• Mark Plotkin
  • 08 Agosto 2013
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Por: Mark Plotkin

 

Así arranca la biografía que Wikipedia presenta del botánico al que se considera el padre de la llamada “etnobotánica” en el mundo:

“Richard Evans Schultes (Boston el 12 de enero de 1915 - 10 de abril de 2001) fue un científico estadounidense que se destacó por el estudio de las propiedades farmacológicas de muchas plantas y hongos de uso ritual con propiedades enteogénicas o alucinógenas, especialmente del Amazonas. Se considera que sentó las bases de la etnobotánica moderna. Su trabajo implicó largos trabajos de campo con los pueblos originarios, que fueron definitivos para consolidar su influencia en la Universidad Harvard, donde escribió importantes textos en la materia. Schultes recibió numerosos reconocimientos y condecoraciones como la medalla Linneana de la Sociedad Linneana de Londres en 1992.”

(http://es.wikipedia.org/wiki)

Su historia quedó plasmada en la biografía que Wade Davis escribió y que el FCE publicó en español por primera vez en el año 2004, y revela la experiencia de un hombre transformado por las selvas y los pueblos amazónicos para beneficio del conocimiento científico y de la valoración de la biodiversidad de los bosques tropicales para la vida en el planeta.

Para no ir más lejos, de la mano de los chamanes amazónicos, y por doce años, el profesor Schultes identificó más de 24 mil plantas de la selva amazónica.

El Fondo de Cultura Económica publicó el libro Plantas de los dioses, Orígenes del uso de los alucinógenos, que se puede encontrar en una nueva edición del año 2012.

Esta semblanza de este importante científico fue publicada en la edición No. 31 (Junio-Julio del 2001) de la revista El malpensante:

http://www.elmalpensante.com/index

La semblanza fue escrita por Mark Plotkin, quien es un etnobotánico norteamericano nacido en 1955, explorador botánico en los bosques tropicales y expertos en los llamados bosques húmedos en el mundo.


El malpensante es una revista literaria colombiana que dice de sí misma:

“Desde su fundación en 1996, El Malpensante se ha convertido en uno de los principales referentes culturales de Colombia. Literatura, cine, música, arte, arquitectura, diseño, política. La amplia variedad de lecturas paradójicas contenidas en sus páginas han redefinido para toda una generación de lectores lo que significa “ser malpensante”: una marca de placer literario; una ventana para acceder a miradas particulares y profundas de la cultura; una firma editorial innovadora, una garantía de calidad y credibilidad.”

http://www.elmalpensante.com/index


(Las fotografías que ilustran esta semblanza son tomadas del libro Amazonía perdida, de Wade Evans)

 

A comienzos de los sesenta, cuando la periodista Margaret Kreig decidió escribir un libro sobre los nuevos medicamentos naturales, alguien le comentó: “Si quiere darse gusto, hay una enciclopedia esperándola. Vaya a visitar a Schultes, que trabaja en Harvard. Es una de las personalidades más complejas y fascinantes de nuestros días”.

No quedó decepcionada.


Sólo había visto una fotografía de él, en la que aparecía barbado y con el torso desnudo y los brazos cubiertos de intrincados dibujos, disponiéndose a inhalar por la nariz un polvo narcótico, como parte de un ritual dancístico de los aborígenes yakuna, al noroccidente de la Amazonia. Sin embargo, cuando lo visitó en su despacho de Harvard, en el legendario Museo Botánico, precisamente el día en que se graduaba, lucía ligeramente más “pintoso”, ataviado con su toga doctoral harvardiana de color carmesí y coronado con un birrete rojo oscuro.

            Tales eran los dos mundos en cada uno de los cuales el Dr. Richard Evans Schultes tenía un pie afincado.

            A su esposa le encantaba decirle a quien quisiera oírla que él tenía tres grandes amores en la vida —la Amazonia, Harvard y su familia—, pero que ella jamás intentaría clasificarlas por orden de importancia.

            El Dr. Schultes murió el pasado mes de abril en Boston a la edad de 86 años.

