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Por Sergio Mastretta

Las cosas pasan rápido con él, atento como está al movimiento de los automóviles, aun cuando todos los lugares están ocupados y todavía la sombra del templo y las casonas mantienen fría media avenida. Pero ya pasan de las once, y al sol ya te cueces.

Cuántos rostros guarda un hombre al que miras desde la ventanilla. Cuánta vida puede contarse. Escuchar a saltos, para después llevar de corrido una historia.

--Ayúdeme con esto --me dice y señala al mismo tiempo un cartón de jugo y su mano izquierda cubierta por una venda que guarda el polvo de varios días.

Es la primera vez que lo veo. Está ahí, a media calle, con el sol batido sobre su gorra, con el cuerpo esbelto, curtido, bien perfilado por la camiseta futbolera sin mangas y el pantalón estrecho. Cuida su plaza, como la llama. Es un viene viene atento que se acerca a la ventanilla y te mira fijamente a los ojos. Ni joven ni viejo, me digo, entretenido por un bigote largo y ralo, que lo vuelve viejo. Son sus ojos claros los que alumbran su piel oscura y convierten su mirada y todo su porte en el de un hombre joven que no ha cruzado la frontera de los treinta. Pero debe tener más de cuarenta para que quepan los seis que vivió en el ejército y los veiticinco que se aventó como chofer de pipas petroleras por las carreteras nacionales, hasta que en febrero pasado lo asaltó un comando zeta y terminó su carrera trailera arrojado en un descampado de la Sierra Madre Oriental. Un largo pleito laboral en los juzgados de Conciliación en el DF lo ha traído a sobrevivir en el centro de la ciudad de Puebla.

Es la primera vez que lo veo, pero como hoy, a saltos, narrará su vida recargado en la ventanilla.

 

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Todo pasa rápido, y siempre le ha ocurrido algo. Un día, un pleito en la calle 5 de Mayo que termina con un machetazo en su mano izquierda. Otro, se lo llevó el operativo. Ayer terminó en una patrulla tras un pleito a navajazos en el portal del Pasaje del Ayuntamiento. Hoy, la muerte de su pequeña hija en alguna ciudad de Coahuila, que cuenta así, a botepronto, entre los claxonazos de los autos impacientes en la esquina que no quieren saber de nada, que ven a este hombre como se mira a un poste, a un periodiquero, a un policía, como parte del mobiliario urbano, como a un contrafuerte de la iglesia de la Compañía, como a un simple y llano viene viene.

--Apenas me avisaron, y no voy a poder ir, no hay feria…

--¿Tenias una hija?

--Tenía ocho mesesitos.

Caray, le digo, y no entiendo nada. Hace ya días que me lo encuentro, y así, a gajos de ventanilla me va relatando su historia, hilvanada a retazos de banqueta, su infancia en los cañaverales de El Mante, sus años de balazos en el ejército,  la soledad en la carretera, los congales en los suburbios de las ciudades, su vida de gerente de un cabaré de traileros,  su matrimonio y la muerte de su esposa y unas mellizas en el parto, el asalto en la sierra, el juicio laboral, el pleito con un gandul, su canto quebrado por el alcohol nocturno.

Cuánta vida se puede contar por una ventanilla.

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El primer día tiene un motivo para hablar conmigo: no puede abrir un tetrapak de jugo pues su mano izquierda la oculta una venda ganada por la mugre. “Traigo dos clavos, tuve un encuentro, tiene que ver como quedó el otro”, dice para que imagine yo una escaramuza reciente aquí cerca, en la 5 de Mayo. Suelta en ráfaga el relato mientras yo desgarro el cartón del jugo.

“Voy con mi novia en paz ahí en Santo Domingo y ese bato le agarra las nalgas, pero no sabe con quién se metió, yo salí de cabo en el ejército, sé meter las manos, pum, pum y ya estaba en el suelo, pero alguien le pasó un machete y aquí me rajó, metí la mano pero el golpeó con miedo, si no me la vuela”.

