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El autor es investigador de la Dirección de Estudios Históricos del INAH, en la ciudad de México. El libro donde está el texto de Paco González Hermosillo  se llama 300 años, San Andrés Cholula, República de Indios. Ed, San Andrés  Cholula, Ayuntamiento, 2014-2018. 

 

Sin precedente en el Nuevo Mundo, los españoles descubrieron en el valle del Alto Atoyac (Puebla-Tlaxcala) las ciudades indígenas más grandes y esplendorosas nunca antes vistas por ojos europeos desde el descubrimiento de América en 1492. Poderosos y bien organizados ejércitos nativos salieron por primera vez a su encuentro. Después de intensas batallas, y en nombre del Rey de España, fue sometido el aguerrido tlatocayotl (reino) de Tlaxcallan. La rendición de sus nobles gobernantes los obligó a pactar la incorporación de cientos de sus guerreros a las fuerzas invasoras.

Le siguió la milenaria Tollan Cholollan Tlachiualtépetl (“la gran urbe de los fugitivos en la montaña artificial”). La magnificencia de la ciudad, su arquitectura monumental, su densa población, su carácter de sede político-religiosa y la cantidad de caminos hacia los cuatro vientos por los que confluía un tránsito incesante de embajadores, mercaderes y devotos creyentes de sus dioses, hicieron que los invasores, ya alojados en la ciudad sagrada, la compararan con la espléndida ciudad española de Valladolid.

Cholollan, tan hegemónica como se revelaba, debía ser conquistada de inmediato y sin reserva alguna. La táctica que se ejecutó fue una sorpresiva emboscada contra miles de cholultecas indefensos y congregados en paz ante Cortés. Esta masacre sirvió de advertencia a aquellos señoríos del altiplano que no se postraran pacíficamente ante la exigencia de aceptar el vasallaje a la Corona Hispana y la conversión a la nueva fe del catolicismo, impuesta como la única, la verdadera.

Ya tomada la ciudad, una vez eliminados los gobernantes cholultecas que resistieron la embestida y después de sustituirlos por miembros sumisos de los linajes dinásticos o de la nobleza secundaria, el propio Cortés reportó al Rey de España que Cholula era la ciudad más hermosa fuera de la península ibérica al estar engalanada por muchos templos blancos parecidos a suntuosas mezquitas musulmanas. “Es la ciudad –continuó- más a propósito de vivir españoles que yo he visto de los puertos (de España) acá” por tener la mayor parte de sus tierras de labranza irrigadas mediante un ingenioso sistema de canales, así como por la abundancia de pastizales propicios para la crianza de ganados de origen europeo.

Para entender la reorganización impuesta por los españoles en la ciudad de Cholula, es necesario remontarnos a la estructura señorial que los tolteca-chichimecas, provenientes de la gran Tollan en decadencia, establecieron por la fuerza en la ciudad olmeca-xicallanca una vez que la conquistaron en definitiva el año Ocho Conejo (1174 d.C). Los toltecas-chichimecas ya conocían desde antes esa opulenta ciudad simplemente como Tlachiualtépec (“el lugar de la montaña artificial”).

En esa época del Postclásico temprano, una de las más significativas y profundas modificaciones hechas por los tolteca-chichimecas se efectuó en el terreno religioso. Recordemos que el dominio de los ya autoproclamados tolteca-chololtecas implicó la imposición de sus dioses, con Ehécatl Quetzalcóatl al frente, dios del viento y de los mercaderes. Su flamante templo se convirtió en la nueva materialización divina del centro de la tierra y la confluencia de los cuatro puntos del universo. Marca cósmica, ésta, que fue así trasladada del abandonado y derruido Tlachiualtépetl, a esa residencia recién construida al dios tutelar; el suntuoso Xiuhcalco, la “casa de turquesa” del dios Quetzalcóatl.

