• Emma Yanes
  • 17 Marzo 2016
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Acostumbradas estamos ya las mujeres contemporáneas al día internacional de la mujer, solemos tomarnos un café con las amigas o –por qué no-- recibir una flor de colegas solidarios. Baste recordar sin embargo a aquéllas mujeres que nos abrieron brecha por el simple hecho de que creyeron en sí mismas, sin basar su seguridad personal en los dictados del sexo opuesto. Tal es el caso por ejemplo de Matilde Montoya Lafragua.

 

Matilde nació el 14 de marzo de 1859. Fue la segunda hija del matrimonio de la poblana Soledad Lafragua con José María Montoya. Desde muy pequeña su madre, que había sido educada en un convento, le enseñó a leer y escribir, a los cuatro años ya era una niña lectora. A los once había terminado los grados a los que hoy corresponde la primaria, pero por su corta edad no la aceptaron en la secundaria. Su madre le costeó entonces estudios particulares. A los trece años presentó un examen para ser maestra de primaria, lo aprobó pero no la dejaron ejercer por su corta edad. Luego de la muerte de su padre, todavía en la ciudad de México, se inscribió en la carrera de Obstetricia y Partera, que dependía de la Escuela Nacional de Medicina, pero la abandonó debido a problemas económicos. Posteriormente estudió partería en el Establecimiento de Ciencias Médicas, antecedente de la actual Facultad de Medicina, que implicaba dos años de estudios teóricos, un examen frente a cinco sinodales, y la práctica durante un año en la Casa de Maternidad. A los 16 años, Montoya recibió el título de Partera y se vino a vivir a Puebla junto con su madre, ya que esta era su ciudad natal. Aquí trabajó como auxiliar de cirugía con los doctores LuisMuñoz y Manuel Soriano y por las tardes completaba sus estudios de bachillerato. Debido a sus conocimientos  médicos y trato amable, pronto la joven partera se hizo de una numerosa clientela, superando incluso a muchos médicos locales. Algunos doctores iniciaron entonces en la prensa una campaña de difamación, fue acusada entre otras injurias de “masona y protestante”. Tuvo que abandonar por unos meses la ciudad trasladándose a Veracruz. Alentada por su madre, que sabía moverse entre altos sectores sociales, volvió a la ciudad y se inscribió en la Escuela de Medicina de Puebla, fue aceptada en una ceremonia pública a la que asistió entre otros el propio gobernador del estado, junto con abogados del poder judicial,  numerosas maestras y algunas damas de la alta sociedad que con ese gesto apoyaban a Montoya. Sin embargo, los sectores más conservadores redoblaron sus ataques, en 1882 se publicó un artículo en su contra con el siguiente encabezado: Impúdica y peligrosa mujer pretende convertirse en médica. El argumento del artículo era que “debe ser perversa la mujer que quiere estudiar Medicina, para ver cadáveres de hombres desnudos”. Agobiada de nuevo por las críticas, Matilde Montoya decidió junto con su madre regresar a la Ciudad de México, donde por segunda vez solicitó su inscripción en la Escuela Nacional de Medicina, fue aceptada en 1882 por el entonces director, doctor  Francisco Ortega, tenía24 años.

 

Su estancia en la Escuela de Medicina en la ciudad de México tampoco estuvo exenta de problemas. Algunos estudiantes la apoyaban por lo que recibieron en apodo de “los montoyos.” Otros, alumnos y docentes enardecidos ante el buen desempeño de Montoya, solicitaron que se revisara su expediente antes de los exámenes finales del primer año, objetando la validez de las materias del bachillerato que había cursado en escuelas particulares. A Matilde le fue comunicada su baja.

 

La joven solicitó a las autoridades que si no les era posible revalidar en la Escuela de Medicina las materias de Latín, Raíces Griegas, Matemáticas, Francés y Geografía, que había cursado en una escuela particular, le permitieran entonces cursarlas en la Escuela de San Ildefonso por las tardes. Su solicitud fue rechazada, con el absurdo argumento de que en el reglamento interno de la escuela el texto señalaba que los requisitos de examen eran para alumnos, no  para alumnas.