Se le acerca un muchacho encapuchado. No deja que se arrime a mi ventanilla. Algo murmuran, pero el encuentro es breve. Ya regresa: No entiende este bato, ya le dije que él entra hasta las tres, pero no entiende, me quiere sacar de aquí, pero a mí me dejó la plaza un amigo, ya estoy aquí desde hace varias semanas, pero no entiende, como tiene aquí a su esposa, bueno, su pareja, es la afanadora de la iglesia, por eso quiere la mañana, pero él ya sabe que empieza hasta las tres.

Y usté puede llamarme Sebastián.

Nueva distracción: reconoce a un cliente, un director de algo en la universidad, y lo sigue hasta la esquina. El otro viene viene aprovecha para recorrer la calle y calibrar el tráfico que viene del boulevard del río. No tarda Sebastián, que recupera el control de inmediato, sin decirle nada a su rival, simplemente recuperando la conversación conmigo, que ya entiendo que en su trabajo la palabra acompaña el día, no se trata nada más de cuidar autos y guardar lugares.

“¿No se tarda, verda? --me dice--. Está tranquilo, ¿sabe cuánto me hice el sábado desde las cinco de la mañana hasta las tres de la tarde? No sé, trescientos… No, cómo cree, ni cuándo, cincuenta, si no sale ni pa comer. Y ese que me quiere sacar de aquí, pero lo viera, nada más pasan los estatales y sale corriendo, y es que le piden a uno mil quinientos, pero yo no les niego, les digo, yo estoy trabajando, yo estoy cuidando carros, desde febrero que me asaltaron, por allá me botaron esos malandros, con todo y unidad me trajeron y yo le digo a la empresa y qué voy a saber pa dónde jalaron, ellos ahí me aventaron, nada más, no me madrearon, no más me tablearon y me dejaron ai dentroelmonte,  y aquí estoy desde febrero, sí, ya son ocho meses después de 21 años de andar de trailero, y sin nada, cuál indemnización, nada, me dejaron en la calle los de la empresa igual que esos malandros … Péreme de nuevo.”

Pasa el oficial de vigilancia de la casona universitaria, hay que darle reconocimiento, saludo de mano, tope de nudillos, hay que ser serio. Hay que darse a respetar, me dice, y su relato avienta las comillas, toma la ventanilla, se olvida de mí. Claro, por eso a esto chavo le pregunto por su esposa, para que vea que lo respeto aunque yo sé que nada más es su pareja, pero para que me respete, como decía mi papá que en paz descanse, trata a la gente como quieres que te traten, eso decía él, campesino en Xicoténcatl, allá por El Mante, en Tamaulipas, ejidatario cañero con quince hectáreas, y yo soy su único hijo, no tuve hermanos, aunque no me dejó ni un metro, todo eso se lo quedaron sus otros hijos, ya sabe, problemas en la familia, las tierras las tiene una nieta de mi papá, hija de una hermana que no conocí, por eso yo me fui al ejército, seis años y hasta cabo fui, con catorce enfrentamientos, uno de ellos con otro cabo, uno que se pasó de baño, mucha humillación, llegó a escupir en mi comida, delante de todos, por eso le jalé cuatro balazos y no le volé la cabeza porque me paró un compañero, sólo le desbaraté la pierna con la ráfaga, pero ya esta mocho, lo tuve que marcar, no se dio cuenta de que yo todavía no desarmaba el arma y me quiebra un palo de escoba en la espalda y ya fue mucho, le digo, las armas son para respetarlas, en eso se parecen a las mujeres, si no las respetan te acaban, como les pasa a todos esos que terminan descabezados, ya nada respetan, van y matan esos sicarios allá en Tamaulipas, esos del Golfo, batos de la calle, no han tenido nada, los agarran y al rato ya traen un arma, y qué, luego van y matan, para que al tercer día amanezcan decapitados…

 

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Nueva ventanilla. El relato viene rápido, con la agilidad con la que domina el barrio, como si no hubieran pasado cinco días. Y ha tomado la plaza de la escritura y del tiempo, ayer es hoy, sigues siendo el de hace veinte años, eres tu mismo todos tus cuerpos pasados, me digo cuando escucho a Sebastián correr en un instante todas sus películas.

