• Luis González y González
  • 06 Diciembre 2013
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Por: Luis González y González

En este domingo del primer fin de semana de diciembre --si no ocurre otra cosa--, los senadores del PRI y del PAN iniciarán el proceso de aprobación de la reforma energética que abrirá la explotación petrolera al capital privado nacional y extranjero. Y lo harán más allá de cualquier manifestación que realicen los ciudadanos que se oponen abiertamente a la privatización vía cambio constitucional. Panistas y priistas simplemente intercambiaron monedas legales de una misma visión del mundo y del destino que quieren para México.

Que el país se juega su futuro se puede comprender si mira con objetividad el pasado. Cómo entender la reconquista del subsuelo por el capital privado. Y una vez más en Mundo Nuestro, ir al pasado a recuperar la memoria.

Este texto forma parte del libro Los días del presidente Cárdenas, escrito por el historiador mexicano Luis González y González (San José de Gracia, Michoacán, 1925-2003).

(Foto de portada: Carlos Ramos Mamahua, La Jornada 5 de diciembre) 

Las represalias de los ojiazules contra México no se hicieron esperar. Contra lo que dicen los paniaguados de los Estados Unidos, éste no dio su apoyo a la expropiación. Por lo que mira a la corona de su majestad británica, presentó al gobierno mexicano “tres notas redactadas en términos severos”. La corona inglesa exigió “como única solución compatible con el derecho internacional, la devolución de la industria petrolera a sus legítimos dueños”, y simultáneamente pidió a Washington ponerse firme con México, no dejarlo salirse con la suya, entre otras cosas, porque Inglaterra necesitaba de combustible que llegara a su territorio sin atravesar el peligroso Mediterráneo.  Hull repuso que los Estados Unidos no permitirían que el petróleo fuera a parar a una nación enemiga, pero nada dijo acerca de jalarle las orejas a México. También la pequeña Holanda, a través de Mothöfer, su encargado de negocios aquí, presentó cuatro notas done sostuvo que el callejón en que nos habíamos metido sólo tenía dos salidas: la devolución del os bienes a los expropiados y el pago sin tardanza alguna.

       Como era de esperarse, la reacción de las compañías expropiadas fue mucho más furiosa que la de sus gobiernos. Como principio de cuentas, lanzaron a los cuatro vientos la conseja siguiente: México desde el 18 de marzo de 1938 contrajo con las compañías petroleras una deuda enorme que no podía pagar ni en tres generaciones, una deuda que oscilaba entre 500 y 600 millones de pesos. Al mismo tiempo, solicitaron amparo contra el decreto expropiatorio por parecerles inconstitucional.  Pero no se ciñeron a salir en defensa de la Constitución mexicana. Su rabia los condujo por un lado a picarles la cresta a los obreros mexicanos; por otro, a buscar generales resentidos deseosos de armarle una rebelión a Cárdenas; y por un tercero, a exigir al tío Sam que obligara a “los ladrones y bandidos” a la devolución sin demora de los bienes expropiados, que les declarara la guerra si era menester, que enseñara a como diera lugar a los mexican greasers el mandamiento: no robarás.

       El gobierno norteamericano menospreció las solicitudes de recurrir a la fuerza y de fomentar una revuelta anticardenista. El embajador Daniels y el secretario del Tesoro, Morgenthau, ni siquiera aprobaron la idea de Hull “sobre la conveniencia de usar la política platista como elemento de presión”. “Temían—escribe Lorenzo Meyer –que las dificultades económicas obligaran a Cárdenas a buscar el apoyo de las potencias fascistas. Por otra parte, no consideraban conveniente perjudicar a las empresas mineras norteamericanas (que controlaban casi todas la producción argentífera mexicana) en beneficio de los petroleros.”  Al parecer Roosevelt no quería poner en peligro la política de buena vecindad sólo por quedar bien con los expropiados. El telegrama del 5 de abril enviado por Castillo Nájera al presidente deja entrever la disposición conciliadora del presidente de los Estados Unidos.

