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Por: George Packer

 

Contra el mundo de ensueño del Oregon Country Fair la realidad de la quiebra de la ciudad de Detroit. El capitalismo es salvaje en todos lados. Y puede arremeter con furia contra sus hijos más logrados: los trabajadores industriales de la primera mitad del siglo XX, los que impulsaron el surgimiento tras la segunda guerra de una extensa y rica clase media trabajadora. Los obreros del imperio que corrió el freeway del mundo libre de la guerra fría, montado en las siderúrgicas de Pittsburg y en las líneas de producción automotriz. Los obreros que voltearon hacia otro lado cuando las oleadas de emigrantes mexicanos inundaron los campos de cultivo en California y Oregon, y los barrios, las cocinas y los jardines de las grandes ciudades para ocupar los trabajos que ellos ya no volverían a realizar.

Cuando el mundo cambió, cuando pasó Vietnam, cuando se dejó de hablar de los rusos en Afganistán, cuando ya se veía que la vuelta al capitalismo a la china rendiría sus frutos en el viejo oriente, cuando la tecnología de computación militar se transformó en el universo de la información en línea y cuando a algún demiurgo gringo se le ocurrió bautizar a lo que ocurría con el término de globalización, ya los capitales y sus fábricas y su contaminación se habían ido al tercer mundo con los empleos de los obreros gringos en los portafolios de los financieros de Wall Street.

Esta crónica publicada en New Yorker, traducida y publicada por la revista Sin permiso nos ofrece un contraste certero frente a la visión que tenemos de un Estados Unidos impecable, cumplidor absoluto del sueño americano cumplido para los americanos, sueño inalcanzable para los moradores pobres del mundo.

(La traducción para www.sinpermiso.info: es de Lucas Antón. La foto de portadilla la tomamos de www.clarin.com)

Hay un momento en Someplace Like America, de Dale Maharidge y Michael S. Williamson, un relato documental de tres décadas de movilidad norteamericana a la baja, en que Maharidge decide espontáneamente telefonear a Charles Murray. Es cerca del año 2000, la reforma del Estado del Bienestar está ya en los libros, y Maharidge quiere saber qué tiene que decir Murray, autor de Losing Ground y el crítico más duro del estado del Bienestar, acerca del fenómeno de los pobres que trabajan: norteamericanos que tienen empleo, pero que, con todo, no llegan a fin de mes.  

 

“Deme un ejemplo”, dice Murray. Maharidge comienza a describir a una mujer llamada Maggie Segura, empleada del estado de Tejas, a la que conoció Maharidge, junto a su hija, en un banco de alimentos. “¿Es madre soltera?” inquiere Murray. Culpable de la acusación. Maggie Segura no debería haber tenido una niña con el hombre equivocado: punto para Murray. Pide otro ejemplo, y Maharidge le describe a una familia intacta: tres hijos, madre y padre, Obie, que trabaja de portero, pero tiene que vender su plasma sanguíneo para que alcance allí donde no llega el presupuesto familiar. Murray sigue sin inmutarse. “¿Qué éxito le hace falta a una familia trabajadora? El tipo gana diez dólares, la mujer trabaja a tiempo parcial. Tienen tres niños. ¿Tendríamos que sentirnos mal?” Murray hace algunos cálculos rápidamente. “Si fuera necesario, podría ingeniármelas para vivir con 550 dólares semanales con tres niños. Probablemente no viviría en Austin. Iría a algún otro sitio que fuera bastante más barato. Y tomaría ciertas decisiones”.

 

Punto otra vez para Murray. Sean las que fueren las historias de todo el país que Maharidge le lanza, Murray las liquida con su revés. Puedes hacerte con todos los puntos cuando tu teoría social te dice que la única gente pobre de Norteamérica  —sobre todo de la Norteamérica del auge de los 90, cuando “la trayectoria general es de ascender y crecer. Puedes ganarte decentemente la vida sin que tenga que ayudarte el gobierno”— es la que no merece recibir ayuda. Maggie Segura tuvo una niña con el hombre equivocado. Obie debería haberse mudado con su familia a Appalachia. Todo el mundo la fastidia. 

(Seguir leyendo en Sin permiso, República y socialismo también para el siglo XXI: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=6175)