• Antonio Noyola
  • 19 Diciembre 2012
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Por Antonio Noyola

 

Domoslawski observa que si bien en Europa continental se admite el toque personal en el reportaje, están proscritos los errores y retoques de la realidad. Kapuściński incorporó a su experiencia periodística acontecimientos inventados o coloreó en exceso los hechos. Si hubiera presentado sus estupendos relatos como ficción y no como reportajes, o si hubiera patentizado que aquí y allá alteraba los hechos por mor de la expresividad, tal y como en su momento hicieron Wolfe o Capote, su quehacer no hubiera concitado objeciones. Pero nunca lo hizo. Siempre presentó sus reportajes como una transposición fiel de la realidad. 

 

Al despuntar los años ochenta, con la emergencia de Solidarność, el formidable movimiento obrero que reveló la esencia totalitaria del Estado polaco, Kapuściński se encontró ante un grave dilema. De pronto, las exigencias de libertad, justicia y dignidad que había percibido en África y América Latina, cobraron forma en su propio país. Obedeciendo a sus instintos de reportero, Kapuściński acudió a ver que sucedía en los astilleros de Gdańsk, epicentro del movimiento; descubrió con deleite que los huelguistas leían sus libros, y decidió ayudarlos a comunicarse con los corresponsales extranjeros. La desinformación acerca de los motivos y razones de Solidarność originó un manifiesto firmado por muchos periodistas e intelectuales polacos, entre ellos Kapuściński. Impresionado por el autocontrol de huelguistas, que no permiten desórdenes en sus centros de trabajo, “comprende que los asuntos salariales, económicos, no son lo esencial en la revuelta polaca. Se reafirma en su convencimiento, alcanzado tras muchos años viajando por el Tercer Mundo, de que el motor principal de la mayoría de los movimientos de protesta, de las insurrecciones y de las revoluciones no es la lucha por el pan, sino la dignidad herida.” Una vez que las autoridades reconocieron al sindicato Solidarność, Kapuściński, que durante su dilatada vida profesional se había visto obligado a usar el doble lenguaje inherente a las dictaduras, publicó un texto en el que declaraba: “Ha empezado una nueva clase de lengua polaca. El tema: la democracia socialista.” En consonancia con estas palabras, y puesto que el Partido Obrero Unificado Polaco reaccionó con dogmatismo al desafío de los trabajadores, Kapuściński, que se sentía cautivado por Lech Walesa, dejó para siempre su militancia partidista.   

     Después de la caída de comunismo en la URSS y sus satélites, en Polonia se propagó el hostigamiento y la persecución de políticos, escritores, periodistas y artistas que habían servido al antiguo régimen. A pesar de su prestigio y de la rectificación ocasionada por Solidarność, es probable que Kapuściński concluyera que el examen de su pasado era peligroso. Tal vez tuviera razón, pero según Domoslawski desaprovechó la oportunidad de hacerlo cuando publicó El Imperio, su formidable fresco de la URSS. De haber escrito un sincero testimonio personal sobre las esperanza y desilusiones vividas como militante del comunismo, Kapuściński habría sobrepasado la crítica y ofrecido “un viaje intelectual al pasado, una búsqueda de la verdad sobre sí mismo y sobre las personas que se había entusiasmado con la gran idea”. Añade Domoslawski: “Parece bastante evidente que deseaba olvidarse del pasado, no debatir sobre él ni luchar contra él […] su pasado comunista le molestaba, le lastraba […] no sabía qué hacer con él.”

 

En los años noventa, Kapuściński colabora con Gazeta Wyborcza, el diario liberal dirigido por Adam Michnick. En un artículo, Kapuściński escribe que “hoy no hay izquierda ni derecha, sólo hay personas de mentalidad abierta, liberal, receptiva y que miran hacia el futuro, y personas de mentalidad cerrada, sectaria y estrecha que miran al pasado”. Esta profesión de fe liberal duraría poco. Unos años más tarde, entusiasmado con la rebelión del EZLN en México, Kapuściński recuperaría su mentalidad de izquierda criticando la globalización económica con argumentos marxistas.

     En 2007, cuatro meses después de su muerte, apareció una carpeta que lo vinculaba con labores de espionaje del régimen comunista. Afortunadamente, periodistas acuciosos como Artur Domoslawski aclararon que los servicios de Kapuściński se habían reducido a informes prescindibles sobre presuntos agentes de la CIA en otros países y en ningún caso habían comprometido a colegas o amigos de Polonia.

 

      *Domoslaswki, Artur, Kapuściński non–fiction, Barcelona, 2010, Galaxia       Gutenberg, Círculo de Lectores.

** Kapuściński también ejerció la autocensura. Temiendo poner en riesgo su carrera internacional, sin que se lo pidieran sus editores recortó de la edición estadounidense de El Sha las quince páginas que describen la conspiración de la CIA para derrocar al gobierno democrático suplantado por Reza Pahlevi.

***Orientalismo, en el sentido usado por ensayistas como Edward Said, significa la representación estereotipada, prejuiciosa y mistificadora de las culturas orientales. 

Antonio Noyola, Chihuahua, 1950. Escritor y documentalista.

http://vuelopalabra.blogspot.mx/2012/08/kapuscinski-realidad-y-ficcion-1.html


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