• Arnulfo Allende Carrera
  • 20 Noviembre 2013
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Por: Arnulfo Allende Carrera

Localizada en la comunidad de San Luis Tehuiloyocan, en el Municipio de San Andrés Cholula, Puebla, y con los templos de San Luis obispo, el Salvador y las capillas del Vía Crucis, esta famosa y misteriosa casa, conocida como la casa del diablo, es parte de uno de los conjuntos rituales y monumentales más destacados y especiales en nuestra región, y que merecen aún más, mucha más investigación en todos los campos del conocimiento humanístico y a nivel local, nacional e internacional.

Para esta casa, en específico, existen ya algunos antecedentes. Santiago Sebastián en diversas obras entre los años setentas y noventas del siglo XX, José Pascual Buxó en 1993 y 1999, y José Antonio Terán Bonilla, desde 1979, han ensayado una interpretación de las imágenes que se plasmaron durante el siglo XVIII en esta fachada con la técnica del “rejoneado”, es decir, dibujando figuras mediante la colocación de piedrecillas sobre un aplanado de cal fresco, logrando una composición que, como bien lo dice el autor en la introducción de este libro, llaman la atención de manera inmediata. Indudablemente.

Sin duda estamos ante un libro con un título sugerente, provocador. Es emocionante reseñar un trabajo que, a lo largo de varios años (desde 1979), ha mantenido al autor en un proceso constante de investigación y reflexión y a nosotros expectantes, en espera de un dato nuevo, de una chispa que dé más luz sobre esta casa de características pasmosas.

San Luis Tehuiloyocan actualmente forma parte del municipio de San Andrés Cholula. Cholula, la ciudad sagrada de los tiempos mesoamericanos, famosa por tener “365 iglesias”, un santo para cada día (ahora Cholula tiene también un Oxxo para cada día). Las fuentes documentales prehispánicas nos relatan y evocan a la gran Tollan-Chollollan-Tlachihualtépetl como un lugar de confluencia étnica y religiosa, donde acudían durante todo el año las peregrinaciones de todos los rincones del mundo precolombino para adorar a sus dioses, que estaban representados, todos, en el recinto ceremonial de la gran Pirámide.

El ejemplo quizá más conocido de esas peregrinaciones a la ciudad sagrada es ese viaje mítico, y épico, del señor ocho venado garra de jaguar, quien visto en la necesidad de refrendar su posición como gobernante del señorío mixteco de Tututepec (en el actual Estado de Oaxaca), es conducido a Cholula, donde hace rituales de autosacrificio ante los sacerdotes cholultecas para regresar a la zona costera de Oaxaca reconocido y legitimado como gobernante.

La tradición sagrada de Cholula, y su zona de influencia, trasciende a la conquista y a la colonización. Fray Toribio Paredes de Benavente, Motolinia, después de haber descrito el origen y naturaleza del gran teocali de Cholula, que parecía abandonado desde tiempos anteriores a la conquista, y después de haber destruido un pequeño santuario aún existente nos relata que “pusieron una cruz alta, la cual quebró un rayo, y tornando a poner otra y otra también las quebró”. Posteriormente nuestro querido fraile nos cuenta que excavaron los cimientos del teocali y el subsuelo estaba lleno de “ídolos e idolatrías ofrecidas al demonio”. Motolinia concluye que era el demonio, quien defendía a toda costa su lugar y anuncia a los indios que debido a “los pecados en aquel lugar cometidos no quería Dios que allí estuviese su cruz” hasta que se quitara toda huella del demonio, exorcizando y bendiciendo el sitio. No siendo suficiente una cruz, nos dice, “después pusieron allí una gran campana bendita y no han venido más tempestades ni rayos después que la pusieron”

Existen documentados otros casos de resistencia a  la evangelización para la época colonial, como el de Axocopan, en el vecino valle de Atlixco, donde Los indígenas se aferraban a sus usos y costumbres; incluso a sacrificios. Los frailes franciscanos comenzaron en 1535 a arrasar templos que según Mendieta eran muy hermosos. En los niños encontraron a sus mejores aliados para la destrucción de los ídolos ocultos. Ídolos que no eran fáciles de localizar, que en su afán por conservarlos los nativos escondían en los lugares que más difícilmente podían imaginarse los frailes. Adquirieron la costumbre de enterrar ídolos al pie de las cruces. Simulaban adorar a la cruz cuando, en realidad las ofrendas y sacrificios que frente a ellas se hacían iban dirigidas a sus dioses antiguos.

Posteriormente la evangelización rinde sus frutos, con la particular característica del sincretismo. Vemos por todo nuestro territorio una imagen constante, de un templo católico, o al menos una ermita, sobre un “cerrito”. Estos cerritos son, en su mayor parte, montículos que ocultan basamentos piramidales en su interior y que son muestra fehaciente de esta imposición de la religión católica sobre las creencias de los indios americanos durante los siglos XVI y XVII.

