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Por: Emma Yanes Rizo


En abril del 2006, la revista Artes de México ofreció un conjunto de textos sobre los Rituales del maíz. “Son contemporáneos y están vivos --dice Margarita de Orellana en la presentación de esa entrega--. Nos rodean y no les hacemos caso, no escuchamos su presencia: son el otro México. Es un fenómeno esencial de nuestro país.”

En el marco de lo que sucede en el mundo con el avance de la industria trasnacional de los transgénicos, encabezado por la empresa norteamericana Monsanto, esfuerzos editoriales como los que lleva adelante Artes de México nos ayudan a entender el papel central que el maíz tiene en nuestra historia. Es la sabiduría antigua, dice Margarita, que no debe perderse. El texto de Emma Yanes Rizo que hoy publica Mundo Nuestro, La tortilla es un  lienzo, nos narra el ritual que año con año realizan en la población otomí de El Pueblito, en Querétaro. Y nos revela la profundidad que el maíz tiene en la cultura mexicana.


Emma Yanes Rizo es investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia; este verano termina el Doctorado en Historia del Arte por el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM con la tesis La loza estannífera de Puebla. De la comunidad original de loceros a la formación del gremio (1550-1653). Ha publicado, entre otros libros, Cuentos de nadie, Los días del vapor y Pasión y coleccionismo, el Mueso de Arte José Luis Bello y González.

En la población otomí de El Pueblito, Querétaro, las tortillas no sólo sirven de alimento. Son también el lienzo en el que los indígenas pintan algunas imágenes devocionales para la fiesta de la Virgen. ¿Qué antecedentes se pueden rastrear de estas piezas? ¿Cómo fue que se alimento cotidiano se convirtió en elemento ritual?

La tortilla es una circunferencia perfecta que se deprende, como los planetas, de una masa incierta, o de la voluntad de una mujer que la deja reposar en el fuego. Antes fue, en las mismas manos de esta mujer o en las de algún dios, una esfera, un trozo de materia cuya forma circular se adivina después, como sucede a quien mira al solo o a la luna. Como los astros, las tortillas también pueden ser de colores y tener variados rostros, según el color del maíz con que se elaboran: blanco, amarillo, rojo, azul.

    En las fiestas religiosas de la región otomí que comprende El Pueblito, Santa María Magdalena, San Antonio de la Vega, San Miguel Tolimán y Comonfort, en Querétaro y Guanajuato, las tortillas no sólo cambian de color por el tipo de maíz con que sean elaboradas: también son selladas y pintadas para formar parte de los rituales de las fiestas religiosas.  Así, al igual que en la hostia vemos sellado el anagrama de Jesús, JHS, en estas tortillas ceremoniales vemos imágenes míticas fitomorfas y zoomorfas que representan a deidades otomíes, y que convierten con los símbolos de la religión católica. 




Los dioses circulares otomíes.

No es raro que los habitantes de El Pueblito y las poblaciones aledañas utilicen las tortillas como lienzo para sus rituales, pues ha sido su costumbre venerar y compartir los alimentos primero con los dioses prehispánicos, y luego con la Virgen María. Y, además, poseen una tradición de dioses circulares que ha hecho posible estas representaciones.

    Zidala Hyadi, “el verdadero padre sol”, es un dios otomí representado de forma circular, llamado también Zida-da Hesu “el venerado padre Jesús” porel esmero catequizador de los franciscanos. De echo, podemos encontrar éste y otros dioses circulares representados en sus códices, pirámides, vasijas y esculturas. En una estela que quizá proviene de la zona arqueológica de El Cerrito en Querétaro, por ejemplo, un disco  solar en altorrelieve encierra una deidad. La luna, según Carrasco Pizana, era la diosa principal de ese pueblo, identificada con la Madre Vieja, quien era también la deidad de la tierra. La llamada Zinana, “la verdadera madre”, y tuvo su continuidad espiritual en la Virgen María, como indica el historiador David Charles W. Carr. 
La diosa Madre Vieja tenía una importante fiesta prehispánica durante un el mes Anthaxhme o “tortilla blanca”, en que, según la Relación de Querétaro: “celebraban cuando querían celebrar los frutos llamados tascame que en lengua otomí quiere decir pascua de pan blanco, fiesta antiquísima entre ellos y de gran solemnidad. Todos ofrecían en esta pascua a la diosa Madre Vieja cumplidamente de sus frutos como diezmo de lo que cogían”.