En lo político,la contundente derrota que se infligió a los señores olmeca-xicallancas, cuyos linajes ya tenían cuatro siglos instalados como gobernantes absolutos de la región, provocó que ellos fueran separados del poder, conduciéndolos seguramente al sacrificio. Esto dio paso a que las dinastías tolteca-chichimecas de los calmecatlacas (gente culta del calmecac o casa de estudios de la nobleza) ocuparan los asientos reales del supremo gobierno en la nueva Tollan Cholollan. Sin embargo, los dos principales líderes calmecatlacas, Icxicóatl y Quetzalteuéyac, fueron investidos con los tradicionales títulos de los dos supremos sacerdotes olmeca-xicallancas: Aquiach, señor de lo alto en el cielo, quien tenía a un águila como emblema y Tlalchiach, señor de lo bajo en la tierra, con un jaguar como distintivo. Estas dos dignidades sagradas, heredadas en adelante de generación a generación hasta la llegada de los españoles, revelan un reconocimiento solemne de parte de los tolteca-chololtecas al dualismo universal de la cosmovisión que impregnaba el gobierno teocrático de sus vencidos enemigos.

Otra transformación radical tuvo que ver con la previa distribución espacial de las unidades señoriales olmeca-xicallancas, las cuales fueron arrasadas unas y repujadas otras a la periferia del ueitlatocayotl o gran reino de los tolteca-chololtecas. En su lugar, alrededor del remozado centro ceremonial fueron establecidos los distintos grupos de tolteca-chichimecasque iban ingresando a la naciente ciudad sagrada una vez consolidada. Eran los calpolleque, complemento de la nobleza calmecatlaca, el pueblo trabajador, “los pies y las manos” del reino, quienes poblaron los teccallis o jurisdicciones señoriales gobernadas por sus propios tlatoque en sus respectivos tecpan o palacios de gobierno, también bajo el esquema dual de dos nobles dirigentes cada uno. Destacaron por su importancia los de Tianquisnahuac ubicados en pleno centro ceremonial, cuyos linajes generaron la casta sacerdotal para el culto divino, los de Tecama, los de Mizquitlan, los de Texpolco, los de Quauhtlan, y los de Collomochco, asentados todos hacia las cuatro direcciones del cosmos en el contorno de la ciudad sagrada, participando equitativamente en las celebraciones religiosas, la prosperidad del reino y su defensa.

Si volvemos al contexto de la matanza de Cholula, y lo vinculamos con esas unidades señoriales prehispánicas, podemos mencionar que en el fragor de la batalla contra los españoles, los más combativos cabecillas de la resistencia cholulteca, los únicos que han dejado registro documental, fueron los tlatoque de Tecama, los de Quauhtlan y, notoriamente, los de Collomochco. Si bien fueron doblegados y pudieron sobrevivir, ellos se mantuvieron bajo una estricta vigilancia por su permanente desafío a la autoridad española. Cortés terminó por ejecutarlos, sin juicio de por medio ni defensa alguna, un par de años después junto al más prestigioso sacerdote de Cholula, el Tlalchiach. La  culpa que se les imputó fue no aceptar ser vasallos incondicionales de un extranjero y desconocido rey y no haber dado muestras de querer renegar de su religión y borrar de su memoria, en un santiamén, la veneración milenaria a sus dioses primordiales.

La tétrica ejecución pública, conocida en la época como “aperreamiento”, se realizó en Coyoacán, valle de México, hacia mediados de 1523. Ante la mirada inmutable del capitán español y su india intérprete (la Malinche), el verdugo lanzó a las víctimas una por una, semidesnudas y amarradas de las manos por la espalda, a las fauces de enormes perros de cacería para ser destazadas y devoradas. En la imagen aquí reproducida, el primero en sufrir el horroroso suplicio fue el valiente sacerdote cholulteca de más alto rango. A la derecha se observan, encadenados y en espera de su fatal destino, a los indómitos tlatoque o señores naturales de los referidos señoríos, quienes cuales portan el tocado quetzaltlalpilloni con borlas de oro y atado de plumas de quetzal que denota su noble alcurnia.

 

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Manuscrito del aperreamiento,

Mex 374, Biblioteca Nacional de Francia, París

 

 

Contados de arriba hacia abajo, el tercero, cuarto y quinto son los collomochcas ya condenados, Quauhitzcuintzin, con el símbolo de su nombre atrás de su cabeza, un itzcuintli o perro mesoamericano, Itzcouamani con una barra adosada de navajas de obsidiana como apelativo y Couapixqui, luciendo la simbólica serpiente que lo identificaba. Mártires collomochca todos ellos, quienes derramaron su sangre en defensa de su cultura ancestral, su libertad y su dignidad señorial.

