• Sergio Mastretta
  • 26 Noviembre 2015
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Noviembre de 1995 es el mes de la  Derrota de Bartlett, pero sobre todo de la derrota del partido de estado por primera vez en la historia de Puebla. Hace veinte años.

El triunfo del PAN en las elecciones municipales.

 

Dos imágenes dominicales para entender los nuevos tiempos poblanos, los de la derrota del viejo aparato de Estado que no logró contrarrestar en las urnas democráticas el desengaño ciudadano ante la crisis económica, las contradicciones entre los grupos de poder priista y la avanzada nacional panista:

 

 

Domingo 5 de noviembre de 1995

 

 Al mediodía, cierre de dos meses de campaña del gobernador proselitista: Manuel Bartlett acaba de inaugurar el primer tramo del Anillo Periférico Ecológico –eje fundamental del programa Angelópolis, su proyecto, el primero “integral”, multimillonario y conflictivo, presentado por un gobierno priista en la historia poblana--, y ahora enfrenta a una masa de 40 mil fanáticos que hierve en la llanura al sur de la ciudad a la espera de Bronco Superbronco, y que ha llegado en camiones dispuestos sin costo por el gobierno. Nunca se reunió en esta campaña, ni en todas las pasadas en la historia del PRI poblano tal cantidad de personas. En la catarsis del Estado que no ha acabado de ser omnipotente, el gobernador apuesta al voto popular priista, y sí, inaugura obras a empellones y crea en la coyuntura 44 mil empleos fugaces, y si afirma a quien lo escuche que no habrá cohabitación con los panistas es por su convencimiento en que las cosas han cambiado pero no tanto. Así exclama treinta segundos antes de que Bronco arranque con su que no quede huella que no que no ante la multitud que le dará la espalda una semana después:

 

Hoy es un día de fiesta para Puebla –grita Manuel Bartlett--, hemos puesto en marcha casi cien kilómetros de vialidades, agua para las colonias populares... Todo eso para que sigamos juntos unidos en la justicia social...”

 

A la misma hora, en un hotel de la capital, los empresarios dirigentes de la Coparmex, Canaco, Canacintra y Consejo Coordinador Empresarial declaran la guerra y dan a conocer las cifras demoledoras de una encuesta patrocinada por ellos y elaborada por el CEO  de la Universidad de Guadalajara, que le dan ventaja de quince puntos (48 contra 33) al PAN  sobre el PRI en las preferencias de la ciudadanía. A la manera de los sandinistas en 1990, no lo creerá el gobernador, ni Germán Sierra su candidato, ni sus estrategas, ni los sesudos analistas de la política.

 

 

 

Domingo 12 de noviembre de 1995

 

 

También al mediodía. El gobernador Bartlett enfrenta la decisión de la masa de votantes que le presenta el rector José Doger con información de su Centro de Estudios Estratégicos de la UAP. Fresquecita, la encuesta de salida de casilla pone al PAN arriba con 51 puntos, y su partido apenas araña los 34. A esa hora, el CEO y los empresarios tienen en la mano estadísticas similares que darán a conocer a las 18.30. La debacle del PRI en la capital se confirma con los números iguales y fríos arrojados por la empresa Harris, contratada, al parecer, por el propio gobierno estatal.

 

Ya no es tiempo de creer o no. El Estado está derrotado: imposible sacar de la manga 45 mil votos para revertir la derrota histórica del PRI en una entidad que le ha dado a los últimos presidentes Salinas y Zedillo entre ochocientos mil y un millón de votos en las reñidísimas elecciones de 88 y 94.

 

El golpe es estrepitoso: Puebla dejó de ser un voto cautivo.

 

La dimensión del golpe.

 

El avance panista. Los resultados del 12 de noviembre son demoledores: con diez de los 26 distritos electorales ganados, los centros urbanos son del PAN –perdió Teziutlán, la ciudad serrana avezada en la alternancia PRI; PAN y PPS, pero ganó Puebla, Tehuacan, Texmelucan, Atlixco, Cholula y Huauchinango – y casi el 50 por ciento de la población total en el estado será gobernada por panistas. Su triunfo en doce de los catorce municipios conurbados que conforma el programa Regional Angelópolis, incluido el de la capital, lo dejan en posición de fuerza inmejorable frente al gobierno de Manuel Bartlett.

 

La debacle priista. El tricolor perdió cerca del 50 por ciento de los votos obtenido en la elección federal del 94. Derrotado dos a uno en los seis frentes distritales de la capital, perdió en distritos tradicionalmente amarrados a los grupos caciquiles regionales en Tehuacan, Cholula, Atlixco y Texmelucan y cedió la cabecera de Huauchinango. Salvó el honor y el reducido capital político del gobernador para el tercer trienio al recuperar la panista Teziutlán y conservar el control del Congreso con el voto de los distritos rurales de la mixteca y el centro-norte del estado.

