• Sergio Mastretta
  • 30 Mayo 2013
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Por: Sergio Mastretta

 

A media tarde, en el lomerío de Los Cuatlis, municipio de Teloloapan, Gro., Cidronio Pineda, envuelto en jorongo y sombrero, afirma con certeza que se viene un aguacero, pero no hace nada por atajar los goterones que chupa la tierra negra como copos de espuma marina en la arena. Lo acompaña otro hombre de cabello y mirada ceniza y sin sombrero.

--Esto de antiguo era agostadero -dice el hombre-. Era del gachupín y estaba libre de aquí hasta Ixcapaneca. Aquí en los Cuatlis ordeñaban los vaqueros. Con la revolución los gachupines se fueron, ya no quisieron seguir poseando los terrenos acá. Entonces le dejaron a un hombre grande que tenía un santito, San José, y por una limosna que diera el campesino empezó a repartir. Yo ya no me acuerdo, y tengo 58 años, pero mi padre que era un chamaco ya se había casado. Le dieron a él doce yuntas, aparte el agostadero. Por eso se quedó la gente engrida aquí.

-Se ingre el que tiene suerte -dice Cidronio, un hombre habitado por la calma.

-Va pues, el hombre- ataja su compañero.

-A mi me ofrecieron por aquí -sigue el del jorongo-, allá en mi tierra pa'cá pa bajo en Tierra Caliente a un tiempo que se jue la'güita y poco da la milpa. Ai'taban solas unas casitas y nos venimos a radicar arrendado, al tercio le trabajamos al patrón. Los dueños de las casitas tán en Chicago, tienen algo de terrenos, unas seis yuntas que por mitá sembramos porque no semos hartos, quere harta gente...

-Y luego el abono -dice el otro.

-Sí, luego el abono-, asienta Cidronio. Y hacen cuentas: en 1989 compraron a siete mil el que llaman "azúcar", pero en agosto y septiembre ya había subido a 15 mil pesos el bulto. Y el de clase UREA que se compra a 13,500 al inicio de la temporada, después lo encuentran a 24 mil. Un bulto de harina de trigo para el pan les cuesta 48 mil pesos, casi lo que una carga de maíz (50 mil). Y un familia consume por lo menos 30 cargas, el producto de una yunta de cinco hectáreas.

-Nos dan en la vil torre -dice la lógica de don Cidronio.- Todo el temporal escurriendo, trabajando... Ni modo, pal pobre se hizo la horca.

-Por eso el campesino lo que tiene es sólo familia, -dice el otro.

-Tamos enojaos con el gobierno.

-Como pa agarrar las armas.

-El gobierno no entiende, yo no sé qué palabras entenderá.

Aprieta el aguacero. Cidronio escurre como un árbol. Igual resiste. Se cala el sombrero.

En las cervecerías los hombres se sirven sus pasiones, brindan con ellas, escupen, orinan, piden otras. Diálogos así ocurrieron tres o cuatro veces en el viaje. Esta vez un sábado por la tarde bajo una palapa al pie del camino Coalcomán-Tepalcatepec: tres o cuatro sillas metálicas, un refrigerador como un oasis, una mesera de brazos desnudos, hamacas que cuelgan para el sudor de los cuerpos en la noche, cecina enchilada en el aire, canciones imaginarias en la rocola descompuesta. Y una docena de labriegos y vaqueros, los tragos largos y una plática que a esta hora todavía no es la plática sorda, amarga y solitaria de la borrachera.

Campesino I: No tenemos apoyo para nada... Yo soy campesino agricultor, traigo mis cositas para vender aquí y no valen. ¿Por qué no ponemos las cosas a nivel? Que valga lo que trayemos y que valga lo que llevamos.

Salomón (no escucha, se dirige a mí y se refiere al albañil): Aquí estamos en un lugar priyista cien por ciento. Yo le garantizo que él se arrepiente de ser priyista.

Albañil: Yo soy campesino... No soy priyista.

Salomón: Yo le estoy hablando en plata pura, je, je...

