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Por: Carlos Tello Díaz

El libro La rebelión de las Cañadas, escrito por Carlos Tello Díaz, tuvo un antecedente en la revista Nexos, que publicó con ese título este texto sobre la insurrección indígena en Chiapas, que este pasado 1 de enero cumplió veinte años. Más allá de la inagotable discusión que ese acontecimiento ha acarreado para la historia mexicana moderna, Mundo Nuestro lo recupera aquí con el ánimo de presentar un ejemplo acabado de lo que la narración periodística puede lograr cuando está fundada en la investigación de fondo y la capacidad literaria del escritor. Es el propósito estricto que este portal llamado Mundo Nuestro quiere alcanzar.

Carlos Tello Días, escritor mexicano nacido en 1962, ha escrito entre otros libros El exilio: un relato de familia (1993), sobre el exilio mexicano en Europa; En la selva (2004); El fin de una amistad (2005); y 2 de julio (2007), sobre la polémica elección presidencial de 2006 en México. La rebelión de las Cañadas fue publicado en 1995, y narra el origen del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Este texto es su antecedente.

(La foto de portada, de Marco Antonio Cruz, del archivo de Cuarto Obscuro. Una imagen muy similar sirvió para la carátula del libro publicado por la editorial Cal y Arena)

 

El 1 de enero de 1994, antes de clarear el alba, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional entraba por las calles de San Cristóbal de Las Casas. En esas horas de la madrugada, al inicio del Año Nuevo, entraba también por otros poblados más: Ocosingo, Chanal, Altamirano, Las Margaritas. La toma de San Cristóbal era, por mucho, la más importante para la dirección del EZLN. Alrededor de novecientos combatientes irrumpieron en la ciudad. Muchos eran tzotziles de la región de Los Altos; otros más, tzeltales de la zona de la Selva. Un grupo bloqueó con árboles, derribados en el asfalto, los entronques de las carreteras que comunicaban con el exterior. Otro grupo, con material de construcción, rodeó las gasolinerías de Pemex. El EZLN ordenó después el cerco de las avenidas que confluían en la ciudad. Uno de sus destacamentos, el más numeroso, marchó del Periférico Poniente a la Avenida Tabasco, con dirección al Puente Blanco. Una vez ahí, tomó hacia Diego de Mazariegos para doblar en General Utrilla, hasta llegar al fin a la Plaza de Armas. Era más o menos el mismo recorrido que, catorce meses atrás, hicieron los indígenas que tomaron la ciudad para condenar los quinientos años del descubrimiento de América. Hacia las dos de la mañana habían sido copadas las oficinas de la Policía Municipal de San Cristóbal. Cuando llamaron las autoridades para saber si todo estaba en orden, los mismos zapatistas contestaron el teléfono para responder que sí. Una granada cayó dentro de la planta de Grúas San Román, donde meses antes estaba la Federal de Caminos. Otra más cayó después en las oficinas de la Procuraduría de Justicia del Estado. Samuel Moreno, su guardián, fue derribado por una ráfaga de balas en las piernas. Pero no hubo, en general, necesidad de recurrir al fuego. La toma fue, en verdad, "un poema", como diría con humor el hombre que la comandaba. (1)

 

(1) Citado por La Jornada, 6 de febrero de 1994.

 

A los habitantes de San Cristóbal -los coletos- les tomó por completo de sorpresa la aparición del EZLN. Muchos pasaban con sus amigos las fiestas del Año Nuevo. Gilberto Aguilar, agrónomo, maestro de escuela, venía de ver a su novia que vivía en el camino que va de San Cristobal a San Juan Chamula. Regresaba sin prisas a su casa por el Periférico Poniente cuando, a eso de las tres de la mañana, topó con un grupo de personas que bloqueaban el entronque de la carretera a Tuxtla. Tuvo que frenar. No sabía lo que pasaba. Quiso dar una vuelta cuando lo detuvieron con un golpe sobre la cajuela. Todos llevaban armas. Era muy difícil adivinar si eran asaltantes, judiciales o soldados. Un hombre que no era indígena, un ladino con pasamontañas, le pidió sin rodeos una identificación. Gilberto sacó su licencia de manejar.

