• Sergio Mastretta
  • 17 Enero 2013

La dimensión del golpe.

El avance panista. Los resultados del 12 de noviembre son demoledores: con diez de los 26 distritos electorales ganados, los centros urbanos son del PAN –perdió Teziutlán, la ciudad serrana avezada en la alternancia PRI; PAN y PPS, pero ganó Puebla, Tehuacan, Texmelucan, Atlixco, Cholula y Huauchinango – y casi el 50 por ciento de la población total en el estado será gobernada por panistas. Su triunfo en doce de los catorce municipios conurbados que conforma el programa Regional Angelópolis, incluido el de la capital, lo dejan en posición de fuerza inmejorable frente al gobierno de Manuel Bartlett.

La debacle priista. El tricolor perdió cerca del 50 por ciento de los votos obtenidos en la elección federal del 94. Derrotado dos a uno en los seis frentes distritales de la capital, perdió en distritos tradicionalmente amarrados a los grupos caciquiles regionales en Tehuacan, Cholula, Atlixco y Texmelucan y cedió la cabecera de Huauchinango. Salvó el honor y el reducido capital político del gobernador para el tercer trienio al recuperar la panista Teziutlán y conservar el control del Congreso con el voto de los distritos rurales de la mixteca y el centro-norte del estado.

Para el análisis tres reflexiones: sobre la magnitud de la derrota priista como partido de Estado; en torno al avance panista como fuerza política efectiva; y la valoración de la figura política de Manuel Bartlett. El voto anti PRI por la crisis económica fue la explicación básica que encontraron los derrotados. Hubo acuerdo, incluso entre sus críticos, en que la buena campaña del candidato Germán Sierra evitó un desastre mayor. En corto, nunca en público, los priistas reconocieron la extensión del desmoronamiento del partido en sus estructuras corporativas, las contradicciones entre los grupos regionales de poder y sus santones, y su desarticulación respecto del grupo dominante y los hombres del gobernador. Tampoco aceptaron antes de la derrota las consecuencias, a la postre explosivas, del voto condicionado y el proselitismo de Bartlett, ni atendieron a los señalamientos críticos de los grupos sociales afectados por la trayectoria conflictiva del programa Angelópolis. Después del día 12 buscaron chivos expiatorios en “malos gobiernos municipales”, pero tampoco fueron públicos los cuestionamientos a  la eficiencia del equipo de colaboradores del gobernador. Al final, y como condición brutal para la tradición priista, los hombres del sistema no valoraron la realidad de las nuevas reglas del juego democrático que, sobre la inequidad de la competencia electoral, establecen que los votos se cuenta.

El PAN reconoce que muchos de los votos captados en la elección provinieron de los ciudadanos que votaron contra el PRI. Sus oponentes estiman en más del 60 por ciento a esos electores, pero también conceden lo que es una realidad: que los panistas conforman una fuerza organizada y presente en los principales centros urbanos, capaz de haber cubierto con militantes capacitados por primera vez la totalidad de las 1249 casillas en la capital y con la organización para desarrollar una estrategia de campaña que que tuvo en el manejo creativo de los medios de comunicación uno de sus recursos vitales. Cuestionado en un principio por su inexperiencia política, el candidato Gabriel Hinojosa logró al final cohesionar a los grupos panistas rivales y lanzó cables de alianza con grupos tan di símbolos como los conservadores del DHIAC, los empresarios pequeños y micro del Foro de Cambio Empresarial, los campesinos del área rural metropolitana aglutinados en el Comité del Puebla Unido, los dirigentes empresariales de la talla del exdirigente nacional de la Coparmex, Antonio Sánchez Díaz de Rivero o los belicosos y aporreados comerciantes de la organización popular 28 de Octubre. Pero más allá de la capital, y para darle la razón a la explicación PAN cachavoto, los porcentajes del 12 de noviembre son similares y revelan la extensión del desengaño ciudadano posterior al voto por la certidumbre que todavía sostuvo al PRI el 21 de agosto del año pasado.

Qué tanto se jugo su destino Manuel Bartlett el 12 de noviembre? Último de los gobernadores priistas que ha llegado a Puebla desde el centro a partir de 1969 –cuando terminó por desarticularse la fuerza política poblana para imponer mandatarios del grupo gestado en los años treinta por Maximino avila Camacho--. Fue el primero que propuso un programa de gobierno integral para el desarrollo conurbado de la capital fundado en el Estado impulsor de la obra pública como generador de la economía – contradictorio por la urgencia de sus propósitos, la exposición de las ambiciones inmobiliarias, la reacción de los afectados por las expropiaciones y la disputa entre los constructores poblanos y foráneos. Fue también el primero que aceptó en el papel de la ley el control de proceso electoral fuera de las manos del gobierno y el primero que comprometió la figura del gobernante en la defensa pública de los candidatos y programas de su partido, en un embate que convirtió la elección poblana en un asunto nacional, confrontando igual a los dirigentes Castillo Peraza y Muños ledo que a los consejeros Creel y Granados Chapa. Ha sido también el primero de los gobernadores priistas en clamar por una restauración priista contra una política económica de derecha que ha vilipendiado a su partido.

Secretario de Gobernación con el presidente de la Madrid, observó impasible desde el Distrito Federal el inmenso fraude contra los panistas en 1983. Doce años después, fue el primero de los gobernadores en ser derrotado en forma abrumadora por la oposición en las principales ciudades de Puebla.

A su favor: el primero en reconocer la derrota.


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