De hecho, a mí desde pequeño me gustaban las armas, me dice y se sigue. Mi papá las tenía por el gobierno. MI papá  vivió 102 años. Murió hace tres. Era federal de caminos, lo que ahorita ya es la PFP. Yo le decía que me dejara trabajar el campo, me gustó, es un trabajo muy forzado, yo empecé a trabajar el azadón, el machete, hacía raspadillas, sabía cultivar la tierra, el riego, o sea todo. Caña de riego, no era temporal, ahí es la región cañera, lo ques Ciudad Mante, Xicoténcatl, El Higo Veracruz, Ciudad Valles tienen ingenio, son los mismos de los Aarón Sainz Garza, cinco ingenios, imagínese. En Mante, el Aarón Sainz Garza, ahí tenía mi papá 14 hectáreas, todo pal ingenio, que ponía la maquinaria, al final de año le descontaban, ahí no se ocupan animales, bueno la retapa con azadón, tapar la caña, porque yo lo hice, la sembrábamos, se va tirando ahí, y se retapa, porque la cortábamos cruda, ¿sí sabes lo ques el tecume?, cuando la cortas cruda, y esa la siembras en el lomo, la vas tirando, la vas tirando, después la picas, todo te espinas, no, te queda el hombro, el volado, hartas espinas en todo el cuerpo, y toda la caña pal ingenio, pa la azúcar, la melaza, el alcohol, la secamos, la cortamos, depende la variedad, mi papá siempre tuvo la Mec 57, muy buena, mucho mejor que la tres diez, que es muy delgadita, esa tiene muy buen peso, pero tienes que cortarla a tiempo la espiga, es muy bonita, pero si no la cortas a tiempo la espiga, chupa la caña, ya no da el mismo rendimiento, te lo pagan en menos, por eso tienes que cortarla en su mero punto.

 

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Nueva semana. Aquí sigo, no tengo feria para ir a Conciliacion, pero ese pleito lo voy a ganar, como le digo a los de la empresa. Veintiún años les trabajé. Transportes Maxim, de las más grandes, de un señor Javier, el mero dueño, ochocientas pipas, yo manejaba un T 2000, con dos tanques. Toda la república, Salina Cruz a Cancún, a Matamoros, con la base en México. Trabajamos para Pemex. Salí de la ciudad de Matamoros a la ciudad de Cancún, ahí descargue en el aeropuerto, de ahí me vine vacío a cargar en Salina Cruz Oaxaca, ahí cargué turbosina, ochenta toneladas, cuarenta y cuarenta, tres compañeros salieron delante de mí, yo salí al último, a mí fue el que me tocó. Yo iba a Matamoros, por toda la costa, siempre ando solo. Me detuvieron en un pueblo de Tamaulipas que se llama Tula, venía circulando, y entre unas brechas de la sierra se me emparejaron cuatro camionetas, dos por delante, dos por detrás, me encañonaron, era de noche, en la madrugada, ahí se presta para asaltar, está baldío, no hay nadie. Siempre había manejado de noche, día y noche, día y noche. Me pararon, venían unos ocho en cada camioneta, con buenas armas, me pidieron todos mis documentos, el pasaporte, la carta de pedimento, los papeles, el dinero, todo, se llevaron todo. Y ahí me golpearon, todo quedó grabado, por que el T2000 trae cámaras, yo la operaba, la prendía y la apagaba, si no había peligro, si me paraba, la prendía, así mis compañeros veían lo que yo estaba haciendo, todo lo ven, hasta de noche lo pueden ver, la cámara trae láser, la infrarroja que se le llama, como la de los militares. Ahí me dejaron, me metieron al monte como dos tres kilómetros dentro del monte, en una camioneta, pensaba, me van a matar, me tiraron ahí, dice uno ‘matalo, ya nos vio’, dice el otro, ‘no, déjalo, dice, no te vas a mover de aquí hasta que no se despegue la unidad’. Luego yo buscaba dentro loscuro la orilla de la carretera, oía los carros que pasaban, los cochecitos, me fui guiando, me fui guiando hasta que encontré la carretera, bien recuerdo queran como las cinco de la mañana cuando salí de allí y me lavantó un trailero, pedí raid y me levantaron, me echaron la mano, estaba todo golpeado, porque me tablearon con la intención de que no pudiera salir a tiempo, apenas podía caminar, así que me dajaron en la caseta del 44 en el estado de México, porque por allí pasan muchos compañeros de la empresa, y ya de ahí me llevaron a la base.

