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Por: Anamaria Ashwell

 Anamaria Ashwell es Maestra en Antropología. Fue maestra fundador, coautora de su primer plan de estudios y primer coordinador de la escuela de Antropología de la BUAP (1980-1982); ha sido investigadora del Instituto de Ciencias desde 1978-2000. Actualmente miembro del Consejo editorial de la Revista Espacios, de la revista Crítica(primera época), Colección de Libros de Filosofía- CIF-ICUAP. Libros, artículos y traducciones varias ha sidopublicados en México y el extranjero. Sus ensayos más recientes se han publicado en la revista Elementos BUAP. Es colaboradora habitual de La Jornada de Oriente.

Nopalucan: El costo ambiental y humano que Audi no ve, con el que lucra CODESA (Construcciones y Desarrollos Inmobiliarios Santa Fe) y el Gobierno del Estado de Puebla permite.

1. Con voz pausada, mostrándonos fotos, un joven vecino de Nopalucan llegó hace algunos meses con miembros del Comité de Defensa del Patrimonio y el Medio Ambiente de Puebla A.C. a explicarnos la destrucción ambiental que la empresa CODESA y el gobierno del estado de Puebla, en beneficio de AUDI y VWAG, estaban provocando en su pueblo.

Nopalucan, que quiere decir lugar de los nopales –nos explicó con voz temblorosa pero firme–  está perdiendo los suelos de la serranía donde se asienta el casco histórico de su comunidad y la de otros pueblos originarios circundantes. Las minas de arena en el cerro de Nopalucan, de donde están extrayendo millones de metros cúbicos de tierra para trasladarlos a la plataforma que construyen para AUDI en San José Chiapa, están creando hoyos de más de 40 metros de profundidad, hasta alcanzar tepetates profundos, removiendo en el aire polvaredas insanas, trasladando tierras que alguna vez dieron maíz y frijol, talando ya más de doscientos árboles, algunos muy antiguos, en un pueblo, dijo, donde yo nací, donde nacieron mis hermanos, primos, mi padre y mi abuelo que aún cultiva maíz y frijol en las laderas. Escuchábamos casi incrédulas su denuncia una geóloga especialista en agua y suelos poblanos, una arquitecta restauradora, una historiadora y yo antropóloga; y con algo de ingenuidad le dijimos: soliciten los estudios de impacto ambiental de SEMARNAT, que autorizó minar esos suelos de su comunidad, para que podamos estudiarlos; así como toda la documentación que puedan obtener  sobre lo que proyectan allí y cómo piensan  restaurarlos. Le sugerimos rescatar documentos de archivos que den cuenta de la antigüedad del asentamiento humano en Nopalucan y Santa María Ixtiyucan y le dirigimos con una colega historiadora especialista en archivos que le podría asesorar; le sugerimos también documentar fotográficamente las piezas arqueológicas que vienen rescatando y que dieran aviso al INAH Puebla del peligro que corría su patrimonio cultural.

Yo me aventuré a decirles: AUDI no puede ser responsable de este saqueo ambiental porque conozco las reglas y leyes que controlan a VWAG al abrir sus armadoras en el extranjero. Son estrictas en términos ambientales porque además no haría sentido: esos coches que se venden en un segmento de lujo tienen que cumplir con exigencias “verdes” y tecnología no contaminante. No podía ser que AUDI se arriesgue a ensamblarlos en un entorno en el cual primero promovieron la destrucción ambiental y cultural de pueblos originarios mexicanos como ha sucedido con compañías que manufacturan prendas de vestir provocando desastres humanos como el sucedido recientemente en Blangadesh.

El joven nos explicó que ya habían ido a las oficinas del INAH pero no pasaron del escritorio de una secretaria del arqueólogo Merlo: “Ella nos dijo que hagamos nosotros la investigación y cuando tuviéramos todo documentado recién entonces el INAH evaluaría nuestra información”. Las oficinas de gobierno, continuó, “no responden a nuestras solicitudes para exponerles el problema y las máquinas avanzan día y noche”. En ese mismo momento, nos dijo, sobre lo que estimaban eran hasta cien hectáreas que los ejidatarios de Santa María vendieron a CODESA, algunos bajo engaños, otros por necesidad, otros presionados, las máquinas se llevaban parte del cerro que colinda con su barrio, San Sebastián. Ya no había nada que pudieran rescatar ni buscar como les pedían en el INAH, porque se habían llevado incluso el camino real que usaban para comunicarse entre los pueblos (ver J. Puga, “Arrasa CODESA con las tierras de cultivo de Nopalucan”; La Jornada de Oriente 10 de junio de 2013, así como “CODESA tiene que reponer la tierra”, La Jornada de Oriente 11 de junio de 2013).

