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De próceres y santos está hecha nuestra historia. Entre Don Benito y la Guadalupana, siempre los dos tomados de la mano. Con un catolicismo asediado por la secularización y las religiones alternativas asistimos a un nuevo 21 de marzo. Las fechas y la historia cívica. Apenas el día 18 las declaraciones y las vestiduras desgarradas corrieron por la memoria del desastre petrolero mexicano, ahí, justo en el corazón del Estado moderno y laico, el venero del diablo cada vez más en entredicho. Tres días después, la disputa por la nación se vuelca sobre otro de los puntales la historia patria, Benito Juárez, el más indio y el más licenciado entre los poderosos que han gobernado esta tierra de piedras, consignas y crucifijos.

Y guerras, mal abiertas y nunca terminadas.

Por una sociedad justa, libre, democrática, laica.

Ahora mismo, la iglesia católica abre con un Papa jesuita y latinoamericano la posibilidad de construir un nuevo sendero en su añeja vinculación con la sociedad mexicana. Una sociedad que no puede perder el rumbo en su búsqueda de los valores laicos y democráticos.

Mundo Nuestro presenta en esta crónica de principios de los noventa un hecho hoy indiscutible: la fortaleza de las iglesias protestantes. Y un interrogante antiguo: ¿lograremos algún día un Estado laico, democrático, respetuoso de los sentires y decisiones de sus ciudadanos? Y otra: ¿entenderán las iglesias --todas--, y sus representantes, que el mejor sustento de una sociedad democrática pasa por el fortalecimiento de la educación laica, formadora de ciudadanos de pensamiento libre?

Crónica histórica

San Benito Juárez: Danzón por la Reforma

  
  Juárez no debió de morir, ay de morir,

 Porque si Juárez no hubiera muerto,

 todavía viviría. (Danzón popular)

Ciudad de Puebla, México. 21 de marzo de 1990. Y resucitaron al benemérito, aleluya.

Ahí, al pie de su estatua de frac y bastón –pensada originalmente para Benjamín Franklin-, en el arranque de una marcha al zócalo desde el rumbo de avenida de La Paz, hace tiempo ya su avenida, la Juárez, él prócer trepado en esa figura en bronce que sirviera de blanco para las pistolas y las ilusiones recalcitrantes de los FUAS poblanos en aquellos floridos y politizados años sesenta.

Algo se removerían los huesos apolillados de don Benito, a juzgar por la fe de estos cristianos convencidos de que terminarán por demoler la anquilosada montaña del catolicismo mexicano.

“Viva Juárez, que nos dio la libertad”, exclamó un ministro  en el micrófono.

“Alabada sea la voluntad de Dios”, respondió un coro de tres mil aleluyas, como si la historia de esta ciudad no tuviera en qué entretenerse y quisiera burlarse de la vena de la intolerancia católica atorada en la piedra de las iglesias con la pesadez de los sermones dominicales.

Eran los evangélicos poblanos azotados por un sol luminoso que afilaba en los rasgos del indígena de Ixtlán el ansia de los conversos por su salvación.

“Unidos para trabajar –cantaban con el profesionalismo de una liturgia que deja a la garganta el detalle de la posesión de lo divino-, unidos para vencer, unidos por siempre a orar, pues México debe creer, debe creer en Dios con todo su poder.”

Y repetían:

“México y Cristo unidos para vencer.”

Una manifestación de “cristianos bíblicos” en la mañana juarista. Una procesión de “Cristo Salva” que quiere arrancarle unas barbas al orgullo –que se adivina temeroso- de

Los ministros recurrieron a la candidez de la leyenda cívica: “Cierto día, a la orilla de la laguna encantada –contó un hermano al micrófono con aire maestro en mitin priista--,  el niño tocaba su flauta y cuidaba de sus ovejas, cuando se desprendió el terreno y fue arrastrado a un islote hacia el centro de la laguna. Toda una noche pasó ahí el héroe hasta que las aguas regresaron el islote, salvándose el niño.”

“Alabado sea Dios”, gritaron las mujeres.

“Aleluya, corearon los hombres.”

Y encontraron la referencia bíblica:

“No pasa desapercibido para nosotros –dijo un ministro- que Benito Juárez fue iluminado por el espíritu santo, mateo 7,12. No hagas a otros lo que no quieras para ti. En palabras del benemérito el respeto al derecho ajeno es la paz. Porque Dios se vale de hombres y este loor a Benito Juárez tiene que estar en la vivencia de nuestras vidas, porque Juárez no ha muerto, vive en nosotros, en nuestros gobernantes, sigue viviendo para glorificarlo cada año...”

“Mi México, mi México –cantaban los conversos-, bendígate el señor, su gracia ha de rebozar de uno al otro mar...”

Mi México, mi México alucinaba yo.

"¡Oh Patria llena de valor –seguían-, la negra esclavitud del fanatismo y del error opaca tu virtud!”