 

-Eso no me sirve- oyó que le decía-. ¿En qué trabajas? ¿Quién eres?

 

Otro personaje le ordenó que saliera de su coche, para que lo catearan. Entonces comenzó a sentir miedo.

 

-Pues qué quieren que les dé- les dijo a los encapuchados-. Yo vengo de una fiesta en casa de mi novia. (2)

 

(2) Fuente: Víctor Pérez.

 

Gilberto recordó que tenía su credencial de maestro dentro de la guantera, y regresó para buscarla. Los zapatistas, satisfechos, lo dejaron partir. Estaba tan nervioso que no podía, con su prisa, encender la marcha del motor. Al encenderla, finalmente, circuló por una lateral para librar el retén cuando dio de frente con una Combi. La recordaba blanca, muy extraña. Unos hombres bajaban armas de su puerta, todas nuevas, en cajas de madera. "Estos son los jefes", pensó Gilberto. (3)

 

(3) Fuente: Víctor Pérez.

 

En el transcurso de esa madrugada fueron asaltadas la tienda del IMSS en General Utrilla y la bodega del ISSSTE en Belisario Domínguez, así como también la farmacia Bios, entre Cuauhtémoc y Miguel Hidalgo. Guadalupe García, administradora de la farmacia, dormía ya cuando sonaron los golpes a las cuatro de la mañana. Al abrir la puerta, encañonada por un fusil, tuvo que dejar pasar a todos. "Creí que eran soldados", recordaría más tarde, "pero luego vi su indumentaria". (4)

(4) Citado por Excélsior, 2 de enero de 1994.

 En ese momento, la presencia de los rebeldes era desconocida para la mayoría de la población. Nada más los que deambulaban todavía por el centro de la ciudad, con sus botellas de ron en la mano, alcanzaron a ver a todos esos hombres que llenaban un costado de la Plaza de Armas. El espectáculo era sorprendente. "Vimos que estaba apoderado todo el Palacio", comentaría después uno de ellos. "Aunque miedo no sentimos. Sabíamos que no estaban contra del pueblo de acá. Ellos tenían su propia razón". (5)

(5) Entrevista con Víctor Cordero.



(Foto de Antonio Turok, del Archivo Cuartooscuro)

 

 Muchos garabateaban las paredes del Palacio Municipal. Estaban en control de la ciudad. Los policías habían sido desarmados. Hubo, al parecer, un muerto nada más en la toma de San Cristóbal. Era el chofer de una familia muy conocida de la ciudad que manejaba por el Periférico Poniente, borracho por las fiestas del Año Nuevo. Su nombre era Octavio Ortega. En el momento de llegar al retén que controlaban los zapatistas, les gritó que lo dejaran pasar. Tal vez también los insulto. Su cuerpo, con seis impactos de bala, fue descubierto más tarde dentro de su Renault.

A las seis de la mañana del 1 de enero, sábado de San Justino, los rayos del sol empezaron a clarear las calles de San Cristóbal de Las Casas. La Plaza de Armas, muy amplia, poblada de fresnos, pinos y truenos, con unas palmeras - extravagantes- alrededor del kiosko, estaba tomada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Horas antes, en un asta de madera, había sido izada con honores la bandera de los guerrilleros. Era negra, con una estrella roja que tenía debajo las siglas del movimiento: EZLN. Había varios fotógrafos en los alrededores. Empezaban a llegar también, uno por uno, los curiosos. Unos turistas aparecieron, por fin, con el paso de las horas. Los muebles saqueados de las oficinas del Palacio Municipal habían sido colocados para servir de barricadas en las esquinas de la Plaza. Los rebeldes, a lo que parecía, eran todos indígenas, algunos vestidos de verde y de café, otros de gris y de negro, con paliacates, con pasamontañas, pero la mayoría con el rostro descubierto. Junto a los portales, un hombre que destacaba sobre los demás, blanco, hacía declaraciones a la prensa. Parecía tranquilo, como si su vida no peligrara. Estaba vestido de negro, con un chuj de lana con el que daba la impresión de ser muy corpulento. Tenía pasamontañas, negro como todo lo demás. Llevaba carrilleras cruzadas en el pecho; también una metralleta, ligera, pequeña, como las Uzi. En la cintura sujetaba un radiotransmisor con el que se comunicaba con el resto de sus compañeros, algunos de los cuales esperaban en una Combi. Las personas que lo rodeaban oyeron que su gente lo llamaba comandante -o subcomandante. Era carismático, misterioso, perverso. Una turista lo miró por un momento.