En el mismo Coyoacán, Cortés concedió temporalmente al conquistador Andrés de Tapia el trabajo de los indios cholultecas, así como los productos y cosechas que le debieron pagar por siempre al Rey de España como tributo por derecho de conquista. De esta manera, Tapia fue la primera figura de autoridad española en la ciudad de Cholula al ser nombrado su primer encomendero, en nombre de la Corona y en recompensa por haber sido un esforzado soldado en la toma de Tenochtitlan En la parte inferior izquierda de la misma imagen vemos a Tapia vestido en color carmesí y sombrero negro con pluma, en el momento de condenar a la horca al cacique heredero del señorío de Cholula, Temetzin (“señor maguey de piedra”), justamente por no cumplir con el plazo para entregar las desmedidas cargas que exigía de tributo.

Un evento crucial en la historia de Cholula, de sus barrios y de toda la Nueva España (nombre con el que se incorporó todo el territorio mesoamericano al imperio español) sucedió al año siguiente. En 1524, los primeros doce frailes franciscanos desembarcaron en Veracruz con la autorización del Papa para iniciar la titánica misión de evangelizar a la millonaria población aborigen de Mesoamérica y arrancarla de las garras de quien, a  entender de los religiosos, los tenía engañados: el Demonio. Para ello primero había de salvar a los aborígenes de su gran mortandad inducida por las enfermedades virales traídas de Europa y, más reprochable, por los malos tratos a los que estaba siendo sometida.

Al encomendero Andrés Tapia le siguieron otros dos españoles beneficiados con la mano de obra y los productos de los indios cholultecas a su voluntad, los cuales encontraron en los frailes una fuerte oposición que intentó contener la explotación de los indios. Empero, sólo en 1531 el Rey de España abolió la encomienda en la provincia de Cholula, retomando su plena soberanía sobre sus indios y recuperar sus tributos. Para ello se erigió un Corregimiento, juzgado gobernado por un representante del poder real. El primer corregidor de la provincia fue Don Hernando de Elgueta.

Esa década de 1530 sería tiempo de grandes cambios. Con el afán de ejercer un control eficaz de todo el valle del Atoyac, completamente habitado por miles de indígenas vistos como enorme reserva de fuerza de trabajo y de potenciales conversos al cristianismo, los franciscanos y la Segunda Real Audiencia de la Nueva España se esforzaron por establecer ahí una sede eminentemente española. Aunque en un principio a Cortés se le cruzó por la mente fundar en la ciudad indígena de Cholula ese principal asiento del poder español para aprovechar su clima templado, la gran fertilidad de sus tierras y sus abundantes recursos acuíferos, su deseo se frustró cuando, finalmente, se decidió no afectar el asentamiento cholulteca y establecer el enclave español en otro sitio libre de ocupación nativa.

Con ese objetivo, el antiguo territorio del señorío de Cholollan fue, ésta vez sí efectivamente, cercenado casi a la mitad de su extensión original al despojarlo de una inmensa llanura al este del río Atoyac, ahora la frontera natural oriental impuesta a la provincia cholulteca. En 1531, por cédula real se fundó sobre esa planicie la ciudad de la Puebla de Los Ángeles, la cual se comenzó a levantar con mano de obra indígena, principalmente cholulteca y tlaxcalteca, elevada al año siguiente al título de ciudad Noble y muy leal por el rey Carlos I, bajo el patrocinio de San Miguel Arcángel y colmada de privilegios.

El centro urbano exclusivamente español fungió como eslabón estratégico en el comercio ultramarino con España y sede de un poderoso cabildo español, cuya oligarquía fue mermando las tierras y aguas de la provincia cholulteca y de toda la comarca para establecer sus empresas agro-ganaderas y molinos. Las primeras tierras afectadas fueron las que se localizaban junto al río Atoyac, como las de los collomochca, muy fértiles al ser bañadas por los ríos Ahuehuetl y Tlamiztepec que fluían al curso madre del río Atoyac.

