• Sergio Mastretta
  • 06 Junio 2013
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Por: Sergio Mastretta

 

En el otoño de 1990, Sergio Mastretta realizó para la revista Nexos una investigación en la tierra caliente mexicana contendida en la cuenca del río Balsas, desde su extremo oriental en los ríos Atoyac y Mixteco, en las estribaciones de los estados de Puebla, Oaxaca y guerrero,  hasta el extremo occidental en el río Tepalcatepec, en la frontera de Jalisco y Michoacán.

Así presentó entonces nexos el reportaje que arrojó esa experiencia periodística:

“El reportaje que publicamos aquí se ocupa de una de las zonas más vivas e inquietantes de México, con una increíble densidad histórica y una incomparable homogeneidad social y cultural. Hoy, una zona cruzada por la violencia política y policiaca, el rezago agrario, el narcotráfico. La zona en que conviven las camionetas Cheyenne y la tienda de raya, la nota roja y los corridos y las leyendas, las "pangas miserables" por el Balsas y los ‘puentes formidables en autopistas’. La Tierra Caliente es hoy lo mismo un nudo nacional que, más que una continua expectación, un nuevo comienzo de esperanza, una apuesta de que ahí acabarán dirimiéndose, para bien, varios de los asuntos más urgentes de la agenda del país. Por eso nexos le encargó a Sergio Mastretta que con amplitud y profundidad nos diera el pulso de este México intenso. Este es el resultado. Invitamos al lector a entrar en él.”

Veintitrés años después, esa región histórica profunda de México arroja acontecimientos difíciles de comprender a vuelo de pájaro: la insurrección magisterial en Oaxaca y Guerrero, que ha puesto en jaque la reforma educativa impulsada desde el gobierno federa,l o la violencia sin freno que recorre todos los pueblos y que se expresa de manera terrible en la guerra civil entre las llamadas “guardias comunitarias” y los “Caballeros Templarios” en la región de Tepalcatepec, en Michoacán. Es una realidad que demanda para su comprensión conocimientos históricos y narraciones en detalle. No es fácil entender la violencia que marca esta trágica etapa de la historia nacional. La mirada de largo plazo puede ayudar.

Todas las cifras en dinero se refieren a los llamados ‘viejos pesos’, por lo que para acercarnos a las medidas actuales es necesario quitar los tres últimos ceros.

Mundo Nuestro reproduce con ese propósito este extenso reportaje  dividido en cuatro partes. Aquí la tercera.

El narco en el zurco

 

A la sombra de un mango, en Aguililla, un hombre rasga la guitarra y entona un corrido:

 

Me dicen el asesino por ai

y dicen me anda buscando la ley

porqué maté de manera legal

la que burló mi querer.

 

Va la sentencia buscándome a mí¬,

más no me entrego sin ver la ocasión

de hallar al hombre que me hizo infeliz

y abrirle su corazón.

 

Es en el ejido El Limón, poco antes de llegar a Aguililla. Arriba, en la sierra, abierto en un claro del bosque, está Baraloso, un ejido forestal. Más allá, a seis horas de camino desde Aguililla, está Barranca Seca, del municipio de Coalcomán, ejido también: en la región se le señala como un territorio ganado por el narco. El hombre de la guitarra comenta los últimos acontecimientos en el municipio: el enfrentamiento entre narcos y judiciales, y el encarcelamiento de Salomón Mendoza, presidente municipal perredista:

 

"Al gobierno se le hace fácil venir y maltratar a la gente. Allá él, pero no es la solución, no es el modo agarrar gente pacífica. Aquí somos personas de trabajo, lo fueron nuestros abuelos, cuando esta región era como decir Quintana Roo, cerros enteros que nadie trabajaba. Mi tata grande vino de Jalisco antes de la revolución porque un individuo cayó a llevarle una hermana por la juerza y ahí se tatemaron a balazos y tal vez mi tata se la ganó. Esto lo digo pa que me entienda que aquí semos de trabajo y buen entendimiento si el gobierno, al contrario de armas, trae maquinaria pa trabajar.

La gente no controla bien la cabeza. Los del rancho, los traficantes, insisten en una guerra. Su gusto es traer buenas armas y sembrar la yerba. Más antes el gobierno topaba con buenas armas a los cristeros con carabinillas, mejor hacían su parque con cerillos. Ora no, ya el pueblo trae buena arma, y las armas pa qué sirven, le pregunto, si no es pa matar al vecino, al gobierno, a la judicial, a todo. Y aunque el gobierno quite las armas, siempre hay quien auxilie. En el último agarre con el ejército fueron 37 muertos. Nosotros fuimos con Villicaña, cuando era gobernador y le dijimos: `Están agitando más la sierra con eso, señor, por perseguir al bandido maltratan a las mujeres, a los niños, y los hombres responden quemándole al ejército'.

 

"Y es cierto. Aquí estaba muy duro el tráfico, el sembradío. Y está muy aguerrido el pueblo que necesita dinero".






Aguililla es un pueblo en la salida de la Tierra Caliente hacia la sierra. En 1910 tenía más habitantes que Coalcomán y Apatzingán. Hoy no pasan de 30 mil en todo el municipio. Tierra de rancheros migrantes, creció en los últimos treinta años del siglo pasado como promesa para campesinos y arrieros desplazados por haciendas y ferrocarriles porfiristas en el altiplano. Reprodujo en sus serranías la economía ganadera de ranchos familiares conviviendo con algunas haciendas dedicadas al cultivo de la caña de azúcar, el añil y el cacao. Los aguileños de entonces desarrollaron en la región lo que sus antepasados criollos en las sociedades rancheras de Los Altos de Jalisco. Todavía hoy, la tienda principal del pueblo es un museo de charrería, con sillas, chaparreras, lazos, aparejos, carcases y todo lo que quiera aquel que todos los días se las ve entre corrales y agostaderos.

Aguililla es uno de los siete principales municipios ganaderos, al lado de Apatzingán, Tepalcatepec, Huetamo, Arteaga y La Huacana. Según los índices de nivel de vida, Aguililla está entre los 25 más bajos en el estado michoacano. Cifras de mediados de los ochentas establecían que más de la tercera parte de su población no tenía ingresos, uno de cada tres habitantes era analfabeto, una de cada dos casas tenía piso de tierra, el 42 por ciento carecía de agua entubada, el 71 por ciento no tenía drenaje, la mitad no tenía energía eléctrica y cuatro de cada diez eran viviendas de un solo cuarto.

 

Jueves 19 de abril de 1990. Salomón Mendoza no está en el pueblo. Como presidente municipal fue con un grupo de cincuenta personas a Morelia a denunciar los excesos de la Policía Judicial Federal en su lucha contra el narcotráfico. Un mes antes, la policía detiene a Ricardo Galván, y delante de su esposa amenazan con volarle la cabeza de un plomazo. La mujer muere días después de un mal cardiaco provocado por el impacto emocional que le causó la acción de los judiciales, según denuncia el alcalde perredista.

 


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