(Foto de Ángeles Torrejón, Marcos en el mes de mayo de 1995, del archivo de Cuartoscuro)

 

 -¿Nos van a dejar ir? -preguntó.

Los turistas habían sido ya notificados que podrían regresar a sus hogares el 2 de enero.

-¿Por qué se quieren ir? -contestó con humor el hombre del pasamontañas-. Disfruten la ciudad.(6)

(6) Fuente: Ana Paula Pintado.

Algunos le preguntaron a gritos si podían ir en automóvil a Cancún. Todos querían hablar al mismo tiempo. Un guía que viajaba con un grupo de turistas alzó la voz para decir, algo molesto, que tenía que llevarlos a visitar las ruinas de Palenque. No podían esperar más tiempo. Marcos entonces perdió la paciencia, pero no su sentido del humor.

-El camino a Palenque está cerrado dijo-. Tomamos Ocosingo. Perdonen las molestias, pero esta es una revolución. (7)

(7) Citado por The Guardian, 5 de enero de 1994.

 

No todas las tomas del 1 de enero fueron tan jocosas, por así decir, como la de San Cristóbal de Las Casas. Hubo cuatro cabeceras más que cayeron en aquella madrugada: Ocosingo, Chanal, Altamirano y Las Margaritas. Chanal fue quizá la primera que sucumbió. Apenas a 35 kilómetros al oriente de San Cristóbal, rodeada de pinos, la población fue tomada por un centenar de guerrilleros que llegaban, al parecer, del ejido Siberia. Unos momentos antes, al inicio de las celebraciones del Año Nuevo, hubo, según los relatos, un apagón que dejó sin luz a todas las casas del pueblo. Al seguir el curso de los cables para reparar el desperfecto, varios de sus habitantes notaron que había sido bloqueada la brecha que los comunicaba con Siberia. Uno de los vecinos, al avanzar unos pasos, fue recibido por los rebeldes a machetazos. Los demás acudieron entonces a las oficinas de Seguridad Pública, donde fueron reunidos nueve policías al mando del comandante Santiago López. La balacera comenzó por fin en un costado del Palacio Municipal. Fue breve. Concluyó después de ser herido de dos tiros en el abdomen el comandante López. El resto de los policías abandonó la refriega, mientras su jefe, en el suelo, agonizaba de dolor. Ahí permanecería por mucho tiempo más, hasta el 6 de enero, día de los Santos Reyes. No todo terminó con él. "En medio de la confusión, el profesor Ricardo Gómez, a bordo de un microbús que presta servicio público en la localidad, pretendió escapar, pero fue alcanzado también por los disparos de los rebeldes", escribió David Aponte, corresponsal de La Jornada. (8)

(8) La Jornada, 7 de enero de 1994.

 El profesor, añadió, habría de morir tres días más tarde, ante la desesperación de todos, pues "los insurgentes se negaron a que fuera trasladado a un hospital". (9)

(9) La Jornada, ibid.