Levanté la denuncia en el ministerio público, le hablé al patrón, sabes qué le dije, me atoraron, me quitaron la pipa, estoy golpeado,  dice sabes qué, yo quiero mi carro, yo quiero mi pipa, le digo, yo no me voy a hacer responsable de una unidad que no es mía, yo no voy a exponer mi vida, tu carro está asegurado, tu carga está asegurada, las pipas están aseguradas, y yo qué, no, dice yo te voy hacer responsable del robo y que me mete la demanda y yo que se la regreso, le metí la contrademanda, por eso está el proceso, porque yo había levantado acta allá mismo en Tula, el mismo trailero me llevó, nos metimos a la ciudad de Tula y allí mismo levanté el acta y a la federal le expliqué la situación, total dice, el abogado de la empresa, está bien, vete a Conciliación, y hasta la fecha está el proceso. Tengo mis abogados, me conocen desde pequeño, una de ellas tiene una hermana en Tamaulipas que es maestra, son de confianza, y yo les pago con lo que tengo que cobrar el cien por ciento, pero me dicen que todo va sobre marcha, que todo va a salir bien, que voy a ganar el pleito. Mi patrón está mal, tantos años laborándole, y sin embargo otras personas lo roban, y yo no voy a pagar los platos rotos por otro.

 

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Yo no entré de chalán, yo cuando entré a la empresa ya sabía manejar trailers, porque yo en el ejército agarraba los trailers, ahí me enseñaron, te conozco todo tipo de máquinas, te las arreglo y todo. Yo me metí de catorce años al ejército, me gustaban las armas, y mi padre cuando estaba en vida quería que yo fuera un militar, que fuera alguien, y realmente me latía, me gustaban las armas, y eso que me enseñé con mi papá en el campo, pero me gustaban las armas, por eso entré de aspirante, a los 14 años, en ese tiempo te agarraban, te aceptaban, ahí estudié la secundaria y el bachillerato federal dentro del ejército. Como soldado de primera empecé escasamente todavía no tenía los 16 años, bien morro, me mandaron a Los Mochis, Sinaloa, fue mi primer retiro, ya me mandaron a capacitación para enfrentamientos especializados. Los capitanes mayores vieron que yo le echaba ganas, me dijeron ¿quieres hacerla en la vida? Sé que tienes valor y lealtad para hacerlo, ¿quieres afrontamientos?, bueno te vamos a capacitar, y me capacitaron un año y seis meses, de pura capacitación para hacer afrontamientos, que me voy a enfrentar con los narcos, como si te dicen, están aquí a la vuelta, pues yo voy a lo que voy, yo no les voy a hablar, yo voy a llegar a matarlos, si me fue bien, qué bueno, si ahí me tocó quedar, ni modo, pero como nosotros estamos capacitados para hacer afrontamientos, es muy difícil de que nos maten, a nosotros nos capacitan en el tiro de campo, para tirar, saber armar, desarmar, meter cargadores, el equipo que traes, la pura arma te pesa siete kilos, el 7 punto 32, el AK47 igual, un total de 30 kilos en el cuerpo, el chaleco de doce a veinticuatro placas blindado, camuflajeado, los cargadores, la cantimplora, y traes tus radios, y las 45 en las piernas, dos pistolas con cuatro cargadores, y para todo eso tienes que tener fuerza, condición…

