• Sergio Mastretta
  • 14 Septiembre 2012
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Por: Sergio Mastretta

2.- Política y acción civil

Son historias paralelas, la del político y la de la acción ciudadana, y se pueden seguir en una línea de veinte años que ha durado la transformación política de México: la del abogado-burócrata que escala peldaño tras peldaño de sí licenciado o me la debes me la pagas hermano, concertaciones entre ofendidos, atoles y verbos para los descontentos, abrazos y tribunas, trabajos sucios o transparentes, desayunos y embutes con periodistas, oficios firmados y acuerdos ocultos en las oficinas de Gobernación, superando uno a uno a sus jefes-maestros (el abogado magistrado Guillermo Pacheco Pulido, los gobernadores Melquiades Morales y Manuel Bartlett); y la de la organización civil que inicia su carrera ambientalista en una antesala de la presidencia municipal para pedir por primera vez la custodia de un espacio público, la abandonada Laguna de San Baltasar, en 1987, y que se convierte en una de las organizaciones ecologistas en Puebla con un trabajo sistemático probado en defensa del medio ambiente por las siguientes dos décadas. Entre uno y otra, una interrogante mal comprendida y cuya respuesta concreta en la historia reciente de una ciudad define con precisión la tan llevada y traída ausencia del estado de derecho en nuestro país: de qué hablamos cuando las acciones del Estado se sustentan en las llamadas “causas de utilidad pública” y, precisamente tras esa figura jurídica se desatan acciones gubernamentales abiertamente contrarias a un desarrollo social, urbano y ecológico armónico y justo.

            El político

Mario Marín, nacido en 1955 en Natívitas Cuatempan, una pequeña comunidad de la región mixteca del sur de Puebla, sale muy niño a estudiar la primaria en el internado "General José Amarillas", en Tlaxcala.  Su ascenso en la escala del poder inicia en las aulas de la Universidad Autónoma de Puebla, en Leyes –de entonces sostiene amistad con dos de sus camaradas claves en lo que los reporteros llaman la “burbuja marinista” (el notario Mario Montero, actual secretario de Gobernación, hijo del viejo periodista del régimen priista poblano, Enrique Montero Ponce, y Valentín Meneses, ahora Secretario de Comunicaciones y Transportes, sobreviviente como director de Comunicación Social del colapso del “góber precioso” en febrero del 2006). Su primer cargo público memorable lo encuentra en 1987 como secretario particular de Guillermo Pacheco Pulido, uno de los cinco santones de la política local, entonces presidente municipal; antes se encarga de la Mesa de Recursos e Inconformidades de la Oficina de Rezagos y Ejecuciones del propio Ayuntamiento. De hecho, Marín se especializa como secretario particular, pues lo fue de cinco secretarios de gobernación, un procurador y los jueces del Tribunal Superior de Justicia.

Logra el cobijo del gobernador Manuel Bartlett, que lo nombra subsecretario de Gobernación en los primeros años del régimen bartlista, y termina como Secretario antes de alcanzar la candidatura a la presidencia municipal, que gana en una de las más controvertidas elecciones, en 1998, denunciadas por panistas y perredistas como fraudulentas, una crisis que librará por el respaldo final del líder nacional del PAN en aquel año, Felipe Calderón Hinojosa. Con un enorme gasto de imagen en medios, termina la presidencia con altos índices de popularidad en las encuestas, que no evitan la derrota del PRI ante el candidato panista en el 2001. Marín suspende temporalmente su carrera de funcionario para preparar su candidatura al gobierno estatal en el 2004, aunque se cura en salud, pues logra que el gobernador Melquiades le compre un seguro de vida al nombrarlo notario en febrero del 2002. Siguen dos años de derroche de habilidades y carisma políticos para ganar sin dificultad la puja al candidato melquiadista. Un socarrón militante de la izquierda local, Gaudencio Ruiz García, bromea con una profecía: “de norte a sur se oye un clamor, Mario Marín Gobernador”. Lo que sea, inteligencia y disciplina, amarres y compromisos, se suman a la gracia de los panistas, decididos a coronar su corrosión interna en Puebla con el regalo en bandeja de la victoria marinista.

Marín asume la gubernatura en enero del 2005. La primera novedad la encuentra en el acceso al dinero federal con los excedentes de PEMEX, que permiten hablar de presupuestos anuales superiores a los 30 mil millones de pesos. De inmediato toma decisiones que se esperaban: se deshace de buena parte de los políticos ligados a Melquiades Morales; y en buena medida hace lo propio con los bartlistas. De hecho, su gabinete se configura en puestos claves con hombres muy cercanos: Xavier García Ramírez como Secretario de Desarrollo Urbano y Obras Públicas; Valentín Meneses en Comunicación Social; Mario Montero en el PRI. Y un financiero sin trayectoria política en la poderosa Secretaría de Finanzas, Gerardo Pérez Salazar. Crea la Secretaría de Medio Ambiente, pero la deja fuera de un proceso fundamental: la regeneración de la cuenca del Atoyac, con el territorio de Valsequillo al sur de la ciudad como nuevo entorno de especulación inmobiliaria. Y le da la tarea y los recursos a Javier Sánchez Galicia, su empresario publicista y su funcionario de comunicación social, para el control de los medios. Todo va de maravilla hasta la mañana del 14 de febrero en la radio, con las grabaciones del gober precioso, la grotesca figura del textilero Kamel Nacif y la criminal secuencia contra la periodista Lidia Cacho. La elección presidencial y la obligada alianza de Felipe Calderón con el PRI, en un año terrible para Mario Marín, permiten su sobrevivencia, a extremo tal que la Suprema Corte de Justicia lo libera de toda persecución política y penal.


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