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Por: Carlos Figueroa Ibarra

Carlos Figueroa Ibarra es profesor e investigador en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla desde 1980. Ocupa el cargo de coordinador del Posgrado de Sociología del Instituto de Ciencias Sociales  y Humanidades «Alfonso Vélez Pliego» desde el 2008. Sin duda, es uno de los académicos más reconocidos por su especialización en el periodo de la guerra civil guatemalteca (1960-1996). La historia de su familia representa en buena medida la tragedia sufrida por miles de ciudadanos centroamericanos que han luchado por una sociedad democrática, justa e igualitaria.

Nació en la ciudad de Guatemala el día 5 de agosto del año 1952. Hijo de Carlos Alberto Figueroa Castro y Edna Albertina Ibarra Escobedo. En 1954, junto a su familia, se exilió en México tras el derrocamiento del gobierno de Jacobo Arbenz Guzmán. Posteriormente, la familia regresó a Guatemala en 1958, donde permanecería por 12 años. Desde 1970, estudió sociología en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), regresando graduado a su país. En junio de 1980, durante el gobierno del general Fernando Romeo Lucas García, fueron asesinados sus padres, lo que sumado a amenazas de muerte por el Ejército Secreto Anticomunista (ESA) de Guatemala, lo obligaron a fijar su residencia en México. Ingresó como profesor e investigador en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Fue militante del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT) desde 1973 hasta 1984. Desde 1987, realiza estancias cortas en Guatemala que aprovecha para ofrecer cursos cortos o presentar sus trabajos académicos y artículos periodísticos en la prensa de ese país.

 

Ríos Montt y el recurso del miedo.


En el verano del 2012 se publicó la segunda edición corregida y aumentada de mi libro “El recurso del miedo. Estado y terror en Guatemala”. Nacido en el contexto de una tragedia personal, el asesinato de mis padres y de varios amigos, el ser sobreviviente de una lista de muerte del Ejército Secreto Anticomunista, el escribir este libro significó para mí la búsqueda de la paz de la razón. Esto significó el encontrar una explicación fundamentada en la ciencia social con respecto a la gran ola de terror que  anegó en sangre a Guatemala entre 1978 y 1983. La pregunta crucial que se deben hacer todos aquellos que han estudiado y estudiarán  la represión terrorista que ha ejercido el Estado en Guatemala es la siguiente: ¿Por qué motivo Guatemala es el país en donde se observó el genocidio más grande de la América contemporánea?  A partir de la contrarrevolución de 1954 y particularmente entre 1960 y 1996,  150 mil personas fueron ejecutadas extrajudicialmente y 45 mil fueron objeto de  la desaparición forzada. Para un país que pasó durante ese  período de 2 o 3  a aproximadamente 10 millones de habitantes, el genocidio es en términos proporcionales uno de una escala notable. Pero en términos absolutos también lo es. Argentina tuvo aproximadamente 30 mil desaparecidos aunque cierto es que  esta infamia ocurrió en un lapso de unos 5 o 6 años. Comparado con Efraín Ríos Montt, Augusto Pinochet resulta un aprendiz de genocida, pues se calcula que en el peor momento de la dictadura chilena (1973-1976)  fueron asesinados unos 3 mil chilenos.



Durante los 18 meses de gobierno de Efraín Ríos Montt, además de los fusilamientos hechos en el marco de los Tribunales de Fuero Especial, 16 mil guatemaltecos fueron asesinados o desaparecidos y se inició de manera sistemática la política de tierra arrasada que se observó a través de cientos de masacres de aldeas y caseríos indígenas. Pero Ríos Montt no fue un dictador terrorista más. Su proyecto iniciado con el golpe de estado de marzo de 1982 buscaba un viraje en la acción represiva que buscaba darle al Estado guatemalteco una estabilización de largo alcance. Por ello he usado la expresión de que con Ríos Montt el Estado buscó dejar de ser una bestia para convertirse en un centauro, es decir un ente mitad bestia mitad humano. Se buscó combinar el momento más alto de  la represión estatal  en la historia de Guatemala con  reformas que le quitaran sustento político a la insurgencia. Se pretendía una suerte de reforma agraria, una reforma tributaria y diversas formas de búsqueda de soporte de masas para el Estado. Ríos Montt lo expresó de manera lúcida en el momento en que enfrentaba la incomprensión de la clase dominante: “un guatemalteco con hambre es un buen comunista, un guatemalteco sin hambre es un buen anticomunista”.  Al final  el carácter mesiánico del dictador, la guerra que le hizo la propia clase dominante, el descontento en el ejército porque se habían subvertido las jerarquías,  y sus pretensiones continuistas, terminaron por propiciar su derrocamiento en agosto de 1983.