 

A 15 kilómetros de Chanal, hacia la Selva, fue también atacada la ciudad de Altamirano. El ataque, al parecer, estaba previsto por las autoridades desde el 28 de diciembre. Ello no obstante, para sorpresa de todos, no fueron soldados del Ejército, sino nada más agentes de Seguridad Pública, los encargados de defender el Palacio Municipal. Muchos fallecieron en el combate. Algunos más resultaron heridos, entre estos últimos dos adolescentes, Carlos Sánchez y Julio Hernández. Estaban acuartelados en Tuxtla cuando, la víspera del Año Nuevo, sus mandos les comunicaron las órdenes de residir por unos días en Altamirano. Allá salieron por la tarde. Nadie les explicó la razón de su desplazamiento. Tal vez la comprendieron en la madrugada del 1 de enero, cuando les llegaron los rumores de que cuatrocientos hombres marchaban hacia la ciudad. La mayoría venía del ejido Morelia. Estaban preparados para ganar. "Tenían armas de alto poder", habría de recordar uno de los agentes, echado sobre un catre del hospital de la Cruz Roja. "Tenían cuernos de chivo, carabinas y bombas, además de machetes, palos y cuchillos. (10)

(10) Citado por Reforma, 6 de enero de 1994.

 

 Ellos mismos, en cambio, no traían más que diecinueve cartuchos para cargar sus fusiles. Fueron sometidos en unas cuantas horas. Por el resto de la madrugada, los rebeldes, en control de la ciudad, quemaron tiendas, casas y vehículos de carga. Los heridos, mientras tanto, policías y guerrilleros, permanecieron en manos de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, en el hospital de San Carlos. Una miliciana muy alta, de lentes, los atendió con ayuda de sor Patricia Moysen, directora del hospital, a quien conocía por haber trabajado con ella, meses atrás, en la comunidad de Morelia. "Mi misión es la de coordinar que a los heridos se les atienda", explicaría después a los reporteros del Excélsior la capitán Alejandra. (11)

(11) Citado por Excélsior, 4 de enero de 1994.

 

En contraste con Altamirano, la cabecera de Las Margaritas no fue tomada por el EZLN con el propósito de permanecer en ella: el destino de los rebeldes, al parecer, era la ciudad de Comitán. Durante la noche del Año Nuevo, como sucedió también en Chanal, fueron registrados dos apagones en Las Margaritas. Los zapatistas, en ese momento, agrupaban sus fuerzas en la comunidad de Momón. Al filo de la una de la mañana llegaron a la cabecera del municipio. Eran, según unos, alrededor de trescientos; según otros, alrededor de seiscientos. El enfrentamiento con las fuerzas del orden tuvo lugar al lado de la Comandancia Municipal. Ahí murió, abatido por las balas de los zapatistas, el policía Gabriel Arguello. Murió también Aarón Gordillo, lider de la CROM. En sus oficinas no quedaron más que revistas de fotos revueltas con botellas de ron Bacardí. Muy cerca de la Comandancia, en el Club de Leones, tenía lugar la coronación de la Señorita Año Nuevo. Uno de los invitados, Raúl Salazar, acababa de salir para tomar un poco de fresco cuando lo sorprendieron los disparos. "No nos dimos cuenta qué paso", lamentaría después uno de sus hermanos. "Estaba fuera y le tocó una bala. Sólo escuchamos el tiroteo. Toda la gente que estaba en la fiesta se alborotó". (12)

(12) Citado por La Jornada, 3 de enero de 1994.

 

 Los quinientos invitados, junto con el conjunto musical, fueron dejados en libertad por los rebeldes, que liberaron también al único preso de la cárcel -un bolito. La toma de la ciudad, al morir quien la comandaba, habría de terminar un par de días después en una retirada muy desordenada.

