• Carlos Tello Díaz
  • 09 Enero 2014
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Por: Carlos Tello Díaz

 

 Los zapatistas tenían grabadas sus consignas, alternadas con música para bailar. No hubo participación en vivo, salvo para dar informes sobre la salud de los policías -más de diez- que resultaron heridos durante la refriega. Las demandas de los zapatistas, leídas en tzeltal, eran las mismas que divulgaba, a través de la prensa, un boletín del movimiento: El Despertador Mexicano. En la portada, a dos tintas, aparecía la "Declaración de la Selva Lacandona", que los zapatistas pegaron a los muros de las casas que daban a la Plaza. En ella le declaraban la guerra "al ejército federal mexicano, pilar básico de la dictadura que padecemos, monopolizada por el partido en el poder y encabezada por el ejecutivo federal que hoy detenta su jefe máximo e ilegítimo: Carlos Salinas de Gortari". (14)

(14) EI Despertador Mexicano, diciembre, 1993.

 

El documento revelaba todas las órdenes dadas a los combatientes del EZLN, empezando por la primera: "avanzar hacia la capital del país venciendo al Ejército federal mexicano". (15)

(15) Despertador Mexicano, ibid.

 

 Después de dar a conocer el objetivo militar de la rebelión -derrotar al Ejército, llegar a la Ciudad de México- anunciaba los fines políticos del movimiento. A todos en el país, hombres y mujeres, les pedía su "participación decidida apoyando este plan del pueblo mexicano que lucha por trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz". (16)

(16) El Despertador Mexicano, ibid.

 

Después de tomar las Instalaciones de XEOCH, alrededor de las seis de la mañana, los rebeldes irrumpieron en casa de la familia Solórzano. La casa estaba localizada en el número 12 del Periférico Sur, sobre una colina, frente a las oficinas de Pemex. Era blanca, llena de ventanas, rodeada por el jardín, con una parabólica en el techo. Dios bendiga este hogar, rezaba la leyenda del zaguán. Los Solórzano -junto con los Domínguez, los Nájera, los Albores, los Robelo, los Bermúdez, los Castellanos- formaban la crema de la sociedad en Ocosingo. Eran finqueros, no simples rancheros. Aunque, como decían ellos, "ser rico en Ocosingo es una burla comparado con los que son ricos allá en México". (17)

(17) Citado por El Financiero, 5 de enero de 1994.

 

Entre sus propiedades había predios más bien pequeños, como El Diamante, Las Palmas y Puerto Arturo. Un par de años atrás habían tenido que vender una propiedad más grande, de 2 mil hectáreas: El Rosario. Su casa fue una de las muchas que los zapatistas asaltaron esa madrugada. A las seis de la mañana, don Enrique Solórzano, un hombre ya grande, fue secuestrado junto con sus yernos, Ignacio Rosales y Francisco Talango. Con ellos también estaba su primo, Luis Pascasio, acompañado por uno de sus hijos, Rolando. Las mujeres fueron dejadas a salvo por los rebeldes, quienes antes de salir quemaron las dos camionetas y los cinco vehículos que permanecían en el garaje. Todos los hombres fueron conducidos a una casa de seguridad en el Periférico Sur. Allí permanecerían a lo largo del 1 de enero, antes de ser llevados por sus captores a la ratonera del mercado de Ocosingo.

En el transcurso del 1 de enero, con el sol en el cielo, los rebeldes hicieron sentir su poder en la ciudad. Fueron implacables con los signos de la autoridad. Arrasaron el Palacio Municipal. Quemaron la Comandancia de la Policía Judicial. Saquearon la Agencia del Ministerio Público. Destruyeron los archivos del Juzgado Mixto de Primera Instancia. Pillaron las oficinas de la Asociación Ganadera. "Esa gente entró y destruyó todo", diría más tarde María Elena Olán, que huyó con los suyos a Palenque. "No podíamos creerlo". (18)

(18) Citado por La Jornada, 5 de enero de 1994.

 

Los zapatistas no nada más atacaron las propiedades del Estado. Vaciaron la caja de la sucursal de Banamex, un edificio de concreto, muy feo, en un costado de la Plaza, al lado del Hotel Central. Vaciaron también las repisas de zapatos de Calzamoda, los estantes de ropa de La Suriana, el depósito de Coca Cola de Ocosingo. "Estaba un carro con los refrescos saliéndose", recuerda Raúl López, miliciano del EZLN. "íEran un chingo!".(19)

(19) Citado por Proceso, 24 de enero de 1994.

(Del archivo de Cuartoscuro)

 

 Los rebeldes, sin embargo, no tocaron el café Patty, ni la paletería La Michoacana, ni el restaurante La Montura, ni la mercería El Trebol, ni el bazar de San Fernando, ni los cuartos del Hotel Central. No molestaron a la población en su conjunto, que a menudo participaba con los zapatistas en el saqueo de los comercios. Los guerrilleros llevaban ellos mismos su comida. Todos, casi todos, eran indígenas. Estaban vestidos igual, con la camisa marrón, el pantalón verde, las botas de hule. Algunos traían mochilas de lona, armas de fuego muy sofisticadas; otros llevaban costales de yute, rifles de madera pintados con bola para zapatos.