Soy buen tirador. Entrenamientos muy duros tuve: reconocer las siluetas en el campo de tiro, muy duro, pasar por abajo del alambre, con los codos, así aprendí a tirar, a aventarte con todo el equipo a un barranco y saber caer y ya llevar el arma preparada, ahí en la sierra, con una sola mano y brincar de punta a punta y ya el arma puesta para disparar, así me preparé para mi primer afrontamiento en Los Mochis, Sinaloa, cuando me dijeron sabes qué, con cien hombres a mi cargo, lo que hice fue encomendarme a dios, porque no sabía si volvía, y esos no corrieron como los de Caborca, porque tuve catorce afrontamientos, nos mandaron a la sierra, me recuerdo los plantíos grandísimos de amapola, acá pal lao de Colombia, aquí por Monterrey, pura sierra, hartos plantíos, luego en Durango, en Chihuahua, con el machete cortábamos la marihuana, la engavillábamos y la quemábamos, ahí junto a las chozas de los narcos que cuidaban los plantíos, y ahí mismo los tiroteos, pues fueron catorce afrontamientos, y ahí quedaron varios que chingué, pues no es que le presuma pero soy buen tirador, y no me arrugué, ya sabía a lo que iba, si regresabas con bien, pero si ahí quedabas ahí quedabas, pero estaba capacitado, y eso ellos no lo ven, están mal, nunca van a poder con el ejército, ellos se meten por el interés del dinero, venden su vida por poca cosa, ora con el crimen organizado ya matan gente inocente, que no la debe. Antes los narcos nada más nos miraban y corrían, aunque por los mandos pasaba toda la droga, los generales, los mayores, entre ellos agarraban el pinche  guato de cocaína y la chingada, órale, te la vendo, échame la lana, ora sí transpórtala y hasta los custodiaban, a eso se le llama lavadero de dinero. Así tuve mis afrontamientos, como el Lázaro Cárdenas Acapulco, en plena calle nos agarramos, en una playa que se llama la Caleta, toda peloteada quedó su camioneta.

 

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Ahí en el ejército me enseñé de trailero, me mandaban del cuartel de Sonora aquí a México, y ai íbamos, bien cargados de armamento, explosivos, misiles, bien custodiado.

En Monterrey pasó eso con el cabo, a mis tres años, porque el sexenio de servicio lo terminé en Coahuila, ahí pedí mi baja. El bato ese, qué puede hacer, yo era un aspirante, cuando era soldado de primera, el me sobajaba, me escupía la comida, pero los comandantes vieron que yo le echaba ganas, y le digo sabe qué capitán, ese cabo ya me tiene harto, ya no lo aguanto, me dice pues tú sabes lo que vas a hacer, y luego hablé con un sargento Núñez, y con el mayor, y lo mismo, dándome a entender, y me mandaron al campo de adiestramiento, yo con el cuerno de chivo, un HKG3 762, todavía no desarmaba, la tenía cortada, y llega él y me quiebra un palo de escoba en la espalda, y estaba un compañero mío así al lado, nomás la agarré la levanté se la descargué toda, son veinte tiros, el otro cuando sonó el primer golpe vio que si iba en serio me la bajó, pero le metí dos, le volé la pierna, ahí se quedó sin pierna, se la tumbé ahí, se la amputaron después, y no me hicieron nada, ya sabían que le tenía contrademanda, mejor un capitán Feliciano me llevó a su cuartel en Coahuila, allá me encuartelaron, dijo vente conmigo, trabaja conmigo, metió las manos por mí, ahí fui a dar, a Múzquiz, a la frontera, donde están las maquiladoras, ques a lo que se dedica la gente ahí.