Nada de lo que el joven nos dijo entonces, ni el tono de urgencia que crecientemente teñía sus palabras, nos preparó para lo que casi dos meses después habríamos de constatar nosotros, dos antropólogos y un periodista, cuando nos trasladamos a Nopalucan para investigar su denuncia y conocer su comunidad.

Fue el horror, con toda la carga que Joseph Conrad alguna vez puso en esta exclamación en su magistral relato El corazón de las Tinieblas.

 

2. Nopalucan ya no es el paisaje nopalli o de nopaleras que debió ser en tiempos coloniales cuando recibió su nombre. Ni pertenece administrativamente –aunque sí persiste la cercanía cultural– al actual estado de Tlaxcala a cuyo corregimiento en el siglo XVI fue encomendado. Desde su casco urbano se divisa aún, a lo lejos, reconstruida y pintada en un hermoso amarillo, la hacienda de los Cáceres Ovando, quienes fueron amos y señores en el siglo XVII de todo el valle circundante; y así también del municipio de Nopalucan y sus  actual 176 kilómetros cuadrados colindantes al Sur con Tepeaca y Acatzingo, al Este con Soltepec, Lara Grajales y Mazapiltepec y al Oeste con Acajete.

Hoy Nopalucan, con una población de alrededor de 27 mil lugareños, subidos a 2,460 metros de altitud, es un casco urbanizado rodeado de tierras de labrantío como la mayoría de los pueblos antiguamente campesinos del altiplano mexicano. Cultivan cercanías y rivalidades culturales también con pueblos que forman sus juntas auxiliares como Santa María Ixtiyucan, Rincón de Citlaltépetl, Juan de la Granja y Santa Cruz del Bosque y otras poblaciones de municipios adyacentes como San José Chiapa.



Rodeado de cerros en las faldas inferiores de la Malinche, Nopalucan se distingue por la luminosidad de su paisaje: acentuada por una cordillera montañosa al Sur y cerros al Oeste y un valle que se abre por el sur occidental hacia los Llanos de San Juan (INEGI).

Cuando fuimos a visitar el pueblo los vecinos del barrio de San Sebastián nos recibieron con cajas y costales llenos de pedacería arqueológica que habían recuperado en sus campos y casas. El recibimiento que nos hicieron tenía un mensaje claro: estamos aquí desde tiempos prehispánicos. Un hombre mayor, autodidacta que se dedica a recopilar historias y leyendas de su pueblo como muchos cronistas que los antropólogos hemos conocido en los pueblos a lo largo y ancho de México, nos dijo sonriente pero firme: “Existimos aquí hace mucho tiempo".




Nos invitaron después a reconocer con ellos los bancos de arena que les amenazaban no solo en esa existencia milenaria sino a la manera como se ganaban la vida en un pueblo que describieron como tranquilo y apacible hasta que llegó AUDI. Los vecinos se habían informado y alarmados contaron que lo que resumían con la palabra AUDI eran en realidad abusos cometidos por el gobierno del Estado, las constructoras contratadas (CODESA y la CTM que monopoliza la contratación de los camiones y los trabajadores) y los intereses económicos y políticos de personas que en México, desde hace largo tiempo, lucran impunes con la destrucción ambiental y cultural que afectan derechos ciudadanos y de pueblos ancestrales. Una mujer, dueña de unos terrenos de cultivo colindantes con los bancos de arena nos dijo: “¡Imagínese! cuando hablé a las oficina del gobierno para denunciar que estaban invadiendo y deslavando mi terreno me dijeron que mejor no protestara porque me estaba metiendo con ¡la tercera potencia mundial!”

Acordamos entonces recorrer a pie los campos de cultivo  que a unos pocos más de 500 metros nos acercaba a la cámara que CODESA colocó en el límite de los terrenos ejidales –entre 80 y 100 hectáreas, según pudieron documentar– que compraron a los ejidatarios de Santa María Ixtiyucan. “Así nos espían”, comentó un vecino. 