   Probablemente esta fiesta sea un antecedente al uso que hacen los otomíes de la tortilla como lienzo: la decoran por ambas caras usando un troquel o sello mezquite, y utilizan como colorante diversos tipos de maíz o el jugo de algunas plantas, entre las cuales se encuentran el muitle, de un morado intenso, que en la actualidad es utilizado por los chamanes para la purificación de la sangre.  La decoración de las tortillas recuerda a  las deidades vegetales recordadas en papel amate, tan características de los otomíes de la sierra norte de Puebla.

La Virgen de El Pueblito

El pueblo de Querétaro se fundó en 1531, como parte de la conquista de la zona norte y nororiental de México, con ayuda del cacique otomí Conin. A partir de la fundación de esta ciudad se consolidaron las posiciones de las órdenes de los franciscanos, dominicos y agustinos, que se establecieron con el objetivo de evangelizar a las tribus nómadas del norte.

     Los franciscanos eligieron, con el fin de congregar a los indígenas de la zona, otomíes y pames, un asentamiento cercano a la pirámide de Cue, centro ceremonial prehispánico establecido “a principios de la era cristiana”, y todavía en uso durante el siglo XVI.  Lo denominaron Pueblo de indios de san Francisco Galileo (en 1830 se le cambió el nombre a Villa de Nuestra Santísima Virgen del Pueblito),  y predicaron ahí su doctrina.  Pero los indígenas no aceptaron la congregación y permanecieron fieles a sus creencias tradicionales.  Según  las crónicas compiladas por Aurora Castillo y Genoveva Orvañanos, todavía  en el siglo XVII era común que los indígenas llevaran a la pirámide “flores incensarios con sahumadores henchidos de copal; y llorando a grito abierto, imploraban protección y ayuda [de sus dioses], mientras otros, tañendo sus guitarras de carapacho, danzaban al pie de los altares”

     En 1631, un siglo después de la fundación de Querétaro y de la aparición de la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac, los franciscanos recurrían, de manera por demás planificada a la talla de una imagen de la Purísima Concepción que colocaron en la propia pirámide para lograr la conversión de los indios, según se lee en un informe de 1762, que fue presentado al rey Carlos III: “y no sin misterio si como católicos conocemos una providencia divina, en lo que pudiera llamarse que acaso quiso Dios, que en el mismo año de 1531, que fue en el que se apareció la portentosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe en México, se conquistase también para vuestra majestad su real corona y se reduxese para Dios esta ciudad, y sus pueblos, de los quales, uno es San Francisco citado, donde para acabar con la idolatría y dar la ultima mano a la Conquista, cien años después mathematicamente cabales el de 1631, se hizo por el expresado fray Sebastián Gallegos esta prodigiosa imagen que al siguiente y dos se colocó en dicho pueblo, como llevamos dicho, quizá, según piadosamente entendemos que Nuestra Imagen Sacratísima del Pueblito siguiese en su modo el curso mismo que ha tenido en sus cultos la de Guadalupe”.

       La Virgen, colocada en un santuario indígena por el fraile Nicolás Zamora, tuvo el efecto esperado entre los otomíes: “Y acaeció que al ir los indios a sus acostumbradas prácticas idolátricas se encontraron con la imagen de la madre de Jesús […] y en ellos se obró y después en los demás un cambio radical, abandonaron la idolatría”

Como señalan Aurora Castillo y Genoveva Orvaños: “La asociación de la figura femenina con la tierra va a permitir la aceptación, en la ideología del os indígenas, de la imagen de la Inmaculada Concepción colocada en la pirámide, como su madre”.

