• Verónica Mastretta/Vida y milagros
  • 09 Noviembre 2015
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A la memoria de Don Miguel de Cervantes, de cuyo nombre no quiero olvidarme.

 

(La ilustriación de la portadilla es del pintor español Antonio Saura)

 

Dentro de cada uno de nosotros conviven simultáneamente los espíritus de un Quijote y un Sancho Panza, hijos del cerebro y la pluma genial de Miguel de Cervantes.  Creo, para nuestra desgracia, que manda más en nosotros el espíritu de Sancho Panza que el de Don Quijote. Y no es que  no me encante Sancho: es realista, simpático, pragmático, egoísta, comelón y bebedor insaciable, ambicioso, dicharachero y es, además, un ser  regido por la ley del menor esfuerzo. De eso todos tenemos un poco, es parte de la condición humana, esa que nos encierra en nosotros mismos y nos lleva a olvidar el altruismo y la generosidad indispensables para llevarnos mejor. Cervantes lo entendió muy bien y en eso estriba la genialidad de su novela. Supo bien del sano equilibrio que tiene que haber  entre el mundo  pragmático y el mundo del idealismo. Sus dos personajes, el que toca el suelo y el que toca el cielo, simbolizan la dualidad que hay en nosotros. Pero Sancho Panza en su realismo parecería más poderoso. Por eso Cervantes da a luz a su caballero de la triste figura, porque sabe y cuenta muy bien que el mundo necesita "desfacer entuertos”, corrección, solidaridad, amor.

 

 ¿Será porque Sancho pesa  más en nosotros que por eso  privilegiamos nuestros pequeños mundos, nuestros platos de lentejas calientes, nuestro breve círculo familiar, nuestras casas y posesiones, las ambiciones desmedidas y el ego que todo lo acompaña?  Por eso me encanta Don Quijote cuando le dice a Sancho:

 

 "Hay dos maneras de hermosura, la del cuerpo y la del alma, pero son las dotes del alma las que importan, Sancho. ¿Es acaso asunto vano o tiempo malgastado el  que se dedica a vagar por el mundo, no buscando bienes o regalos de él, sino  las dificultades por donde los buenos suben a la inmortalidad? Yo, luchando por mi estrella, voy por la angosta senda de  la caballerosidad y desprecio el dinero, pero no la honra. Y es que Sancho, la virtud es más perseguida por los malos que amada por los buenos."

 

Y es cierto. No amamos lo suficiente la virtud, pero qué tal nos quejamos de los que nos parecen malos. Hace poco me tomé un café con dos amigos: en uno de ellos  hablaba Sancho contundente, pero  intentaba también  aparecer por su boca Don Quijote. Ese amigo  ha tenido que  desfacer recientemente un entuerto que amenazaba con desquebrajarle su tranquila vida. Y lo hizo perfectamente, como lo haría Sancho al ver su chuleta en peligro. Su inteligencia y dotes brillaron en este asunto. Y después, terminado el entuerto, prefiere enterrar a su quijote personal porque no se siente  con ganas de hacerle al héroe en cosas tan sencillas como  buscar un rumbo mejor de ideas y acciones para nuestro vituperado país. Y cuando digo vituperado no culpo a nadie, porque el asunto del abandono y la falta de rumbo del que adolecemos lo cocinamos entre todos. Es más cómodo matar al quijote y dejar crecer la panza de Sancho con hojaldras, jamones y vino. Y nuestros gobiernos mediocres, de los que tanto nos quejamos, no son más que nuestro propio reflejo en el espejo; eso  que vemos es lo que somos capaces de producir como sociedad, nada más, nada menos.

 

¡Que Don Quijote nos inspire, digo yo! Nuestro país necesita, antes que nada, concordia y acuerdos.  Tenemos que lograrlos olvidándonos de cultivar discordias. En todos lados  existen talentos y quijotes. Dejémoslos salir. Me enamoro de Don Quijote cuando dice:

 

"¡Mala cabeza eres Sancho! ¿Por qué nunca olvidas las injurias que una vez te han hecho? Sábete que es de pechos nobles  y generosos no hacer caso a los agravios ¿Qué pie sacaste cojo, qué costilla quebrada, qué cabeza rota o qué heridas justifican que no olvides? Veamos y vayamos para adelante...No nos toca juzgar ni averiguar si los afligidos, encadenados, presos o aquellos a quienes consideramos malos y que encontramos por el camino  están así por sus culpas o por sus gracias. Solo toca ayudar poniendo los ojos en sus penas y no en sus bellaquerías..."

 

 Don Quijote no juzga, solo ayuda; es un ser generoso que un buen día decide  luchar por las causas perdidas, porque no las considera perdidas del todo. Rechaza la cruda realidad que mueve a los demás a cuidar solo de sus personas y se arriesga a abrir su mundo a las tristezas y problemas de los otros. Desde su flaco caballo nos anima e invita a que la locura se apodere de nosotros y nos llama a  salir al mundo a construir la paz y no la guerra, a perdonar en vez de culpar, a construir en lugar de repelar.

 

Yo sé, viendo vivir a muchos que lo saben,  que su sueño no es un sueño imposible. Tan solo revisando la enorme lista de asociaciones civiles que sobreviven luchando por causas tan diversas y complicadas como los son la protección de los niños a los que sus mismos familiares maltratan, el apoyo a ancianos, a ciegos, a la protección del ambiente, a la lucha por la accesibilidad para los  que padecen alguna discapacidad o se aplican a la voluntad de enseñar música a los niños, por nombrar unas cuantas,  sé por eso que el espíritu de Don Quijote vive. Anima saber que son tantas, aunque sean a veces invisibles. Existen, como existió en la mente de Cervantes Don Quijote, sin olvidar el contrapeso  del buen Sancho, que pragmático y todo, bien que lo acompañó en sus causas y sueños aparentemente imposibles. Pensándolo bien, también el tocar tierra es necesario para las buenas causas. Una buena dosis de realidad quizás también ayude a volverlas posibles.

 

Don Quijote,  te invoco para que vivas en nosotros.   Me gustas porque nos ofreces la cordura de sabernos locos en lugar de la locura de querer ser cuerdos. Y te alabo, Sancho, por traer siempre algo de comer en la alforja.

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