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El autor es estudiante de Comunicación en la BUAP. Con esta pregunta generó en Facebook (https://www.facebook.com/dobby.loca) una buena polémica que debiera ser obligada, pública y masiva. Es un hecho que en las redes sociales el debate se multiplica, y que nuestra sociedad está en busca de respuestas.  Iniciativas como la de Armando lo prueban.

En redes sociales de nuestro país han circulado miles de imágenes de intención cómica relacionadas con el caso de los 43 normalistas desaparecidos en el municipio de Iguala, Guerrero. Muchas de estas imágenes responden a cuestiones de un debate que se remonta a años atrás, pero que se mantiene vigente: ¿los consumidores de sustancias ilegales son los culpables de que exista el narcotráfico, o de incentivar la existencia del crimen organizado?



Cuando establecen una conexión moral, e incluso criminal, entre consumidores y criminales confunden la causa con la responsabilidad. Sin lugar a dudas existe una relación causal entre el dinero del tráfico de drogas ilícitas y la violencia en nuestro país, sin embargo eso no implica que los consumidores sean los culpables de la violencia. Los responsables son y seguirán siendo los políticos corruptos, los banqueros que limpian su dinero, los criminales que pertenecen a los distintos cárteles y los servidores públicos (policías, funcionarios, etc.) que permiten el crimen, ya sea bajo coacción o cooptación, pero sobre todo es responsabilidad del Estado por imponer un sistema económico que genera miseria, que permite el despojo y que no da ninguna alternativa a los pobres más que la ilegalidad o la muerte, pues esa ilegalidad brinda un cobijo económico a los propios criminales.

La reflexión anterior, compartida por un servidor en su perfil de Facebook, generó un buen debate entre los amigos que tengo en esta red, en el que se reflejaron muchas posturas, algunas contrarias y otras complementarias.

Carlos Gabriel, estudiante de ingeniería en logística, señaló que la responsabilidad del Estado no borra la responsabilidad de la ciudadanía que compra productos producidos y distribuidos por el crimen organizado en este país. Asimismo sentencia que es contradictorio criticar al crimen organizado cuando al mismo tiempo al consumidor no le importa de dónde viene el producto que compra, pues los ingresos de prácticamente cualquier tipo de crimen organizado en México van a manos de políticos o de cárteles.

En este mismo sentido, Roberto, estudiante de la licenciatura en física indicó que el dinero utilizado en las corruptelas y sobornos a servidores públicos encuentra su origen en las operaciones relacionadas con las drogas ilícitas.

Saúl, egresado de psicología, mencionó que él no consume porque él coincide con las posturas anteriores de que sí existe una relación directa entre la violencia y el consumo de drogas. Además indicó que uno de los problemas más grandes alrededor de la situación de violencia es la enajenación humana con el consumo de cualquier producto, sea este legal o ilegal.

Por otra parte, en la misma lógica de que consumir al crimen organizado contribuye a su crecimiento, Edmundo, egresado de medicina, sostiene que ante la existencia de una conexión moral entre crimen y consumo, una alternativa está en la autonomía de producción, ya sea que los consumidores creen su propio producto, o lo consigan con personas que producen sustancias para su propio consumo.

En cuanto a la violencia, José Luis, empresario poblano, sentenció que la ilegalidad es la generadora de violencia y corrupción, y que las sustancias que actualmente son ilegales, deberían de ser reguladas por el Estado a través de impuestos y leyes, argumentando que de esta manera las prácticas violentas pueden ser reducidas.

César, estudiante de psicología, señaló un punto sobre la violencia con el que yo coincido, pues está relacionada evidentemente con el mercado y la cantidad de dinero involucrado en el comercio basado en la prohibición de una sustancia. Desde esa postura acusa a los grupos criminales y a lavadores de dinero, funcionarios corruptos, etc., de cargar con la mayor parte de la responsabilidad por el clima de violencia en México. En contraste, también habla de la contribución económica que hace el consumidor al volverse parte del mecanismo que sostiene al crimen.

Ambos también coincidimos en que la asociación del consumo de drogas con una conducta social negativa es imprudente, pues la crítica se desvía hacia la moralización del consumo y no atiende a las condiciones que existen alrededor del mercado, que tienen que ver más con un clima político y económico específico.

En general, todos los que participamos en este breve intercambio de ideas coincidimos en que la causa de la guerra y de la violencia reside en la propia prohibición, y que la legalización sería una posible herramienta para reducir el clima de hostilidad que en la actualidad impera en nuestro país. Sin embargo es necesario señalar que este sería un paso de muchos que deben tomarse si pretendemos caminar hacia un México en paz, donde todas y todos podamos hacer ejercicio de nuestras libertades sin temor a poner en riesgo nuestra propia integridad.

En la actualidad es innegable la pertinencia del debate alrededor del tema, pues no podemos entender nuestra realidad sin tomar en cuenta factores que se hacen presentes en nuestra cotidianidad, como las drogas y la violencia. A mediados de este año tuvo lugar un foro sobre política de drogas en la Cámara de Diputados, y desde meses atrás el PRD en el Distrito Federal planea incluir en su agenda la legalización de la marihuana en la capital.

Estas iniciativas dan lugar a las preguntas que nos hicimos y que intentamos responder ¿La violencia y las drogas tienen relación directa? ¿Qué resultados reales trae consigo la legalización? ¿En qué términos debe ser regulada la producción/distribución/consumo?

Si bien no tenemos respuesta, estoy convencido de que debemos seguir investigando y debatiendo sobre el tema en todos los espacios; redes sociales, nuestras escuelas, casas y trabajos. No sólo es asunto del poder legislativo, sino de todas y todos, pues las determinaciones con respecto al tema ya han tocado fibras muy profundas del tejido social, y ahora caemos en cuenta de que debimos involucrarnos en el debate mucho antes de que la política contra las drogas llegara al punto en el que hoy nuestro país se encuentra.