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¿Cuándo la tierra prometida de la modernidad se convierte en un garabato? ¿Qué queda de la imagen de un político trepado en espectaculares cuando su discurso se escurre con el sudor de los ciudadanos en una cola de mediodía en la asoleada banqueta de la Secretaría de Finanzas?

Justo en esa cola, cuando la funcionaria de Licencias anuncia que “está caído el sistema”, uno entiende que la hora y media de sol infame al político le tiene sin cuidado. O dos horas antes, en el intento que has hecho en el CIS, y la jefa de Licencias te dice muy campechana que el trámite te llevará cinco horas.

Entonces para el usuario del político no queda nada, salvo palabras que se escurren al vacío.

Pero esta historia empieza más temprano.

 

Ay modernidad, ya me volviste a dar…

 

A las 6 y media de la mañana del lunes 12 de enero recorro rumbo al centro la 11 Sur. Voy todos los días a dejar a mi hija menor a la escuela. A esta hora ya la ciudad se mueve frenética y los autos se pelean el espacio en los dos carriles que el Metrobús ha dejado para ellos. Dos modernidades, la pública y la privada, en disputa por el territorio de la movilidad; el transporte público nunca ha sido estratégico por aquí --Manuel Bartlett, el modernizador llegado desde el poder central, hizo un arremedo de metrobús hace veinte años--, así que este proyecto parece más serio.

Estratégico, me digo, ¿qué entenderán por ello estos políticos en turno?

Acudo a los anuncios: “con grandes obras Puebla se moderniza”, “Acciones que transforman”. Y a sus declaraciones, apenas ayer domingo cuando reinauguró el túnel de boulevard Atlixco en la fuente de los Frailes: “Obras como esta, con una inversión de 394 millones de pesos, así como la mejora en los indicadores en educación y salud, consolidan un proyecto de largo plazo”.

Así que obras e indicadores. Y deslizadito, el concepto “proyecto de largo plazo”.

Muchas imágenes pasan en un momento en este amanecer: el furor automotriz, la derrota ambiental y el desastre urbano previsible con Audi en San José Chiapa; las obras publicas proyectadas por sus despachos y amarradas a deuda de largo plazo que esconden amarres político- financieros con los grupos de poder en México, como el que escurre en la privatización del agua en la más absoluta oscuridad administrativa, los puentes de la 31  y Cholula, el Museo Internacional Barroco, los constructores del grupo Atlacomulco, el despacho proyectista del arquitecto Bautista, y un montón de etcéteras.

Las imágenes se disuelven en la fronda oscura del Paseo Bravo. Todavía alcanzo a trazar los modos de estos modernos prevaricadores apoderados desde siempre de esto que todavía llamamos sistema político mexicano, con aquella frase histórica de los priistas en el Distrito Federal, “haz obra, que algo sobra”.

Pero esa reflexión no importa ahora. Es muy temprano para tanto desasosiego analítico. Me distrae la imagen de Rafael Moreno Valle en el panel trasero de un autobús en la penumbra matutina, muy bien plantado con el fondo del renovado auditorio en el que dará su informe y para el que de seguro ya tienen un nuevo nombre.

Tomo Reforma hacia el zócalo. Aquí las casonas sobrevivientes al desastre de los cincuentas resisten los efluvios de la modernidad. Las cuadrillas de la compañía privada concesionaria de las luminarias han desmantelado las luces navideñas y han vuelto las viejas farolas hoy azules. Algo hemos avanzado: aquí no llegan los anuncios gubernamentales. Pero yo ya voy sometido por la mercadotecnia: grandes acciones es el slogan, de nuevo un gobernador sueña la gloria para la poblanía. Pero la historia le impone el rostro del negocio al retrato del gobernante en turno, otro más en la serie de nuestras catástrofes modernizadoras: políticos y obra pública, planeación a la oscurita con los despachos de sus compadres, contratos y licitaciones amañadas, ampliaciones de obra que doblan lo proyectado. La lista es larga: el boulevard 5 de mayo, que taponó el río San Francisco en los años sesenta; la caricatura ecológica del Periférico en los noventa; el galerón marinista que sin mayor pena llaman recinto ferial, una joya por generación. Todo cárgalo a la cuenta pública: el teleférico, la rueda de la fortuna, la plataforma de AUDI, el inaudito museo barroco.

