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En febrero de 1992 Carlos Monsiváis escribió en la revista Nexos el ensayo El fin de la diosa arrodillada en el que analiza la transformación radical que los personajes femeninos sufrieron en la historia del cine mexicano, desde los tiempos de las primeras películas sonoras, y que en su época de oro tuvo en Dolores del Río y María Félix los íconos extremos, hasta los presentados por directoras como Marcela Fernández Violante, María Novaro, Dana Rothberg, Busi Cortés y Marisa Sistach ya en los años finales del siglo XX.

Vale la pena referirse a Monsiváis en este aniversario del nacimiento de María Félix, ella misma la mejor personificación de ese tránsito que nuestra filmografía describe.

Engendrada por sus padres, pero inventada por sí misma, dijo Carlos Monsiváis que alguna vez comentó  Octavio Paz. Y a partir de esa anécdota Monsi describió en un texto (La Doña devoradora, El País, septiembre de 2004) a la mujer que cambió, por lo menos en el cine, la imagen sumisa de la mujer mexicana bien perfilada por Dolores del Río.

 "Despótica, lúcida, inesperadamente tierna, narcisista al punto de la autofagia, poseedora de armario con atavíos irreprochables (…) Es imposible reconstruir debidamente el clima de acecho, difamaciones y odio cerrado que rodea a María Félix en los años de su ascenso y consolidación. Todo lo que se dice de ella es creído y creíble porque lo primordial es seguir mencionándola, y por eso cada alusión a su existencia es, si se quiere acudir a términos casi exactos, o un altar o un patíbulo o, por lo común, ambas cosas juntas."



Aquí un extracto del del texto El fin de la diosa arrodillada y la invitación a leer este valioso ensayo sobre el cine mexicano.

No abundan en el cine mexicano equivalentes de los personajes independientes que uno asocia con Katherine Hepburn, Rosalind Russell, Joan Crawford o Jean Arthur. Dolores del Río, bellísima intangible, es la víctima en la cúspide, el deslumbramiento que para mejor serlo, admite la humillación. En su filmografía mexicana, en Flor Silvestre, María Candelaria, Bugambilia, Las abandonadas, La Malquerida, La Otra, La Casa Chica, Deseada, La selva de fuego o La Cucaracha, Dolores carece de voluntad. Ella es la forma suprema pero el sentido de su existencia yace en otras manos. Sólo María Félix construye su aura de poder desde las zonas misteriosas de su femineidad. En ella el tono imperioso que desmiente el papel asignado, la voz categórica, el ademán esclavizador, desbaratan cualquier abajamiento que el guión señala. El personaje de María Félix concreta su perdurable apogeo en Doña Bárbara (1945 de Fernando de Fuentes) porque allí ella asume los rasgos del cacique, es dueña de sí al renunciar a la psicología de su género, y el proceso es tan vigoroso que en la memoria de los espectadores la vendedora es doña Bárbara, la señora del llano, y se evapora el presunto triunfador Santos Luzardo, tan blandamente interpretado por Julián Soler.

 

Aquí puedes leer el ensayo entero:

Revista Nexos, Febrero de 1992: http://www.nexos.com.mx/?p=6429