      “Presidente –telegrafía Castillo—espera México proponga plan arreglo indemnización y ofréceme influir acéptese mayor brevedad. Roosevelt saluda al presidente Cárdenas y confía progreso a nuestras buenas relaciones y arreglo asuntos pendientes” Responde Cárdenas: “Enterado con satisfacción mensaje cifrado hoy relacionado entrevista con señor presidente Roosevelt. Virtud estoy pendiente gira norte país […] tú viaja presente semana esta capital para que recojas instrucciones concretas sobre plan indemnización compañías petroleras.”

       Seguramente el gobierno norteamericano ni promovió ni quiso la expropiación petrolera decretada por México; pero tampoco ni promovió ni quiso la vuelta a la política del garrote. Según volvió a decir Roosevelt, México estaba en su derecho al expropiar a las compañías y lo único que cabía alegar era el pago perentorio de las indemnizaciones. Así lo reconoció el presidente en carta a Daniels:

            Mi gobierno considera que la actitud adoptada por el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica […] confirma una vez más la soberanía de los pueblos de este continente, que el presidente Roosevelt ha sostenido. Por esa actitud, señor embajador, su presidente y su pueblo han ganado la estimación del pueblo de México […] Mi país se siente feliz de celebrar hoy, sin reservas, la prueba de amistad que ha recibido del de usted y que el pueblo llevará siempre en el corazón […] Puede usted estar seguro, señor embajador, de que México sabrá hacer honor a sus obligaciones de hoy y sus obligaciones de ayer.

          Pero Cárdenas no reconoció de antemano la reacción que iba tener la potencia líder. Por eso había planeado responder a cualquier agresión armada con el incendio de pozos, refinerías y tanques y la inutilización de todo lo que fuera manzana de discordia. Él ni siquiera sabía, aunque debió sospecharlo, que un factor importante para hacerlo desistir de sus planes neronianos iba a ser el embajador Josephus Daniels. “La nacionalización mostró –escribe Lorenzo Meyer—que Daniels era en verdad un nuevo tipo de diplomático, auténtico representante del New Deal y partidario intransigente de la buena vecindad. Daniels vio el programa reformista del gobierno mexicano –incluida la expropiación –un medio de otorgar mayor poder de compra a las grandes mayorías y convertir a México en un vecino estable y buen cliente de los Estados Unidos.”  Gracias a Daniels, según opinión muy generalizada, la buena vecindad no se dejó engatusar por los intereses petroleros. Por el viejo Daniels, la táctica de las compañías tendiente a meter a los Estados Unidos en un lío gordo con México se redujo a casi nada. “Daniels –escribe Townsend –tenía mucho de común con Cárdenas. Ambos concordaban en el desafecto al alcohol, al juego y al vicio y en el cariño a los pobres y a los explotados.”

       Con los grandes en su contra, los poderosos empresarios tuvieron que reducirse al desahogo verbal. Steve Hannagan, que había convencido a los vacacionistas de ir a disfrutar los pantanos de Florida, fue contratado para convencer al mundo entero de las fealdades del país nacionalizador de su chapopote. The New York Times, Washington Post, Wall Street Journal yotros grandes diarios norteamericanos, también cayeron en la seducción de ofender a México. Como era de suponerse, los periódicos de la cadena Hearts fueron los más aguerridos secundadores de la bilis rabiosa de los expropiaditos.  Todavía más: los pesudos de El Águila, de la Huasteca, de la Sinclair lograron que los más egregios vicios de la república mexicana fueran noticia internacional, no sólo estadounidense. México fue conocido en todo el mundo como el malo de la película. México fue revelado a todas las gentes como un adalid del complot comunista internacional, como una nación de tontos gobernada por una punta de ladrones, como un país de ladrones regido por un nopal frío y baboso. El que menos, aseguraba que los mexicanos carecían de técnica y de genio organizador.  Según la prensa menos injuriadora, la industria petrolera nacionalizada iba a pique porque los mexicanos no tenían los saberes técnicos ni la habilidad administrativa para mantener en marcha lo que los ojiazules habían puesto a marchar.

