• Sergio Mastretta
  • 06 Junio 2013
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Por: Sergio Mastretta

En el municipio de Arcelia, en Valle del Escondido, la brecha corre paralela al canal de riego al término de la temporada melonera. Aquí han acabado el corte; los restos del plantío se pudren al sol como brasas en la tierra. En un recodo un grupo de peones se oculta del horno bajo un almendro. A sus espaldas se extienden los terrenos ejidales rentados por la Sociedad de Producción Rural, la compañía melonera más fuerte de la región, que representa el empresario Salvador Sánchez con sede en Ciudad Altamirano. Son 400 hectáreas en este Valle del Escondido, una parte apenas de las más de 4 mil que las compañías norteamericanas sembraron en noviembre de 1989, en lo que antes fueron ejidos dotados por Cárdenas.

Es un negocio completo mientras la tierra rinde: en 1988-89 se sembraron 3,420 hectáreas que, según informes del Distrito de Riego 057 de la SARH, produjeron un total de 37,620 toneladas, con un valor de 45,144 millones de pesos. Si se toma en cuenta que los costos de producción no alcanzaron los 14 mil millones, las utilidades fueron de 31 mil. Por eso el maíz es el hermano pobre: 5,500 hectáreas produjeron 15 mil toneladas, pero los costos de producción rebasaron los 5,200 millones de pesos, con una reducida utilidad de 1,694 millones.

Por eso no se ven muy alegres los hombres bajo el almendro.



Tienen razón: cada ejidatario rentó su tierra en noviembre a 325 mil pesos la hectárea; luego fueron contratados como peones con un salario de 17,500 pesos diarios: y se ocuparon en desyerbar, desenramar, chaponear los canales unos días, hasta que entran los tractores de la compañía a barbechar, a hacer las regaderas. Después ellos se ocuparán de regadores y piscadores cuando los requieran los mayordomos de las compañías. Al final, como en esta semana de mayo, irán a las oficinas de Salvador Sánchez, encontrarán a decenas de ejidatarios, peones como ellos, haciendo cola ante policías armados con escopetas recortadas para cobrar "la propina" de 200 mil pesos que otorgan las generosas compañías.

-Ayer fuimos unos 70 de por aquí -dice uno-, 200 pesos nos dieron, propina por el trabajo que hicimos en seis meses, ¿pero dónde queda la utilidad del melón?

Son siete ejidatarios a la sombra del almendro. Como el primero, poco a poco, los demás entran a la plática, revelan el sentir campesino ante lo que se ha convertido el ejido productivo de la Tierra Caliente.

-¿Quién va a estar contento con una situación así? -pregunta el más viejo de ellos.

-Queremos sembrar por nuestra cuenta -apunta el más joven.

-Si el gobierno nos refaccionara... -adelanta otro con un cigarro Delicado en la boca.

-¿Cuánto cuesta sembrar melón, por qué no lo siembran ustedes por su cuenta?

-Sabe, la compañía paga todo -arranca de nuevo el más viejo.

-Pues no sabemos, pa qué le decimos -se entremete el del cigarro-. No tenemos un cálculo, no tenemos calado el mercado, dónde va a vender uno.

-Es que uno así no se da cuenta, a lo mejor los mayordomos -anota el joven dubitativo. Luego explica que los mayordomos son ejidatarios como ellos a los que contrata la compañía y que al final se llevan propinas que le pegan a los cinco millones de pesos.

-¿Y como cuánta gente contratan las compañías? -otra pregunta.

-Por decir unos veinte peones por hectárea -dice el viejo-, o sea que ocupan mucha gente, pero nomás unos días, después se baja, ya se hace la primer limpia y se deja unos días de trabajar... Después entran los regadores.

No tiene mucho, cinco o seis años, que entraron las compañías al Valle del Escondido. En Altamirano operan desde 1975, más o menos, cuando los rendimientos en la región de Apatzingán empezaron a bajar.