6.45.  A esta hora no perdono nada. Es muy temprano para amargar el día, pero en el boulevard del río uno de cada dos camiones trae su imagen. Mercadotecnia a claxonazos. Se me viene entonces encima el culto de la personalidad, la silueta más estricta y engomada para comprender la palabra Estado y su conjugación elemental: ya estoy en el poder y ahora todo lo que sigue es el negocio que tengas que hacer para conservarlo. Ahí está, posesionado de incontables traseros de micros y autobuses, como todos los eneros: el inefable informe del gobernador. Y el contradictorio, absurdo, discurso de la modernidad.

Aburro a mi adormilada preparatoriana, y le suelto: la prueba más irrefutable de que no hay modernización que valga en México está en las campañas publicitarias; los políticos son los tlatoanis de siempre, y tras ellos va su corte arrastrada en su redención; el informe se nos viene encima, una vez más un gobernador abruma a los ciudadanos con una carga de medios que los políticos mexicanos se han asegurado que siga siendo legal; Moreno Valle se cuelga de incontables jilgueros radiofónicos y televisivos, de autobuses, de espectaculares, de ocho columnas de los diarios colgados de los puestos y en 387 mil likes de facebook --esta oportunidad electrónica no la tuvieron Marín, Melquiades, Bartlett, Piña Olaya,  y allá quedaron sumidos en la prehistoria--; Pero en este modo no hay modernidad alguna, se procede como siempre y como en su momento aquellos dinosaurios: carga todo lo que puedas al erario que para eso están las buchacas de los medios de comunicación.

Mi verborrea despierta a mi hija, y discutimos el tema: tenemos meses de observar el avance de la obra del Metrobús, la mecánica arbitraria de las empresas contratistas, lo que van dejando al último, las tapas de atarjeas que la delincuencia ha esfumado, las barreras que obstruyen el paso, la incertidumbre por la inminente prohibición de vueltas a la izquierda --la única medida para someter a los automóviles. Este lunes ambos nos admiramos pues la estación que al llegar al Paseo Bravo, abandonada por semanas, ha surgido en tres días y ahora ya luce su cristalería, aunque le faltan los azulejos laterales. “

Así amanece el lunes 12 de enero. Rumbo a mi intento de canje de licencia.

 

El sistema no resiste una apuesta

 

¿Qué tan moderno es México? ¿O qué da cuenta de nuestro atraso? ¿Cómo puedo medirlo en carne propia? ¿Qué te parece un canje de licencia? ¿O recuperar un acta de nacimiento original, indispensable para reponer la credencial de elector? Me doy cuenta de que soy un ciudadano premoderno decidido a perder un día entero en la comprobación de que el discurso de los políticos se desvanece ante las más elementales necesidades de reconocimiento de mi existencia civil.

Mi licencia caducó hace tres meses. Hace tres elecciones federales que no tengo credencial de elector. No creo en el engaño electoral que mi generación construyó con un esfuerzo patriótico y terco contra la impudicia antidemocrática priista. Creo que los políticos actuales se han apoderado del IFE desde hacer tiempo. No voy a votar en julio. Decididamente no soy un buen ciudadano.

Y no sé  para qué más necesito mi exife.

A las 7.30 de la mañana cometo el error de intentar pagar mi canje de licencia vencida en el portal del gobierno estatal. Media hora después me rindo. El sistema me deja en blanco. Me anoto un punto en mi disputa contra el discurso modernizador. Cruzo una apuesta conmigo mismo: fracasaré en el intento de canje de mi vencida licencia de manejo por la que tardé media hora un día de noviembre de 2009 en el módulo de Plaza Palmas, hoy desaparecido. Y más, tampoco lograré reponer mi acta de nacimiento original, ni mucho menos sacaré mi credencial de elector 03 perdida, por cierto, en uno de tantos trámites burocráticos que he realizado en la última década.

A las 8.30 de la mañana me lanzo al ruedo de la modernidad morenovallista.

 

“Si queremos modernizar al país necesitamos educación”

 

Pero antes me he dado una vuelta por el discurso del modernizador.