De este sincretismo y esta época parte la investigación realizada por José Antonio Terán Bonilla sobre la misteriosa casa de San Luis Tehuiloyocan. El libro se estructura básicamente sobre dos ejes de contrapunto: los primeros dos capítulos nos sitúan en el contexto del pensamiento cristiano expresado objetivamente en el arte Barroco novohispano. No hubo en el mundo otro pueblo capaz de adoptar y exacerbar las formas estéticas del barroco mejor que los pueblos indígenas mesoamericanos. Cosmovisiones abstractas, símbolos de lecturas múltiples, formas superpuestas expresando discursos amplios y profundos, colores con matices ilimitados; ¿acaso no es eso lo que vemos en la pintura mural de Cholula o Cacaxtla, en la alfarería de la región Mixteca-Puebla, en los códices o esculturas de piedra y estuco de toda Mesoamérica?



Posteriormente el autor nos ilustra sobre el pensamiento mágico, propio de las sociedades antiguas, contra el régimen de la Santa Inquisición venido de Europa. Una Europa en que se propagaba el pensamiento renacentista, una Europa que intentaba imponer el dominio de la razón sobre la naturaleza emotiva de la humanidad, curiosamente, a través de una contradicción: el salvaje (que no piensa) necesita convertirse al cristianismo y aceptar la Fe (sin pensar, creyendo ciegamente) para, de esta manera, ser digno de llamarse “hombre”. ¿Dónde quedó la razón?

En el tercer apartado, el autor nos lleva a recorrer el santuario de nuestra madrecita en Tonantzintla, al que postula como ejemplo de devoción cristiana, y antípoda del recinto de Tehuiloyocan que, en su cuarto capítulo, describe e interpreta como un espacio dedicado a la adoración del maligno.

A través de la lectura iconográfica nos muestra en esta fachada un contenido de símbolos y representaciones de temas tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. La iglesia como barca que nos conduce al reino de los cielos, la pasión de Cristo y su victoria sobre la muerte y, sobre todo, la exaltación de la Virgen María como concebida sin mancha y madre, también inmaculada, de Dios hecho hombre. Este último tema reforzado por el Magníficat, oración que pronuncia María en el momento de la anunciación, escrita sobre las vigas de madera que sostienen la cubierta al interior del recinto.



Todo esto sería especial, pero sinceramente no tanto, sin la presencia de otra clase de elementos plasmados sobre todo lo anterior, y que resultan inquietantes. Los elementos del ritual eucarístico presididos por dos personajes, monos, con atributos de connotación lasciva y contestataria y en actitud de celebración de un remedo de la santa misa; y la oración escrita en las vigas, pero al revés, para ser leídas mediante el uso de un espejo. Esto último nos remite, desde el barroco, a las disertaciones medievales sobre el uso de espejos y sus propiedades mágicas, y es más  interesante por lo siguiente: Tehuiloyocan es una palabra de origen Náhuatl compuesta por Tehuilotl, cristal de roca o vidrio; yotl, que denota propiedad o cualidad del sustantivo; y can, lugar; formando la palabra Tehuiloyocan, que quiere decir “lugar vidrioso o lleno de vidrio” (como lo indica el profesor Felipe Franco). Es por nosotros bien conocido que durante la época prehispánica se utilizó un vidrio volcánico, natural, explotado y procesado en magnitudes industriales y para diversos fines, este vidrio es la obsidiana. Uno de los usos que tuvo la obsidiana fue precisamente la eleboración de espejos y en la mitilogía mesoamericana hay un Dios, Tezcatlipoca, el del espejo negro humeante, quien es el señor del cielo y de la tierra, quien da y quita todo a los hombres, es omnipresente, fuerte e invisible y es una deidad oscura, antagónica de Quetzalcóatl. En el sincretismo novohispano Quetzalcóatl ha sido identificado con Cristo, por lo tanto Tezcatlipoca pasaría a ser el anticristo.

El significado de estos elementos y su arreglo espacial son ampliamente discutidos en el libro, concluyendo que su presencia en esta casa indica que es un recinto dedicado a la celebración de rituales de confrontación y mofa contra la iglesia católica, no por población indígena local, sino por algún grupo de personajes probablemente criollos y de alto nivel socio-cultural, resultado del convulso y doloroso proceso de formación de la Nueva España.

Como he dicho al principio: la investigación histórica, iconográfica y, aún más, iconológica, sobre este sitio está aún en desarrollo. Celebramos la edición de este trabajo y nos congratulamos por tener la posibilidad de leerlo y poner, una vez más sobre la mesa, el debate científico sobre el significado, el valor simbólico y la importancia patrimonial de esta casa, como patrimonio de estas generaciones, para Puebla y para San Luis Tehuiloyocan.

(Arnulfo Allende Carrera es Arqueólogo por la Escuela Nacional de Antropología e Historia y labora como Investigador del Centro INAH Puebla.)

Libro: La guarida del Diablo: lectura iconográfica de la misteriosa casa de Tehuiloyocan, Puebla. Autor: José Antonio Terán Bonilla. Editorial: El Errante, Puebla 2013

Foto de portadilla tomada de lugaresdemexico.com



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