-Es de lo más melonero aquí¬, señor -dice el del cigarrito, que ya es una bachita en la boca: habla con los labios apretados, con palabras atrabancadas de humo-. Porque el melón deja mucho dinero, pues, pero no es de uno. Por eso ya no queremos a esta compañía de Salvador Sánchez.

-Sí, otros ricos -añade el joven-, pero que sean de aquí¬, no del otro lado.

-¿Y eso qué cambiaría?

-Ah, pos nada -dice el viejo-, ricos de aquí o de allá, de todos modos se llevan la tajada.

-Tamos enojaos, amigo -dice el del cigarro, que por fin ha escupido-, nomás es negocio de ellos... Pa los 200 mil pesos que dan de propina.

-Pagando 15 mil pesos -de nuevo el joven-, y nos dan a destajo el riego, día y noche, con el lodo hasta la cintura, bien desvelaos.

-Y pa no ganar nada...

-Y en las tierras de uno.

-Como acasillaos, pues -remata el viejo.

-¿Y no han buscado organizarse? ¿Y la CNC? ¿Y los partidos?

-Ajá, ta bueno

-¿Y el PRI?: "....."

- ¿Y el PRD?: "....."

Por fin responde el viejo:

-Pa mí¬ que eso sería entrar a otro partido, que nos organizáramos. Porque cómo va a estar bien que en las tierras de uno si no le parece al patrón nos manden a la chingada.

-¿El general Cárdenas se dio cuenta de esto?

-Claro que no, señor -dice el viejo-. El movió todo esto de los canales, pero no se dio cuenta de las compañías.

-Pero si en Apatzingán se renta el ejido desde antes de que el general muriera.

-Será en Michoacán. Si él viviera dejaba madres a las compañías gringas, hablando groseramente dejaba madres que vinieran a hacer bolsa.

-¿Entonces qué, no hay salida?

-Por eso en Secretaría nos han dicho que no ándemos tonteando -ataja el del cigarro con uno nuevo en la boca-, que mejor le siémbremos mango, que nomás se agrupe uno y que ellos dan el crédito.

-¿Y lo piensan hacer?

-Yo de mi parte les he platicao que está bueno.

-Pa qué, tamos olvidaos, enojaos -de nuevo el viejo.

-¿Por eso votó la gente contra el PRI?

-Sí¬, pues -dice el hombre.

-Queremos todos PRD, el PRI apoya al extranjero -se suelta el viejo.

-Un cambio, sí -cede el otro-, pero hay chanchullo. El partido del PRI está bien plantao, en todas las rancherías hay uno que representa todo un ranchito.

-Al que vota PRD le ponen el dedo -dice derechito el joven.

-Y los comisarios son los mismos, todos priístas.

Los hombres quedan bajo el almendro. El reflejo amarillo de la melonera que se pudre figura la contradicción que carga la tierra negra: el sueño ejidal del General Cárdenas se deshace también en la región de Altamirano, como ha desaparecido también en Apatzingán. Cuarenta años de esfuerzo de don Lázaro por ganar el río para la civilización, con pueblos ejidales modelo, el paraíso prometido por la Revolución Mexicana, la respuesta para tantos muertos. Algo, en toda esa trama de la utopía cardenista, no funcionó. Aún vivía el general cuando los ejidatarios empezaron a rentar sus tierras a los capitales. Varias eran las plagas que afectaron la utopía: el abandono del proyecto agrícola cardenista a partir del gobierno de Miguel Alemán, la falta de maquinaria e insumos para los productores, la pesadez y corrupción de la burocracia gubernamental, la tendencia natural de muchos campesinos hacia la pequeña propiedad.

Pero en la memoria pesa más la figura del general. Tierra y agua se le deben, aunque hoy están ganadas por el capital. A unos kilómetros de Arcelia, tallado en una inmensa piedra al borde del camino, Cárdenas domina el sur campesino en la realidad de un conflicto político que estalló en 1990 con la fuerza del Balsas. Sin cuello, el monolito brota de la tierra como las cabezas de los peones en el martirio porfirista.



Lázaro Cárdenas, Km 151 de la carretera Iguala-Ciudad Altamirano. (Foto tomada de Mexplora)





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