• Gabriela Sánchez Gutiérrez
  • 04 Febrero 2016
".$creditoFoto."




La autora de esta crónica ha acompañado a Pablo su marido en la búsqueda de sus raíces en el pueblo cubano de Madruga. Llevaba en la maleta la novela Rebozo de Aromas, que a sus 87 años escribiera Esther Rizo Campomanes, nacida en 1921 en ese refugio caribeño de aguas medicinales en el que termina la historia de medio siglo en la vida de una familia a un tiempo española, cubana y mexicana. Acompaña este texto, en esta misma edición semanal de Mundo Nuestro, uno de los capítulos de la novela de Esther, justamente el de la llegada a Madruga por tren desde la Habana de la familia Campomanes.

 

 

Como muchos migrantes en aquellos primeros años del siglo XX, los Campomanes llegaron por tren.





Fue importante releer los primeros diez capítulos de “Rebozo de Aromas” para adentrarnos en lo que sería nuestra aventura en Madruga.

A las nueve de la mañana nos esperaba puntualmente Redenós González, quien sería el chofer del taxi que nos conduciría a Madruga. Inicialmente intentamos rentar un auto, cosa que resultó demasiado complicada, así como tantas otras cosas en La Habana. Optamos finalmente por acudir a una agencia de viajes en donde nos recomendaron, en efecto, contratar un taxi. El agente de viajes se comunicó de inmediato con un taxista y le preguntó “Oye tú, tú sabes dónde queda eso de Madruga? A lo que el chofer le respondió: “hombre coño, si yo soy de ahí!”

Es así que por azares del destino, resultó que “Rede” (más fácil que Redenós) y originario de Madruga, sería nuestro taxista y guía, situación por demás afortunada ya que no sólo conocía de sobra el camino, sino que además, tiene familia por allá y resultó ser un gran conversador.

Madruga está aproximadamente a 70 kilómetros de La Habana. En cuanto salimos nos sumergimos en una interminable conversación con Rede que duró todo el camino. Nos respondió, con lujo de detalles, a todas nuestras preguntas en torno a la vida cotidiana en Cuba. Así que supimos sobre la vida de los campesinos; la vida de un taxista, lo sagrado de las vacas, los pormenores de los autos viejos y, por supuesto, sobre Madruga y su gente. 



Cuando Madruga se hizo realidad, es decir, cuando apareció el primer letrero que indicaba que el pueblo sí existía, descendimos de inmediato a tomar fotografías. Estábamos en lo que es el ingenio de Madruga, zona cañera y uno de los pocos ingenios que continúa operando. El Ingenio cañero lleva el nombre de un héroe de la revolución que es Boris Luis Santacoloma que según Pablo había indagado, alguna relación tiene con la familia por ser hijo o sobrino de Blanca Santacoloma, a quien su mamá recordaba siempre con mucho cariño. Avanzamos un poco más y llegamos al parque central, con linda vegetación y un kiosco al centro.  Un parque pequeño que en cada una de sus esquinas rendía homenaje a hombres ilustres de Madruga. Dimos toda la vuelta, todavía invadidos de la sorpresa de constatar que, efectivamente, Madruga existe.

Hacía calor y teníamos sed. Quisimos comprar alguna bebida, pero ello se convirtió en un problema, pues la cola para entrar a la tienda era suficientemente larga como para desanimar a cualquiera. Pero es ahí que comenzó la cadena de encuentros que trazaría el itinerario de una fantástica travesía.

Rede se encontró ahí con su prima hermana a quien le comentó el motivo de nuestra visita. De inmediato ella se dirigió a buscar al historiador del pueblo que, lamentablemente no se encontraba en su casa ni en el museo. Rede sugirió visitar a su tío, gran amigo del historiador quien, sin duda, podría indicarnos dónde encontrarlo. 



Pero antes de dirigirnos a la casa del tío Ibrahim, decidimos pasar al cementerio, visita que habíamos previsto y que además coincidió con el interés del propio Rede por visitar la tumba de sus padres. Antes nuestro taxista fue a la funeraria en busca de flores, pero sólo había disponibles para difuntos en velación, para recién fallecidos.

