciación hacía sucesos tan simples, tanto de la naturaleza, como de la vida del hombre mismo, que tal vez los hemos visto tanto que ya no nos sorprende. Creo que en eso me encuentro relacionado con los hobbits; seres pequeños y ordinarios que encuentran un amor por las cosas sencillas de la vida, sin embargo, algunos suelen salir de su vida acomodada para ir en busca de una aventura.

Y me digo: ”No dejaré de sorprenderme, no dejaré de amar ni soñar, no dejaré de fotografiar,  no dejaré de mirar… y tantas cosas más. No dejaré de ser yo.”

Me sorprendió sorprenderme; no buscaba nada, y me encontré.

Es difícil, pero me gusta ser yo. Me gusta mirar al universo con ojos vagabundos, aunque sea por solo unos pocos segundos. Miro para sentir, observo para pensar, fotografío para expresar, y vivo para [undefined].

“Y sé que te vuelvo a encontrar.”

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