• Sergio Mastretta
  • 14 Septiembre 2012
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Por: Sergio Mastretta

El déspota ilustrado

Gobierno en helicóptero el suyo: visita por lo menos dos veces cada uno de los 217 municipios de estado de Puebla en seis años. Ese será su orgullo. Pocas veces llega en coche a una localidad fuera del área natural de la ciudad de Puebla. La ciudad y el territorio desde las alturas, para mirar mejor las mojoneras y el alcance de su ánimo modernizador. Y desde arriba miran todo sus subordinados y sus proyectistas y sus inversionistas invitados, incluida ahí la pomposa Mackenzie, la consultora trasnacional que contrata el ex secretario de Gobernación y que cobra 34 millones de dólares por imaginar para él “la nueva grandeza de Puebla”. En su descargo, Manuel Bartlett puede afirmar que con él regresan a Puebla los capitales públicos y privados que no se veían desde los años del presidente Gustavo Díaz Ordaz. El autoritarismo de Bartlett es al mismo tiempo más burdo y más sofisticado, más inteligente y más abusivo, acaba siendo menos personal y más estructural, no conoce otra manera de llevar adelante una política de Estado. Pero dirá él: tengo una política de Estado.

+ Por fin, súbditos, un plan a la altura de mi figura, digo, de la grandeza de Puebla: El plan de desarrollo Angelópolis. Lo ofrece así en su discurso de bienvenida al alcalde Rafael Cañedo en su toma de posesión, el 15 de febrero de 1993: “Un estado más justo, que no lo es –alcanzo a apuntar que dice en la libreta--, es lo que queremos”. Manuel Bartlett no deja a su auditorio municipal sin oírlo, pero sus palabras se enredan afuera, en la explanada, con el sol, la masa y el pavimento. En los siguientes cuatro años veremos llegar planes y proyectos multimillonarios, con recursos líquidos federales y de empréstitos para organizar y construir la conurbación entre la ciudad y los pueblos cholultecas, con periférico, pozos y ductos de agua, plantas de tratamiento, demarcación territorial para vivienda y desarrollos comerciales, infraestructura vial con troncales principales y secundarias, etc, y planes, planes, planes para todo lo que pueda cargar la palabra modernización: del transporte urbano, de la infraestructura industrial, de la instalación turística y cultural. Y vengan los fideicomisos: Angelópolis, San Francisco. Y, por supuesto, las expropiaciones por causa de utilidad pública: nada más para el centro histórico en la zona del río de San Francisco –nuestro gran proyecto de los sesenta, clausurado para la historia con su ducto de concreto para ocultar las descargas residuales urbanas al río Atoyac--, el proyecto de Bartlett se lleva centenares de casonas antiguas.

+ El desconocimiento de los contratos de Piña Olaya con sus compradores le llevó a Manuel Bartlett una reunión de cinco minutos. “Los que tengan recibos pasen a la caja de Finanzas por su dinero”, les dice a los estirados empresarios textileros, molineros, comerciantes de autos y demás, que ni chistan cuando comprenden que sólo recuperarán la mitad de lo pagado a los funcionarios inmobiliarios del exgobernador guerrerense. Sólo uno frunció las negras cejas mediterráneas: “Yo no devuelvo nada”, dirá después a sus amigos Kamel Nacif, quien semanas después firmará la devolución de las cien hectáreas en Momoxpan desde la cárcel federal a la que ha logrado meterlo Bartlett, en atención a una antigua maña del Estado para poner en orden a un insurrecto.