 

Para el análisis tres reflexiones:

 

Sobre la magnitud de la derrota priista como partido de Estado; en torno al avance panista como fuerza política efectiva; y la valoración de la figura política de Manuel Bartlett.

 

El voto anti PRI por la crisis económica fue la explicación básica que encontraron los derrotados. Hubo acuerdo, incluso entre sus críticos, en que la buena campaña del candidato Germán Sierra evitó un desastre mayor. En corto, nunca en público, los priistas reconocieron la extensión del desmoronamiento del partido en sus estructuras corporativas, las contradicciones entre los grupos regionales de poder y sus santones, y su desarticulación respecto del grupo dominante y los hombres del gobernador. Tampoco aceptaron antes de la derrota las consecuencias, a la postre explosivas, del voto condicionado y el proselitismo de Bartlett, ni atendieron a los señalamientos críticos de los grupos sociales afectados por la trayectoria conflictiva del programa Ángelopolis. Después del día 12 buscaron chivos expiatorios en “malos gobiernos municipales”, pero tampoco fueron públicos los cuestionamientos a  la eficiencia del equipo de colaboradores del gobernador. Al final, y como condición brutal para la tradición priista, los hombres del sistema no valoraron la realidad de las nuevas reglas del juego democrático que, sobre la inequidad de la competencia electoral, establecen que los votos ya  se cuentan.

El PAN reconoce que muchos de los votos captados en la elección provinieron de los ciudadanos que votaron contra el PRI. Sus oponentes estiman en más del 60 por ciento a esos electores, pero también conceden lo que es una realidad: que los panistas conforman una fuerza organizada y presente en los principales centros urbanos, capaz de haber cubierto con militantes capacitados por primera vez la totalidad de las 1249 casillas en la capital, y con la organización para desarrollar una estrategia de campaña que tuvo en el manejo creativo de los medios de comunicación uno de sus recursos vitales. Cuestionado en un principio por su inexperiencia política, el candidato Gabriel Hinojosa logró al final cohesionar a los grupos panistas rivales y lanzó cables de alianza con grupos tan disímbolos como los conservadores del DHIAC, los empresarios pequeños y micro del Foro de Cambio Empresarial, los campesinos del área rural metropolitana aglutinados en el Comité del Pueblo Unido, los dirigentes empresariales de la talla del exdirigente nacional de la Coparmex, Antonio Sánchez Díaz de Rivera o los belicosos y aporreados comerciantes de la organización popular 28 de Octubre. Pero más allá de la capital, y para darle la razón a la explicación del PAN cachavotos, los porcentajes del 12 de noviembre son similares y revelan la extensión del desengaño ciudadano posterior al voto por la certidumbre que todavía sostuvo al PRI el 21 de agosto del año pasado, cuando el PRI sostuvo la presidencia de la república con Zedillo.

 

¿Qué tanto se jugo su destino Manuel Bartlett el 12 de noviembre?

 

Último de los gobernadores priistas que ha llegado a Puebla desde el centro a partir de 1969 –cuando terminó por desarticularse la fuerza política poblana para imponer mandatarios del grupo gestado en los años treinta por Maximino Ávila Camacho--. Fue el primero que propuso un programa de gobierno integral para el desarrollo conurbado de la capital fundado en el Estado impulsor de la obra pública como generador de la economía – contradictorio por la urgencia de sus propósitos, la exposición de las ambiciones inmobiliarias, la reacción de los afectados por las expropiaciones y la disputa entre los constructores poblanos y foráneos. Fue también el primero que aceptó en el papel de la ley el control de proceso electoral fuera de las manos del gobierno y el primero que comprometió la figura del gobernante en la defensa pública de los candidatos y programas de su partido, en un embate que convirtió la elección poblana en un asunto nacional, confrontando igual a los dirigentes Castillo Peraza y Muñoz ledo que a los consejeros Creel y Granados Chapa. Ha sido también el primero de los gobernadores priistas en clamar por una restauración priista contra una política económica de derecha que ha vilipendiado a su partido.

 

Secretario de Gobernación con el presidente de la Madrid, observó impasible desde el Distrito Federal el inmenso fraude contra los panistas en 1983. Doce años después, fue el primero de los gobernadores en ser derrotado en forma abrumadora por la oposición en las principales ciudades de Puebla.

 

A su favor: el primero en reconocer la derrota.

 

 

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