• Norberto Bobbio/Revista Nexos
  • 21 Noviembre 2014
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Este texto del pensador italiano Norberto Bobbio fue publicado por primera vez el 17 de julio de 1977, en una Italia rebasada por la violencia extrema. Lo reprodujo en 1989 la revista mexicana Nexos. En el marco de los sucesos recientes en nuestro país, y con los severos interrogantes sobre el papel que juega el Estado en la violencia de todo tipo que se produce en México, no  puede ser más recomendable su lectura. El 20 de noviembre ha sido la fecha que rememora el levantamiento contra el gobierno despótico de Porfirio Díaz. Ciento catorce años después la sociedad mexicana lo recuerda con marchas multitudinarias de miles de personas con la palabra Ayotzinapa y el coraje en la boca. Estado y revolución, palabras viejas y de entendimientos múltiples. Más viejo aún el interrogante por el fin y los medios en el debate por el derrotero de México. (Mundo Nuestro)

 

Es más que natural que los grupos revolucionarios justifiquen la propia violencia considerándola como una respuesta, la única respuesta posible, a la violencia del estado. Cualquiera que haya podido hacer alguna reflexión sobre la continua presencia de la violencia en la historia a pesar de la milenaria y recurrente condena de todas las religiones y morales, sabe que el modo más común de justificar la violencia propia es afirmar que ésta es una respuesta, la única posible en circunstancias dadas, a la violencia de los otros (por eso la máxima válida en los ordenamientos, aun en los menos dispuestos a tolerar la violencia, es vim vi repellere licet).

 

Por otra parte, este mismo argumento fue usado por el estado para justificar el uso de la violencia propia, de la violencia llamada institucionalizada, respecto de la violencia revolucionaria. Cae de su peso que la justificación de la violencia con la violencia presupone que de las dos violencias contrapuestas una es originaria y por lo tanto, injustificada. No creo hacer una observación peregrina si digo que la violencia originaria, y por lo tanto injustificada, es siemrpe, para cada uno de los dos contendientes, la del otro: cualquiera que haya asistido a una disputa sabe que cada uno se defiende acusando al otro de haber empezado. Con esta consecuencia: que todo acto de violencia es al mismo tiempo justificado (por el que lo realiza) y condenado (por el que lo sufre).

 

Es menos natural que algunos intelectuales, que no moverían un dedo para derrocar el estado que repudian, no ejerciten su mente para darse cuenta de la diferencia entre varias formas o gradaciones de institucionalización de la violencia, propia de los diversos tipos de régimen, y haciendo una montaña de un grano de arena terminan por asumir la responsabilidad de alentar actos de violencia políticamente insensatos, además de moralmente abyectos.

Puedes seguir leyendo este texto en Revista Nexos:

http://www.nexos.com.mx/?p=5540

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