Muchos otros enfrentamientos fueron registrados en Chiapas al iniciar el año de 1994. A las cuatro de la tarde del 1 de enero, alrededor de trescientos zapatistas tomaron el poblado de Oxchuc, uno de los más importantes en las montañas de Los Altos. Estaba nada más a 36 kilómetros de San Cristóbal de Las Casas. Todas las oficinas vinculadas al gobierno fueron destruidas -las del Palacio Municipal, las del Registro Civil, las del PRI, las del almacén de Conasupo, las de la CNC, las del Comisariado de Bienes Comunales. También fueron saqueadas las supervisiones de las escuelas 01 y 02. En las oficinas del PRI, los zapatistas descubrieron, junto con el censo de los afiliados, cientos de boletas en blanco, relativas a la elección para diputados de representación proporcional de 1985. Una multitud de casas, alrededor de catorce, acabaron envueltas por las llamas, entre ellas la de Alonso Gómez, ex dirigente de la CNC, que fue secuestrado por guerrilleros del EZLN. Los guerrilleros incendiaron también la casa de los Méndez, indígenas que militaban en el PRI. "Ellos querían saber, según ellos, que teníamos armas en nuestra casa", explicaron a la prensa. "Cerramos la puerta y la empujaron. Nos salimos y nos patearon. Eran como veinte. Nos fuimos huyendo y nos balacearon". (20)

 

(20) Citado por La Jornada, 4 de enero de 1994.

 

 Las autoridades culparían después de todos los desmanes a Tres Nudos, una organización fundada dos años atrás por un grupo de maestros, afiliados también al PRI. "Son los que señalaron las casas de las autoridades del pueblo", dijeron. (21)

(21) Citado por La Jornada, ibid.

 

 Las fuerzas del orden jamás aparecieron en Oxchuc, aturdidas por los estallidos registrados en el resto del estado -Chalam, Abasolo, Larrainzar, Huixtán, Simojovel, Guadalupe Tepeyac.

El 2 de enero, todos los periódicos del país dieron a conocer la noticia de la rebelión en el sureste de México. "SUBLEVACION EN CHIAPAS", señalaban los titulares de La Jornada. (22) "DECLARA LA GUERRA EL EJERCITO ZAPATISTA", advertían los del Ovaciones. (23) "INDIGENAS ARMADOS TOMAN CINCO POBLACIONES EN CHIAPAS", revelaban los de El Financiero. (24) "RECHAZAN SOCIEDAD, IGLESIA Y GOBIERNO EL USO DE LA VIOLENCIA", decían a su vez los de El Nacional. (25) Nadie daba crédito de lo que sucedía. ¿Quiénes eran esos hombres que surgían de la noche provistos de fusiles? ¿Eran todos indígenas? ¿Quién los comandaba? En un desplegado de prensa, la ARIC, la Pajal y la Unión de Ejidos de la Selva -organizaciones que compartían su territorio con el EZLN- condenaron "el recurso de las armas y el enfrentamiento como vías para la solución de nuestra problemática social". (26) Ese día, en efecto, los mexicanos reaccionaron con una sola voz a la rebelión de Chiapas. Todos, sin excepción, repudiaron la violencia. "No es recurriendo al uso de las armas como pueden resolverse hoy los grandes problemas del pueblo mexicano", dijo Cuauhtémoc Cárdenas, candidato del PRD a la Presidencia de la República. (27) "Es un crimen que no debe quedar impune", afirmó Diego Fernández de Cevallos, candidato del PAN, con respecto de quienes armaron a los indígenas del EZLN. (28) "Deben rectificar su conducta", subrayó poco después el candidato del PRI, Luis Donaldo Colosio. "Un bienestar social duradero requiere estabilidad, paz social y unidad". (29) En esa nota de repudio publicaron sus editoriales todos los periódicos de México.

(22) La Jornada, 2 de enero de 1994.

(23) Ovaciones, 2 de enero de 1994.

(24) EI Financiero, 2 de enero de 1994.

(25) El Nacional, 2 de enero de 1994.

(26) Citado por La Jornada, 3 de enero de 1994.

(27) Citado por La Jornada, 2 de enero de 1994.

(28) Citado por El Financiero, 3 de enero de 1994.

(29) Citado por La Jornada, 3 de enero de 1994.