Ahí cumplí mis seis años de contrato, pero ya no quise seguir ejerciendo, me fastidié del gobierno, ya conocí de todo, conocí de armas, de todo tipo de drogas, ya dije hasta aquí llegué y pedí mi baja, no me agarraron de desertor, me dieron mi expediente, me dicen ya no tienes nada que ver aquí en el ejército,  ya estaba cansado de que me mandaran a la sierras por tres meses seguidos, y nunca vine a Puebla, no se me concedió, me mandaban a donde estaban más duros los cocolazos. Me fastidié,  aunque no faltaran las viejas, agarrabas de todo, siguen mucho al militar las mujeres, tuve muchas aventuras, pero todo pasajero, ni de trailero tuve nada fijo, mi trabajo no me lo permitía, porque no fíjate que no, nunca las tomaba en serio y yo nunca tuve un lugar fijo. Pero ya después de trailero conocí yo a mi esposa, una noche, ya tenía dos años de pipero, venía de Cancún a Matamoros, y ahí en la sierra, precisamente donde me asaltaron los zetas, ahí la conocí, estaba con sus papás, en la madrugada, se les descompuso su coche, y está baldío, vi que alumbraban con la lamparita, pero ya vi que era familia, pero también pensé no vaya a ser un cuatro, me empecé a parar parar, ya vi al señor que estaba con la muchacha, y ya me bajo y dice el señor, mira venimos de Ciudad de Maiz, vamos a Matamoros, tenemos una hija allá, pero ora cómo le hacemos, y yo digo qué puedo hacer, pos la única es que me lleve jalando el carro, dije yo voy pa Matamoros, no más que tengo que hablar con el federal, porque como traigo doble pipa y cargo químicos pues no puedo cargar gente pero les voy a echar la mano, pero yo ya le había echado el ojo a la chamaca, y enganché el carro hasta atrás, le metí las rampas y nos fuimos, y allí adelante en un pueblo que se llama Cuamave ai taba el federal y ya me paro y le digo jefe traigo una familia que los acabo de encontrar le digo, traigo su coche atrás y la verdad no sé ni qué carro sea, y ya fue y lo checó, ¿y ellos?, los traigo arriba, le digo dame la viada, le digo, porque traigo químicos, luego luego se fijó en los rombos, dice dónde vas, voy a Matamoros, al aeropuerto, y ya me dio una clave el federal, dice, órale, dios que te ayude, vas obrando bien, yo pensé que me iba a pedir mochada, y no. Ya llegué a Matamoros, y me dice ella ten mi teléfono, que llevaba por nombre Mayra, ora soy viudo, yo la perdí a ella, con ella conviví diez años, diez meses, tenía 26 años, y a los diez tuvo las gemelitas, pero se le reventaron los glóbulos rojos y las mellizas tomaron agua de la fuente, pero me da su teléfono, le digo voy de viaje pero vengo de regreso, así que una semana de novios duramos y a la semana nos casamos, fiesta y todo, con iglesia nos casamos ahí en Matamoros, eso fue de repente, mi papá no fue a la boda, ya no estaba, ni mi mamá. Pero me faltó ella, cuando dios me la recogió a ella y a mis bebés, y me descarrilé con el alcohol, y hasta la fecha, ora va a ser un año en enero, ella falleció el 6 de enero, apenas, no, si ella viviera no estuviera como estoy, no hubiera conocido este vicio, quién sabe donde estuviera, bueno, con ella, pero no me hubiera pasado esto, no lo estoy superando. Es que pasaron muchos años con ella, y quería tener hijos, y yo le decía, en primer lugar para empezar tenemos poco de casados, le digo, mira, en primer lugar, no estás preparada y yo no me siento capacitado para ser papá todavía, tengo que tener algo que ofrecerle a ese bebé pa cuando él venga, así namás con las manos cruzadas, qué vamos a hacer los dos, mejor vamos a planearlo, y así la tuve y así la tuve, hasta que por fin, lo planeamos los dos, y yo nomás quería uno, pero no, me trajo dos, pero ya ves la desgracia que pasó.

 

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Yo tengo años que no piso mi tierra, y por ai paso, hay un lugar que se llama Estación Calles, por ai pasa el tren, ahí hay un pueblito, pero ya no pasa el tren, ora hay un libramiento, es pista pero no hay casetas, por ai pasa todo el tráfico, y ahí es donde está el peligro, ahí está el crimen organizado, y tenemos que pasar por ahí. Ocho años duré sin ver a mi papá, y pasaba por ahí, mi afán era andar en la carretera, hacerme responsable de mi trabajo, cumplir con mi deber. No lo vi morir, ni al sepelio fui, me quisieron localizar, pero yo estaba en Sonora, no pudieron. Quiero que sepas que no sé ni dónde está, sé que está en Xicoténcatl, pero no sé realmente, pero ahí está su casa en el ejido Francisco Villa, junto al campo deportivo  donde juegan los chavos, ahí está el río. No soy un solitario, yo me llevo bien con toda la gente, si algún día tratamos,  en donde quiera que llego  tengo abiertas las puertas, porque yo no me meto con nadie y nadie se mete conmigo.