Pero es cierto que lo logrado por Ríos Montt en ese período fue sustancial para pasar al período de los gobiernos civiles. Y justo es decir por ello mismo, que la democracia neoliberal y de baja calidad que hoy vivimos, nació bañada en la sangre que derramó Ríos Montt y después el régimen de Humberto Mejía Víctores. La insurgencia fue derrotada militarmente pero los problemas que la habían hecho surgir se mantuvieron y hoy se expresan en la descomposición social que hoy vive el país. En cuanto al genocida, tuvo un resurgimiento  a través del partido que fundó, el FRG. Logró además mantener  la impunidad a través de sucesivos períodos  como diputado. Hoy su partido camina hacia la extinción la cual se materializará en unas semanas y el general, que pudo haber pasado a la historia como un militar reformista de gran visión estatal, será recordado como el peor de los genocidas en un país de grandes genocidas.



El ocaso del centauro.

Triste es el fin de Efraín Ríos Montt. Su partido se  eclipsó y él será enjuiciado. 



Tal es la reflexión al enterarnos de que a fines de enero de 2013 un juez ha decidido que es imputable de los cargos de genocidio y por tanto junto a quien fuera su director de inteligencia, José Mauricio Rodríguez Sánchez, será llevado a juicio, que ha empezado este pasado martes 19. A sus casi 87 años, el anciano general tendrá que defenderse de  la grave acusación de ser autor intelectual  de la muerte de 1771 indígenas de la etnia Ixil y de 15 masacres efectuadas en la región con el mismo nombre durante el tiempo en que  fue jefe de estado (1982-1983).  La verdad histórica apunta a que  durante  los años de su mandato fueron más las masacres y  las víctimas que las que ahora se le imputan en la disputa  por la verdad jurídica.  Durante el gobierno de Ríos Montt, la política de tierra arrasada, el terror masivo y selectivo, no solamente en el campo sino también en las ciudades, fue llevado en Guatemala a su máxima expresión. No fueron esos años la primera vez en el cual el nombre de Ríos Montt estuvo asociado a hechos represivos de semejante calado. Hay que recordar  que el 28 de mayo de 1973 los periódicos dieron la noticia  de que se había efectuado una masacre de campesinos ladinos en el caserío de Sansirisay, Aldea de Palo Verde en el municipio de Jalapa.  Recuerdo muy bien las fotos del entonces Jefe del Estado mayor del Ejército, General Efraín Ríos Montt, descendiendo del helicóptero  en el cual sobrevoló la zona en donde se había efectuado la masacre.

Este hecho no fue óbice para que  una alianza de fuerzas progresistas encabezada por la Democracia Cristiana y distintas organizaciones socialdemócratas, inclusive militantes del movimiento revolucionario, le dieran su apoyo para la candidatura presidencial de 1974 a través del Frente Nacional de Oposición. Algo deben haber visto en el enérgico general, René de León Schlotter, Manuel Colom Argueta y Alberto Fuentes Mohr para pensar que podría encabezar una candidatura viable de oposición. Éste último fue su compañero de fórmula, dándole a la misma un carácter progresista. Con dicha candidatura, Ríos Montt se estaba rebelando contra la camarilla militar que dominaba al país, la cual junto al general Carlos Arana Osorio había decidido que el próximo presidente sería Kjell Laugerud.  Finalmente esto ocurrió cuando se efectuó el fraude electoral de aquel año. Imposible olvidar el desencanto que causó el general Ríos Montt cuando en lugar de defender dignamente su triunfo aceptó un exilio dorado como agregado militar en España. Ríos Montt finalmente vio cristalizado su sueño presidencial con el golpe de estado de 1982. Pero no encabezaría un gobierno progresista como el que habían soñado los opositores en 1974. En lugar de ello  encabezó  una suerte de modernización estatal convirtiendo a su gobierno en mitad humano (voluntad reformista) y mitad bestia (masacres y terror estatal) que lo llevó a emular al centauro Quirón que evocaría  Maquiavelo en su obra “El Príncipe”.

En 1974 la grandeza tocó  las puertas de Ríos Montt. Otro habría sido su destino si las hubiera abierto. En 1982 sus puertas sonaron nuevamente, esta vez  fue la infamia la que dio los aldabonazos. El general abrió su portón y la dejó entrar. Por ello, un hombre que hubiera podido pasar a la historia como el Líber Seregni de Guatemala (el general uruguayo que construyó el Frente Amplio), finalizó siendo una suerte de Himmler, Göering o Hess, aquellos genocidas nazis  que terminaron sentados en el banquillo de los acusados en los juicios de Nuremberg.

Triste fin el del general. Pudiendo escoger la grandeza, prefirió la ignominia.



Ríos Montt y el genocidio en Guatemala.



