• Jean Efrem Lanusse
  • 02 Mayo 2013

A las 11 se tomaron todas las disposiciones requeridas. Desde lo alto del las torres de la Catedral, Zaragoza, que se mantenía dentro de la ciudad a la defensiva, y Negrete, desde las alturas de Guadalupe, debieron comenzar a darse cuenta de los proyectos del ejército francés.

Avanzaréis pues, mis muchachos, sin temor de que sobre nuestra columna de ataque se lancen las reservas del enemigo. Nuestros cazadores a pie  sabrán mantenerlos a distancia. Nuestros fusileros de marina y una batería de montaña estarán pendientes de la caballería mexicana en tanto que la nuestra, nuestra valiente caballería, cuyo valor es conocido, estará lista para lo que se ofrezca. Numerosas ocasiones os ha mostrado ya lo que es capaz de hacer. Las compañías 99 y 4 de infantería de marina servirán de resguardo al  convoy.

Dos batallones de zuavos forman la columna de ataque. Con ellos va la batería montada del capitán Bernard y cuatro piezas de la batería montada de marina que manda el capitán Maillet. Esta es la columna que atraviesa la hondonada y se lanza hacia la derecha, para escalar las alturas por las pendientes menos abruptas. A una distancia aproximada de 2 200 metros, se ve cómo se despliega en línea de batalla. ¡Qué aparición para los defensores de Guadalupe! ¡Son los zuavos!, debió exclamarse, o murmurarse sordamente, en los pechos palpitantes… Los zuavos, de los que era bien sabida la furia tradicional. Se debió dirigir la mirada hacia los fosos y hacia las murallas para comprobar por última vez si los fosos no eran bastante profundos, las murallas suficientemente altas para que los chacales no los pudieran franquear.

A cierta distancia de la columna de asalto está una reserva formada por el regimiento de infantería de marina. Como esta columna podía sufrir el choque de la caballería mexicana, los fusileros marinos y una batería de montaña han sido destacados hacia su derecha. El batallón de cazadores, hacia la izquierda de la línea de batalla, le da frente a las fuerzas mexicanas que están apostadas en la llanura. El 99 de línea y las cuatro compañías de la infantería de marina resguardarían el convoy.

Y ahora que todo está listo para la lucha, permítaseme una reflexión. Se nos habían prometido 10 mil soldados de Márquez… ¿dónde están?

Puebla debía abrirnos sus puertas. Sus habitantes venir a nuestro encuentros presas del mayor entusiasmo… Nada, absolutamente nada… ¡el vacío, el silencio más completo en la llanura…! Salvo por nuestra parte, el ruido de los hombres que marchaban para desarrollar el plan de combate…El paso de los caballos de nuestro valiente escuadrón de cazadores de África, que avanza a la retaguardia de la columna de infantería…después una ambulancia que se establece en los edificios de la Rementería.

Se escucha un disparo de cañón, uno sólo. Partió del Fuerte de Guadalupe… Para los mexicanos es la señal del combate… Pronto una línea de fugo hará relampaguear los  parapetos del fuerte...Se dispara sobre nosotros... ¡La batalla comienza! Quienes no estuvieron nunca en un campo de batalla desconocen lo que puede ser ese solemne momento.

¡Son las 12! El sol ha hecho ya la mitad de su carrera. La mayoría de los jóvenes héroes ahí presentes no están en mismo caso por cuanto a los años que deberían vivir en Tierra… Vos lo sabéis, Dios mío, vos que fijáis el amanecer y la noche de nuestra existencia. Pero siempre será verdad que para ellos la última hora no sonará sino después de que hayan cumplido el deber más grande, el de morir por el honor y la gloria de nuestra patria. Si caen, caerán como mártires. ¡Guardar para ellos, después de las palmas de la tierra, la otra más preciosa aún que  es la de la inmortalidad…! Bendecid a nuestros hijos lo mismo que a su vigor y su valentía.

Y ahora, soldados de Francia, que todas nuestras miradas y todos vuestros esfuerzos se dirijan hacia el sitio formidable que os ha sido mostrado.

Nuestra artillería ha principiado a disparar, a tiempo también de que nuestros zuavos se han desplegado a uno y a otro lado de nuestros cañones, en espera, con el arma descansada, de la apertura de una brecha que están ya impacientes de flanquear.  Miden mientras tanto la distancia que los separa de ese temible fuerte en el cual, después de todo, se encuentra esperándolos un enemigo más numeroso.  Ven todas las dificultades del terreno: una barranca que han de franquear, pendientes de lo más escarpadas. ¡Qué importa!... El enemigo está más allá… Hay que ir a buscarlo.