Llegamos así al Cementerio y empezamos a caminar por entre las tumbas, esperando encontrar la última morada de Doña Esther Dorantes, bisabuela de Pablo y esposa de Amador Campomanes así como descendientes de la familia Rizo. En la búsqueda de su tumba que nunca encontramos, aparecieron sin embargo, varias lápidas de personas apellidadas Rizo… Josefa Rizo, Lala Rizo, Candelaria Rizo, Alberto Luna Rizo. Mientras Rede visitaba a sus padres, nosotros continuamos la búsqueda sin éxito. Pero la existencia de varios Rizo, así fuera enterrados, nos entusiasmaba. 




De vuelta del cementerio por el camino miramos a una pareja de viejos que caminaba por la carretera. Continuamos el camino y pasamos frente a la casa de una tía de Rede.  Al frente de la casa había un letrero que decía: “se rentan cuartos”.  De inmediato hicimos el comentario de que ahora, ante la apertura cubana ya era posible abrir este tipo de negocio de renta de habitaciones… Sin embargo Rede dijo que en efecto, ya se podía hacer, pero que en este caso, se trataba de la renta de “habitaciones de paso para parejitas que iban al matadero”. Continuamos el camino y de pronto sonó su celular. Era su primo que le dijo: “Pero qué tu crees hijo de puta, ¿qué puedes venir a Madruga sin pasar a saludar??? Te vi pasar frente a la casa! Regrésate!!”

Entre el desconcierto de Rede y nuestra confusión, optamos por dar marcha atrás y visitar a la tía de Rede, una mujer de edad, desbordante de energía y muy simpática que salió de inmediato a recibirnos junto con su hija y el primo. Explicamos el motivo de la visita y se interesaron de inmediato en ayudar. La tía nos sugirió visitar a Doña Graciela Rizo y Rizo, la hija de Rigoberto Rizo, el poeta, quien sin duda alguna podría darnos razón de la familia. Tras un rato de agradable conversación, se acercó un auto Lada, de la época soviética, con una pareja que evidentemente estaba esperando rentar una habitación, y al estar bloqueando el portón de acceso, les impedíamos el paso a la concreción de sus deseos, así que tras los agradecimientos correspondientes subimos nuevamente al taxi y nos dirigimos a la casa de los Rizo. 

La casa se encontraba más allá del cementerio. El primo de Rede nos acompañó para indicarnos el lugar preciso. Nos recibió una pareja mayor que de inmediato reconocimos como aquellos que habíamos cruzado en el camino. Amablemente nos invitaron a pasar a una sala austera y cálida, y en un santiamén nos encontrábamos enfrascados en una conversación conducida primordialmente por la mutua curiosidad.

 Doña Graciela nos dijo de inmediato que ella era Rizo por parte de su padre y de su madre. Su padre resultó ser Rigoberto Rizo Maldonado, famoso poeta campesino y cantante de la región. A pesar de la insistencia de Pablo, no identificó a Paulino Rizo ni a Amador Campomanes ni a Esther Dorantes. De pronto apareció un muchacho que nos saludó muy amablemente. Mientras Doña Graciela nos explicaba sobre las proezas de su padre, fallecido en el 2009 a los casi 90 años de edad, su marido nos miraba en silencio y asintiendo a todo lo que su mujer decía.

Orgullosamente ella nos comentó que su padre había obtenido varios premios y había sido reconocido por  la asamblea del poder popular de la ciudad como un ciudadano destacado. Se levantó a buscar el documento que atestiguaba la distinción. Pablo preguntó si tenían alguna grabación de su papá cantando y el marido de Doña Graciela le pidió al muchacho que trajera la computadora para que pudiéramos escuchar a su bisabuelo. El chico, instaló rápidamente una laptop y con gran destreza proyectó un video en el que se escuchaban múltiples voces cantando y de espaldas el papá de doña Graciela. El sonido era agudo y las voces francamente incomprensibles. Alcanzamos a identificar que se trataba del canto de unas décimas guajiras. De pronto el padre de Doña Graciela se levantó a cantar, siempre de espaldas a la cámara… y ella conmovida nos agradecía nuestros gestos de felicitación. Ella nos había hablado también de su nieta, hermana del chico de la computadora, que estudió periodismo y se encuentra trabajando en La Habana. Ella también es cantante y nos hizo oír también su turno de canto. 

