• Ruby Soriano
  • 10 Marzo 2016
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La paradoja de quedarte a la mitad del camino, a cinco cuadras del Hospital Universitario, con la respiración a medias y el ansia de que la mirada encuentre el letrero de urgencias, es tal vez una broma macabra de la influenza y la dorada burocracia de los funcionarios universitarios.

 

Inmersa en esta crónica urbana de la desesperación, la indolente reacción de un agente de tránsito me sale al paso para decirme que no puedo acercarme con mi auto al Hospital Universitario.

 

--Deje su coche y camínele porque las calles están en mantenimiento y no hay paso.

Ante la tajante aseveración, no me queda de otra que jalar aire y llegar hasta las puertas de urgencias.

 

Somos expertos en desafiar nuestra propia salud, sobre todo porque somos susceptibles a pensar que “nunca nos pasará a nosotros”; nos gusta quedarnos como espectadores y desdeñar formar parte de la estadística.

 

Lo ocurrido en recientes semanas con el brote inusitado de influenza en Puebla, me hizo reflexionar sobre la fragilidad en todos los sentidos. No sólo en cuanto a salud y políticas públicas, sino también en la capacidad que hoy tienen las instituciones médicas para atender tantos casos en tan poco tiempo.

 

Es una realidad la falta de información sobre este virus, pues fue hasta que la gente empezó a reportar los contagios masivos cuando se empezaron a tomar medidas al respecto.

 

Con síntomas más que similares a un resfriado, la influenza abate todas las defensas del cuerpo para provocar altas fiebres, dolores musculares, y accesos de tos que llevan al clímax riesgoso que jamás había experimentado: Dejar de respirar.

 

Mi caso se suma seguro al de cientos de personas que como yo,  experimentamos el terror en su máxima expresión, cuando de madrugada la tos hizo estragos y nos robó todo el aire.

 

Después de este momento donde lo único que se ansía es jalar aire con la boca o como se pueda, uno se da cuenta que esto, ya es otra cosa.

 

Aterrada por lo ocurrido y como miles de mexicanos que nos encontramos en la indefensión total por no contar con un sistema de seguridad social, recurrí a lo que tuve a la mano, el Hospital Universitario.

 

Mi condición en ese momento ya era delicada debido a la alta fiebre y a la dificultad para respirar. Lo único que me urgía era llegar al estacionamiento cercano al hospital  para entrar a urgencias.

 

La desesperación se hizo presa de mí, cuando me encontré con que no había acceso a las calles cercanas al Hospital Universitario. Me acerqué a un agente de tránsito y le pedí me dejara pasar, porque no me sentía bien para seguir conduciendo. La respuesta fue tajante, “las calles están en mantenimiento”, no hay paso.

 

Mi auto lo dejé como a seis calles del hospital y de ahí a caminar hasta llegar a urgencias. Cuando ingresé a las calles aledañas al Hospital Universitario, me percaté que todo eso era un bunker, donde funcionarios universitarios esperaban la salida del Rector Alfonso Esparza y del Secretario de Salud José Narro, quienes se encontraban en un acto.

 

Es lamentable que en una situación urgente, sean paradójicamente los funcionarios universitarios, los primeros en bloquear y dificultar  la atención médica para la gente.

 

Así como llegué a urgencias, muchas otras personas lo hicieron, en condiciones alarmantes. Fiebre, tos, bronquios inflamados y debilitamiento.

 

Lo francamente ridículo seguía ocurriendo sin explicación alguna.

 

Mientras, el rector de la BUAP flanqueaba al secretario de Salud, José Narro, y éste  minimizaba el brote de influenza en el país. Sin embargo a escasos 250 metros de donde se encontraban los funcionarios, la entrada a urgencias del Hospital Universitario estaba al tope de gente esperando su turno para ser atendida.

 

Es importante reconocer que son otros tiempos los que se viven en el Hospital Universitario. Hay calidad y compromiso de los médicos de guardia que repartían turnos al por mayor para dar atención a quienes llegamos en busca de estabilización.

 

En menos de 30 minutos fui atendida, inyectada y canalizada a nebulizaciones urgentes. Salí con mis medicamentos en la mano y sin fiebre.

 

El tratamiento había iniciado y como me dijo el médico que me atendió, la suerte estuvo de mi lado. Muchos pacientes dejan pasar más tiempo y es cuando la situación se torna crítica.

 

Aquí no tendría que haber suerte, tiene que haber una mayor difusión y prevención para evitar estos brotes masivos. Al tiempo de “humanizar” la indolente actitud de funcionarios que anteponen la pose a la atención médica en un momento de crisis sanitaria.



 Foto de e-consulta

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