".$creditoFoto."

 

¿Quién  en su juventud no ha querido cambiar las cosas para mejorarlas? Creo que casi todos, especialmente cuando se trata de injusticias y desigualdades que hieren dentro de una comunidad, nuestro  país o el mundo. Es inherente a la juventud el impulso de lograr cambios rápidos y drásticos, el opuesto al don supremo  enunciado por Buda, la paciencia, que solo logra triunfos con el tiempo. La tentación de los caminos violentos para lograr cambios sociales y políticos siempre estará latente, brillando como una quimera hermosa que puede terminar en pesadilla.

 

He leído dos libros estremecedores sobre el tema de la elección de la lucha armada en busca de la justicia social. Los dos libros  narran hechos reales sucedidos a un hombre y a una mujer, ambos mexicanos de clase media alta, idealista, bondadosa y joven. Los dos conflictuados con la figura paterna, a la que de alguna manera retarán, cuando deciden luchar contra el estado de cosas que les parece insoportable y asfixiante. Los protagonistas son Alberto y Aracely. Alberto sobrevivió, ella no. Aracely, aunque era mexicana, formó parte del Movimiento Sandinista de Liberación Nacional y fue salvajemente asesinada en Nicaragua a los 34 años, a unos cuantos días de la caída del gobierno de Somoza. No sé si Aracely y Alberto coincidieron aunque sea de lejos, pero los dos estudiaron en la Universidad Jesuita del D.F. y las dos historias sucedieron en la década de los años setenta cuando ambos tenían poco menos de treinta años.  Dos libros, dos vidas y una misma intención: mejorar el mundo.  "Sendero en Tinieblas" es el libro que escribió Alberto Ulloa treinta años después de los hechos, y "Araceli, La libertad de Vivir", es el libro de Emma Yanes  en el que narra la corta vida de una joven mujer a la que Emma conoció antes de desaparecer hacia la guerrilla  y  que admiró siendo casi una niña.

 

El 4 de Septiembre de 1974, Alberto Ulloa Bornemann fue detenido por la policía judicial del Estado de Morelos. Fue trasladado en un Volkswagen con los ojos tapados con cinta adhesiva y la cara vendada durante un trayecto eterno y aterrador hasta llegar al  Campo Militar Número Uno. Fue incomunicado en una celda de dos metros cuadrados antes de ser interrogado por primera vez. Alberto había sido colaborador ocasional de Lucio Cabañas y pertenecía a una vertiente de la izquierda radical, la Liga Comunista Espartaco. Había estudiado Ciencias y Técnicas de la Información en la Universidad Iberoamericana y militó en la organización mencionada desde 1967, a los 25 años,  hasta que fue detenido siete años después. Nunca mató a nadie. Para apoyar el movimiento de Lucio, haría a un lado sus privilegios, su educación, y sobre todo, a su esposa e hijita, a las que arriesgó enormemente, para ejercer su labor de mensajero, facilitador, gestor, proveedor y chofer.  Después  de su detención pasaría setenta días "desparecido" y a merced de las torturas e interrogatorios  de sus captores, agentes de la  temida Dirección Federal de Seguridad. Desde su celda escucharía o vería  pasar a jóvenes campesinos  o militantes urbanos  rumbo a sus celdas o a los cuartos de interrogatorio. Vio a muchos llegar vivos y salir muertos. Supo de su agonía porque vivió la propia. Tomó el camino de la lucha clandestina inspirado por la revolución cubana, el Che Guevara y la revolución cultural de Mao, como muchísimos jóvenes del mundo de entonces y de hoy. Alberto optó por  unirse a la clandestinidad  cuando llegó a la conclusión de que la apertura del sistema político mexicano de esos años era infranqueable y las promesas de cambio  solo simulaciones; ya no había tiempo para la paciencia porque la puerta para la transformación por medio de una equitativa contienda electoral permanecía tercamente cerrada. El PRI ganaba entonces de todas, todas, y no parecía dispuesto a dejar de hacerlo. Su determinación por cambiar al país lo orilló a elegir el difícil camino de una vida dedicada a la clandestinidad  que desembocaría en  su detención en 1974. Como en toda guerra, la violencia se ejerce de parte de todos los contendientes y  dominarán en ambos bandos los más fuertes y violentos. El espacio para la piedad se reduce al mínimo, y menos la habrá del lado del que tiene un poder superior, en este caso, el estado.

Alberto sería quebrantado con torturas, con el ruido constante del radio a todo volumen durante día y noche, con los gritos inesperados de otros detenidos, con la certeza de que nadie de su familia sabía dónde estaba, y por último, con la amenaza de muerte y desaparición de su cadáver. Nadie bajo tortura puede ser culpado de lo que dice. El instinto de sobrevivencia  y la respuesta al dolor en casos extremos nos son desconocidos. Creo que casi toda persona sometida a tortura acabará diciendo lo que sus captores desean oír. Habrá quienes quieran culpar o sentirse culpables por eso. Son situaciones que no deben ser juzgadas, solo comprendidas.