 

Inmediatamente acabado el video, Doña Graciela, con todo orgullo, nos leyó las tres páginas completas del resolución que la Asamblea del poder popular de Madruga había hecho a su padre. Al terminar volvió a enrollar el documento y a sujetarlo con un moño azul celeste.

Pablo preguntó si habían conocido ellos el Hotel “Las Delicias”, a lo que respondieron que no sólo lo habían conocido, sino que todavía estaba allí, pero ahora estaba convertido en una Empresa estatal de pan y dulces.

Después de esta conversación todos salimos de ahí profundamente convencidos de que “éramos familia”. No cabe duda. Pablo le ofreció enviar el “Rebozo de Aromas” y ella se comprometió a que su nieta escribirá por correo electrónico para no perder contacto. Afirmó que sin duda ella estará muy interesada en escribir algo sobre este encuentro y esta afortunada historia.

Nuestro entusiasmo crecía al saber que aquél hotel adquirido por Don Amador Campomanes en honor a su esposa existía de verdad y que podríamos ir a verlo.

Salimos agradecidos por la gran hospitalidad de los Rizo y Rizo y retomamos el camino, ahora hacia el balneario de aguas milagrosas de Madruga, La Paila. Al llegar ahí, nos recibieron tres mujeres muy amables quienes al escuchar el motivo de nuestra visita se aprestaron a mostrarnos el lugar. En efecto. Madruga se había fundado a partir del descubrimiento de sus aguas milagrosas (y no en torno al Ingenio azucarero, como habíamos supuesto antes). 



Visitamos las instalaciones en donde hay toda suerte de terapias alternativas (acupuntura, fangoterapia, y por supuesto una especie de alberca techada con el agua milagrosa). Al salir de las instalaciones se sumó a la comitiva una mujer más joven, pero muy enterada de la historia de Madruga. Todo comenzó así –nos dijo-. Resulta que un esclavo que tenía una enfermedad grave en la piel y que por tal motivo había sido separado del resto de esclavos, había descubierto un charquito de agua con la cual empezó a limpiar sus llagas. Al cabo del tiempo, su piel sanó, y a raíz de ello, el rumor fue propagándose y se empezaron a construir pequeñas casas en torno al manantial. Así nació Madruga. Continuamos la caminata hacia el jardín y hacia el lugar exacto de donde emergía el agua, ahora ya entubada. Abrieron una llave de la que salió la famosa agua sulfurosa.

Redenós comentó en ese momento que su familia había sido dueña de una embotelladora de aguas minerales llamada El Tigre, empresa de gran apogeo en su momento.

Tras llenar una botellita y beber un poco, emprendimos nuevamente el camino, ahora hacia el Hotel “Las Delicias”, lugar emblemático para nosotros en Madruga.

Al fin llegamos y vimos una barda medio pintada de verde azuloso, hecha de columnas en algunas de las cuales se encontraban adornos ciertamente antiguos. Se trataba de una casona enorme que sin duda alguna había sido en su época grandiosa y elegante. Hoy bastante venida a menos. Una casa enorme, cuyo techo de dos aguas creaba una gran terraza que ofrecía una sombra espléndida. 



 

Sin pena alguna nos adentramos por la puerta principal y atravesamos el jardín hasta llegar al gran portón de la casa, abierto de par en par. Afuera un letrero que decía: “5º. Aniversario de Mayabeque. Señalando al futuro. Alimentaria Madruga”.

Adentro una sala grande llena ahora de escritorios. Ahí había alrededor de 5 o 6 mujeres trabajadoras. Nuevamente explicamos el motivo de la visita y de manera generosa y amable iniciamos una conversación. Les hablamos también del recorrido realizado a esas alturas por el cementerio, la casa de Doña Graciela Rizo y el balneario. Cada una de ellas nos hablaba tratando de encontrar los posibles vínculos, las posibles pistas para que de alguna manera u otra, pudiéramos confirmar los orígenes familiares.

