".$creditoFoto."
Por: Verónica Mastretta

Lupe Cuautle llegó a trabajar a mi casa  cuando yo tenía tres años y éramos ya cuatro hermanos, pegados como cuentas de rosarios, uno tras otro.  Así era entonces...
Lupe y yo hicimos mancuerna desde el primer día. Ella era de Cholula, y me contaba muchas cosas de lo que ella llamaba "su pueblo". Cholula y Puebla estaban entonces distantes una de otra, separadas por sembradíos y campos de flores. Cholula y su inmenso portal eran un mundo enigmático al que mi mamá y su hermana nos llevaban una o dos veces por semana, en especial en vacaciones. Uno de mis recuerdos primeros es el de subir la pirámide de Cholula tomada  de la  mano de Lupe, que solía ir cantando canciones rancheras que ella  aprendía en el radio. Al bajar la pirámide, había una tiendita en la  que vendían nieves y refrescos, y nuestras mamás, para que las dejáramos platicar en paz, nos daban  monedas para echarle a una  rocola fascinante en la que poníamos nuestras canciones preferidas, mientras mi mama y su hermana tocaban temas profundos en otra mesa; mi mamá en esa época era muy mística, así que  a mí me gustaba la poca complicación mental y la libertad  con que vivía  la vida Lupe. Su gusto por los placeres sencillos como ir por el pan dulce,  corretear en la calle al nevero o al vendedor de camotes  me dejó un aprendizaje imborrable. Le encantaba la música, de  preferencia las rancheras, y más si eran  de Pedro Infante, su cantante favorito. Cantaba con mucho sentimiento y me enseño la canción de  " La cama de  piedra”, misma que me lanzaba a cantar  a la menor provocación  en  las reuniones familiares.
            Lupe se dejaba  unas uñas largas con las que nos daba a mí y a mi hermana unos restregones de cabeza temibles cuando nos bañaba en la tina, lo cual era, según ella, para evitar que nos enliendraramos como otras niñas, a quienes ya  enliendradas les echaban insecticida en la cabeza y les enredaban luego la cabeza en una toalla. No sé cómo no hubo muertas a consecuencia de ese método.  A Lupe le gustaba jugar: en mi casa había un tocadiscos y radio integrados en un mueble, y ella me decía que los cantantes, que eran enanos, estaban escondidos atrás, pero que como yo me acercaba a buscarlos haciendo ruido, ellos se escondían. A los cuatro y cinco años yo le creía todo. Le gustaban los hechos misteriosos y me contaba cosas de la página roja de "El Sol de Puebla", a la cual me aficioné cuando aprendí a leer.  Un día Lupe se enamoró y partió. Para mí fue una pérdida, pero para ella fue el hallazgo de su única  hija, Martha. Siempre estuvieron juntas, con una complicidad envidiable en las buenas y en las malas. Fueron una madre e hija excepcionales,  unidas hasta el final.
            Nunca perdimos el contacto. Aparecía de visita en la casa de mis papás, siempre con chismes e historias divertidas, siempre de buen humor y tomando la vida con valor inusitado. Durante los últimos diez años de la vida de mi mama, regresó a trabajar con ella, y era muy agradable verlas trajinar y discutir en la cocina como dos viejas amigas, sin ponerse de acuerdo en el punto exacto de un arroz perfecto o la sazón del mole. Ir a la casa de mi mama en esos últimos años era como regresar al ambiente seguro y cálido de nuestra infancia.

Lupe murió ayer. Hoy asistí a su entierro en el Panteón Jardín de la 16 de Septiembre. Ahí me encontré a muchos conocidos de otras épocas, no solo a la familia de Lupe sino a amigas de ella que en algún momento pasaron también por la casa de mi mamá. El entierro de Lupe fue distinto: sus familiares y amigos le cantaron muchas canciones junto a su féretro, mientras los albañiles trajinaban arreglando y preparando  la tumba , ya que ahí, hace quince años enterraron a su nieto Israel, muerto en un accidente en la recta a Cholula . La Cholula de antes, esa, ya se fue hace muchísimos años  y la vialidad peligrosa que juntó a Puebla y Cholula creando un mazacote desordenado, se llevó a su nieto. Ahí quedaron juntos hoy. También hoy me enteré de que Lupe no se llamaba Lupe, sino que de nacimiento le pusieron otro nombre que al parecer a ella no le gustó. Así que acorde con  su manera gozosa y libre de vivir la vida, se cambió el nombre y se puso el que a ella le gustaba: Lupe. ¡Quién fuera como ella, capaz de cambiar las cosas que en el mundo nos parecen mejorables, incluido nuestro propio nombre!  Adiós Lupe, gracias por todo y que te vaya bien.