En cuanto a la evangelización indígena, dado el arduo trabajo doctrinal de pocos frailes en la vastedad del espacio novohispano y su millonaria población, se implantó en la provincia cholulteca, hasta 1529, una doctrina franciscana consagrada a San Gabriel en conmemoración a la toma de Cholula en el día festivo de este Santo Arcángel, advocación que daría nombre a la ciudad entera de San Gabriel Cholula. Primero un templo rústico y provisional fue levantado, siendo fray Alonso Juárez el primer guardián de la orden franciscana en Cholula. Ya después de muchas dificultades, fue hasta 1549 que se colocó la primera piedra de lo que llegaría a ser el majestuoso templo conventual de San Gabriel con estilo renacentista y aspecto de fortaleza militar inexpugnable. El monumental templo fue concluido y bendecido sólo tres años después, tras lo cual se estableció una red de visitas eclesiásticas en toda la provincia, Con este fin, se fundaron varios “pueblos de indios”, con iglesias donde recibir periódicamente los santos sacramentos, en las aldeas que los caciques de Cholula habían creado para sus serviles campesinos sobre sus tierras de señorío, dotándolos de tierras comunales de cultivo.

Pronto llegó el momento en que la Corona impusiera su soberanía absoluta sobre todos sus vasallos indígenas por igual, sin hacer distinción de calidades sociales o estamentos. El 27 de octubre de 1537, el emperador Carlos I firmó en Valladolid la real cédula donde concedió a los cholultecas la elección de un gobernador indio, así como alcaldes, regidores y demás oficiales de república de naturales para hacer su ayuntamiento autónomo a la manera española. A través de este órgano de gobierno, los cholultecas administrarían la justicia entre ellos, procurarían buen gobierno y aplicarían las leyes que mantuvieran el orden entre los naturales. Al nuevo cabildo se le concedieron solares urbanos y parcelas para repartir entre los indios del común, así como extensos ejidos de comunidad “a una legua de su iglesia por cada viento”, además de las aguas que bajaban de la sierra nevada, pastizales y sementeras para el tributo y el sostén de las iglesias.  

El máximo oficio de gobernador debía durar sólo dos años y efectuar nuevas elecciones, alternando el cargo entre los caciques de las seis cabeceras. Aun cuando fue condición que los oficios del cabildo se ocuparan por miembros de familias nobles, la nueva institución ponía fin de un plumazo al gobierno señorial que las dinastías de origen prehispánico siguieron ejerciendo sobre el pueblo cholulteca. Ya fue caduca la necesidad temporal de conservarlos como mediadores entre la sociedad indígena y la española para promover la total pacificación de sus regiones, responder por la recolección de los tributos y servir como ejemplos de devoción cristiana.

Para socavar los privilegios señoriales de los caciques, el nuevo ayuntamiento de corte municipal rompió con la antigua costumbre de heredar el gobierno de padres a hijos, de ejercerlo de por vida y de transmitirlo a los descendientes. Como consecuencia, los dirigentes señoriales o tlatoque de cada cabecera fueron convertidos en meros funcionarios del cabildo. Así, por ejemplo, en 1553 vemos al cacique de la cabecera de San Andrés, don Juan de Salamanca, ocupar la función de regidor.

En compensación a esta pérdida de autoridad del señorío cholulteca, en la misma cédula la Corona otorgó el título de Noble y Leal Ciudad del Rey a Cholula bajo el título de San Pedro, honrándola también con un honorífico escudo de armas. Poco tiempo después y por solicitud de los caciques principales de Cholula en recuperar el patrocinio original de la ciudad, la Reina Isabel de Portugal, en ausencia de Carlos I, otorgó de nuevo la advocación de San Gabriel como patrón de ella.