El general Zaragoza no había previsto un ataque en esta dirección. Suponía que, como siempre y según los consejos que había debido recibir el general francés, éste se presentaría por el rumbo del Carmen. Con toda prisa, manda entonces que ocupe el cerro de Guadalupe —que s un antiguo convento convertido en fortaleza—la brigada Berriozábal (que va a reforzar la división de Negrete), y hacer salir de la ciudad, por detrás de Loreto, un cuerpo de caballería que deberá cargar por su extrema izquierda sobre la columna de ataque. Con el grueso de sus tropas, él mismo toma posiciones: A su izquierda, la brigada Lamadrid, apoyada contra el cerro de Guadalupe: a su derecha, la división Díaz, que llega hasta la iglesia de los Remedios; en los suburbios de la ciudad, a su extrema derecha, el resto de la caballería.

En el Fuerte de Guadalupe se produce un vivo cañoneo, se escuchan disparos nutridos, desesperados, diría yo más bien, que se lanzan contra nuestras líneas. Nuestros soldados mientras tanto, inmóviles bajo el fuego de los mexicanos, esperan siempre que se abra una brecha. Júzguese de su impaciencia. Para soportarla mejor, inventan un pasatiempo, el de hacer reflexiones: ¡Qué mala puntería tienen esos artilleros! Deberíamos ya estar hechas una compota. Si tiran así cuando salen a cazar patos, no deben comer a menudo carne de pato.

¡Es la 1 de la tarde!

El sol baña con torrentes de luz y de fuego los campos; los fuertes, que truenan y rugen; nuestras armas, que brillan; Puebla, cuyos millares de cúpulas recubiertas con azulejos de mil colores centellean anunciando un día de fiesta mejor que una jornada en la que la muerte deba cumplir su lúgubre trabajo…

¡Es la 1 de la tarde!... Algunas existencias, en  unos cuantos instantes más, volverán a tu eternidad, Dios mío… ¡Es la 1 de la tarde!… Y el que por el momento es el ejecutor de nuestra voluntad suprema partió ya:  Lorencez, a caballo, aparece sobre una eminencia desde la que se domina la llanura para poder verlo todo y juzgar de las peripecias del combate. Lo sigue su estado mayor: el coronel Valazé, el capitán Rousset, el teniente príncipe  Bibesco, el teniente de navío Le Belloco, el insignia de Chavannese, el insignia Beauvoir, el capitán ayudante de campo Custey, el teniente De la Tour du Pin del 56’, el subteniente de cazadores de África, Ney-d’Elkinghin, y los oficiales de órdenes Raoul (subteniente militar administrativo) y Braconnier, oficial de administración.

Lo siguen igualmente tres mexicanos: el general Almonte, el general Taboada y el coronel López.

De un golpe de vista, Lorencez se ha dado cuenta de que nuestro fuego, a pesar de que está bien apuntado, corre riesgo de no ser eficaz por lo accidentado del terreno sobre el que está construido Guadalupe. Dicta órdenes inmediatamente. El comandante de artillería debe hacer avanzar sus piezas y remudar desde luego el fuego.  Pero en el muro del fuerte sobre el que se trata de abrir una brecha no se obtiene ningún resultado, siempre por culpa de la disposición del terreno. Acercándose, inclusive, se deja de ver Guadalupe. Y nuestras diez piezas no están más que a 2 mil metros de él.

Truena el cañón. Las balas silban al recorrer el espacio que las separa del fuerte, después de cruzar las hondonadas, y se estrellan a menudo contra grandes rocas que se diría que hubieran sido colocadas a manera de vanguardia, contrafuerte o botarete frente a la muralla que se quiere destruir. El enemigo, cuyas piezas están muy bien servidas, desde el principio nos ha sacado ventaja con sus tiros. Al cabo de una hora y cuarto de un cañoneo que ha consumido la mitad de nuestras municiones sin dañar las defensas de Guadalupe… ¿qué nos queda por hacer? Tomar una determinación que corresponda con la fogosidad de nuestros soldados. Vamos a confiarle la suerte a este día, toda la suerte de este día, a nuestra infantería.

Ya es tiempo. Es la larga espera, se dicen nuestros zuavos con impaciencia febril… que nos mande en lugar de sus metrallas. No diré: oíd esas murmuraciones; pero sí preguntaré: ¿veis esas pisadas de impaciencia, esas manos que se crispan sobre el fusil o sobre la bayoneta?