Albañil: Yo soy campesino...

Salomón: Si lo eres... dale una cerveza al señor.

Albañil: Sí se la doy. ¿Y quién es el señor? Yo soy campesino, mucho gusto. Muy bien. Después de mi cosecha yo mantengo cien almas, y eso es lo que vale. Siembro maíz, marihuana pura chingada. Para mí hay que evitar que al pueblo se meta maíz de otros lados pa que se consuma lo de los alrededores.

Salomón: Sí señor, aquí llega octubre y empieza a salir la becerrada. Y el maíz es algo de lo bueno, llega a Escocia para el güisqui. Y aquí nos traen maíz pa los puercos, cuando aquí pura cosa buena, por una anega le dan tres de la otra.

Campesino I: Oye cómo están haciendo negocio con nosotros. No me dejaste hablar, ¿no es lo mismo que digo yo?

Campesino II (interrumpe): Que se consuma lo de acá. Por ejemplo, si usté fuera negociante, compra usté tres toneladas, me las paga a cuatrocientos y las vende a 900, un millón, ¿cuánto gana por el transporte? Y nosotros trabajamos todo el año.

Albañil: Ahí está la causa del enojo. Ya se acabó el frijol de por aquí, traen de fuera a cuatro mil pesos, ¿por qué el nuestro tan barato?

Campesino I (se dirige a mí): Eso que está diciendo del frijol no es así. Si yo tengo dos toneladas de frijol y lo vendo y no guardo para mi gasto, si después ando renegando es por pendejo, por pendejo.

Albañil (no se ofende): Exactamente es lo que digo yo.

Campesino II: Antes sobraban marchantes, por los puercos iban al rancho. Ahorita usté viene con ellos al pueblo y devuelve con ellos, nadie los quere, las gallinas mejor las mata pa comérselas.

Campesino I: Es que no está unido el pueblo.

Albañil: Exactamente.

Campesino II: Si le conviene, ofrece una bachicha, si no, devuélvete con ellas. Yo tuve unos puercos...

Albañil (interrumpe): Es lo que iba a decir. Si dos puercos me pesan cien kilos cada uno, me los pagan a tres mil pesos el kilo. Pero la costilla la dan a doce mil pesos, y las chuletas bien caras. Pa qué vendo el puerco, mejor lo mato en mi casa y lo vendo por kilo y me sale más.

Campesino II: Pero que lo agarren a usté así vendiendo.

Albañil: No me agarran.

Campesino II: Le dicen que no está pagando derechos y al bote... Los matadores se encargan de que agarren al que venda por fuera.

Campesino I (se dirige a mí): Mire usté señor representante de Educación Pública...

Salomón (interrumpe): El señor es periodista.

Campesino I: Ah, mucho gusto. Mire, lo que aquí necesitamos es apoyar al gobierno.

Albañil: ¿Y cuándo te va a hacer caso el PRI?

Campesino II: Nunca. El PRI no trabaja, mejor vamos cambiando con el otro.

Albañil: Yo creo en eso.

Campesino II: Tamos en esa creencia. Y si somos muertos por esa línea, ya nos tocará.

Zirándaro, Gro. Jornada laboral.

Foto de Antonio Ortuño.

Albañil: No nomás nosotros íbamos a morir.

Campesino II: ...Bien muertos, ya sería mala suerte, pero pensamos que es bueno cambiar.

Albañil: Hay mucha gente que murió por un cambio de gobierno.

Campesino I: Mire, yo lo que vengo diciendo es para un futuro: seleccionar para continuar. Yo soy nada más un campesino, mantengo mucha gente y no tengo ninguna ayuda. Siembro diez hectáreas de maíz, diez, doce toneladas, las pagan a como les da la gana. Aquí no hay mercado, sólo los acaparadores.

Los campesinos temporaleros dejan ir un sábado más en sus vidas. Sobreviven en el maíz. Se guardan mucho su posición política. Y miran de lado la tentación de los marihuaneros.


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