+ Domingo 5 de noviembre de 1995. Al mediodía, cierre de dos meses de campaña del gobernador proselitista: Manuel Bartlett acaba de inaugurar el primer tramo del Anillo Periférico Ecológico –eje fundamental del programa Angelópolis, su proyecto, el primer integral multimillonario y conflictivo presentado por un gobierno priista en la historia poblana--, y ahora enfrenta a una masa de 40 mil fanáticos que hierve en la llanura al sur de la ciudad a la espera de Bronco superbronco y que ha llegado en camiones dispuestos sin costo por el gobierno. Nunca se reunió en esta campaña, ni en todas las pasadas en la historia del PRI poblano tal cantidad de personas. En la catarsis del Estado que no ha acabado de ser omnipotente, el gobernador apuesta al voto popular priista, y sí inaugura obras a empellones y crea en la coyuntura 44 mil empleos fugaces y afirma a quien lo escuche que no habría cohabitación con los panistas es por su convencimiento en que las cosas han cambiado pero no tanto. Así exclama treinta segundos antes de que Bronco arranque con su que no quede huella que no que no ante la multitud que le dará la espalda una semana después: “hoy es un día de fiesta para Puebla, hemos puesto en marcha casi cien kilómetros de vialidades, agua para las colonias populares... Todo eso para que sigamos juntos unidos en la justicia social...”.

+ 1993, Jesús Hernández Torres se presenta como el operador del proyecto Angelópolis. Nunca se ha visto funcionario alguno que se parezca tanto a un empresario en su porte (alto, bien parecido, trajes de marca) y en su trato: todo tiene sentido, todo tiene arreglo, simplemente no hay obstáculos. Un caballero en los negocios públicos. Es 1994, el gobierno de Bartlett trabaja a todo tren en el desarrollo Angelópolis. Lo más visible, la construcción del arco poniente del que bautizará como “Periférico ecológico”, en el primer carril de su arco poniente –que seguirá así hasta el gobierno de Marín, que construirá el segundo carril entre la autopista a México y la carretera federal a Atlixco--. ¿Pero dónde quedarán los centros comerciales? Contra los planos y los proyectos expropiatorios, todos de 1991, la realidad mercantil de 1993: el detonador imaginado por los desarrolladores de Bartlett ocupa la franja larga de las 110 hectáreas de parque que en el proyecto original de la Federación corrían de oriente a poniente desde el río Atoyac a la altura de la desembocadura del río San Francisco, hasta el boulevard Atlixco, un kilómetro adelante del viejo puente de Las Ánimas. Verónica Mastretta denuncia en la radio el inminente cambio en el uso del suelo. Para las quejas está Hernández Torres: señora, cómo se le ocurre, el gobierno no tiene ninguna intención de cambiar el propósito fundamental del  reordenamiento de la ciudad de Puebla, simplemente es un cambio de lugar, vamos a desarrollar el Parque Metropolitano más al sur, serán 45 hectáreas”. Es más, la invito a recorrer esa zona para que se cerciore de mis palabras. En las semanas que siguen, el gobierno presionará a Puebla Verde para que otorgue su aval como organización civil a la plantación de árboles, pero Verónica se niega a dar un respaldo a cambio del uso del suelo. Con el tiempo, la maquinaria desbroza los campos de labor para demarcar la extensión del primero de los desarrollos comerciales, Angelópolis, de la mano de Liverpool y Cinépolis como empresas ancla; le seguirán Sanborns y Sears, y más tarde El Palacio de Hierro.

Separado del gobierno de Bartlett, Jesús Hernández Torres regresa al Distrito Federal al terminar el tercer año del régimen. Pero el desarrollo va encarrilado. Con Melquiades Morales de gobernador se confirmará la tendencia de evaporación de las zonas verdes y de preservación ecológica.