Una de las mujeres, negra y de apellido O’farril nos acompañó al interior de la casa. Ciertamente muy destruida. Pudimos imaginar los grandes salones y las habitaciones de los antiguos huéspedes, ahora convertidas en bodegas u oficinas. Lo que realmente permanece intacto es el piso de hermosas losetas de grecas rojas y verdes. Hermoso. 

El piso es el indicio que permite imaginar lo majestuoso de la casona. La mujer negra nos permitió entrar a todos lados y dar una vuelta completa a la casa. Mientras tanto Rede conversaba con las mujeres sobre su familia de Madruga y, por supuesto, todas la conocían bien, al igual que en el balneario. Con esa facilidad que tienen los cubanos para iniciar una conversación colectiva cuyo tono de voz suele levantarse tanto que busca competir con la algarabía de las aves. Y es que Madruga es un pueblo pequeño en el que todos se conocen y en donde reina el otro tiempo, el lento, el de la paciencia, y el de la profunda hospitalidad y amabilidad.

Cuando dijimos que habíamos visitado el cementerio sin haber encontrado la tumba de Doña Esther Dorantes, una de las mujeres saltó de su asiento para decirnos que su cuñado, Luis el Sepulturero, y toda su familia había trabajado en el Cementerio desde hacía años y que han guardado el libro de registros en su casa. Nos sugirió entonces visitar a Don Luis el Sepulturero. Tras dar las señas a Rede sobre cómo llegar a la casa de Don Luis, que, nos dijeron, está junto a la de Pepito el músico, salimos de ahí, no sin fotografiar el letrero que se encuentra en el piso de la entrada de la casona: H. Copey, Hotel Copey, seguramente un nombre previo o posterior al de Las Delicias.

Salimos de ahí con la satisfacción de haber estado ahí,  en el Hotel donde habitaron Juana y Carmen y donde acontecieron tantas cosas narradas en Rebozo de Aromas.

Rumbo a casa de Don Luis el Sepulturero, nos detuvimos a despedirnos de la tía de Rede en la Loma. Cuál sería nuestra sorpresa al saber que ahí mismo se encontraba el tío Ibrahim, que demoró en salir porque fue a ponerse una camisa. Un hombre jubilado del Ingenio, alto, moreno de ojos claros y bien parecido. Después de saludarnos y preguntarnos qué en concreto queríamos saber, nos ofreció su casa para quedarnos y seguir indagando. Presto a ayudar a reconstruir la historia.  Nos ofreció contactarnos en otra ocasión con el historiador del pueblo, gran amigo suyo. 



Seguimos el camino para buscar a Don Luis el Sepulturero. Preguntando en un par de casas, y en un pueblo en donde todo el mundo está dispuesto a dar referencias, finalmente llegamos a tocar a una casa verde donde apareció Luis el Sepulturero. Hombre mayor y alto, con el brazo derecho inhabilitado y el corazón abierto. Luis nos preguntó de inmediato cuál era el número de fosa de Esther Dorantes. Por supuesto que no lo sabíamos. Nos dijo que en aquellos tiempos no se acostumbraba llevar los registros tan precisos como ahora. Sin el número de fosa sería muy difícil dar con su tumba. Nos propuso entonces seguir indagando para tener más datos y volver con él que con gusto nos ayudaría a encontrarla. Su abuelo, su padre y él mismo, nos dijo, hemos trabajado siempre en el cementerio. Seguro que la encontramos.

Después de esta conversación decidimos emprender el regreso a La Habana. Ya de camino decidimos detenernos a almorzar en un paladar, el Ranchón “El Pellizco”, situado en la carretera con sus deliciosas viandas de canitas, yuca, plátano y pierna asada de puerco. Por supuesto no podía faltar el plato de moros con cristianos. Seguramente regresaremos a Madruga para continuar indagando y descubriendo, arropados por la generosidad desnuda de personas ansiosas por compartir.

 

Madruga, 30 de diciembre de 2015.

Click HERE is best bookmaker in the world.
Offers Bet365 best odds.
All CMS Templates