            Aclamado universalmente como “padre de la etnobotánica”, fue pionero en las investigaciones acerca de las relaciones entre las plantas y los pueblos aborígenes de las tres Américas, investigaciones a las que se dedicó durante más de seis décadas. Como estudiante de pregrado estudió la utilización del peyote por parte de ciertos pueblos nativos norteamericanos en Oklahoma, y toda su vida fue un defensor del derecho de los indígenas a emplear dicho cacto a manera de sacramento ritual. Una vez graduado, concentró su investigación en los cultos que recurren a los hongos sagrados en el sur de México, lo que condujo a la síntesis de un novedoso tipo de drogas para el corazón, y pasó casi catorce años en la Amazonia noroccidental trabajando con los chamanes del lugar, en cuya compañía recolectó más de 24.000 especies de plantas nativas, y aprendiendo de ellos.



Quizá su descubrimiento más importante haya sido el yagé, el bejuco de las visiones, una especie sagrada para los chamanes del noroccidente de la Amazonia, que ahora está siendo estudiado en Brasil y Perú en su condición de posible tratamiento para el alcoholismo y la adicción al basuco.





De los cientos de nuevas especies por él descubiertas, más de 120 fueron bautizadas con su nombre, lo que constituye una demostración de la gran estima con que contaba entre sus colegas botánicos. Y le encantaba señalarles a los otros miembros de la facultad que más de diez profesores de Harvard habían ganado el Premio Nobel, ¡pero que sólo uno podía jactarse de que una cucaracha de la cuenca del río Amazonas llevara su nombre: la Schultesia amazonica!

            En la Amazonia salió vivo de accidentes de aviación, naufragios de embarcaciones, asaltos de delincuentes y disturbios civiles, y sobrevivió al hambre, a la disentería, al beriberi y a reiteradas recaídas en la malaria; pero no se cansaba de decir que no había tenido la menor aventura en la selva. Vivió y se movilizó con los aborígenes durante años, en ocasiones involucrándose con tribus que jamás habían visto a un hombre blanco. Alguna vez desapareció durante tanto tiempo que sus amigos en Bogotá lo dieron por muerto. Ya estaban organizando un oficio religioso en su memoria cuando reapareció en el Jardín Botánico de dicha ciudad, metiéndoles un buen susto a unos cuantos de sus colegas.

            El Dr. Schultes fue un escritor increíblemente prolífico: publicó más de 450 artículos científicos y diez libros. Su Plantas de los dioses, escrito a cuatro manos con Albert Hofmann, es el mejor libro que se haya publicado jamás acerca de las plantas alucinógenas. Y las fotografías que tomó en la Amazonia noroccidental, publicadas en Donde reinan los dioses y El bejuco del espíritu, son tan espectaculares como las de Ansel Adams, aunque fueron tomadas en condiciones mucho más exigentes.

            Sus escritos, conferencias, fotos y proezas han sido fuente de inspiración para una extraordinaria diversidad de personas, desde biólogos como E. O. Wilson y Tom Lovejoy, y médicos como Andrew Weil y Larry Dossey, hasta escritores como Aldoux Huxley y Alejo Carpentier, y beats como Allen Ginsberg y William Burroughs.

            Es posible que el Dr. Schultes haya sido una especie de aventurero de capa y espada, pero también fue un educador con un corazón de oro. Viajó por todo el mundo para darles conferencias a estudiantes que —como él mismo decía— “no tenían la oportunidad de asistir a Harvard”. Era infaliblemente atento y paciente, y siempre estaba a disposición de los estudiantes, dondequiera que se encontrara. El etnobotánico Christopher Brown, que en algún momento de su vida no fue más que un modesto estudiante de escuela nocturna, aún recuerda vívidamente la primera vez que se le acercó al Gran Hombre: “Discúlpeme, Dr. Schultes, yo sé que está muy ocupado...”.

            Schultes lo paró en seco: “¡Yo nunca estoy muy ocupado para atender a los estudiantes!”.

            Pero quizá su mayor legado sea ambiental. Fue padre fundador del movimiento en pro de la conservación de la selva tropical húmeda y una inacallable voz condenatoria de la destrucción tanto de la selva como de las culturas aborígenes, mucho antes de que la mayoría de la población se diera cuenta de la existencia del problema.







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