Y ese hueco de la avenida del prócer, cerrada a los automóviles, deslucida en día festivo, inhóspita al sol inclemente, el periodista clamaba a la misericordia del intelecto para comprender los azarosos senderos de la realidad mexicana.

“Porque si Juárez no hubiera muerto...”, canturreaba.

 

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Dos horas antes, un conjunto de tambores redoblaba en el otro monumento al prócer, la mole de piedra que no conoció de batallas entre liberales y conservadores, más atento a la modernidad comercial de Plaza Dorada. Ahí estaban muy cívicos los estudiantes de la primaria Margarita Maza de Juárez, y bailaban con la pandereta las muchachas obreras de la costura afiliadas al sindicato independiente con el mismo nombre de la mujerona que por la vía del matrimonio removió para su redención carnal en 1843 al prócer de Reforma, el indio al que la imaginación clerical implora desde 1859 para que se consuma en el Fuego de la Gehena, acusado de haber expropiado los bienes del clero, de separar jurídicamente a la Iglesia y el Estado, de crear el Registro Civil para actas de nacimiento, matrimonio y defunción, de secularizar los cementerios y fiestas públicas, para salvación de los conversos, de confirmar la libertad de cultos.

Cuando un grupo de niños y obreras, secundados por un público de ecologistas barrenderos de Parques y Jardines y paleteros siempre a punto en el calor de marzo inhóspito, cantaban el Himno Nacional en un escenario multiplicado en todo el país, pude comprender que la liturgia cívica también tiene su mística y como los coros gregorianos y aleluyas, los tamborazos en la multitud de templos arbolados a la memoria de los héroes en las plazas, también dejan su huella en los ciudadanos, no muy atentos, por cierto, a las preocupaciones del alto clero católico mexicano.

“Soy costurera desde hace diez años en un taller allá por San Felipe Hueyotlipan –me dijo una mujer en la plaza-, gano 8,805 pesos diarios (antes de que le quitaran tres ceros al viejo peso), y ya nos quitaron el destajo. Yo digo que la ley católica es una y la del gobierno otra. A mí no me interesa qué quieran los curas, yo ahora pienso en otras cosas, en el salario, quiero ganar más, el salario mínimo no alcanza para nada.”

Y el maestro de sexto año en la Margarita Maza: “La iglesia debe ser independiente del Estado, hay grupos de presión, como el PAN y los curas, que buscan recuperar el poder que tuvieron a través de la iglesia. Los mexicanos tenemos problemas más importantes que el de la religión.”

Ninguno de ellos vino al desfile juarista de los cristianos.

 

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“¡Porque grande es Dios...hey!”

Y llevaron como obreros despedidos de la tierra, el puño cerrado al cielo.

“¡Porque grande es Dios... hey!”

Y marcharon juntos, con su pantalón de mezclilla y su playera blanca, con el brazo izquierdo emplazado con toda la fuerza de su conversión.

“¡Digno de alabanza, hey, hey, hey!”

Diez hombres entre los 25 y 30 años, a la mitad del contingente que tomó las calles del centro y se metió como una cuña irreverente en el campo minado de las relaciones entre la iglesia católica y el Estado mexicano. De la catedral al monumento a don Benito Juárez, media hora de marcha para el azoro de los ciudadanos festivos y edificios históricos que a pesar de lo que se diga guardan algo de lo anticlerical de esta ciudad en la 3 Poniente, el Paseo Bravo y la avenida de las palmas. Revuelo de panderetas, enseñas nacionales, muchachas vestidas como monjas y consignas de izquierdistas convertidas al aleluya.

“¡El pueblo de Cristo jamás será vencido!”, gritaban encendidas unas mujeres de Guadalupe Hidalgo.

“¡Cristo vive, Cristo vive!”, coreaban los muchachos metodistas de las playeras blancas.

“¿Cuál es la respuesta a nuestras enfermedades?”, preguntaba Besser Mejía, un muchacho de un templo en la Prados Agua Azul, micrófono en mano.

“¡Jesús, Jesús... Jesucristo!”, replicaba el gentío evangélico.

He aquí hermano, le dije a mi humanidad perpleja, un grupo de conversos. Poblanos comunes que el transcurso de la marcha me contarán la sencilla inercia del “llamado divino”: “Todos venimos del catolicismo romano, todos venimos de los vicios”, me repetirán unos y otros. Y la imaginación novelera inventa escenas fugaces de piras, inquisidores y pueblo enardecido en aquel lujurioso y revolucionario siglo XVI.

“Nunca más la intolerancia”, escuché en una consigna. Y abandoné los cuadros renacentistas y la subversión luterana para perfilar ambientes de barrios divididos, católicos murmurantes y curas con la anatema en la boca en cualquiera de los pueblitos indígenas del valle de Puebla; polémicas campesinas sobre el futuro de los santos, enfrentamientos trágicos en torno a las cooperaciones de la fiesta anual a la virgencita, arrebatos de exégesis bíblicas que alumbran unas entrampadísimas costumbres pueblerinas. Fui incapaz de configurar el paisaje completo. Miraba a los “bíblicos pentecostales” cantar rumbo al homenaje a Juárez y certificaba que vivimos tiempos entretenidos para una curiosidad periodística que, para empezar, tiene que narrarlos.