¡Son las 2 de la tarde!... Lorencez se precipita. Forma dos columnas con todas las tropas que están presentes en el sitio del combate y les muestra las viejas y sólidas murallas que deben asaltar. Por un lado va el comandante Cousin, que, a la cabeza de un batallón de zuavos, flanquea por la izquierda las formidables ondulaciones del terreno que están frente a de él, y se va a esperar al pie del talud que deberán batir las balas de fusil, los ovases y una avalancha de fuego... ¡Qué importa!... Del otro lado, es el comandante Morán quien se dirige al oblicuando a la derecha con otro batallón de zuavos para desviarse en seguida hacia Guadalupe. Tratará de abrigarse de los fuegos de Loreto… Pero ¿cómo escalar los muros? ¿Cómo entrar en la plaza, dado que nuestros cañones no han podido demoler esos pesados muros? ¿De qué manera? Se hace lo que en la precipitación de los acontecimientos resulte posible. Ved, pues, esos zapadores que siguen a nuestras dos columnas. Cada uno de ellos lleva una plancha provista de escalones que han sido clavados precipitadamente. Este medio de escalar es muy simple. La agilidad de nuestros soldados hará lo que falte. Por la izquierda se lleva un saco de pólvora, para hacer saltar la puerta del reducto…

Finalmente, el general en jefe, previendo que el éxito dependía del golpe de andancia que iba a intentar, no duda por un solo momento en desguarnecer la custodia del convoy.  Le manda al batallón de cazadores la orden de que se le incorpore. Sostendrá el batallón próximo.

De pronto, resuenan los clarines….Es la señal del asalto. Se escucha el grito de ¡Adelante! Se escucha también un segundo grito: ¡Viva el emperador!...El ataque está desencadenado… se corre precipitadamente.

El general, con su porta-guión al lado  y seguido siempre de su estado mayor, ve cómo se mueven sus tropas. Si está todavía montado a caballo, no es más que por su buena fortuna. Reconocido desde que llegó a la planicie, no ha dejado de ser blanco de los tiradores mexicanos. Ya una primera vez, aproximadamente a cincuenta pasos del casco de la hacienda de San José, donde fuera apostada una ambulancia volante, apenas se había detenido en una labor, cuando una bala de cañón disparada desde Guadalupe vino a caer a sólo dos metros de su caballo, antes de rebotar y de pasar entre el interpreté y el señor Braconnier, bañándolos de polvo.

Lorencez avanza todavía cerca de 200 metros más, para establecerse en un sitio desde el cual pueda verlo y dirigirlo todo. Para llegar a dicho sitio se necesita franquear un área descubierta de alrededor de 150 metros de largo. Le manda entonces a cada uno de los suyos que se lancen de frente, aunque sin ir agrupados, en cuanto él dé la señal de avanzar y tan aprisa como se pueda.  Dada la señal, se entierran los acicates en los flancos de las cabalgaduras y se llega. Sólo uno, ¡ay!, quedó en el camino. Es el subteniente Raoul. Una bala de cañón lo ha hecho caer a tierra. Un amigo solícito corre a socorrerlo. Es el valiente Braconnier. Lo endereza, pero en sus brazos no tiene más que un agonizante. El abate Montferrand acude entonces para darle la extremaunción… Dos amigos que rezan y que lloran en medio de la muerte que los rodea. Braconnier hace llevar el cuerpo de Raoul hasta la ambulancia, y va a incorporarse al estado mayor. Cuando lo ven llegar, con las lágrimas en los ojos, Lorencez y el coronel Valazé exclaman: “¡Dios mío, ha muerto el pobre Raoul! ..¡Qué perdida para el ejército!”

¡Son las 3 de la tarde!

¿Es únicamente la hora de los que mueren?... ¿o es acaso la hora de la victoria para nuestro puñado de héroes?

Ya lo dije antes, los zuavos del Segundo Batallón se han lanzado al ataque, pese a todos los obstáculos, con esa impetuosidad, con esa audacia que tantas victorias les han valido. Al lado de ellos, sobre la izquierda, aparecen las cuatro compañías de cazadores rivalizando en heroísmo para escalar la formidable posición que todavía está intacta.

A medida que nuestra columna se acerca al fuerte, la defensa se multiplica, la intensidad del fuego se redobla. En el aire ya no se percibe sino un zumbido de balas y metrallas, un huracán, una borrasca de hierro. Es una tempestad que ha desatado también su cólera terrible. Quienes solo lo vieron debieron temblar… Vieron cómo nuestros cazadores, nuestros zuavos, lucharon con entusiasmo, bravura y audacia… ¿Es una marcha o una carrera?... ¿O acaso es un vuelo, el de esos hombres que surcan el palacio sin detenerse ante ningún obstáculo?

Se acercan…nadie podrá resistirlo. Eso fue lo que se debió creer por un momento… Ya llegan… tocan las murallas… El enemigo, estupefacto al ver cómo brincan y reaparecen después de vencer un obstáculo, una zanja, una roca, ha debido preguntarse si eran leones o jaguares. Por eso en el fuerte se estuvo a punto, lo que he sabido después, de dar la orden de retirada. Se cambian impresiones…. ¡los franceses van a entrar...!

CONTINUARÁ……


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