En el camino nos fuimos ofreciendo información o casi siempre razonamientos desde el sentido común sobre qué se proponían hacer una vez que empezara la temporada de lluvias; porque estaban obstruidas las barrancas naturales y el agua en la superficie y por el subsuelo que se desplaza por los declives de esa orografía cerril desde las montañas  solo se detendría hasta inundar a poblaciones como Lara Grajales y las otras que se encuentran en la parte baja del cerro. Nadie, además, había podido conseguir, a pesar de peticiones por escrito a varias dependencias estatales, alguna información oficial. Pero aunque la hubiéramos conseguido, las justificaciones, omisiones, mentiras, siempre el canto de las sirenas, la habilidad para ocultar ilegalidades, la característica incontinencia verbal de nuestros políticos para permitir atropellos contra el medio ambiente y el desprecio por los derechos de ciudadanos de pueblos como Nopalucan, tenía un historial tan largo como impune en la experiencia de todos.

Cuando llegamos al borde de los terrenos sembrados con maíz y apuntamos nuestros lentes a los lentes de la cámara que colocó allí CODESA, al dirigir la mirada al suelo y al borde que frenó nuestro paso, el colega antropólogo que despistado arribó al final exclamó: ¡En la madre! Resumiendo el sentimiento de todos ante ese hoyo ¡del tamaño del estadio Azteca!, dijo otro, que CODESA abrió hacia el centro de la Tierra. No dábamos crédito ni atestiguando con nuestros propios ojos que lo que veíamos fuera real.

Un vecino de Nopalucan, con dejo triste, nos informó que existían dos hoyos más, igual de extensos, y apuntando con un dedo dirigió nuestra mirada hacia otra ladera del cerro, recientemente deforestado, que correspondían al resto de las hectáreas que CODESA compró a los ejidatarios de Santa María y que se aprestaba a excavar. “Antropóloga”, me dijo quedito, “cuando lo vi me puse a llorar.”


En lo alto, desde las tierras de Nopalucan, ante nuestros ojos se desplegaba lo que podría ser un escenario de una película de ciencia ficción. Y en escena unos alienígenas que habiendo invadido el planeta se adentraban en las entrañas de las laderas sembradas de maíz y frijol en Nopalucan con la insana intención de robarse el mundo.

Desde lo alto esos alienígenas liliputenses que habían adoptado la forma de unos 2,000 camiones (o quizás 2,400 según cifras que obtuvimos de un ingeniero) y varias grúas removían, acumulaban, transportaban tierra en millones de metros cúbicos, ¡millones de metros cúbicos!, por minuto, en turnos que no concluían sino hasta las 4 de la mañana, trabajando como afanosas hormiguitas mecanizadas que hacía meses asistían a su reina madre engordando en otro lugar. Ese otro lugar se divisaba a lo lejos: del otro lado de la carretera a Lara Grajales y en la planicie más allá del casco urbano de San José Chiapa. Allí se detenían los camiones hinchados de tierras nopalences, donde descargaban rápidamente para emprender hambrientos el retorno hacia los cerros de Nopalucan. 

La arena que depositaban sobre 400 a 800 hectáreas (según uno le quiera creer a los también desinformados ingenieros que allí laboraban) se elevaba ya en varios metros sobre antiguos suelos de cultivo y pastoreo en una planicie que antes recibía las aguas que el declive montañoso acumulaba en ese subhúmedo bajo valle.

Se cimentaban así los suelos (nos explicaron unos ingenieros contratados para crear las estructuras del centro de capacitación del personal) para que AUDI pudiera anclar estructuras de hierro porque el suelo arenoso y húmedo que sirvió antes para el pastoreo y cultivo del maíz de temporal no servía para sostener sus naves.

Los camiones portaban ostentosamente letreros de la CTM, el nombre de su poderoso líder de la  central priista en Puebla, Leobardo Soto (ver “Denuncia y Abusos de Leobardo Soto”, El Sol de Puebla, junio 7, 2013; “Reprimidos por pedir trabajo en San José Chiapa”, e-consulta; 06/05/2013) y también uno que decía AUDI, pero sin el logotipo oficial. Cada operador, según pudimos averiguar, recibía en promedio 4 mil pesos semanales, pero le tocaba tragar tierra (“estoy acostumbrado” nos dijo con bravura uno), durmiendo las noches en su camión, comprando sus alimentos en los camiones estacionados en medio de la polvareda que a medida que conversábamos en el lugar nos uniformaba a todos con un color cenizo.