A mi modo de ver México es un país muy corrupto, por eso no vamos a progresar, por eso decimos no vamos a progresar, por qué, por el mismo gobierno que no deja trabajar, por eso estamos como estamos con toda esta delincuencia que hay, que si el presidente quisiera acabar con todo el narcotráfico y la delincuencia, México fuera otro país, si hubiera más fuentes de trabajo, ya no hubiera delincuencia, pero no, ellos el gobierno le da alas al narcotráfico, por eso hacen todo lo que hacen. Lo vi como soldado y como trailero, es como te digo, usté cree que un presidente va a tener tanto dinero para llegar a la candidatura, no, por eso están amafiados, el presidente se arregla con el narcotráfico, sabes qué, te voy a dejar trabajar, dame poder, y qué dice el jefe del narcotráfico, órale, ai te van tantos millones, cuánto necesitas pa la campaña, por eso llegan al poder, porque el narco les avienta la lana. llegan a un acuerdo, tú déjame trabajar y hacer lo que quiera, y aquel con tal de tener su ilusion, órale, que hizo Calderon, porque con los otros nada más había narcotráfico, pero no había crimen organizado, pero nada más llegó ese Salinas de Gortari con Calderón, y crímenes por todos lados. Son ellos, es el presidente,  están de acuerdo con el narco.

Pero si el ejército agarra uno del narco, qué le pasa, que lo matamos, ya no lo dejamos vivo, pero si agarran uno de nosotros, lo torturan. Nunca se me pierde lo militar, queda, pero te adaptas, te adaptas. Ayer me pararon unos polis en el centro, por las botas que son militares, me dicen, oye moreno, a qué corporación perteneces, digo, pertenecía, digo tengo cargo, qué rango, cabo primero del dieciocho regimiento de caballería, tuve el primero, segundo y tercer escuadrón a mi cargo, no jefe, no hay problema, adelante, digo, gracias comandante, que tenga muy buenas tardes, y nomás se me quedaron viendo de arriba abajo, yo por el corte de pelo, dice creíamos que pertenecías a una corporación. Y yo los veo y digo, no me metería de policía, no están preparados para un afrontamiento, yo sé que a la hora de una pelotera corren.

 

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Espero una buena cantidad del proceso, quinientos al menos. Mira, cuando andaba de trailero, en aquellos años, allá por la carretera a Cuernavaca tenía un bar, iba puro trailero, un cabaré. Lo que pasó que en ese tiempo mi papá tenía un bar en México, era de él, y él me lo traspasó, me dice, hazte cargo tú de él, se llamaba bar Almirante, ahí en el libramiento de la carretera que corre de Cuernavaca a México, hay un lugar que le llamamos la cuna de lobos, al final, es como un bosque, está muy bonito ahí, era la cueva de los zorros, lo tuve un buen tiempo y me dejó muy buen dinero, pero en ese tiempo tenía unos 26 años, tenía de todo allí dentro, y gente de confianza, a mí nunca me robaron, porque mi papá me enseñó a trabajar, de una botella de tequila yo sé cuántas cubas le salen, no me podían robar porque las marcaba con una regla, yo sabía cuántas tubas, ya nomás llegaba yo y checaba todo lo que era cerveza y todo de todo, checaba todo el inventario, no que aquí me faltó dinero, y así, en ese tiempo no tenía mucho jale, a veces me aventaba dos viajes por semana, y era cuando yo aprovechaba para estar en el bar, vivía en Ecatepec, ahí en la colonia Emiliano Zapata, ahí a la altura de la y griega en Indios Verdes, a un lado de la Santa Clara y la colonia la Euskadi. El bar, qué pasó con el bar, no pus ese sí me lo clausuraron, hubo dos muertos adentro, unos narcos, fueron unas viejas, se pelearon por un narco y se balacearon ai dentro, las dos quedaron muertas, yo estaba en Aguascalientes, me hablaron, sabes qué vente, güey, hay muertos, cómo, no sí, me vine de volada, en avión, no ya llegué al bar y encontré un pinche desmadre, ya estaba el MP y los ministeriales, esperándome, que qué, pus el bar clausurado, y me pedían no recuerdo bien, ciento diez o ciento veinte millones de pesos de esos de los viejos, y yo si tenía esa lana para en ese momento volverlo a abrir, pero dije no, pus ciérrenlo, no más dejen sacar la mercancía y la traspasé a otro cuate que me compró todo lo que tenía, lo vendí. Y la propiedad era de mi papá, todo estaba a mi nombre, era grande, de dos pisos, para dos mil quinientas personas, se me llenaba, música tropical arriba y abajo, dependiendo como hubiera de gente, yo no cerraba, las veinticuatro horas, con treinta personas trabajando de día y treinta en la noche, sesenta personas era el personal, me dejaba dinero, pero me gustaba andar de cabrón, puras parrandas fuertes, lo que es tener dinero y no saber invertirlo. Ahora quiero poner un bar, pero de buen ver, que valga la pena, con un restaurant de comida, y ponerlo aquí en Puebla, con alguien que sepa bien la ubicación de los locales, necesito conectes, pues me gusta aquí Puebla, no extraño el norte, lo que extraño es la carretera. Pero ya no, quiero asentar cabeza, pero solo, como decía mi padre, mejor solo que mal acompañado.

