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Por: Verónica Mastretta

 Este  polvo silencioso, caballeros y damas,

jóvenes y doncellas,

un día fue risa, talentos, suspiros, poder,

vestidos y rizos.

Este quieto lugar fue una vez una alegre mansión estival,

donde las flores  deslumbraron y  las abejas

recorrieron incansables su circuito oriental.

Y un día, todo ello, aparentemente, cesó.

 

Emily Dickinson, poetisa americana (1830-1886)

 

Emily escribió estas líneas en uno de los dos mil poemas escritos por ella y  compendiados en "Poemas de una vida", una vida sencilla y de reclusión, dominada por un estricto padre calvinista. En este poema  parece decirnos que hay algo en el universo que sobrevive a nuestra existencia mortal. Vivir nos deja perplejos, pero más aún la realidad certera de la muerte, que nos espera paciente aunque nosotros no queramos esperar por ella. Observar el mundo  a través de este poema nos recuerda que todo aquello que percibimos por medio de los sentidos, algún día se convertirá en polvo silencioso. Y yo me pregunto si la parte de mí que se está dando cuenta de toda esta vida, perdurará. Todos anhelamos la eternidad. La tocamos cuando nos enamoramos, cuando una grave enfermedad  nos acecha por un tiempo y luego decide dejarnos en paz y podemos vivir por otro rato; la eternidad nos toca cuando el velo  de estrellas que  cubre la noche nos sorprende con su belleza, cuando tiembla la tierra, cuando explota el Popocatépetl, cuando diluvia y se desatan imbatibles las fuerzas de la naturaleza, o cuando muere alguien que fue esencial en nuestras vidas. Es entonces que  anhelamos la idea de eternidad. ¿Esa parte de nosotros que percibe el mundo material  existirá cuando nuestro cuerpo muera? Los científicos dicen que el planeta tiene un suministro limitado de minerales. No hay una fuente externa que  dote al planeta, por ejemplo, de hierro. Dentro de nuestro cuerpo hay hierro, una parte del hierro total que hay en el planeta.  ¿Dónde estaba ese hierro antes de pasar a mi cuerpo y a dónde irá cuando me muera? Cuando salgo a caminar me encanta ver a las hormigas ajetreándose, sobre todo ahora en el otoño y tienen que terminar de abastecerse para el invierno.  Siempre me he preguntado qué hacen las hormigas con las hormigas muertas. ¿Tendrán sentido de eternidad?  Desde nuestra aparente altura, a los humanos nos parecen pequeñas e insignificantes, pero  desde un avión el mundo de los seres humanos se ve tan pequeño y disminuido como yo veo el de las hormigas. ¿El polvo que rodea a un hormiguero fue antes la cola de una lagartija, el brazo de un antiguo poblador de la zona, el ojo de una princesa? Cuando termine nuestro ciclo nos reintegraremos a la tierra, nos reciclaremos, nos transformaremos, como dijo Einstein, porque nada se crea ni se destruye.

¿Y esa parte de nosotros, la  que observa,  desaparecerá también para quedar convertida  en polvo silencioso? Todas las  personas, animales, plantas y cosas, cumplen un ciclo. Ahí están los corralones de chatarra llenos de coches que algún día salieron flamantes de una agencia con un orgulloso dueño al volante. Algún día ese  objeto del que hoy te sientes feliz poseedor habrá cumplido su ciclo. Ese bebé precioso y tierno, ese árbol, esa joven que se afana arreglándose el pelo, también desaparecerán, y pasarán a ser parte de otro ciclo ¿Nuestro observador interno caduca con el proceso de cese que conocemos como "muerte"? ¿Existe un controlador de mando invisible que trasciende las sustancias químicas de las que estamos hechos para subirse con nosotros al carruaje de la inmortalidad? Es interesante aunque inútil pensar en esto, porque lo que es, será, independientemente de lo que uno crea. No se va a modificar lo que es porque  pensemos que puede ser algo distinto. Y sin embargo uno piensa porque existe. Queremos un carruaje que nos lleve a la eternidad, cuando a lo mejor ya estamos instalados en ella. ¿Nuestra esencia nunca nació y nunca morirá? Como soy sumamente curiosa, me gustaría saber si el hierro de mi cuerpo proviene de un montón de chapulines, del cuerpo de un colibrí, de la rueda rota de una carreta del siglo XVIII o de la bala de un cañón, y si en ese hierro algo de sus vivencias he guardado. ¿Será esa una forma de eternidad? ¿O será la que menciona  el poeta español del Siglo de Oro  Francisco de Quevedo en su poema "Amor constante más allá de la muerte"?: 

 "Su cuerpo dejarán, no su cuidado,

 serán ceniza más tendrán sentido,

 polvo serán, mas polvo enamorado."

¿Será el amor que todo lo redime el que nos posibilite ser un polvo u otro? Esa respuesta llegará cuando se detenga ante nosotros el carruaje en el que la posibilidad de la eternidad y nosotros seremos los únicos pasajeros  y nos volvamos el polvo que seremos.