• Verónica Mastretta
  • 16 Abril 2014
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Dicen que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, pero creo más bien que tenemos los gobiernos que se nos parecen. La materia prima de la que emanan los gobiernos es la misma. Por eso en cada partido tienen sus buenos, sus regulares, sus malos, sus pésimos y los que de plano pertenecen a la tierra absoluta del mal. Todos son mexicanos, no marcianos, ni importados de otros países. El patrimonio de lo bueno y lo malo no es de ningún  partido en particular ni las mañas tampoco, porque finalmente las formas de hacer política nos vienen muy lejos, de la explosiva mezcla de hacer política de la madre patria española de hace quinientos  años y la muy brusca manera de relacionarse de los pueblos originarios que habitaban lo que hoy es México. En el siglo XX post revolucionario, se consolidó  la marca PRI de hacer política, marca que de una u otra manera toda los partidos conocen, imitan, componen o descomponen de acuerdo al menú de la semana. Por eso  el trasiego de cuadros  va de un lado a otro y el himno de todos los partidos podría ser la canción de Parchís: "hoy soy la ficha roja, hoy soy la ficha azul, hoy yo soy la amarilla, ahora dime ¿qué eres tú? Se esperaba que la reforma política le diera aire a la ciudadanía fuera de los partidos políticos, es decir, que se rompiera el monopolio de los partidos sobre los procesos electorales vía candidaturas ciudadanas viables y se acotara el enorme subsidio que se da a los partidos, de manera que las candidaturas ciudadanas tuvieran capacidad para competir en condiciones equitativas. ¡Poco  de eso pasó! La reforma política no les quitó ni un centavo a los partidos, ni tampoco volvió más riguroso el método mediante el cual  se crea un nuevo partido político, es decir, una nueva sanguijuela. Comparando con mejores sistemas electorales  de otros países, en ninguno de ellos los partidos son mantenidos con recursos fiscales. Tampoco se prohíben, como lo llegó a prohibir nuestro anticonstitucional código electoral anterior, que hubiera candidaturas ciudadanas  independientes de los partidos. En nuestra constitución política vigente desde 1917 quedaban claras las reglas para poder aspirar a un cargo de elección popular, y en ningún lado  se marcaba la obligatoriedad de pertenecer a un partido político. Fueron las leyes secundarias  las que tramposamente ponían el candado de tener que competir siempre por medio de un partido. Jorge Castañeda tuvo muy claro este abuso y desatino anticonstitucional cuando en 2005-2006 se le impidió  competir de manera independiente por la presidencia de la república. Todo el sistema electoral, consejo, partidos y tribunales, cerraron filas para impedir que hubiera extraños en el paraíso.  Castañeda se amparó, combatió el fallo adverso en cortes internacionales en donde finalmente se le dio la razón jurídica;  los partidos y diputados nos prometieron escuchar las voces de muchas  personas que han trabajado a favor de un sistema electoral más moderno y menos atado a las franquicias partidistas. Nos dijeron que  en la reforma habría modificaciones de fondo. Pues en la reforma política aparentemente se quita el candado y se dice a los ciudadanos: "anda, mi pobre angelito,  ve, compite por tu cuenta". ¡Sí, cómo no! Pero a los partidos se les siguen otorgando las participaciones, muchísimo dinero contante y sonante para mantener sus estructuras y pagar las horrendas movilizaciones. La inequidad  es tan grande como lo sería una final de futbol en el estadio Azteca entre un equipo llanero, sin uniformes, sin preparación suficiente y sin  director técnico, contra el América .Ni saliendo dos horas antes a la cancha ganaría el equipo llanero. Así quedó el nuevo código reformado, lo cambiaron  y aprobaron los partidos con toda maña para seguir igual. Seguirán los partidos siendo unos mantenidos, seguirá la mudanza de políticos de un partido a otro, porque fuera de ellos las posibilidades de acceder a un cargo de elección popular son tan remotas como el que yo le gane a Pacquiao sobre el ring. Seguirá la desvinculación y compromiso de los diputados con sus electores, su reelección no dependerá de su buen desempeño en el cargo sino de su complacencia y disciplina hacia los controladores de sus partidos. Por eso ahora las elecciones internas partidistas seguirán siendo encarnizadas. El recién defenestrado presidente del PRI del DF, el hijo del rey de la basura que contrataba edecanes con dinero del partido para que le dieran servicios múltiples de alineación y balanceo sexual, había ganado el cargo en elecciones internas que acabaron a sillazos y con varios priistas opositores en el hospital. El espectáculo de lucha libre que hoy están dando los panistas en su elección interna solo se entiende pensando en el dinero de subsidio partidista que hay de por medio y que permitirá a los candidatos que el grupo ganador designe, ir a elecciones. Ni qué decir de lo que hemos visto en las elecciones internas del PRD durante años, luchas peores que las del coliseo romano en sus épocas de mayor crueldad. El PAN era otro cuando no recibía subsidios. Era un partido con dignidad  y con principios. También lo fue el PRD que fundara Cárdenas, aunque muy poco les duró la civilidad antes de volverse caníbales. Mientras los partidos sigan de mantenidos con el dinero de nuestro IVA, nuestro ISR y demás hierbas, las candidaturas ciudadanas serán solo un primer paso para cruzar  un enorme y ardiente desierto, descalzos y sin cantimplora. ¡Bien por su reforma!, señores diputados de todos los partidos. ¡Sus "institutos políticos" están a salvo por otro rato!

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