La más cruenta de todas las batallas del 1 de enero fue, sin duda, la que tuvo lugar en Ocosingo. También fue la más anunciada. Ocosingo, en voz nahuatl, significa Lugar del señor negro. La ciudad había sido fundada por los dominicos en el siglo XVI, cuando las comunidades de tzeltales que vivían en los alrededores fueron trasladadas a la región por órdenes de fray Pedro de Laurencio. Fue con el paso de los años el poblado más importante del departamento de Chilón. A partir del 1 de enero de 1994 sería, por un tiempo, uno de los lugares más famosos en el mundo. La ciudad, formada por catorce barrios, con doce mil habitantes, festejaba con alegría las fiestas del Año Nuevo. Todos creían que las fuerzas de la policía, reforzadas en diciembre, bastarían para sofocar el alzamiento de los indios que los rumores anunciaban para finales del año. Estaban muy equivocados. Entre quinientos y setecientos combatientes -quizá más- habían sido movilizados en el curso de la noche por el EZLN. La mayoría venía de la comunidad de San Miguel, en la puerta de la Selva. Un par de días antes habían sido secuestrados, por ese rumbo, los camiones de redilas en que fueron todos ellos transportados. Los balazos empezaron a sonar a las cinco de la mañana, en las calles aledañas al Palacio Municipal. Era un edificio muy hermoso, de principios de siglo, con arcos y balcones, remodelado con el gusto más atroz en tiempos del general Absalón Castellanos. Los policías estaban refugiados en el edificio, y los zapatistas avanzaban en esa dirección. La toma del Palacio Municipal fue muy sangrienta: murieron cuatro guardias de Seguridad Pública, y murió también José Luis Morales, comandante de la Policía Judicial en Ocosingo. El resto de los agentes entregó sus armas al salir el sol. La más terrible de todas las batallas, sin embargo, estaba todavía por iniciar en el mercado.

Alrededor de las cinco de la mañana, al tiempo que sonaban los disparos en la Plaza, un grupo de zapatistas tomó las instalaciones de radio XEOCH, situadas en la Segunda Avenida Sur. "Sorprendieron al encargado y le pidieron que les enseñara a operar el equipo", habría de recordar el gerente de Radio Chiapas. (13)

(13) Citado por La Jornada, 6 de enero de 1994.


 

 Los zapatistas tenían grabadas sus consignas, alternadas con música para bailar. No hubo participación en vivo, salvo para dar informes sobre la salud de los policías -más de diez- que resultaron heridos durante la refriega. Las demandas de los zapatistas, leídas en tzeltal, eran las mismas que divulgaba, a través de la prensa, un boletín del movimiento: El Despertador Mexicano. En la portada, a dos tintas, aparecía la "Declaración de la Selva Lacandona", que los zapatistas pegaron a los muros de las casas que daban a la Plaza. En ella le declaraban la guerra "al ejército federal mexicano, pilar básico de la dictadura que padecemos, monopolizada por el partido en el poder y encabezada por el ejecutivo federal que hoy detenta su jefe máximo e ilegítimo: Carlos Salinas de Gortari". (14)

(14) EI Despertador Mexicano, diciembre, 1993.

 

El documento revelaba todas las órdenes dadas a los combatientes del EZLN, empezando por la primera: "avanzar hacia la capital del país venciendo al Ejército federal mexicano". (15)

(15) Despertador Mexicano, ibid.

 

 Después de dar a conocer el objetivo militar de la rebelión -derrotar al Ejército, llegar a la Ciudad de México- anunciaba los fines políticos del movimiento. A todos en el país, hombres y mujeres, les pedía su "participación decidida apoyando este plan del pueblo mexicano que lucha por trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz". (16)

(16) El Despertador Mexicano, ibid.

 

Después de tomar las Instalaciones de XEOCH, alrededor de las seis de la mañana, los rebeldes irrumpieron en casa de la familia Solórzano. La casa estaba localizada en el número 12 del Periférico Sur, sobre una colina, frente a las oficinas de Pemex. Era blanca, llena de ventanas, rodeada por el jardín, con una parabólica en el techo. Dios bendiga este hogar, rezaba la leyenda del zaguán. Los Solórzano -junto con los Domínguez, los Nájera, los Albores, los Robelo, los Bermúdez, los Castellanos- formaban la crema de la sociedad en Ocosingo. Eran finqueros, no simples rancheros. Aunque, como decían ellos, "ser rico en Ocosingo es una burla comparado con los que son ricos allá en México". (17)

(17) Citado por El Financiero, 5 de enero de 1994.