 

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Soy músico, toco los teclados, empecé con la guitarra cuando era niño, y luego en el ejército aprendí a los teclados, con un grupo, el acordeón y el bajo, y el teclado, cumbias norteñas, de hecho tengo unos discos, se los voy a pasar pa que lo escuches, de Nelson Cansela, de Tampico Tamaulipas. Toco en bodas, con los teclados de un amigo, en Apizaco, en Amozoc, y en un salón que está por la Procuraduría, en un bautizo, en un matrimonio, en lo que gusten, de solista, tres, seis, nueve teclados completos con todo el equipo con memoria, así es cuando yo me aliviano, sale una feriecita, pagan mil doscientos la hora, yo me llevo el diez por ciento, el quince por ciento, dependiendo las horas, según el acuerdo a que lleguemos. Pero estaba yo en los portales, ai donde está el macdonalds, ahí donde están los policías, en la madrugada, estaba tocando,  me echaron a los polis, me montaron a la patrulla, y quién fue, me dice la poli, se llama Mayra, como mi esposa, ella se portó chido. Yo estaba tocando, había turistas, una que otra personas, estaba tocando un bolero, se llama dos lágrimas tiré, y estaba tomando, pero yo solo, dos lágrimas tiré cuando te vi partir, de celos me llené, mi corazón empezó a sufrir, la vida para mí no es nada en realidad, al menos sin tu amor, por dios tenme piedad, clavaste un puñal en mi pobre corazón al ver que te alejabas, que nunca hubo razón, es de los rebeldes de Linares, y llega el cuate por atrás con una navaja, pero sí no supo con quien se metió que me le voy, y al mal paso que me montan en la patrulla, y al otro también, ya no supe qué pasó con la navaja, y según él estaba pendiente y que lo consignan, lo echaron a los separos y a mí me volvieron a subir a la patrulla y me sacaron de donde está el patio y por allá me llevaron por Plaza Dorada, hasta las seis de la mañana, nomás paseando, y ya me regresaron y me encierran en los separos y a las once salí.

 

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Caminamos por un andador del zócalo. Sebastián me muestra un amuleto, se lo regaló su esposa. Es un ave metálica que ella le dio cuando estaba embarazada. Es una protección, me dice. Ahí está Mayra. Y se lo han querido comprar. Y otro más, un Cristo que le regaló una niña pequeña, hija de una muchacha que conoció en el zócalo. Ella trabaja en un local de accesorios de celulares. Me lo regaló, sigue, no sé ni por qué, ella llegó, se sentó en la banca en que yo estaba, y platicamos, luego luego se fijó en mi acento, no sé, a la semana nos vimos, me habló de su niña, y a la tercera llegó con la niña, no más le dio risa cuando me regaló el Cristo.

Seguimos andando, sin rumbo, así, como la vida viene viene.