+ Carlos Peralta aparece como poblano con Manuel Bartlett. Nacido en 1951 en el DF, a este ingeniero lo conocemos no como empresario industrial heredero del emporio IUSA de Alejo Peralta, su padre, sino como inversionista inmobiliario: La Vista Country Club, un fraccionamiento-campo de golf desarrollado sobre 70 hectáreas compradas a particulares colindantes con la línea sur de los territorios expropiados para la Reserva Atlixcáyotl-Quetzalcóatl, también sobre la ribera del río Atoyac. Con la marca de Jack Niclaus –su empresa construye el campo--, La Vista es la perla con la que Bartlett presume el alcance internacional de Angelópolis. “Una vida perfecta”, reza su eslogan. No esconden nada en el portal web del fraccionamiento –“está localizado en la zona de mayor plusvalía y exclusividad de la ciudad”--, salvo los precios de sus lotes. En julio del 2008 ya no hay terrenos disponibles a la venta, pero un condominio en La Vista Towers, valorado en más de cuatro millones de pesos, se ofrece como premio en un torneo de golf por el X aniversario del fraccionamiento. Sufren sus percances, eso sí, como las dermatitis en rostro y brazos que padecen los golfistas en la primera época del club, cuando riegan el pasto con las aguas negras que arrastra el arroyo Zapatero provenientes de Cholula. Contrariedades aparte, por algo vino a Puebla Carlos Peralta: en una de las mayores operaciones nunca explicadas por los gobiernos de Puebla, Manuel Bartlett le otorga a perpetuidad el uso de las 45 hectáreas del llamado Parque Metropolitano. La justificación al público: la instalación de un parque de diversiones que conoceremos después como Valle Fantástico. Nada de esto, ni el fraccionamiento de La Vista Country Club en Puebla, ni el regalo de las 45 hectáreas, forman parte de la semblanza que de este empresario hacen en el portal web de la Fundación Alejo Peralta.

+ El 24 de marzo de 1994, en una medida que tendrá repercusiones intensas en los conflictos por la tierra en los años por venir, el gobernador Manuel Bartlett expide un decreto por el que se declaran como reservas ecológicas los bosques de las montañas Malinche, Iztaccíhuatl, Popocatépetl, los bosques de Flor del Bosque y La Calera en la ciudad de Puebla, así como los cerros Amalucan, Tepeyac, Mendocinas y Totolqueme en el valle de Puebla.

+ 1995. El programa de Manuel Bartlett para el reordenamiento urbano del crecimiento de la ciudad de Puebla incluye una solución al problema de la carencia de agua. Y de nuevo, para resolver problemas están los pueblos campesinos. La historia es vieja: sucesivos gobiernos han fracasado cuando han tratado el tema con ellos, igual con los de Oriental, al norte del estado, que con los de Xoxtla y Texmelucan –en Moyotzingo el gobernador Toxqui en los setenta hasta perforó los pozos--. Pero Manuel Bartlett va por el agua de Nealtican, uno de los pueblos en la ruta de Hernán Cortés, y del que hemos oído hablar por las explosiones del Popócatépetl, en 1994. Los gases lacrimógenos en el Paseo Bravo contra los campesinos, con Mario Marín en la Secretaría de Gobernación y los presos resultantes tras la trifulca como rehenes para la firma del pueblo para aceptar los pozos contra la libertad de sus maridos, son las armas que el gobierno aplica para lograr su cometido.

+ 14 de mayo de 1997, de madrugada. Operativo de la fuerza pública estatal para desalojar a los propietarios que se han opuesto a la expropiación de las casonas en la zona del Paseo de San Francisco. Agustín Ochoa es uno de ellos. Su casa es conocida como Villa Flora, con un torreón que permita imaginar el uso de fortín que tuvo en el XIX, y está sobre el boulevard del río entre la 2 y la 4 Poniente, pegadita al Centro de Convenciones. A las 3 de la mañana los judiciales asaltan la casona y sacan a la fuerza a quienes se han resistido a salir de su propiedad. No hay orden de juez alguna. Simplemente, violencia. Para Agustín, una golpiza; para la casa, el buldócer y la destrucción. Son decenas las casonas desalojadas así por el gobierno: si no aceptas la compra, la expropiación; si no quieres nada, la fuerza pública.

Diez años después, Agustín Ochoa, que ha metido un amparo de inmediato, está a la espera de que se le haga justicia: el gobierno no ha podido probar la causa de utilidad pública que justifique la expropiación y ese es el argumento principal de su pleito legal en los juzgados federales.

 


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