 

Entre sus propiedades había predios más bien pequeños, como El Diamante, Las Palmas y Puerto Arturo. Un par de años atrás habían tenido que vender una propiedad más grande, de 2 mil hectáreas: El Rosario. Su casa fue una de las muchas que los zapatistas asaltaron esa madrugada. A las seis de la mañana, don Enrique Solórzano, un hombre ya grande, fue secuestrado junto con sus yernos, Ignacio Rosales y Francisco Talango. Con ellos también estaba su primo, Luis Pascasio, acompañado por uno de sus hijos, Rolando. Las mujeres fueron dejadas a salvo por los rebeldes, quienes antes de salir quemaron las dos camionetas y los cinco vehículos que permanecían en el garaje. Todos los hombres fueron conducidos a una casa de seguridad en el Periférico Sur. Allí permanecerían a lo largo del 1 de enero, antes de ser llevados por sus captores a la ratonera del mercado de Ocosingo.

En el transcurso del 1 de enero, con el sol en el cielo, los rebeldes hicieron sentir su poder en la ciudad. Fueron implacables con los signos de la autoridad. Arrasaron el Palacio Municipal. Quemaron la Comandancia de la Policía Judicial. Saquearon la Agencia del Ministerio Público. Destruyeron los archivos del Juzgado Mixto de Primera Instancia. Pillaron las oficinas de la Asociación Ganadera. "Esa gente entró y destruyó todo", diría más tarde María Elena Olán, que huyó con los suyos a Palenque. "No podíamos creerlo". (18)

(18) Citado por La Jornada, 5 de enero de 1994.

 

Los zapatistas no nada más atacaron las propiedades del Estado. Vaciaron la caja de la sucursal de Banamex, un edificio de concreto, muy feo, en un costado de la Plaza, al lado del Hotel Central. Vaciaron también las repisas de zapatos de Calzamoda, los estantes de ropa de La Suriana, el depósito de Coca Cola de Ocosingo. "Estaba un carro con los refrescos saliéndose", recuerda Raúl López, miliciano del EZLN. "íEran un chingo!".(19)

(19) Citado por Proceso, 24 de enero de 1994.

(Del archivo de Cuartoscuro)

 

 Los rebeldes, sin embargo, no tocaron el café Patty, ni la paletería La Michoacana, ni el restaurante La Montura, ni la mercería El Trebol, ni el bazar de San Fernando, ni los cuartos del Hotel Central. No molestaron a la población en su conjunto, que a menudo participaba con los zapatistas en el saqueo de los comercios. Los guerrilleros llevaban ellos mismos su comida. Todos, casi todos, eran indígenas. Estaban vestidos igual, con la camisa marrón, el pantalón verde, las botas de hule. Algunos traían mochilas de lona, armas de fuego muy sofisticadas; otros llevaban costales de yute, rifles de madera pintados con bola para zapatos.

Muchos otros enfrentamientos fueron registrados en Chiapas al iniciar el año de 1994. A las cuatro de la tarde del 1 de enero, alrededor de trescientos zapatistas tomaron el poblado de Oxchuc, uno de los más importantes en las montañas de Los Altos. Estaba nada más a 36 kilómetros de San Cristóbal de Las Casas. Todas las oficinas vinculadas al gobierno fueron destruidas -las del Palacio Municipal, las del Registro Civil, las del PRI, las del almacén de Conasupo, las de la CNC, las del Comisariado de Bienes Comunales. También fueron saqueadas las supervisiones de las escuelas 01 y 02. En las oficinas del PRI, los zapatistas descubrieron, junto con el censo de los afiliados, cientos de boletas en blanco, relativas a la elección para diputados de representación proporcional de 1985. Una multitud de casas, alrededor de catorce, acabaron envueltas por las llamas, entre ellas la de Alonso Gómez, ex dirigente de la CNC, que fue secuestrado por guerrilleros del EZLN. Los guerrilleros incendiaron también la casa de los Méndez, indígenas que militaban en el PRI. "Ellos querían saber, según ellos, que teníamos armas en nuestra casa", explicaron a la prensa. "Cerramos la puerta y la empujaron. Nos salimos y nos patearon. Eran como veinte. Nos fuimos huyendo y nos balacearon". (20)

 

(20) Citado por La Jornada, 4 de enero de 1994.

