• Verónica Mastretta
  • 27 Marzo 2014
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Pues ahora resulta que nadie se salva. Todos los partidos y muchos de los gobiernos formados por ellos traen en la mano bombitas de tiempo creadas por la corrupción o están sentados en medio del tiradero que ya dejó una explosión. Y lo malo es que después de las explosiones y las tormentas mediáticas que suelen acompañarlas, al final un funcionario de tercer o cuarto nivel paga los platitos rotos y el público se queda esperando el siguiente escándalo, que usualmente los medios manejan como capítulos de telenovela; hay buenos, malos, y malísimos, chivos expiatorios , víctimas y danzas de miles de millones de pesos o de muertos, según el tema del escándalo, y al final el capítulo se cierra con una  o varias fotos de los presuntos culpables retratados de frente y perfil antes de entrar a la cárcel. Digo presuntos, no verdaderos, que esos casi nunca aparecen. Tiempo después leeremos que la mayoría sale después de un ratito.

Casos: el de Raúl Salinas de Gortari y el fraudulento manejo de Conasupo y la cuenta secreta de la Presidencia de la República, el  cafre accidente en la discoteca Lobohombo, el asunto de los sobornos de las ligas de Carlos Ahumada y todos sus presuntos implicados, entre ellos Bejarano, que anda vivito, coleando y "operando" como se dice en la jerga política,  la explosión de un ducto de Pemex en San Martín en enero de 2011 que dejó más de 30 muertos, el robo del erario en Coahuila,  en Tabasco, en Michoacán, los segundos pisos del sexenio de López Obrador y su información encriptada hasta 2020. Y ahora, las últimas noticias, el caso del fraude de "Oceanografía" a Pemex, con  panistas involucrados y el nombre sonante de los hijos de Martita Sahagún y la suspensión de la línea de Oro del Metro en la ciudad de México, inaugurada en los últimos días de gobierno de Ebrard y  parada para su remediación cuando apenas fue inaugurada con un sobrecosto de dos mil millones de pesos y la intervención de tres de las más grandes empresas del país.

 No detrás, sino enfrente de cada funcionario corrupto, suele haber un empresario sin escrúpulos. Y los empresarios, como suele suceder con el capital, no tienen colores ni sabores, se suelen acomodar con el que tengan que tratar. Entiendo que no tienen por qué no trabajar con gobiernos emanados de diferentes partidos, lo que no entiendo es que todos acaben funcionando igual cuando se trata de hacer las cosas por la mala. Y es ahí en donde entra el tema de las contralorías. Las contralorías deberían ser instituciones federal, estatales y municipales  absolutamente independientes, como lo fue el IFE de la época de José Woldemberg, el mejor IFE que ha existido en la historia de nuestro país.

La figura de quien preside una contraloría debería ser sujeta  a elección popular o electa  de tal manera que los ejecutivos no sean jefes de los contralores, personitas a las cuales pueden correr en el momento en el que se les pegue la gana, para poner a otro en el que tengan puestas todas sus complacencias. En el caso del ayuntamiento de Puebla, por poner un ejemplo, al contralor lo propone el presidente y lo acepta el cabildo. Ni modo que el contralor que el presidente propone se le ponga flamenco al que lo propuso. Si así lo hiciera, lo mandan con su cajita de cartón, sus pertenencias personales y sus fotos familiares a su casa. Es como si la chacha de la casa te cuestiona el que gastes jabón de más o le rezongues a tu marido. Lo mismo pasa con las contralorías estatales, le responden a los gobernadores, no a los ciudadanos. Es el modelo el que está mal.

Aquí en Puebla tenemos  el caso de los saqueos que durante años se han llevado a cabo adentro del SOAPAP. Nos dicen los medios y los funcionarios que el SOAPAP fue la caja "chica" de los gobiernos, que lo dejaron con una deuda de más de tres mil millones de pesos, que a todos nos bolsearon, pero no hay un solo responsable con nombre y apellido. Fueron puros fantasmas los que se llevaron el dinero. Ni un acusado, nadie que devuelva ni cinco centavitos, todo es silencio, nada de llanto ni crujir de dientes. Total, ¿qué se les ocurre a ustedes que se debería de hacer con las contralorías para que sirvan de algo? En un país en el que todos dudan de todo, no se me ocurre cómo generar contralores que de verdad sean autónomos e independientes. Se reciben ideas para mandárselas a los diputados, a ver si les parece.  La otra es que de plano no existan ¿Para qué gastamos en eso? De todos modos, al final la explicación es la misma, no vieron nada, no oyeron nada, no dicen nada, no olieron nada, y eso lo digo por el caso de la explosión de Pemex en San Martín cuyos responsables tampoco tienen nombre.  Mientras --digo yo-- para qué gastamos en eso. De momento solo sirven para perseguir a los que le caen gordos al que manda, aquí y en China, como dice el dicho.

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