¿Y por qué está mal que se anuncie un gobernante?, me digo. Porque lo que hace es su obligación, no tiene por qué presumirlo.

¿Y entonces cómo te enteras de lo que hace el gobierno?

Bien, demos paso a su discurso sobre salud y educación:

Qué dice que ha hecho: transformar al país, transformar la vida de la gente con escuelas, hospitales, puentes, computadoras. Y para eso están las fotografías. Y lo veo retratado frente a los centros de salud y hospitales que han construido o rehabilitado: ahí está el renovado Niño Poblano, los generales de Cuetzalan,  Cholula, Huejotzingo, Tecamachalco, Acatlán, Teziutlán, Tlatlauquitepec y  los integrales de Pahuatlán, Acajete-Tepetzala, Ahuacatlán, Ixcaquixtla, Quimixtlan, Tetela de Ocampo. Y remata con este dicho: que ha construido un centro de salud cada cuatro días en los últimos cuatro años, con un monto en inversión superior a lo invertido en los 25 años anteriores. Nunca es tarde, me digo, para eso está el Estado, y por lo que parece esas inversiones no caen en deuda pública.

Las cuentas educativas las remata con algo que enamora a los políticos mexicanos que molieron asientos en Harvard, los famosos “indicadores” --“puse dos mil y tantos pisos firmes, bienvenidos a la riqueza”--: los videos que encuentro en el portal del gobierno dan una idea: 3 756 escuelas (así, sin más detalle de nombres patrios, grados académicos, lugares), 14 universidades a distancia (lo mismo) y 19 centros escolares rehabilitados (búscalos en la sección amarilla); además entregó 58 mil computadoras y 2 millones 189 mil becas. Así, dice, es como Puebla mejoró veinte lugares en la prueba Enlace.

Trato de entender el gesto publicitario y lo que puede reflejar. Por ejemplo esta foto:


¿Cuántos muchachos con su cartelito reunieron para la foto en el galerón de Marín en los Fuertes? ¿Diez mil? Y sentados. Él en camisola de lana gris, para el contraste con los trajecitos en la primera fila, todo bien pensado por el publicista. Por allá distingo que son 18,709 estudiantes beneficiados por las “becas nacionales”. Supongo que el dinero (198,657,940 pesos) es federal, pero para el culto sirven. Qué bien, me digo nuevamente, para eso está el Estado.

¿Pero es que no entiendo que él es el Estado? Ahí en medio, sentadito, manos a las obras públicas y a las rodillas, está el político que lo contiene: las becas -- y las instituciones--, entonces, sólo existen por la fotografía.



Veamos en detalle la foto de la muchacha en el salón de cómputo: A Gali el publicista solo lo metió por una nariz en el rincón superior de la fotografía; Pepe Alarcón, mi viejo maestro de civismo en la secundaria y el más avezado mapache electoral en la historia moderna de Puebla, es el delegado de la SEP federal, y un exponente fiel de la recomposición del PRI-PAN que ha logrado Moreno Valle; y luego está él, con la imprescindible camisa de cuadros --puedo imaginar el vestidor en Casa Puebla, ¿cuántas piezas cuadriculadas contendrá?, y aunque no lo he visto de guayabera supongo que alguna aparecerá para sus viajes a la huasteca poblana--, concentrado en la pantalla que manipula la muchacha.  ¿Y qué verá en la pantalla? ¿Los indicadores del informe del jueves 15? Nunca lo sabremos,  el interés de la chica con su máus no es de interés del publicista. No hay un nombre, ella es simplemente la representación del objeto indicado, tal número de computadora, tal monto de becas, tantos puntos arriba en la prueba Enlace. Ella tal vez mira su futuro en una tarea de power point, pero eso no le interesa al equipo de comunicación social.

Veamos otra:


¿Qué me dicen? ¿El comunicólogo pasó la prueba en la UDLA? No le quitaron el collar de flores, eso es baño de pueblo, y no habrá necesidad de lavarse las manos. El pequeñín hace su tarea mientras el político cumple a la perfección con las indicaciones del productor. ¿Por qué no vemos lo que ambos miran? ¿Qué pasa por la mente de ese chiquillo? ¿Miran el mismo país? Y de nuevo, no hay un nombre, él es simplemente la representación del objeto indicado, tal número de computadora, tal monto de becas, tantos puntos arriba en la prueba Enlace.