 

 Las autoridades culparían después de todos los desmanes a Tres Nudos, una organización fundada dos años atrás por un grupo de maestros, afiliados también al PRI. "Son los que señalaron las casas de las autoridades del pueblo", dijeron. (21)

(21) Citado por La Jornada, ibid.

 

 Las fuerzas del orden jamás aparecieron en Oxchuc, aturdidas por los estallidos registrados en el resto del estado -Chalam, Abasolo, Larrainzar, Huixtán, Simojovel, Guadalupe Tepeyac.

El 2 de enero, todos los periódicos del país dieron a conocer la noticia de la rebelión en el sureste de México. "SUBLEVACION EN CHIAPAS", señalaban los titulares de La Jornada. (22) "DECLARA LA GUERRA EL EJERCITO ZAPATISTA", advertían los del Ovaciones. (23) "INDIGENAS ARMADOS TOMAN CINCO POBLACIONES EN CHIAPAS", revelaban los de El Financiero. (24) "RECHAZAN SOCIEDAD, IGLESIA Y GOBIERNO EL USO DE LA VIOLENCIA", decían a su vez los de El Nacional. (25) Nadie daba crédito de lo que sucedía. ¿Quiénes eran esos hombres que surgían de la noche provistos de fusiles? ¿Eran todos indígenas? ¿Quién los comandaba? En un desplegado de prensa, la ARIC, la Pajal y la Unión de Ejidos de la Selva -organizaciones que compartían su territorio con el EZLN- condenaron "el recurso de las armas y el enfrentamiento como vías para la solución de nuestra problemática social". (26) Ese día, en efecto, los mexicanos reaccionaron con una sola voz a la rebelión de Chiapas. Todos, sin excepción, repudiaron la violencia. "No es recurriendo al uso de las armas como pueden resolverse hoy los grandes problemas del pueblo mexicano", dijo Cuauhtémoc Cárdenas, candidato del PRD a la Presidencia de la República. (27) "Es un crimen que no debe quedar impune", afirmó Diego Fernández de Cevallos, candidato del PAN, con respecto de quienes armaron a los indígenas del EZLN. (28) "Deben rectificar su conducta", subrayó poco después el candidato del PRI, Luis Donaldo Colosio. "Un bienestar social duradero requiere estabilidad, paz social y unidad". (29) En esa nota de repudio publicaron sus editoriales todos los periódicos de México.

(22) La Jornada, 2 de enero de 1994.

(23) Ovaciones, 2 de enero de 1994.

(24) EI Financiero, 2 de enero de 1994.

(25) El Nacional, 2 de enero de 1994.

(26) Citado por La Jornada, 3 de enero de 1994.

(27) Citado por La Jornada, 2 de enero de 1994.

(28) Citado por El Financiero, 3 de enero de 1994.

(29) Citado por La Jornada, 3 de enero de 1994.

 

El gobierno de la República, por medio de la Secretaría de Gobernación, emitió también un comunicado sobre la rebelión en Chiapas. Estaba firmado por el subsecretario del ramo, Ricardo García Villalobos. El comunicado no desconocía los problemas que privaban en la zona de Los Altos y la Selva. "Esa región padece un grave rezago histórico que no se ha podido cancelar totalmente, no obstante los grandes esfuerzos realizados en los cinco años de esta administración", afirmaba García Villalobos. "Lo que no se puede justificar es que la demanda social, justa y para la cual existe voluntad de respuesta, se esgrima como pretexto para violentar el orden jurídico". (30) Más tarde, en la capital de Chiapas,el gobierno del estado circuló, entre los medios de comunicación, una serie de comunicados sobre la naturaleza de la revuelta. Uno de ellos, el segundo, involucraba sin ambages a la diócesis de Samuel Ruiz en el levantamiento del EZLN. "Versiones directas de vecinos", aducía, "señalan que algunos de los sacerdotes católicos de la teología de la liberación y sus diáconos se han vinculado a estos grupos y les facilitan el apoyo con el sistema de radiocomunicación de la diócesis de San Cristóbal". (31) La denuncia del gobierno sacudió los cimientos del edificio de don Samuel. Sin esperar más tiempo, una comisión de prensa respondió a las acusaciones. "Ni ahora, ni antes, ni en ningún momento", aseguraba, "la diócesis de San Cristóbal de Las Casas ha promovido entre los campesinos indígenas el uso de la violencia como medio para solucionar sus demandas sociales y humanas ancestrales". (32) El documento, sin firma, llevaba la rúbrica de la diócesis que presidía Samuel Ruiz.