 

Desesperada y siempre contando con el apoyo de su madre, Matilde Montoya le escribió una carta al Presidente de la República, Porfirio Díaz, pidiéndole facilidades para poder continuar con sus estudios. El Presidente vio con simpatía la causa de la joven y giró las instrucciones correspondientes el director del Colegio de San Ildefonso para que Matilde pudiera cursar las materias pendientes. La alumna concluyó la carrera con muy buenas notas y escribió la tesis "Microbiología. Trabajo escrito para el examen general de Medicina, Cirugía y Obstetricia, presentado por Matilde P. Montoya. Técnica de laboratorio en algunas investigaciones clínicas." Pero al solicitar su examen profesional se encontró con un nuevo obstáculo, le negaron el derecho a presentarlo porque en los estatutos de la Escuela Nacional de Medicina se hablaba del derecho a examen de “alumnos” y no de “alumnas”. De nuevo la pasante pidió el auxilio del presidente Porfirio Díaz, quien tuvo que enviar una solicitud a la Cámara deDiputados para que se actualizaran los estatutos de la Escuela Nacional de Medicina y también pudieran graduarse mujeres médicas. Pero como la Cámara no estaba en periodo de sesiones el presidente Díaz emitió un decreto el 24 de agosto 1887, para que se pudiera realizar el examen profesional de Montoya.

 

La fecha estaba ya establecida, sin embargo, ese día, las autoridades de la Escuela en lugar de disponer para tal efecto como correspondía a cualquier alumno el Salón Solemne de Exámenes Profesionales, se le asignó un salón menor. Pero pocos minutos antes de la comparecencia llegó al recinto un mensajero avisando que el Presidente Porfirio Díaz recién había salido a pie de Palacio Nacional, acompañado de su esposa Carmelita y de algunas amistades, para estar presente en el examen profesional de la Señorita Montoya. Rápidamente se trasladó el examen al salón de actos solemnes, donde se realizó la comparecencia durante dos horas. Matilde fue aprobada por unanimidad. Al día siguiente realizó su examen práctico en el Hospital de San Andrés ante la presencia del jurado e incluso con la asistencia del Secretario Particular del Presidente Díaz. Recorrió las salas de los pacientes, contestó las preguntas relacionadas con los distintos casos y posteriormente  pasó al anfiteatro, donde realizó en un cadáver las disecciones que se le pidieron. Fue aprobada por unanimidad.  
         

Posteriormente ya como médico, puso dos consultorios privados: uno en Mixcoac  y otro en Santa María la Ribera, cobrando a los pacientes según sus posibilidades económicas. Matilde no se casó pero adoptó cuatro niños a los que cuidó como hijos. Montoya participó en varias asociaciones femeninas como el Ateneo Mexicano de Mujeres y Las Hijas de Anáhuac.En 1923 asistió a la Segunda ConferenciaPanamericana de Mujeres, que se realizó en la ciudad de México. Dos años después, junto con la Dra. Aurora Uribe, fundó la Asociación de Médicas Mexicanas. En agosto de 1937, la Asociación de Médicas Mexicanas, la Asociación de Universitarias Mexicanas y el Ateneo de Mujeres le rindieron un homenaje en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. Murió el 26 de enero de 1938, a los 79 años.

 

A costa de esfuerzo y perseverancia la primer mujer médico abrió un camino que quizás ella misma no imaginó: en el 2003, por ejemplo, hubo en la Escuela de Medicina de la UNAM 64% de mujeres médico-cirujanas matriculadas, en contraste con el 36% de los hombres. Y en fechas recientes el porcentaje de egresados con carrera profesional en las universidades públicas marca básicamente la equidad de género.    

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