“Aunque la tierra tiemble tenemos que cantar”, y cantaban las muchachas de la Iglesia Evangélica “Príncipe de la Paz”. “Se ve, se siente, Cristo está presente”, coreaban los muchachos bautistas.

“¿Somos una secta?”, pregunta al micrófono Besser Mejía.

“No”, le respondían con aleluyas.

“¿Somos una religión?”

“No”, y más aleluyas.

“¿Somos cristianos?”

“Sí.”

“¡Cristo nos ama!”

Claro que sí, y se arrancaron con una porra al personaje que a estas alturas de la humanidad ha de decir “a mí que me esculquen”, como en el chiste del que le robó la cartera a Napoleón.

Luego la motivación del día: quien les dio la libertad de cultos, Benito Juárez. Respetan a la bandera nacional, por supuesto, ellos no son mormones o Testigos de Jehová que obligan a los niños al perjurio patrio- Y cantarán como verdaderos ángeles el himno, ni se diga –cuando lo hagan, una hora después, al término del homenaje. Y yo quedaré pasmado de lo patriótico que suena el “patria, patria, tus hijos te juran...” fuera de un acto oficial en la televisión, en un patio de escuela o en un estadio de futbol.

Por eso sonaba tan cívico.

“¡Viva Juárez, hijos de Jesucristo!”

“Entrégate a él, entrégate a él, entrégate a Cristo y tendrás la salvación. Ninguna religión puede cambiar tu ser, solamente Cristo, solamente él.”

 

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Una hora antes, la mirada oficial a esta intromisión de la modernidad en el pasado. Una breve encuesta entre políticos priístas: ¿modificaran el artículo 130?

“No es necesario –me dijo el Procurador Fernández de Lara--, las relaciones entre la iglesia y el Estado son de respeto, vivimos en un marco ajustado a las circunstancias de la realidad mexicana.”

“Sí –respondió enérgico el diputado Rafael Cañedo--, pero a través de una consulta popular, y no sólo el 130, también el 3,  existen obras obsoletas que definitivamente hay que revisar, esto dentro de la modernización del Estado mexicano, el partido, y también la Iglesia. No es populismo, es realismo. Yo fui católico.”

“No, no hay que dar marcha atrás en la historia –afirmó la diputada Enoé González-. Lo que señaló Benito Juárez es el parte aguas. Yo soy católica, pero pienso que no hay que revolver la religión con los principios sociales del pueblo.”

Y el diputado Celso Fuentes: “Eso es un asunto discutido por la historia, hay que dejarlo como está. Hay una realidad, la iglesia y otros grupos de presión. Yo estoy de acuerdo en que las relaciones deben ser transparentes. La ley es un hacha que no se usa, pero permite que las cosas no vuelvan a ser como antes.”

Y finalmente, el síndico López Rubí: “Es intocable el 130, las relaciones entre el Estado y la Iglesia siempre han sido escrupulosamente respetuosas. Hay que tener en cuenta dos aspectos: uno, el aspecto de la interferencia subjetiva del sujeto, es decir, no molestar al prójimo; el otro, el estado de derecho en que vivimos”.

 

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De vuelta con los evangélicos, el ex-senador suplente por Nayarit, Jonás Flores, un tiempo director de Gobierno y Secretario de Cultura en su estado, tuvo a su cargo el discurso oficial. Orador excelente, extrajo múltiples aleluyas y alabado sea el señor de su público iluminado por un sol que quemaba como ha de hacerlo si lo dejan el espíritu santo.

“Debemos ser buenos cristianos y mexicanos –decía-, debemos cumplir la ley y exigir que el gobierno la cumpla... Pero sobre todo debemos respetar a nuestras autoridades como lo manda la Biblia, nuestra norma de fe y conducta.”

“Alabado sea el señor”, contestó la multitud.

“El censo va a demostrar que somos millones, ese será nuestro mensaje a las autoridades y partidos políticos. Hasta ahora, ningún partido, PRI, PAN o PRD, ha querido levantar la bandera de la libertad de cultos... Los estamos esperando para que les demos nuestro voto ciudadano.”

Aleluya, digo yo, y le pregunto a un hermano:

“Oiga, ¿el PRI está a favor de Dios?”

“No señor, qué va a hacer, mientras no exista la verdad siempre existirá el PRI. Ellos están nombrados por unos cuantos, no por el pueblo, ellos se protegen entre sí con el escudo de la bandera del PRI. ¿Quién ha matado a los héroes, si no el gobierno?”

Y yo busqué en el cielo el divino-patrio espíritu del prócer. Don Benito incólume. Por un instante quise adivinar un gesto, una señal del más allá, un comentario a la nota de ocho sobre la canonización de Juan Dieguito.

Pero el benemérito, como de costumbre, tostaba su frac al sol.