 

Modernidad igual a módulos y sistemas disueltos en una cola

 

No importa que no existan unos y que se caigan otros.

A las 8.45 circulo por la 11 Sur rumbo a la plaza Centro Sur. Hoy amanecí creyendo en el sistema, y ahí, en el portal http://www.puebla.gob.mx/index.php/tramites-y-servicios se afirma que en ese centro comercial hay un módulo de Licencias, y para allá voy, porque he decidido dejar mi mala ciudadanía y circular con toda la legalidad que exige el Reglamento de tránsito que cuesta 50 pesos y que no voy a comprar cuando me lo oferte más tarde un ambulante en el asoleadero de la Secretaría de Finanzas.

En la esquina del periférico el poli de tránsito se desgañita a pitazos. El semáforo es largo, así que entablo amena conversación sobre el Metrobús mientras un tráiler ha embotellado el crucero pues no tiene espacio suficiente para dar la vuelta y entroncar con la lateral del Periférico hacia Cholula:

“Oiga, oficial --le digo al tiro, inmutable él ante el desaguisado trailero--, ¿y ya les informaron cómo van a estar las vueltas ahora que metan a los Rutas?”

“No, mi jefe, nada de nada --responde, y no tengo que darle cuerda--, y ya el ayuntamiento puso demanda por la falta de señalamientos, todos los días hay choques. Y faltan tres días…”

 

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Más allá del Periférico empieza el verdadero sur de la ciudad, un regadero con decenas de colonias y miles de casas tendido hasta el extremo poniente del lago de Valsequillo. Paralelo a la 11 Sur, un par de kilómetros hacia los volcanes, corre el río Atoyac, con Lomas de Angelópolis en la otra ribera. Ahí ya no es el sur. La prueba de que el sistema funciona está en que las vistas y  las Angelópolis, los fraccionamientos, los skycrappers,  los restoranes, los liverpooles,  las universidades, todas están sobre terrenos ejidales y al poniente.

A las 8.50 estoy entrando a la plaza Centro Sur. Soledad mañanera, sólo veo clientela a la espera de que abran el HSBC. Descubro a un poli, que no puede creer en mi ingenuidad:

“¿Módulo de licencias? --sonríe--, hace meses que aquí ya no hay nada, todo se lo llevaron al CIS, vaya para allá, a menos que quiera aprovechar y paga su predial, creo que todavía hay una oficina para pagarlo aquí.”

Lo pienso un instante, no sé si el Ayuntamiento está en rebajas. Pero recuerdo que hoy estoy decidido a volver a ser ciudadano.

“Gracias, poli, me voy pal CIS, seguro que hoy lunes no habrá muchos que quieran sacar su licencia.”

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9.30 en punto. A la medida de la modernidad, la calle Algol, con la construcción a todo tren de la “Elipsis Tower” de 25 pisos y 95 departamentos de  a 25,000 pesos pa’rriba  el metro cuadrado --abusados, tiene alberca, gimnasio, sky view, ludoteca, cancha de padel, salón de fiestas y otras best amenities--, a espaldas del Hospital Puebla y a doscientos metros del Centro Integral de Servicios, tiene un corredor muy mono que corre a dos metros de la cuneta, y desde ahí veo entero el escenario de la construcción de la torre. Hasta aquí encontré lugar de estacionamiento, en esta calle que encierra la Colonia Santa Cruz Guadalupe, a la que efectivamente la expropiación de 1991 le cambió la existencia --y más ahora con el Parque Ribereño--, y ya ni quien se acuerde del muro de piedra llamado entonces “el muro de Verdín”, en alusión al jefe policiaco que arremetió con granaderos y caterpillars contra los avecindados en todos estos terrenos que algún día formaron parte del ejido de San Bernardino Tlaxcalancingo.