    Así, el rito de la fertilidad y el ofrecimiento de la cosecha a la Madre Vieja otomí se trasformó, en el siglo XVII, en el festejo por la aparición de la imagen de la Virgen María de la Purísima Concepción en la pirámide de Cue.

   Esta fiesta era celebrada en El Pueblito, con un novenario en el mes de febrero, en conmemoración al 5 de febrero de 1736, cuando la imagen de la Inmaculada Concepción fue trasladada de la ermita indígena a la nueva iglesia franciscana. El traslado de la imagen implicó  la elaboración de una nueva Inmaculada, más morena que la primera, para sustituirla en la ermita indígena cercana  a la pirámide. Esta imagen es conocida como la Tenacita o Virgen de los naturales, y remplaza a la primera en la iglesia franciscana cuando ésta sale en procesión.

   El lienzo más antiguo de esta imagen, fechado a finales del siglo XVII, tiene forma circular y está pintado, al igual que las tortillas otomíes, en su frente y vuelta. Durante el Virreinato, en esa zona y en parte de Guanajuato, la tortilla también se usaba como lienzo, pero en ella se grababan la custodia, el cáliz y la hostia, la cruz procesional y la imagen de la Inmaculada Concepción, como lo dejan ver los ellos que se conservan en el Museo Comunitario de El Pueblito; en el Museo Regional del INAH, en Querétaro, y en el Museo de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato.

    Tanto la iconografía queretana de la Virgen de El Pueblito, como su representación en las tortillas, han cambiado con el tiempo. En los exvotos y grabados del siglo XVII aparece su imagen suspendida sobre la de san Francisco de Asís, quien detiene las tres esferas de las órdenes formadas por él: franciscanos, clarisas  terciarios. En algunas de las pinturas, al fondo, se distingue “el cerro pelón” o pirámide, como “símbolo de la fe, de la cristianización de los naturales”. Posteriormente, en el siglo XVIII, la imagen aparece en lso lienzos acompañada del niño Jesús, ya que, según la historia, cuando se trasladó la imagen a la nueva iglesia, los indígenas preguntaron a los franciscanos, por qué si la Virgen era su madre no tenía hijos.  Para evitar conflictos, los frailes agregaron a la Inmaculada una imagen del niño Jesús, que hoy se encuentra la derecha de la Virgen. Los sellos que conocimos en el Museo Comunitario bajo el resguardo de los Amigos del Patrimonio Cultural, así como la imagen grabada en las tortillas con motivo de la fiesta en 2004, pertenecen a esta última versión, aunque su diseño es contemporáneo.

     En febrero de 1745, en la ciudad de Querétaro, la Virgen de El Pueblito fue nombrada patrona principal de la provincia de San Pedro y San Pablo. En 1787 la Congregación de Ritos de Roma concedió a la fiesta de la Inmaculada todas las prerrogativas de los santos patronos principales. En 1810 fue proclamada Generala de los Ejércitos Realistas. En 1830  el gobernador de Querétaro  la juró patrona del estado. En 1870 Pío X concedió a la diócesis la celebración de su fiesta con el oficio divino y la misma del común a la Santísima Virgen.  En 1946 se le coronó como la Virgen del Pueblito.  Dos años después fue proclamada patrona principal de la ciudad episcopal de Querétaro con la confirmación papal.

    Como puede observarse, la conquista espiritual de los francisanos consiguió su cometido. Quizá el uso de la tortilla como elemento evangelizador fe tan sólo una de las licencias que los franciscanos tomaron en el camino a la cristiandad.