Lo primero que me vino a la cabeza fue: ¿sabrán los sindicalistas de la IG Metal alemana que sus contrapartes sindicalizados, trabajadores de la CTM, son los encargados de destruir el cerro y las tierras de los vecinos de Nopalucan para que VWAG construya sobre suelos compactados su primera fábrica de automóviles de lujo en América? ¿Tendrían idea los de AUDI, los mismos que dejaron anotadas sus visitas en el libro de registro del sacristán de la Iglesia de San José Chiapa, de la catástrofe ambiental que la armadora que tanto les enorgullece provocaba en las laderas de Nopalucan?

Porque los mismos trabajadores que acarreaban la tierra presintieron algo siniestro: entre los operadores de grúas y camiones, así como entre los que les preparan alimentos largo tiempo se ha extendido el miedo. Fue desde aquella noche cuando empezaron a oír insistentes una voz que les decía: “Paren”. Todos interpretaron que podría ocurrir una desgracia. Y cuentan que alcanzaron a ver al “Tenzo” que rondaba las minas de arena. Chaparrito y moreno provocaba que se les apagaran los motores de las grúas y camiones. Pero cuando aparecieron también víboras de varios colores y tamaños por los lugares donde extraían tierra del cerro de Nopalucan, decidieron finalmente dirigirse a sus jefes en CODESA. Éstos, inmediatamente, les construyeron una capillita dedicada a la Virgen de Guadalupe para protegerlos y para asegurarse que no se detengan ni detuvieran la extracción de tierra de los cerros. “Vamos a acabar con el cerro” nos dijo un operador, “y ni así creo que les alcance.” 

3. Pero la desgracia que anunciaba el “Tenzo” estaba ya consumada, y contaminará la vida de los hombres, mujeres y niños que ancestralmente viven es ese ecosistema cerril del entorno de Nopalucan. La ingenuidad o mala fe del alcalde de Nopalucan que piensa que CODESA debe o puede rellenar los hoyos que dejó en los cerros para elevar los suelos húmedos donde se instalará AUDI en san José Chiapa es simplemente absurda. Porque la salvaje extracción de tierras en Nopalucan está dejando cavidades hacia el fondo de la tierra de una magnitud comparable con lo sucedido con algunas minas del carbón en las cimas montañosas de las Apalaches en Estados Unidos (ver en los Anales de The New York Academy of Science, Depratments of Biology; Duke University; University of Maryland for Envirormental Science; Emily S. Bernhardt; Margaret A, Palmer: “The enviromental cost of mountanship mining valley fill operations for aquatic ecosystems of the Central Appalachians”. Pags 39,57. 2011). 

Y allí se han estudiado desde la década de los años 90 la catástrofe ecológica y humana que sucedió por la extracción de tierras y minerales en zonas cerriles que tuvieron afectaciones imposibles de restaurar. En las Apalaches, pobladores, ecologistas,  geólogos y especialistas, por eso mismo, se han querellado legalmente, exigiendo compensaciones por millones dólares, obteniendo apoyo de congresistas y cambios en las leyes de protección ambiental en Estados Unidos. Del sueño guajiro de que iban a progresar, tener trabajos, bienestar e incluso felicidad porque se instalarían minas e industrias extractivas en sus entornos cerriles, los pueblos necesitados de esas fuentes de trabajo con el tiempo despertaron a un amanecer con un  hábitat de cerros y montañas degradados, hostiles, insanos, con inundaciones y deforestaciones que no hubo, ni hay, tecnología o dinero que sirvan para restaurarles algún equilibrio sostenible para las generaciones futuras (ver Shilpi Chotray,“Mountanship Removal Mining: An Overview”.  Sierra Club.  September 2008).

Recientemente, impulsado por las denuncias globales en esos pueblos afectados por extracciones y deforestaciones en zonas cerriles, se consolidó una Iniciativa Global de la Biodiversidad del Suelo integrada por científicos y especialistas de todo el mundo con sede en el Universidad Estatal de Colorado, en Estados Unidos.  Allí se están enfocando las investigaciones en lo que habita en el suelo porque, según declaraciones  de Diana H. Wall, profesora de biología que preside esa iniciativa científica, una cucharadita de tierra puede contener millones de microbios de unos 5 mil tipos diferentes, miles de especies de hongos y protozoarios, nemátodos, ácaros y variedades de termitas. Cada ecosistema, ella nos cuenta, corresponde a un largo tiempo de evolución y el suelo es el que filtra y limpia gran parte del agua que bebemos y del aire que respiramos. Se sabe hoy que el suelo evita enfermedades humanas y encierra curas para padecimientos, pero alterado o contaminado, escarbado, excavado y arrojado a las corrientes de aire, usado para rellenar barrancas naturales y humedales, (o para compactar suelos para la construcción de una fábrica de automóviles de lujo como AUDI, agrego yo) se puede tornar conductor y propagador de enfermedades como la meningitis micótica o el cólera que viven parte de su ciclo en la tierra (ver  “El Riesgo bajo nuestros pies” The New York Times International Weekly. Mayo 8, 2013). ¿Tendrían idea estos que solo lucran o hacen un cálculo en dinero destruyendo el cerro de Nopalucan que ellos están contribuyendo de manera importante a la desertificación creciente de un enorme entorno cerril en el centro del estado de Puebla? ¿Se han dado cuenta que están arrebatando a los nopalenses el suelo donde desde tiempos ancestrales se practican formas de vida más armoniosas y saludables con el medio ambiente?