 

El gobierno de la República, por medio de la Secretaría de Gobernación, emitió también un comunicado sobre la rebelión en Chiapas. Estaba firmado por el subsecretario del ramo, Ricardo García Villalobos. El comunicado no desconocía los problemas que privaban en la zona de Los Altos y la Selva. "Esa región padece un grave rezago histórico que no se ha podido cancelar totalmente, no obstante los grandes esfuerzos realizados en los cinco años de esta administración", afirmaba García Villalobos. "Lo que no se puede justificar es que la demanda social, justa y para la cual existe voluntad de respuesta, se esgrima como pretexto para violentar el orden jurídico". (30) Más tarde, en la capital de Chiapas,el gobierno del estado circuló, entre los medios de comunicación, una serie de comunicados sobre la naturaleza de la revuelta. Uno de ellos, el segundo, involucraba sin ambages a la diócesis de Samuel Ruiz en el levantamiento del EZLN. "Versiones directas de vecinos", aducía, "señalan que algunos de los sacerdotes católicos de la teología de la liberación y sus diáconos se han vinculado a estos grupos y les facilitan el apoyo con el sistema de radiocomunicación de la diócesis de San Cristóbal". (31) La denuncia del gobierno sacudió los cimientos del edificio de don Samuel. Sin esperar más tiempo, una comisión de prensa respondió a las acusaciones. "Ni ahora, ni antes, ni en ningún momento", aseguraba, "la diócesis de San Cristóbal de Las Casas ha promovido entre los campesinos indígenas el uso de la violencia como medio para solucionar sus demandas sociales y humanas ancestrales". (32) El documento, sin firma, llevaba la rúbrica de la diócesis que presidía Samuel Ruiz.

 

(30) Citado por La Jornada, 2 de enero de 1994.

(31) Citado por La Jornada, 2 de enero de 1994.

(32) Citado por La Jornada, 3 de enero de 1994.

 

La guerra de las ideas sobre la rebelión en Chiapas, prolongada por los comunicados, habría de ser, a la postre, la más importante para cerrar el primer capítulo de la contienda, aquél que culminó con las Jornadas para la Paz y la Reconciliación en la Catedral de San Cristóbal de Las Casas. Sería muy intensa, librada sin cuartel por una multitud de personas -no sólo los intelectuales- en los más diversos medios de comunicación. Esa guerra, sin embargo, estalló después. Fue precedida por balazos de verdad en las cabeceras que tomaron los rebeldes en Año Nuevo. Los balazos fueron sangrientos en todas ellas, en especial en Ocosingo, la única que sufrió por varios días el embate del Ejército de México. El 2 de enero, la ciudad amaneció cubierta de nubarrones. Era domingo, día de San Salvador. Había llovido durante la noche. Entre los zapatistas que tomaron la población había muchachos que venían de los ejidos más remotos de la Selva. Muchos llegaron a pie; otros, en mula; unos más, en camiones de redilas. Todos eran milicianos, varios de ellos incorporados apenas unos meses antes al EZLN. Algunos eran muy jóvenes, casi niños. Estaba por ejemplo Raúl López, de quince años, procedente de Galeana; Luis Morales, de diecisiete años, vecino de Amador; Alejandro Sánchez, de diecinueve años, originario de Prado; Floriberto López, de veintitrés años, nativo de La Sultana. Los dos primeros habrían de caer en manos de los soldados, quienes después los trasladarían a la prisión de Cerro Hueco; los dos últimos, en cambio, estaban condenados a perder sus vidas en un apéndice de la ciudad, un sitio muy sórdido: el mercado de Ocosingo.

Entre los rebeldes que tomaron la ciudad estaba también, ese domingo, uno de sus cuadros más importantes: Francisco Gómez, capitán Hugo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Llevaba casi nueve años en el movimiento. Había sido movilizado con el resto de sus hombres en el transcurso de la madrugada del 1 de enero, como parte del grupo que comandaba Marcos, a bordo de los camiones secuestrados a la ARIC en la comunidad de San Miguel. Iba vestido con un pantalón verde, al igual que sus compañeros, aunque su camisa, en contraste con ellos, era de cuadros en tonos ocres y cafés. Llevaba botas Crucero, amarillas, como las que saquearon los zapatistas en Calzamoda. Llevaba también, terciado bajo los hombros, un fusil Ruger. Conocía mejor que nadie la ciudad. Era tzeltal, oriundo del ejido La Sultana, entre la cañada de Patihuitz y el valle de San Quintín, en el corazón de la Selva Lacandona. Tenía treinta y cinco años. Había luchado desde muy joven para vivir con dignidad. Fue presidente de Quiptic Ta Lecubtesel, la más antigua de todas las organizaciones de las Cañadas. Fue después secretario de la Unión de Uniones, en el momento de adoptar la figura de ARIC. Fue por último, hasta pocos meses antes, dirigente de la ANCIEZ. Ahora tomaba las armas con el EZLN. Jamás imaginó la magnitud del impacto que tendría sobre su país la decisión de recurrir a la violencia. No vivió tampoco para conocer su desenlace. Pues Francisco Gómez, como tantos otros campesinos de las Cañadas, estaba destinado también él a morir en Ocosingo.

(Archivo Cuartoscuro)







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