En el transcurso de esa crucial década de 1530, y seguramente bajo el incentivo de los propios frailes, se restauró la traza reticular de la ciudad prehispánica, la cual coincidía con la cuadrícula urbanística española. Esto dio paso a la demolición de las ruinas del centro ceremonial para despejar una extensa plaza de armas dedicada al rey de España. En el marco de esta remodelación fue que se fundaron seis cabeceras indígenas con sus iglesias bajo la advocación de santos patrones del santoral católico, en sustitución de las casas señoriales o tecpan como nuevas identidades de autoridad. Estas jurisdicciones siguieron el modelo de los señoríos principales o altépetl del reino tolteca-chichimeca adjuntos al centro ceremonial, convertidos ahora en cabeceras coloniales aún con un gobierno señorial autónomo ejercido por sus linajes nobles de raigambre prehispánica. De esta manera quedó dividida no sólo la ciudad, sino la extensión rural de la provincia entera entre sus respectivos territorios y pueblos sujetos. Las seis cabeceras fueron San Miguel Tianquiznahuac al oriente de la plaza, creada para albergar a los múltiples linajes dedicados al culto religioso que habitaban en el complejo ceremonial y sus inmediaciones, Santiago Mizquitla al norte, San Juan Texpolco al poniente, Santa María Quauhtlan al suroeste, San Pablo Tecama al sur y San Andrés Collomochco al sureste con seis pueblos sujetos: San Bernabé Temoxtitlan (Tetzmoltitlan), San Francisco Acatepec, San Antonio Cacalotepec, San Bernardino Tlaxcalantzinco, Santa Clara Ocoyocan y Santa María Malacatepec, esparcidos en la porción sureste de la provincia en lo que debió corresponder aproximadamente a la demarcación de su señorío antes de la invasión española.

Cada una de dichas parcialidades se integraba, a su vez, por unidades residenciales bajo el esquema de los antiguos calpollis o unidades residenciales familiares o de linaje común. En el caso de San Andrés Collomochco, sus calpollis originales reconocidos fueron: Collomochco Tecpan (casa de gobierno), palabra nahua que indica que esta era la sede de sus autoridades, Quauhco (Coac), Matlaltzinco, Xicotenco, Xaloc (Xalotle), Aquiauac, Tepetitlan y Tlaxcalantzinco, todos con sus nuevas iglesias y ermitas para el culto a sus santos patrones. Todos tenían un alcalde que los representaba en el gobierno de la cabecera y en el cabildo central de San Pedro, como el caso de Pascual Jerónimo, alcalde del barrio de San Juan Aquiauac a mediados del siglo XVII.

Dichos calpollis se componían internamente por diversas unidades residenciales menores de grupos de familias llamados tlaxilacallis. Como ejemplo, entre las partes que constituían a Quauhco en la época colonial se han podido localizar, entre otros, los tlaxilacallis de Quauhco Tenantitlan, Quauhco Coyoquentla o Quauhco Amantecapan, siendo éste último un indicador de la especialidad en plumaria de sus habitantes. Otros nombres de estas unidades menores referían la calidad social de sus familias como el de Collomochco Pillopan, aquel dentro de ese calpolli integrado por familias ennoblecidas (pillis), o Matltazinco Cohuapan formado por indios del común o macehuales.

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Plano de Cholula, Relación geográfica del corregidor Gabriel de Rojas (1581)

Benson Latin American Collection, University of Texas, EUA

 

 

Otro acontecimiento eclesiástico relevante se suscitó cuando el guardián y los demás hermanos del convento de San Gabriel consiguieron en 1557 la autorización de la provincia franciscana del Santo Evangelio, a la que pertenecía Cholula, de fundar un pequeño convento en la cabecera de San Andrés. Instalado originalmente en el barrio de Xicotenco, de esta primera construcción ya no queda rastro. En 1585, cuando se constituye como la primera doctrina separada de la de San Gabriel ya existía un convento más en forma pero aún sin iglesia. Desde un principio fue administrado como vicaría con sólo dos o tres diegüinos descalzos (rama de la orden franciscana) para cubrir la necesidad de extender la palabra de Cristo a la densa población indígena al sur de la provincia y afianzar así su conversión al cristianismo. Una región, ésta, caracterizada por la coexistencia de diversos grupos étnicos además de los collomochca-chichimecas, tales como los descendientes de aquellos olmeca-xicallancas refugiados en esa zona desde su desplazamiento, o como los emparentados con los mixteca-popolloca que los propios collomochca habían trasladado consigo desde el siglo XIId.C.

