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En muchos sentidos estamos ciegos, sordos y mudos en medio de un mundo saturado de estímulos visuales, de comunicación fugaz y continua por medio de todo tipo de redes electrónicas, enlazados permanentemente con información imposible de digerir, llegada de todos los extremos del mundo. La banalidad y la tragedia , la inteligencia y la estupidez, todo se revuelve en las páginas de internet con absoluto desatino;  junto a las imágenes de la matanza de París ,nos colocan las gracias de Milan, el hijito de Shakira y Piqué , una estúpida y falsa dieta de los 7 días o una brillante y lúcida entrevista a Savater. Esquizofrenia pura. No sé si nuestro cerebro tenga la capacidad y los códigos necesarios para descifrar y ordenar este bombardeo informativo. Demasiado ruido, que diría el poeta y canta autor Joaquín Sabina. Quizás, con el paso de los años, los científicos del futuro revelarán y explicarán cómo nos afectó esta revolución cibernética y sabremos también,  si como humanidad logramos encontrar luz en medio de la turbulenta y avasalladora avalancha de información.

 

 

¿Estamos transitando por una especie de  grave discapacidad que nos impide comunicarnos  entre nosotros, aunque tengamos los elementos a la mano para lograrlo? ¿Qué produjo que unos jovencitos tan jovencitos, maten, se hagan matar y se maten en la noche de París? ¿Por qué la furia, la rabia, porqué la ceguera y sordera ante los otros y hacia ellos mismos? Pensando en la incomunicación,  me dio por recordar la vida de Helen Kepler, la famosa activista a favor de los derechos civiles de las mujeres y de  personas con discapacidad. Su historia la oí por primera vez  cuando era niña contada por mi madre, que siempre fue admiradora de las causas de las personas que luchan por mejorar el mundo de manera pacífica y heroica. Muchos años después leería dos libros escritos por Helen: Historia de mi vida y Luz en mi oscuridad.

 

Helen nació en 1880 en una familia de clase media alta americana. Su padre era dueño de un periódico de Alabama y su madre una mujer sensible y culta. Ella recordaría  que desde muy pequeñita  Helen fue una niña vivaz y muy inteligente. A los 19 meses se quedó ciega y sorda como consecuencia de una meningitis. Antes de que la enfermedad la  sumiera por completo en la oscuridad y el silencio, había aprendido a entender y decir algunas palabras, entre ellas, " agua". A los siete años, como consecuencia de la sordera,  Helen había olvidado las pocas palabras que sabía y se había quedado también muda. Aislada casi por completo, toda ella era  un manojo de nervios, una inteligencia atrapada, furiosa y desatada en contra de todos los que la rodeaban. Se había vuelto inmanejable para su familia, aunque ella misma, tratando de tender puentes, había inventado 60 signos con las manos por medio de los cuales se comunicaba de manera muy limitada.  Sus padres buscaron la asesoría del científico e inventor Alexander Graham Bell y él les sugirió que buscaran ayuda en el Instituto Perkins, una escuela para ciegos, que les recomendó  como maestra a  Anne Sullivan, una jovencita de 20 años, crecida en un orfanato, casi ciega también.

 

Agua -cuenta Helen en sus memorias--,  sería esa única palabra que aún recordaba ligada a una cosa, a un elemento. La palabra agua sería la clave y la llave que usaría la  maestra excepcional  que fue Anne para acceder a Helen. Lo primero que hizo, de acuerdo con sus padres, fue separarla del ambiente tóxico y de consentimiento en el que la niña reinaba por medio de berrinches y tiranía. La subió en una carreta en la que dieron muchas vueltas hasta regresar finalmente a la misma casa de campo,  pero a una cabaña construida en el fondo del jardín, el nuevo hogar de ambas. Con paciencia infinita Anne trató de hacer entender a Helen que había un nombre no solo para cada cosa, sino para las acciones, y también para algo tan intangible como lo son los sentimientos. Pasó largos días intentando sacar a Helen del pozo de oscuridad y silencio en el que se encontraba cautiva. La hacía tocar un árbol y con la mano dibujaba el nombre de "árbol" en la mano de Helen. Ambas se desesperaban, pero juntas comprendieron que buscaban una clave secreta.  Finalmente, bajo el chorro del agua de una llave, Anne dibujó la palabra "agua" en la palma de Helen. Luego puso  la mano de la niña en su garganta para que la sintiera moverse mientras Anne pronunciaba la palabra "agua". Como un rayo, el entendimiento llegó al cerebro de Helen y lo iluminó todo. Había un camino para salir de su prisión. Apoyada en sus otros tres sentidos, en particular el tacto, la inteligencia de Helen se desarrollaría a la velocidad de la luz. En unos pocos meses aprendería a leer  y escribir con el sistema Braille, un sistema pensado para personas ciegas, inventado en el siglo XIX por el joven Braille, que se quedó ciego en un accidente a los 13 años. Una desgracia que serviría para llevar la lectura y escritura a millones de ciegos como Helen. Ella pronto entendería que con las letras se formaban palabras, pero sobre todo, el significado de éstas. También aprendió a hablar y a escribir con el alfabeto inglés. Todas las consonantes que aparecen en  su austera firma  de letras temblorosas,  son letras cuyos rasgos tiran hacia arriba, como si buscaran escapar a un mundo superior.

 

Helen, siempre acompañada de Anne, asistió a la Universidad de Radcliffe y fue la primera mujer sordo- muda y ciega que obtuvo una licenciatura en Estados Unidos. Ingresaría al Partido Socialista Americano y se convertiría en una activista a favor del voto femenino y los derechos de las mujeres y los discapacitados durante toda su vida. Anne fue su sombra y vivió junto a ella 46 años. Helen fue colaboradora permanente del New York Times, aprendería a escribir a máquina, daría conferencias en todo el mundo,  y después de la muerte de Anne, viviría de manera auto suficiente hasta la edad de 87 años. En 1966, dos años antes de su muerte, se le otorgó, merecidamente, la Medalla Presidencial a la Libertad.  Como dato curioso, un antepasado suizo de Helen fue el primer maestro para sordos en Suiza. Al mencionar eso, Helen se reía de las ideologías, la discriminación y los fanatismos del mundo: "No hay rey que no haya tenido un esclavo entre sus antepasados, ni esclavo que no haya tenido un rey entre los suyos".

 

Hoy más que nunca necesitamos una Anne en nuestro mundo, luz en nuestra oscuridad,  en la tuya y de todos....y la llave hacia la necesidad de entendimiento y comunicación clara como el agua, la llave perdida pero nunca olvidada que simboliza  en esta historia la palabra agua.