Foto Mundo Nuestro

 

Por lo pronto, como no me pude estacionar en el CIS, camino esperanzado de que a nadie se le ocurrirá un día 12 de enero ir a sacar su licencia. Tengo tiempo de analizar en mi camino el significado de centralizar los servicios públicos en dos edificios (el tercero, con el penthouse del gobernador, no atiende al público): no hay espacio que alcance para los coches. El colapso de la vialidad lo prueba la larga fila de autos aparcados en Atlixcáyotl apenas pasas el puente de Angelópolis. El arquitecto Federico Bautista tiene colgado el milagrito de la planificación en render en su oficina invisible dentro del organigrama del gobierno que todavía andan buscando en los sótanos de la Contraloría.

A las 9.45 llego a los módulos del registro civil que están en el sótano del edificio sur del CIS --no, ahí no está la Contraloría--. La cola en la que probaré mi existencia suma unas veinte personas. Sin el acta de nacimiento original no puedo sacar la credencial del extinto IFE --eso lo probé hace unas semanas en el edificio Norte del CIS, justo donde también se expiden las licencias--.  Medito sobre mi suerte y en dos minutos hay cuatro desnaturalizados más tras de mí en la cola. Para el canje de licencia no necesito el acta, así que empiezo a valorar las prioridades del día, consciente de la amenaza que pesa sobre mí como conductor sin licencia y sin verificación en manos de un mordelón armado de su Reglamento, y el riesgo que corro en el Distrito Federal en manos de aquellos gandules polizontes capitalinos. Otro día vendré por el acta de nacimiento. Además, no avancé un milímetro en mis cinco minutos de discernimiento.

Edificio norte del CIS, 9.55. Una fila de cincuenta personas --las cuento-- corre desde las escaleras que bajan desde la explanada. Estoy perdido. No, rápido averiguo que esa cola es la de los ciudadanos que quieren votar, y por lo que veo, sin acta de nacimiento, no será mi caso. Otra cola de solo cinco personas está formada a la entrada de las oficinas. Qué maravilla, es la de Licencias. 


Foto Mundo Nuestro

A las 10.01 recibo mi boletito al paraíso del trámite con el número M141. Mis ojos alertas buscan las pantallas, pero también descubren una galera llena de gente y centenas de ojos en búsqueda de que aparezca su número. Porca miseria (uta madre), ¡van en el M025!

Ni dónde sentarse. Ya estoy aquí, me digo. Y no hay que hacer fila, qué le hace que vayan delante de mí 116 prospectos de licencias. Paciencia. No hay asientos. Demencia, ausencia, inconciencia: 10.10, nueve minutos después de recibir mi boletito la pantalla marca ¡M026! Hago cuentas: nueve por 115 igual a 1035 minutos. ¡Catorce horas! Estoy frito.

Va algo más rápido: a las 10.20 ya vamos en el número M031. Voy por ciento diez. Sigo sin asiento. Saco mi libro, una maravilla de novela sobre el nazi Reinhard Heydrich, el Carnicero de Praga. Soy el único con tal objeto inextinguible. Con ella puedo resistir el día entero en el CIS.  Pero doy vueltas. Descubro a un amigo en la cola del ex IFE. Llegó a las 8.30, y por fin, una hora y cincuenta minutos después llega a recepción. Está feliz, como un náufrago bajo una palmera. La recepcionista revisa sus papeles. Te van a batear, le digo a mi amigo. Qué mal corazón tienes. Es que hoy no soy ciudadano. Sin acta, sin ife, sin licencia, no existo, puedo desear el mal, te van a batear. Casi, pues ha puesto que lleva veinte años en un  domicilio que no corresponde al que tiene su credencial vencida, pero la señorita le da la salida: ponemos que vive ahí desde hace un año. Qué bien, ¿y ya pasa a la fotografía? ¿Cómo cree?, ¿que no ve a todos esos que están ahí sentados?, todos esos van delante de usted. Es que nomás son tres capturistas, y tienen que digitalizar… Mi amigo suspira con su boletito en la mano, al naufrago le dieron su coco pero tendrá que buscar una piedra (su paciencia) para llegar hasta el capturista. Yo voy por 110, le animo.