La historia de esta doctrina sanandreseña dio un nuevo giro insospechado. En 1641, el Obispo de Puebla, don Juan de Palafox y Mendoza, aplicó en todo su Obispado un férreo y sorpresivo mandamiento del rey de España como jefe de la iglesia americana. Obligó a los frailes de las órdenes religiosas a abandonar súbitamente la administración de los sacramentos a sus fieles indios. Dicha misión la venían realizando afuera de sus conventos, en las comunidades que visitaban desde hacía más de ciento veinte años, como un permiso especial en la colonización de estas tierras por falta de clérigos para atender a la millonaria población indígena. Ahora, los frailes tanto del convento de San Gabriel como los del de San Andrés, se veían obligados a encerrarse en sus conventos en una vida contemplativa bajo sus reglas rigurosas, causando desasosiego entre la grey de naturales en medio de impotentes protestas con lágrimas en los ojos. Esta radical medida despojaba a los indios de su paternidad franciscana, pues fueron los frailes quienes no sólo los catequizaron sino les enseñaron artes y oficios, los defendieron y los consolaron en sus males.

El poder episcopal poblano, brazo de la iglesia vaticana, mandó erigir rápidamente sendos templos parroquiales con una mezcla de estilos barroco y churrigueresco. Uno, imponente, en la esquina noroeste de la plaza de armas en la ciudad de Cholula, recuperando para ella a San Pedro, el vicario de Cristo y primer papa de la iglesia católica, como su advocación; otro, igualmente hermoso, en el centro de la cabecera de San Andrés, conservando a este mártir como su santo patrón. La hermandad biológica del apóstol Andrés con el apóstol San Pedro resultó muy conveniente para esta reforma palafoxiana.

Nacía así la parroquia de San Andrés en la cabecera del mismo nombre, ya no con el nombre indígena de Collomochco, sino el de Cholula, conservando a sus seis pueblos sujetos como visitas parroquiales. La doctrina de San Andrés Cholula se puso bajo el cuidado de nativos indios fiscales con la atención espiritual de clérigos seculares, como lo es aún hoy en día.

La fundación de esta parroquia diocesana en la cabecera de San Andrés Cholula reforzó en sus habitantes una cohesión propia, contrapuesta al resto de la población indígena de la ciudad que constituía la feligresía de la parroquia de San Pedro. Con el tiempo, este símbolo religioso de identidad comunitaria traspasó la mera conciencia parroquiana para abarcar las aspiraciones de una independencia política, ahora con respecto al cabildo indio de San Pedro Cholula.

En 1712, los indios de San Andrés presentaron los argumentos que fundamentaban la solicitud de separación de la cabecera de San Andrés, sus caciques e indios principales se quejaban de no tener una representación equitativa en la república indígena de San Pedro. Esto tenía a los dirigentes de la cabecera sanandreseña prácticamente al margen de la gestión municipal. No se ha podido detectar en las fuentes coloniales un sólo caso de gobernador indio proveniente de San Andrés. Además, alegaron que la cabecera contaba con una densa población, extensas tierras de cultivos y pueblos sujetos que aseguraban la suficiente mano de obra para los servicios y las entregas voluminosas de los reales tributos, reivindicando que podrían así ser administrados libremente y entregados en directo a los agentes del rey, sin intermediación, malos tratos y manejos fraudulentos por parte de los calpixques (recolectores) y autoridades fiscales del cabildo central de San Pedro Cholula.

Por último, los separatistas adujeron que tenían, desde hacía muchos años, una parroquia formalmente constituida, decorosamente adornada y con pila bautismal, así como buenas iglesias en cada uno de sus pueblos de visita, eran garantía de una labor doctrinal eficaz sobre toda la región de San Andrés. Todos estos eran argumentos suficientes en un proceso judicial para la creación de una república de indios y su cabildo en los tribunales del virreinato.

Finalmente, después de conformarse con las consultas de su fiscal, el Virrey de Nueva España, Duque de Linares, expidió, en nombre de Su Majestad, la cédula real firmada el 16 de octubre de 1714, concediendo la separación de la cabecera de indios de San Andrés Cholula junto con sólo cuatro de sus seis antiguos pueblos sujetos, Cacalotepec, Tlaxcalatzinco, Ocoyocan y Malacatepec, pues los nativos de San Bernabé Temoxtitlan y de San Francisco Acatepec declararon que “les iba muy bien con el gobernador de la ciudad y darles buen trato”.Con la nueva estructura de gobierno de corte municipal, el Virrey confiaba que “teniendo en todo grande utilidad y especialmente en la paga de tributos y obvenciones eclesiásticas” en adelante los de San Andrés Cholula vivirían en paz con los gobernadores de la ciudad de San Pedro Cholula, a los cuales mandaba hacerles saber esta determinación para que “no se entrometan en cosa alguna con los del pueblo de San Andrés y sus sujetos”. Esta pionera separación en Cholula concretó el fenómeno inaudito de la coexistencia de dos repúblicas indias dentro de una misma traza urbana.