 

Sesenta y cinco días después de su detención Alberto aceptó haber trasladado el dinero de un asalto bancario y dio nombres y ubicaciones de algunos de sus conocidos, imaginando que ya habrían huido. No fue así, y tres de ellos fueron detenidos y presentados junto con él, cinco días después, ante un ministerio público. Fue entonces que su padre y su esposa supieron que estaba vivo. Como miembro de la organización a la que perteneció, no le tocó ejercer la violencia pero si supo de ella y luego la padeció a lo largo de los cuatro años que pasó en diferentes cárceles. Primero Lecumberri, luego el Reclusorio Oriente y al final Santa Martha Acatitla. La amnistía decretada por José López Portillo a los presos políticos de la llamada guerra sucia mexicana, le permitió a él y a otros muchos salir de la cárcel cuatro años después. Entre los liberados estaba el Ing. Herberto Castillo, hombre sabio, justo, de paciencia y caminos pacíficos, luchador social detenido dos años por escribir cosas consideradas impropias contra el gobierno.

 

 

 

La primera persona a la que Alberto vio después de los setenta días de detención en el Campo Militar Número 1 fue a su padre. Qué banales les deben de haber parecido sus distanciamientos y diferencias en esa hora de la verdad, en ese encuentro  de su regreso del mundo de las desapariciones forzosas, de las que muchas veces solo queda un vacío indescifrable.

 

Sendero en Tinieblas no es fácil de leer sin enojarte. Hay muchos momentos del libro en el que quieres ir por ese joven y por muchos otros  y regresarlos a sus casas y a sus familias tomados de una oreja. Decirles que crecerán, y que podrán encontrar otros caminos para construir mundos mejores. Ves la manipulación de siempre en todos lados y en todos los bandos. Los errores y las grandezas humanas, también. Jóvenes casi niños, adultos casi jóvenes, todos empeñados tercamente en defender un sueño o en combatirlo. De uno y otro lado hay de todo. Están los judiciales y policías desalmados, pero también los médicos militares que salvan vidas e insisten en presentar a los detenidos que aparecen en sus hospitales   ante un ministerio público. Están los carceleros- soldados, pobres entre los pobres, que a veces compadecidos le pasan agua o un taco a un preso, y otras, están esperando una muerte para quedarse con los huaraches del difunto. Están los vengadores revolucionarios que ejecutan a sus propios compañeros cuando les parecen equivocados o desleales a la causa. Ni la verdad, ni la maldad, ni la bondad son patrimonio de ningún bando. Seres humanos en el momento y condición en que los colocó la vida, marcados por sus actos pero también por la casualidad de sus destinos.

 

Al salir de la cárcel Alberto reconstruyó su vida, tuvo al hijo que anheló en los momentos más oscuros de su encarcelamiento, reconquistó la confianza de su mujer, que nunca dejó de apoyarlo, y cultivó el cariño de su hija y los lazos con sus padres.

 

  En voz de Alberto Ulloa: "...a los mexicanos de centro, izquierda o derecha nos urge aprender a ejercer la tolerancia...a abandonar los estrechos cauces personales, partidarios o de clase....los atajos revolucionarios o los contragolpes reaccionarios, como lo prueba la historia mundial, no solucionan los problemas sociales, económicos y políticos de los pueblos, más bien los complican y empeoran.....habría que abandonar las satanizaciones fáciles y los mesianismos delirantes...la herencia sangrienta de los dictadores de derecha o de izquierda no deben de ser reverenciados ni mucho menos reivindicados. Los de izquierda suelen socializar la pobreza mientras sus dirigentes acaparan el poder y sus privilegios, además de suprimir los derechos civiles y humanos de millones de personas. Los de derecha, lo mismo... Ambos extremos suelen llevar a otras naciones muerte y destrucción, así como derrota y humillación a sus propios pueblos....". Coincido con él sin haber vivido su horror.

 

¿Qué pensaría Aracely, muerta hace tantos años, al ver las vueltas que ha dado Nicaragua con sus diferentes gobiernos? ¿Habría encontrado  o escogido otro camino en caso de haber podido vislumbrar el futuro?  Difícilmente los gobiernos suelen estar a la altura de los sueños  e ideales de quienes los construyen. Ahí está Cuba: 55 años años después en manos de la misma familia. Aquí está México, construyendo muy despacio una democracia que retrocede dos pasos y avanza tres, como un niño que empieza a caminar. Las historias de Alberto y Aracely son dos entre tantas de aquellos profesionistas, campesinos, obreros, intelectuales, empresarios y religiosos que dieron su vida en aras de la democracia y un mejor destino para sus países. Ironías de la vida, el padre de Aracely era un español conservador que luchó al lado de Franco  y que nunca entendió las inquietudes sociales de su hija, que se distanció radicalmente de él para unirse a los jóvenes universitarios sandinistas que conociera en México y con los que se fue a la guerrilla; un padre que a la hora de la verdad,  estuvo dispuesto a ir a buscar y recuperar el cadáver de su hija hasta encontrar su tumba .Ahí se reconciliaría con ella...  Ana Darias, la mamá de Aracely, separada de su marido, siempre aceptaría a su hija y recuperó sus pocas pertenencias  un año después en un viaje a Nicaragua. En momentos así no hay ideologías. Solo seres humanos destrozados, padres que terminan por aceptar todo, e hijos que acaban por comprender, quizás, a sus padres.

 

SENDERO EN TINIEBLAS, ALBERTO ULLOA, EDICIONES CAL Y ARENA, 2004

ARACELY, LA LIBERTAD DE VIVIR, EMMA YANEZ RIZO, EDICIONES ITACA, 2008