 

(30) Citado por La Jornada, 2 de enero de 1994.

(31) Citado por La Jornada, 2 de enero de 1994.

(32) Citado por La Jornada, 3 de enero de 1994.

 

La guerra de las ideas sobre la rebelión en Chiapas, prolongada por los comunicados, habría de ser, a la postre, la más importante para cerrar el primer capítulo de la contienda, aquél que culminó con las Jornadas para la Paz y la Reconciliación en la Catedral de San Cristóbal de Las Casas. Sería muy intensa, librada sin cuartel por una multitud de personas -no sólo los intelectuales- en los más diversos medios de comunicación. Esa guerra, sin embargo, estalló después. Fue precedida por balazos de verdad en las cabeceras que tomaron los rebeldes en Año Nuevo. Los balazos fueron sangrientos en todas ellas, en especial en Ocosingo, la única que sufrió por varios días el embate del Ejército de México. El 2 de enero, la ciudad amaneció cubierta de nubarrones. Era domingo, día de San Salvador. Había llovido durante la noche. Entre los zapatistas que tomaron la población había muchachos que venían de los ejidos más remotos de la Selva. Muchos llegaron a pie; otros, en mula; unos más, en camiones de redilas. Todos eran milicianos, varios de ellos incorporados apenas unos meses antes al EZLN. Algunos eran muy jóvenes, casi niños. Estaba por ejemplo Raúl López, de quince años, procedente de Galeana; Luis Morales, de diecisiete años, vecino de Amador; Alejandro Sánchez, de diecinueve años, originario de Prado; Floriberto López, de veintitrés años, nativo de La Sultana. Los dos primeros habrían de caer en manos de los soldados, quienes después los trasladarían a la prisión de Cerro Hueco; los dos últimos, en cambio, estaban condenados a perder sus vidas en un apéndice de la ciudad, un sitio muy sórdido: el mercado de Ocosingo.

Entre los rebeldes que tomaron la ciudad estaba también, ese domingo, uno de sus cuadros más importantes: Francisco Gómez, capitán Hugo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Llevaba casi nueve años en el movimiento. Había sido movilizado con el resto de sus hombres en el transcurso de la madrugada del 1 de enero, como parte del grupo que comandaba Marcos, a bordo de los camiones secuestrados a la ARIC en la comunidad de San Miguel. Iba vestido con un pantalón verde, al igual que sus compañeros, aunque su camisa, en contraste con ellos, era de cuadros en tonos ocres y cafés. Llevaba botas Crucero, amarillas, como las que saquearon los zapatistas en Calzamoda. Llevaba también, terciado bajo los hombros, un fusil Ruger. Conocía mejor que nadie la ciudad. Era tzeltal, oriundo del ejido La Sultana, entre la cañada de Patihuitz y el valle de San Quintín, en el corazón de la Selva Lacandona. Tenía treinta y cinco años. Había luchado desde muy joven para vivir con dignidad. Fue presidente de Quiptic Ta Lecubtesel, la más antigua de todas las organizaciones de las Cañadas. Fue después secretario de la Unión de Uniones, en el momento de adoptar la figura de ARIC. Fue por último, hasta pocos meses antes, dirigente de la ANCIEZ. Ahora tomaba las armas con el EZLN. Jamás imaginó la magnitud del impacto que tendría sobre su país la decisión de recurrir a la violencia. No vivió tampoco para conocer su desenlace. Pues Francisco Gómez, como tantos otros campesinos de las Cañadas, estaba destinado también él a morir en Ocosingo.

(Archivo Cuartoscuro)