Como resultado de esta fragmentación del cabildo de la ciudad de San Pedro, éste perdía el control de una cuarta parte de los tributos reales entregados por la provincia entera y casi una quinta parte de su territorio. Uno de los beneficios inmediatos de la separación de la antigua cabecera, y ahora ayuntamiento indio autónomo de San Andrés, fue el poder sustraerse de contribuciones que antes la cabecera era obligada a pagar como integrante del gobierno indio central con sede en la ciudad de San Pedro Cholula. Tal fue el caso de las cargas de maíz que en ese tiempo se debían entregar al Marquesado del Valle (señorío de los herederos de Cortés), tributo que, por ende ya no les incumbía a la nueva república.

La separación de San Andrés sentó precedente en la provincia e infundió aliento a otras exitosas campañas de separación. En 1722 se independizaron los pueblos de Santa María Coronango con trece pueblos sujetos al norte de la provincia y Santa Isabel Iztaczoatlan (desde entonces Santa Isabel Cholula) al sur con diez. Posteriormente la haría Santa Clara Ocoyocan con dos.

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Mapa del territorio de Cholula con las fragmentaciones producidas a raíz de su conquista y las repúblicas de indios que se fueron independizando

Tomado de la exposición Cholula en sombras y luces. su conquista y su periodo colonial (DEH/INAH)

 

Aún con su república de indios independiente y autónoma, los habitantes de San Andrés Cholula no dejaron de participar en las grandes solemnidades cívicas y religiosas desarrolladas en la plaza de armas de la traza urbana y en el santuario de la Virgen de los Remedios, espacios festivos y devocionales neutros en lo político y sin ninguna exclusividad racial, donde la población multiétnica pero mayoritariamente indígena de toda la comarca volcaba su entusiasmo y fervor. Los de San Andrés siguieron ofreciendo misas en la cumbre de la pirámide a la milagrosa advocación mariana de los Remedios, cuya imagen continuó visitando la iglesia San Andrés y sus barrios.

Memorable fue, por otra parte, el festejo de cuatro días por el ascenso al trono hispano de Fernando VI de Borbón, realizado en la espaciosa plaza de Cholula el 21 de mayo de 1747. Después de proclamar a viva voz al nuevo rey y arrojar al pueblo puñados de monedas de plata con la efigie del monarca, un solemne desfile se fue abriendo paso entre la expectante multitud reunida en la gran explanada. Encabezó la procesión el mismísimo rey pero representado por un gallardo caballero español, quien venía en un lujoso carruaje pintado con los signos del zodiaco. En medio de ruidosas ovaciones y como boche de oro, ingresó un nutrido contingente de San Andrés Cholula. Un grupo de indios principales traía en hombros unas andas doradas en la que transportaban a un cacique de dicha república, don Marcos de Guevara, quien, sobre un león sobredorado tallado en madera y vestido a la usanza de la realeza tenochca, personificaba al gran emperador Moctezuma para postrarse ante al nuevo rey.

De esta manera, entre las bonanzas y las adversidades propias de la época colonial, la república de naturales de San Andrés Cholula mantuvo en pie la firmeza de su institución municipal por el resto del siglo XVIII, con la reivindicación de su lealtad a la Corona española. Así fue hasta que el tránsito a nuevas épocas de disturbios bélicos anunciaron y consumaron el fin de la Nueva España. Primero transitoriamente, la Constitución liberal de 1812 proclamada en Cádiz durante la ausencia del monarca español ante la invasión de Francia y, después definitivamente, la Constitución federal de 1824 ya alcanzada la independencia con España, ambas cartas magnas elevaron a la república de naturales de San Andrés a la categoría de Municipio Constitucional, prohibiendo la clasificación social de “indios” para referirse a sus autoridades concejiles y a su población nativa en general, por la de “ciudadanos” de la nueva nación mexicana.