Las tortillas de colores y la fiesta

De la manufactura de las tortillas como devoción, se tiene el testimonio que diera la anciana Clara Silvia Pérez a Adriana Guerrero en 2003, que quedó documentado en su diario de campo: “Cuando yo era niña, nos íbamos muy temprano a llevar las flores a la Virgen que estaba allá en la pirámide [se refiere a la iglesia del a zona, donde se encuentra hoy día la Virgen de los naturales o Tenacita]. Entonces mi mamá hacía desde la madrugada el nixtamal, con maíz “sangre de toro”, como nosotros le llamamos. Después en el metale lo molía, con mucha paciencia  y serenidad, empezaba a hacer las tortillas de colores. Un día antes, nos llevaba a la nopalera para recolectar la cochinilla, porque con eso pintábamos el sello. Machacábamos el insecto con una piedra y luego lo colábamos con un poquito de agua. Recogíamos la pintura en una vasija de barro y ahí se quedaba para el otro día.  Mi abuelo le dio a mi abuela como regalo un sello de palo de mezquite con la imagen de la Virgen del Pueblito y otro con la Virgen de Guadalupe, que conservo yo. Hacer esas tortillas era toda una ceremonia. En la cocina de humo,  mi mamá tenía un tlecuilli, que era el fogón con tres piedras y el comal de barro encima, también el metate y el huilanche, que era una especie de metate de origen prehispánico pero sin patas, y arrodillada echaba las tortillas.  También ponía frente al metate el tepextatl, una batea de madera y ahí caía la masa. Primero tomaba el testal, la bolita de masa, y la empezaba a extender con la palma de sus manos.  Luego, ya hecha la tortilla, la depositaba en el comal unos segundos, la volteaba y después la colocaba en el sello que ya estaba coloreado con una escobeta. Oprimía ligeramente la tortilla, la desprendía y luego la sellaba por la parte de atrás. Entonces la pasaba nuevamente la comal hasta que estaba cosida.  Luego en un chiquihuite, las iba guardando.  Cuando íbamos a la pirámide llevábamos tortillas, atoles y flores. Eso es todo lo que le puedo decir, de lo que me acuerdo”

     Según me comentó la cocinera del convento franciscano, durante una entrevista en Febrero del 2004, también los frailes participaban del rito de las tortillas pintadas: “Para el convento se hacían sellos de lámina y mental delgadito. Los hacía el señor Ribera Hernández, de aluminio o de latón, y de ahí, la misma lámina se calaba y se recortaba la imagen de la Virgen del Pueblito.  También en una cartulina se hacía el dibujo y se calaba la imagen directo en la tortilla,  con un pincel o un lápiz se dibujaba. Así lo usaban los tenaches [mayordomos] para dar de comer a los padres y a los demás, y también para educar al pueblo. 

      Las tortillas decoradas con símbolos paganos y cristianos son utilizadas todavía hoy día en la fiesta de la Virgen del Pueblito,  y son parte del adorno del buey que recorre el pueblo en procesión para ser bendecido y después sacrificado.  Su carne se consume en caldo al día siguiente,  en un ritual que recuerda al Pésaj judío, o probablemente a la mencionada fiesta prehispánica.

     Se trata, a decir de Adriana Guerrero, de una fiesta que se ofrece a la fertilidad de la tierra, y a las buenas cosechas.  El buey,  adornado con coles,  cebollas, zanahorias, cilantro, chile y mazorcas, es el símbolo de dádivas que otorga la Virgen a sus hijos. Ellos, en agradecimiento,  la festejan con frutas de azúcar, mescal, tortillas con la imagen de la Inmaculada y la custodia, que comen gustosos, “como si fuera el pan bendito”.

     La tortilla se convierte así, como obra de arte efímero, en un medio de evangelización y quizá también en una expresión de eucaristía, perfecto sincretismo.

    Hoy la tradición de las tortillas pintadas corre a cargo de los mayordomos y de la Corporación de las Inditas.  Eulalia, una de sus participantes, vestida para la procesión, amasa frente a nosotros el universo, salen de sus manos pequeños planetas del color del sol.  Y ella los convierte en círculos perfectos,  en lienzos con la imagen de la Virgen, grabada en la luna llena al calor del comal.