El jueves 26 de enero de 2012,  la jueza Primero de Mayor Riesgo, Carol Patricia Flores, después de escuchar las acusaciones de la fiscalía contra el general Efraín Ríos Montt, decidió dictarle una fianza de 500 mil quetzales y arresto domiciliario para poder enfrentar el proceso  que se le sigue por los delitos de genocidio y crímenes contra la humanidad.  Nuevamente como sucedió con Al Capone y como alguna vez lo recordé en relación al proceso contra el coronel Jacobo Esdras Salán (La Hora, 9/9/2010), al general se le está acusando por una parte  mínima de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante su mandato entre marzo de 1982 y agosto de 1983: 11 masacres cometidas en la región ixil del departamento de Quiché durante las cuales murieron 1,771 personas, 1,485 mujeres fueron violadas y 29 mil personas fueron desplazadas de sus pueblos. 

En términos jurídicos y de acuerdo con la Convención Para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio de la ONU, esto es genocidio porque es una acción de liquidación de uno de los cuatro grupos que tipifica el Artículo II de dicha convención: un grupo étnico. También es delito de genocidio porque según la fiscalía cuando familias enteras huyeron hacia las montañas, el ejército impidió que  se le distribuyeran alimentos además de que destruyó los cultivos de los cuales vivían los ixiles. El literal c del artículo II de la convención señala que parte del delito de genocidio es el  “Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial”.  En suma genocidio de acuerdo a la convención  no es solamente  matar parcial o totalmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, sino crear las condiciones de existencia que provoquen su destrucción física parcial o total.

Los genocidas y sus defensores han esgrimido argumentos para contrarrestar la acusación de genocidio. El presidente Pérez Molina  ha repetido: “Lo dije cuando estaba de candidato y lo vuelvo a repetir hoy que estoy de Presidente de la República, es que aquí en Guatemala no hubo genocidio. Se tipifica el genocidio cuando hay un exterminio de una raza por razón de ser una raza. Aquí en Guatemala lo que hubo fue un conflicto armado interno que la guerrilla lo llevó al interior del país y quisieron involucrar a las poblaciones mayas, pero aquí no hubo en ningún momento un exterminio por razón de raza, ustedes pueden chequear los archivos del Ejército y ahí van a encontrar que en un 80 por ciento, o en un 70 por ciento, el Ejército estaba compuesto también por población maya”.  Ya lo he dicho en un artículo anterior: cierto es que en Guatemala el ánimo genocida fue el politicidio (acabar con los comunistas reales o supuestos) y no el etnocidio, pero para llevarlo a cabo, se efectuó el aniquilamiento parcial de Kiche’s, Kakchikeles, Kekchi’s, Ixiles y  otras etnias más.

No es creíble que el general Ríos Montt no tuviera conocimiento directo de los crímenes que se estaban cometiendo en su mandato como ha dicho su abogado defensor Danilo Rodríguez. Ríos Montt fue un ejecutor de un plan trazado por el alto mando del ejército y de ninguna manera fue un títere en manos de dicha cúpula.  Pese a que Juan Luis Font le crea al general (El Periódico, 27/1/2012) el propio Ríos Montt declaró cuando era presidente de facto: “si yo no puedo  controlar al ejército ¿Entonces qué estoy haciendo aquí?”(http://www.youtube.com/results?search_query=si+yo+no+puedo+controlar+Rios). 

También se ha dicho que la defensa del general podría argumentar la vigencia de la Ley de Reconciliación Nacional del 27 de diciembre de 1996, Decreto 145-96, por medio de la cual se declaraba extinción de responsabilidad penal a los delitos cometidos por guerrillas y ejército. Pero se ha dicho también que las amnistías no comprenden los delitos de genocidio, tortura y desaparición forzada.

Confieso que no puedo dejar de sentir pena por el general Efraín Ríos Montt. Pudo haber terminado su vida asociado a generales  de la estirpe del uruguayo Liber Seregni y hoy se le vincula con Hitler. Tuvo la oportunidad histórica en 1974 de llegar a encabezar a un vasto movimiento de reforma democrática después del fraude electoral del que fue víctima por parte de la camarilla militar del momento. En vez de eso, aceptó un exilio dorado como agregado militar, se refugió en el alcoholismo y después en el fundamentalismo protestante. En 1982 los militares golpistas lo fueron a sacar de su casa o de su iglesia para ponerlo al frente del gobierno y se embarcó en la aventura genocida que hoy lo mancha. Los recuentos de desaparecidos y ejecutados en 1982 colocan ese año como la cúspide del terror masivo y selectivo contra el pueblo guatemalteco.

Ríos Montt acaso gane la batalla de la verdad jurídica. Pero la de la verdad histórica hace rato la perdió para siempre.