• Óscar Martínez y Efren Lemus
  • 23 Mayo 2013
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Por: Óscar Martínez y Efren Lemus (El Faro.net)

Luego, Anderson definió a Hersh como un periodista “muy famoso y muy mal visto por el poder”, y le lanzó la primera pregunta: “¿Cómo aguantar medio siglo sin ser absorbido por el poder?”. A partir de este momento, Hersh empezó su cátedra de periodismo. Clara, directa, enérgica.

“Estamos rodeados de líderes idiotas, criminales que no nos dicen la verdad”, arrancó. “Nuestro trabajo es exigirles cuentas, no ser amigos de los poderosos. Ellos por su cuenta no lo van a hacer (rendir cuentas). Nuestro trabajo es exigir esas cuentas a esa gente que quiere mandar a mi hijo a morir en una guerra sobre la que no me dicen la verdad”, continuó su discurso que muy probablemente hubiera sonrojado a cualquier diplomático estadounidense.

¿Pero cómo encontrar información cuando el periodista es incómodo para las fuentes oficiales, para los gobernantes que se creen dueños del poder? Hersh reveló a los asistentes una de las claves básicas del periodismo: el cultivo de las fuentes. “Hay personas quienes entran, ingresan (al poder estatal) por querer ser buenos, son leales a la Constitución y yo busco a esa gente”. Esa es la razón, dice Hersh, de que no tiene temor a que las fuentes oficiales le cierren la puerta de un portazo y es esa misma razón por la cual no le preocupa hablar –o escribir- mal de ellos.

Las perlas de lo políticamente incorrecto que Hersh lanzó sacaron suspiros al público, y hasta risas nerviosas. Sobre la lógica militar estadounidense en Vietnam dijo: “¿Por qué molestarse en matar a los enemigos cuando puedes matar civiles?”. Sobre la guerra en Iraq dijo: “¿Nos vamos de Iraq después de lo que hicimos? ¿Me están jodiendo?”. Sobre la intervención estadounidense en los conflictos centroamericanos, y particularmente sobre El Salvador, dijo: “Veo que mi país va en una espiral hacia abajo. Yo tengo amigos que pasaron el (año) 82, 83, 84... hicimos cosas muy malas. Aquí pudimos hacer lo que quisimos. ¿Por qué no están enojados con nosotros?”

 

Seymour “Sy” Hersh (ChicagoIllinoisEE. UU.8 de abril de 1937) es un periodista estadounidense. El mayor impulso en su profesión lo debe a sus notas con denuncias de La masacre de My Lai (1969), en Vietnam.n el diario St. Louis Post Dispatch, reveló La masacre de My Lai, en notas publicadas los días 13; 20 y 25 de noviembre de 1969. En The New York Times, exhibió las actividades secretas e ilícitas de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en la década de 1970.

Hacia fin de siglo, destapó las maniobras de Israel para hacerse de armas nucleares.En 2001, ventiló acciones militares del Pentágono sobre Afganistán.Hacia marzo de 2003, a través de la revista New Yorker, denunció que Richard Perle (director de la Junta para la Programación de la defensa del Pentágono), había aprovechado la guerra en Medio Oriente para beneficio propio.

Al año siguiente, también en New Yorker, generó un escándalo mundial al revelar las torturas contra iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib. Siguió la pista hasta llegar al secretario (ministro) de Defensa, Donald Rumsfeld y la Casa Blanca.

(Tomado de Wikipedia)

Un Hersh tranquilo, cómodo ante el auditorio, capaz de detener el relato de los horrores para bromear sobre su capacidad de hablar y hablar y ahondar en detalles como si todo hubiera ocurrido ayer –“¿Ya han tenido suficiente por hoy?”-, absorbió al público.

Con esa memoria prodigiosa, el periodista que anunció con dos años de anticipación la invasión a Iraq de marzo de 2003, el premio Pulitzer, el reportero que trabaja en The New Yorker desde 1993, el que renunció a la prestigiosa agencia Associated Press porque no quisieron publicar su investigación sobre los experimentos estadounidenses con armas biológicas y químicas en diferentes países tercermundistas, rememoró en San Salvador lo que descubrió en Vietnam.

“En una parte del infierno hay un lugar para editores y otro para políticos”. Y luego de rememorar esa eterna disputa entre editores y reporteros, Hersh soltó unas luces para descubrir, para identificar una buena historia: “Quítense del camino de la historia y si es sensacional sale así, cuenten la historia, no la vendan”. Y entonces volvió a recordar detalles de la historia que escribió a finales de la década de los 60, de la masacre de My Lai.

“Todos los niños (soldados estadounidenses) se drogaron. Los oficiales tomaron alcohol y bajo esa combinación se levantaron y fueron a My Lai. Y al llegar encontraron no al enemigo, sino a unas 550 personas comunes, niños, personas desayunando. Todos terminaron en tres fosas, masacrados, incinerados”, dijo.

