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Por: Verónica Mastretta

"No hay final para la tristeza" fueron las últimas palabras que dijo Vincent Van Gogh a su hermano Theo antes de morir. Vincent se dio un tiro en el pecho cuando estaba viviendo y pintando en el sur de Francia. Murió dos días después y dio tiempo para que su hermano llegara a despedirse. Theo y Vincent fueron almas gemelas desde niños. Uno puede encontrar almas gemelas temprano en la vida, en medio de ella, o  en el momento más inesperado. Puede encontrarlas en su círculo familiar o más cercano,  cruzando una calle, o al escuchar la música que suena  en una tienda de discos, sorprendidos por la misma belleza que llega a los oídos de quienes de casualidad cruzan sus miradas y comparten un momento de belleza. Me pasó recientemente buscando un disco. Fue un lunes en el que me sentía particularmente sola, en ese momento en el que el día muere, y con él, la posibilidad de haber hecho algo más con  sus horas. La belleza de la melodía  me obligó a detenerme para apoyarme contra el estante y cerrar los ojos. Hay música  e instantes que te quitan el aliento. Un amable señor  se me acercó, me tocó el brazo y me dijo: "Eso que la conmueve se llama  Peer Gynt y es de Grieg.", y me dio en la mano el disco abierto que él iba a llevarse. --Solo hay este, 39 pesos, pero la grabación es excelente --me dijo. Eso costó la música encerrada en ese disco. Y esa posible alma gemela se fue como llegó, dejando su huella de luz y amabilidad. Las almas gemelas nos ayudan  a encontrar salidas  de oxígeno en este laberinto que llamamos vida. Es posible que la  imponente obra de Van Gogh no hubiera sido posible sin el apoyo incondicional   de su hermano Theo a lo largo de su corta existencia.

 Van Gogh pintó por poco tiempo, de los 27 a los 37 años, pero  a partir de que se enamoró de la pintura no dejo de pintar un solo día. Antes hizo muchos intentos por encontrar su rumbo y un  incierto camino a la felicidad. No tuvo suerte con las mujeres. Una probable epilepsia, una enfermedad  difícil de diagnosticar y sobrellevar, no solo por los prejuicios existentes  hacia la enfermedad, sino por las secuelas que  va dejando en quienes la padecen cuando no hay medicinas, hicieron de Van Gogh un hombre introvertido a veces, místico otras, excéntrico siempre. Su sensibilidad a flor de piel quedó en carne viva conforme fue pasando su corta vida.

 En su primera juventud  se hizo predicador  y misionero. Se fue a vivir con los mineros holandeses,  a compartir con ellos una vida dura e implacable. Ahí empezó a pintar sus primeros cuadros,  ya con movimiento y pinceladas únicas pero  con colores obscuros y ocres… como la realidad que vivía. Su radicalización en defensa de los mineros en busca de mejores condiciones de vida para ellos lo confrontó con los dueños de las minas y  ocasionó que lo expulsaran de la orden  misionera. Su hermano Theo  lo protegió y le dio trabajo en una elegante tienda de venta de arte en la que él mismo trabajaba. Ahí conoció mucho de pintura y se familiarizó con el arte japonés, que con su sencillez aparente y su estructura áurea perfecta, tendría una enorme influencia en su forma de  pintar. Peleaba con los clientes que buscaban pinturas que combinaran con el tapiz de sus sillones. Odiaba la superficialidad.  No duró mucho ahí. Theo lo ayudó a irse a París  a donde llegó a  descubrir el color  y la luz cuando entró en contacto con el efervescente movimiento de los impresionistas, a quienes Theo conocía y valoraba.

 La pintura de Van Gogh, como es bien sabido, no tuvo éxito mientras vivió, pero siempre tuvo el apoyo económico y la certeza de que Theo comprendía su genialidad. La comunicación entre ellos siempre fluyó. Muchos de sus cuadros  los adquirió el  dueño de la tienda de materiales de pinturas, a cambio de  los colores, brochas y telas  que le proporcionaba a Vincent  para realizar su trabajo. Su hermano Theo lo mantuvo a lo largo de esos diez años, y Vincent le iba enviando todos sus cuadros juntos con cartas en las que explicaba el porqué de cada trazo en una tela, el porqué de un color o de una composición innovadora. Otro de sus grandes adquirientes de cuadros fue el médico que lo cuidó en Arles, el Doctor Gachet, gran aficionado a la pintura,  a quien Vincent pagaba  sus cuidados médicos con paisajes, autoretratos y retratos del doctor y su familia. La colección del Doctor Gachet es hoy uno de los grandes patrimonios del museo de los impresionistas en París. Además de ser doctor de Vincent, fue algo más valioso: su amigo.

 En Arles, en los últimos meses de su vida, Vincent se enamoró locamente de una prostituta que lo despreció y a la cual le mandó como regalo su oreja envuelta en un pañuelo. Luego pintó su autorretrato con la cara vendada...Su vida   solitaria  y deteriorada por la mala salud había ya entrado en el despeñadero final. Aun así hasta el último cuadro que pintó en esos días, un campo de trigo sobre el que vuelan unos cuervos negros sobre un cielo violentamente azul, es hermoso. Y seguía enviando su obra metódicamente a su hermano, quien un día le avisó, dichoso, que había vendido una de sus pinturas y le envió el dinero. Theo dio a Vincent todo: cariño, cuidados, dinero, amor incondicional. De las cartas intercambiadas entre ambos surgió el libro "Cartas a Theo", un monumento a la hermandad y la solidaridad, no solo entre hermanos, sino entre seres humanos. La obra de van Gogh es un canto a la vida, a la sensibilidad, a la belleza, al color deslumbrante. Su cuadro de "Noche Estrellada" es un compendio de todas las noches  estrelladas del mundo. Cuando todo está obscuro, la memoria de ese cuadro  llena de luz el alma.  Vincent murió en brazos de Theo. Seis meses después, moriría Theo de manera trágica también, a los 34 años. Los dos hermanos están enterrados juntos: dos sencillas tumbas una al lado de la otra.

Theo tuvo otra alma gemela cerca de él: su esposa Johanna Bonger, con la que tuvo un único hijo al que llamaron Vincent. Muertos ambos hermanos, ella clasificó  con todo cuidado la obra de Vincent, así como las cartas entre ambos. Johanna fue recopilando cuadros desperdigados aquí y allá. La madre de Van Gogh no supo darle amor,  nunca lo entendió, mucho menos su arte. Johanna  todavía rescató un maravilloso cuadro de Vincent que su madre tenía  cumpliendo la función de puerta en su gallinero. Quizás por cosas como esas Vincent  no encontró el camino a la serenidad. Infancia es destino. "No hay final para la tristeza", dijo al morir, pero nos iluminó la vida con sus cuadros, sus amarillos feroces, sus cielos desafiantes, los retratos de sus zapatos, o el cuadro de su cuarto en Arles.

Hay almas gemelas a las que nunca conoceremos en persona, pero nos dejan su luz  y su aliento en un cuadro, un poema, un libro o en una  melodía inolvidable.