11.00, cae el número MO45. Estoy jodido. Me acerco al mostrador con las camaritas, en todo este rato no he visto que acción en ninguna. ¿Qué pasa señorita? Es el sistema, algo pasa con el sistema, pero no somos nosotros los de transportes, es el sistema de Finanzas. Caray. El sistema. Sí, puede preguntarle a la licenciada, ella es la jefa. Claro, no soy ciudadano pero soy periodista, y que estoy obligado a hacer una pregunta con sentido: ¿y por qué las colas? La licenciada es delgada, blanca y acicalada, con el cabello negro sobre su espalda y unos tacones de vértigo. Oiga, este es el gobierno de la modernidad --ah, qué tal, periodismo inquisidor--, ¿qué pasa con su sistema? Nada, que entra y sale, algo pasa en Finanzas, es que es nuevo el sistema. Ah, es nuevo. Ya tengo vértigo, me agarro de sus tacones. Oiga, cuánto tiempo le lleva al sistema sacar un canje de licencias, digo, debe haber un promedio. Claro, señor, lo sabemos, cinco horas, hágase a la idea. Cinco horas. Qué moderno sistema, digo, en el 2009, con el abominable marinismo, me tardé treinta minutos, señorita. Es decir, que nos modernizamos para lograr atrasarnos…

Me mira. No sonríe. Hoy no alcanzo indulgencias. Efectivamente, me dice.

Y su compañera: Y por qué no va a Finanzas, de allá nos dicen que no hay tanta fila.

 

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12.04. No me doy por vencido. Seguí el consejo. Dejo atrás el puesto de periódicos en la esquina de Finanzas, 11 Oriente con 22 Sur, creo. ¡Ahí hay una cola! La esperanza revive: si hay cola es que hay sistema. Sí señor, esta es la cola de licencias. ¿Y desde a qué hora llegó? ¿Aquí lleva hora y media? ¿Y cuánto ha avanzado, por ejemplo, desde la cabina de teléfono que tenemos a dos metros. Nada, por eso llevo hora y media, pero mire, ese señor del bigote cano está hablando a la radio. Sí, con el cel en la oreja el hombre habla fuerte para que lo escuchemos los de la cola: sí señor, aquí tenemos a rayo de sol hora y media, no se avanza y nadie explica nada, es una absoluta falta de respeto a los ciudadanos. Está francamente enojado. Es oncólogo, se llama Luis Alfonso. Platicamos: desde que empezó el nuevo gobierno cuesta mucho trabajo cualquier trámite, y este es el tercer día en que intento el canje de mi licencia, y no vayas a verificar porque yo me tardé dos semanas y cuando me dieron cita estuve cinco horas esperando en la línea, aquí en este estado no respetan a sus ciudadanos, nos gobiernan fuereños a los que no les importan los poblanos, no sé por qué nos tratan así.

Qué gusto encontrar tanta conciencia.

13.04. Una hora de sol mortal. El vendedor de reglamentos y yo somos los únicos en esta banqueta que llevamos sombrero, los demás improvisan sombras con fólders o simplemente se asan sin la sabiduría de una biznaga mixteca. Así que la inclemencia se sufre y se espanta dándole la espalda al infierno. La pared es gris. La cola ha sufrido deserciones. Ya no está el doctor Luis Alfonso. Todavía hizo un esfuerzo por encontrar una explicación, y encabezó una expedición al arranque de la fila, en la puerta de la oficina a la que no accedemos pues lo impide un decidido y bigotón policía. Acusa al doctor de estar alterando el orden. Mientras descubro que son cuatro módulos. Y que nada se mueve ahí dentro. Se asoma una señorita. Es la encargada dice. Qué pena, no puede hacer nada. Ella no dispuso que la cola se hiciera en la calle, y nadie pensó en este infernal sol de enero. Qué pena, señor, le dice al doctor. Qué falta de respeto a los ciudadanos, clama  la conciencia cívica. Y una señora: siquiera denos una ficha para venir mañana, ya llevamos aquí dos horas. ¿Fichas?, no aquí no se dan fichas, tengan paciencia, vamos a darles el servicio, pero si no hay sistema pues no podemos hacer nada. Y es que el sistema aquí también es nuevo, es el mismo, el de Finanzas que efectivamente entra y sale. Yo recuerdo que estoy para preguntar: ¿y cuánto se están tardando en el trámite? Cuarenta minutos señor, es que el sistema se está yendo terriblemente por parte de Finanzas.

Rebelión en el desierto. No. Deserción.

 La ciudadanía es una biznaga frita en el jugo de su resistencia.

Foto Mundo Nuestro