    En México, los más lúcidos y prudentes seguían preguntándose: ¿Cómo sustituiremos a los sapientísimos y sistemáticos ingleses y gringos? ¿De dónde sacaremos las refacciones exigidas por la maquinaria expropiada? ¿Quién nos comprará nuestro chapopote después del boicot acordado contra México por el capitalismo internacional? En el caso que pudiéramos sorber petróleo y que alguien lo quisiera comprar ¿tendremos buques tanques para hacer las entregas a domicilio como era lo acostumbrado? Antes de cualquier respuesta, el gobierno mexicano procedió, por decreto de junio de 1938, a formar dos organizaciones estatales. Petróleos Mexicanos (PEMEX) se encargaría de extraer y refinar las aguas negras de los pozos petrolíferos, mientras Distribuidora de Petróleos Mexicanos (DIPEM) se encargaría de la venta de los productos de PEMEX.

        Por su parte, las compañías seguían aguando la fiesta de la expropiación. La táctica de sacar capitales nos puso en un brete. A eso se juntó una baja en las recaudaciones de la hacienda pública debido al colapso de las exportaciones de petróleo y minerales. Como si eso fuera poco, hubo que importar alimentos. En esos meses la producción interna de granos estuvo muy por debajo del a demanda. En la semana del 20 al 27 de marzo el precio del dólar subió de 3.60 a 6 pesos. En junio, Taracena escribía en su diario: “El valor internacional del peso mexicano sigue inestable […] se han reducido los negocios, con agravio de personas que dependen, ya directamente, ya indirectamente de ellos, y se ha producido un daño más grave aún […] Los precios en general han subido, pues los comerciantes los gravan […] El cambio sigue prácticamente abandonado a la suerte que le marcan, no sólo la demanda y la solicitud de giros, sino numerosos accidentes de índole psicológica, que lo tienen en un estado de agitación contrario a la salud financiera. “

        La Gran Bretaña, en una nota poco menos que insolente, nos reclamó un adeudo por daños a propiedades inglesas en época de la revolución de 362 mil pesos. La Secretaría de Relaciones llamó al ministro inglés, le entregó un cheque por la suma reclamada y sus pasaportes. Simultáneamente dispuso la repatriación del representante mexicano en Londres. En día panamericano declaró solemnemente el presidente Roosevelt: “No permitiremos que ponga en peligro la paz de América cualquier agresión a un país americano, originada fuera de nuestro hemisferio.” En la mismísima Inglaterra algunos lores y sobre todo prominentes del Partido Laborista protestaron por la notas del gobierno inglés al gobierno mexicano.

     Pese a las respuestas exteriores favorables, a los miles de telegramas efusivos de obreros y estudiantes de todo el mundo y especialmente de Centro y Sudamérica, México temblaba en forma cada vez más visible. El mismo presidente Cárdenas tuvo noches en que no concilió el sueño. La alegría de la nacionalización de los pozos de petróleo, según López Velarde, de escritura diabólica, se mudó más o menos rápidamente en susto, sobre todo en la clase media. La idea de organizar batallones obreros y de impartir educación militar a los trabajadores aumentó más al azoro del os ricos y de la clase media, pues produjo rumores de que los rojos aprovechaban el momento de incertidumbre para imponer de una vez por todas la dictadura del proletariado. El 1 de Mayo discurrieron por las calles del a capital alrededor de treinta mil obreros militarizados y repartidos en rojos batallones.

     Huelga decir que el séptimo semestre del sexenio cardenista fue un relámpago, una luz súbita que condujo a una oscuridad también momentánea. La obra de Cárdenas alcanzó la cima más alta de la historia de México en el siglo XX para sentirse obligada en seguida a iniciar un descuelgue. Las tempestades cimeras no permitieron quedarse en la cumbre. La expropiación de oro negro le atrajo a Cárdenas una  popularidad nunca vista dentro de su país y una inquina colérica en las cimas sociales de los países poderosos. La enemistad internacional se volvió altamente amenazante, produjo la devaluación del peso, la subida del valor de los comestibles, la caída de los productos petroleros y la decisión de Cárdenas de no bajarse de su mula, de seguir echándole lea a la lumbre aunque no tan visiblemente como lo hizo el 18 de marzo. Cárdenas siguió adelante con los faroles, aunque en el último semestre de 1938 ya no pudo farolear tanto, ya no logró igualar las proezas marcianas. Las nacionalizaciones se toparían con un vigoroso viento de frente que se sentirá páginas adelante. 

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