El relato agobiante, poderoso, continuó y encaminó poco a poco al reportero legendario a las conclusiones con las que quiso cerrar el Foro Centroamericano de Periodismo: “Una madre protegió a su niño adentro de la fosa. El niño salió de la fosa ensangrentado y corrió. Un oficial le disparó en la cabeza. El día siguiente todos dijeron que no pasó nada fuera de lo normal en My Lai”.

Todos, menos el reportero legendario, que durante año y medio persiguió a los oficiales que participaron en la masacre. Habló con negros y latinoamericanos que prefirieron no masacrar aquel día, y se quedaron impávidos ante los que sí masacraron. Conversó con soldados que se dispararon en el pie para que los dejaran salir de aquel infierno. Habló también con soldados que sí dispararon sus fusiles automáticos M1, que sí descargaron las 20 balas de un cargador, y de otro, y de otro, sobre unos cuerpos amontonados en un agujero. Y condujo hasta una granja de pollos cerca de Pearl Harbor para encontrar a Paul Meadlo, un soldado joven que según muchos fue un entusiasta en la masacre, que regresó pronto porque una mina le voló la pierna un día después de masacrar, y que años después admitió públicamente la barbarie; y el reportero legendario escuchó en la granja de pollos a la madre de Meadlo decirle: “Les di a un buen muchacho y me devolvieron a un asesino”.

Cuando terminó, cuando el reportero legendario tuvo su historia, le costó encontrar quién la publicara, pero lo hizo, y en la semana de las publicaciones, más de 50 portadas en el mundo hablaron de la masacre de My Lai, de lo que hizo el ejército, del teniente Calley, del desorientado Meadlo, de la mentira de la guerra buena.

El auditorio del museo que se mantuvo impávido durante toda la alocución de Hersh escuchó entonces la conclusión del legendario reportero en forma de pregunta retórica:

—¿Cómo no querer ser periodista? Podemos hacer un tremendo bien si perseguimos la historia. No puedes obligarlos (a los líderes) a hacer lo correcto, pero puedes hacerles muy difícil, lo más que puedas, hacer lo incorrecto.

Eso sí, solo hay una forma de lograrlo, dijo Hersh:

—Debes salir a perseguir la historia como un animal rabioso.

Y esa historia se debe buscar, dijo Hersh, sin desprenderse de los principios de la moral y de la imperiosa necesidad de que un periodista tenga conocimiento de los hechos noticiosos que informará a su público. “Soy de la vieja escuela de lo moral, creo en lo bueno y en lo malo (…) Primero hay que leer antes de escribir, leer periódicos, leer artículos, prestar atención al mundo”.

La noche del sábado 18 de mayo en San Salvador, Hersh fue una inyección de energía para muchos, unas ganas de seguir, y quizá de perseguir la historia como animales rabiosos.

 

La masacre de My Lai según la crónica de Symour Hersh:



En el libro Grandes crónicas periodísticas (Editorial Comunicarte, Argentina 2008), la autora Graciela Pedraza dice de lo ocurrido en My Lay:

 “El 16 de marzo de 1968, soldados estadounidenses de la Compañía C de la Fuerza de Tareas Barker habían asaltado el caserío de My Lai, que formaba parte del pueblo de Song My, una zona donde era fuerte el vietcong. Campos minados y emboscadas habían producido bajas entre los invasores, que tomaron brutal revancha sobre una población integrada por niños, mujeres y ancianos”.

Y reproduce algunos párrafos del reportaje publicado en noviembre de 1969:

  “Ninguno de los entrevistados sobre el incidente negó que se hubiera disparado sobre mujeres y niños. Lo que los asombraba era que la historia llegara recién a la prensa”.

Del campo abierto llegamos a la aldea y alguien encontró a un tipo. Estaba tirado en un cobertizo, asustado y acurrucado. El soldado dijo, ‘ahí hay un sucio’ y preguntó qué hacer con él. Mitchell dijo ‘mátalo’, y lo hizo. El hombre estaba parado y movía los brazos cuando lo mataron. Entramos a ese cobertizo y no podíamos abrir una puerta”. Meadlo cuenta que la tiró abajo y “encontré un viejo temblando. Encontré uno, les dije, y Mitchell me ordenó que lo matara. Fue el primero al que maté. Estaba escondiéndose en una piragua, movía su cabeza y sacudía los brazos, trataba de decirme que no lo matara”.3

    Galería fotográfica utilizada en la investigación de la masacre de My Lai 16 de marzo de 1968

http://www.pbs.org/wgbh
/americanexperience/features/
photo-gallery/mylai-massacre-evidence/

 




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