En México, largo tiempo, científicos en colaboración con instituciones estatales vienen investigando y proponiendo una política ambiental que busca regular la extracción de tierras en zonas montañosas y cerriles, porque hemos vivido consecuencias ecológicas negativas irreversibles, afectando flora y fauna, mantos acuíferos  y provocando inundaciones y deslaves que han resultado en varias tragedias humanas en varios estados de la República Mexicana. La bibliografía de los científicos mexicanos sobre el tema es ya inmensa, pero igual de inmensas son las acciones inconsecuentes de parte de la clase política mexicana y de los que lucran con nuestros suelos, que ignoran o les conviene ignorar que excavaciones de la magnitud que llevan a cabo hoy en las laderas del cerro en Nopalucan afectarán irremediablemente todo este valle bajo de la Malinche, porque están siendo alterados y obstruidas barrancas y una orografía naturalmente evolucionada que desplazaba las aguas desde las montañas altas hacia las laderas y planicies bajas.

Las tierras sembradas que colindan con estos inmensos hoyos en Nopalucan irremediablemente se van deslavar hasta que la capa vegetal erosionada se desplace por completo hacia esos inmensos hoyos que ahora son suelos de tepetates. Las promesas absurdas de empleados de CODESA que  han ofrecido a los nopalenses construirles  un dique de piedra para que eso no suceda (¡tendría que ser de una altura superior a los 40 metros que estiman han excavado!) lo único que provocarían es que se acumulen, contenidos  allí (hasta que con el tiempo se desborden), sedimentos y aguas que la tierra retenía o desplazaba por barrancas en las partes altas y permitía suelos fértiles para la agricultura.

Esto lo saben los vecinos de San Sebastián no porque tienen tradición y sabiduría de campesinos agricultores (que las tienen), sino porque cualquiera que se acerque al lugar, como lo hicimos nosotros, con sentido común llegará a la misma conclusión.

Por eso se han organizado en un Frente de Defensa de las Tierras Nororientales del estado de Puebla y demandan que se detenga la excavación sin avanzar sobre los otros suelos cerriles que adquirieron a ejidatarios preguntándose: ¿Acaso CODESA compró también el subsuelo cuando les compraron sus campos de cultivo a los ejidatarios de Santa María? ¿Cómo fue que pagando los campos pagaron también todo lo que había en el subsuelo de esos terrenos? ¿No es el subsuelo, a cierta profundidad, propiedad de la nación?

Demandan también reforestación intensiva de toda la zona afectada; indemnización personalizada a los propietarios de los terrenos colindantes, pero también por daños a todos los vecinos para invertir en beneficio de la cultura y la vida de los pueblos del municipio de Nopalucan; y alguna respuesta razonable del gobierno del estado sobre los planes que tienen para esas inmensas cavidades. Ellos temen un día amanecer y encontrarse con gigantescos basureros o depósitos de sustancias tóxicas, producto de las industrias que el gobierno poblano dice llegarán por cientos a los alrededores de AUDI y que sacrificarían para siempre la vida sana que llevan en el barrio de San Sebastián a poco más de 500 metros de distancia de ese abismo de prosperidad futurista.

A los directivos de AUDI y VWAG se les va a extender también una invitación para que visiten Nopalucan, el entorno ambiental que se está sacrificando para que ellos tengan su primera fábrica de automóviles de lujo en América; porque todos sabemos que ningún directivo, funcionario o empleado de esa empresa, ni su gobierno e instituciones, menos aún su combativo sindicato que es copartícipe del Consejo de Administración, pueden considerar aceptable o como daño colateral el medio ambiente y la vida de un ancestral pueblo mexicano.