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Camina por el andador de Paseo de la Reforma, en la tarde del 6 de junio de 1976. Va entre sus compañeros, abatido en apariencia por “un poder que se soñó absoluto”, rumbo a la fundación de Proceso y a la construcción de un periodismo independiente, como nunca lo ha habido en México.

38 años después ese poder sigue ahí, oculto entre los vericuetos de una sociedad mexicana moderna y parlanchina, sometida a nuevos y viejos pesares y a propósitos todavía más criminales que los que imaginaran los poderosos en la era del priismo absoluto. 38 años después del golpe a Excélsior todavía peleamos por un periodismo comprometido en el desmantelamiento de ese sistema perverso que poco a poco lleva al país a una nueva guerra civil.

No puedo entender todo esto que hemos vivido sin la lucha que desde su máquina de escribir dio Julio Scherer García.

Murió Julio Scherer García, sin duda el más importante periodista mexicano en los últimos cincuenta años. Excélsior bajo su dirección (1968-1976) y Proceso desde ese mismo año están ahí para comprobarlo.

En buena medida, Julio Scherer fue el periodista de la desacralización de los presidentes-dioses en México. Cuarenta años hemos tardado en el desmantelamiento de esa implacable omnipresencia de la impunidad. Y no hemos acabado. Ahí están, perfectos posadores para la foto en el proscenio del poder, de arriba para abajo, presientes, gobernadores, magnates, como si nadie viera sus actos delictivos. Pero ahí ha estado lo mejor del periodismo para contarlo.

Yo aprendí a leer el país que me ha tocado vivir desde una ventana insuperable, la del Excélsior en mis años más jóvenes, a cargo de Julio Scherer García. En ese molde entramos, para bien y para mal, quienes  pelemos por un país democrático y justo en esos años del colapso del sistema priista.

Ahora tengo a la vista la primera plana del 3 de octubre de 1968, con el cartón de Abel Quezada en la sección de editoriales, y trato de armar en mi memoria el andamiaje que para entender la realidad puede ayudar a construir la narración periodística de la vida nuestra:





Era el Excélsior de Julio Scherer. Yo tenía 13 años. El rumor que corrió en las calles de Puebla, en los días que siguieron a la matanza del 2 de octubre, era simple y categórico: “el ejército mató a los estudiantes”. Pero el día 3 tenía las ocho columnas del periódico y la ventana negra de Quezada.

“Recio combate al dispersar el ejército un mitin de huelguistas”: qué delgada línea de objetividad periodística resiste en la frase. Y el balazo: “Se luchó a balazos en Ciudad Tlatelolco/Hay un número aún no precisado de muertos y veintenas de heridos”.  En la crónica el periódico dirá que los huelguistas también dispararon desde el edificio Chihuahua.

El periódico consignó 20 muertos. Imagino ahora la presión sobre Julio Scherer en aquella noche terrible. Apenas el 1 de septiembre de ese año, a sus 42 años, había tomado la dirección del diario. Un gobierno dictatorial en un Estado omnipotente, atento a lo que se diga del crimen que acaba de cometer. Escribe entonces así la crónica, dicta así las ocho columnas, con el gobierno más autoritario que ha conocido el siglo pos revolucionario.

En 1976 ese poder absoluto lo arrojó de Excélsior. Así lo recordó en abril del 2002, cuando recibió el Premio Nuevo Periodismo Iberoamericano, en Monterrey, promovido por Gabriel García Márquez:

“En la segunda mitad de 1976, expulsado de Excélsior por un sistema que se soñó imbatible, tuve el impulso de abandonar el trabajo que me acompañaba desde la juventud. Sin ojos para el futuro, pensé en un porvenir de días circulares. Compañeros de entonces y de siempre que rehusaron permanecer una hora más en el diario ultrajado, pugnaron para que siguiéramos juntos. El despojo había sido brutal. No era tolerable la cancelación de un destino común, la vocación truncada.”

Bajo esa presión vivió por más de 40 años Julio Scherer. Y en ella se forjaron dos generaciones de periodistas que no sólo han resistido al poder, sino que en gran medida han contribuido a desmantelarlo.

Veinte años después de aquel 2 de octubre de 1968, en un texto publicado por la revista Nexos, Julio Scherer sintetiza ese México que no se ha acabado de ir, el que sobrevive hoy en día en las figuras de presidentes y gobernadores que dominan la vida pública y que siguen tratando a los ciudadanos como infantes que no les merecen atención alguna:

“No terminó allí el dos de octubre. A partir de entonces cobró fuerza la exigencia para que al presidente de la República se le juzgue y castigue, incluso con la pérdida de la libertad, si así lo ameritan sus actos como gobernante. Repugna la impunidad desde el poder, pero uno a uno nuestros presidentes se han comportado como si fueran hombres superiores. La impunidad los ha protegido, pero la impunidad, antidemocrática en su esencia, los condena.”  (Los héroes del 68 según Martín Luis Guzmán, revista Nexos, 1 de enero de 1988).

Julio Scherer García murió a los 89 años. Para fortuna nuestra escribió un total de 22 libros entre 1965 y 2013. Encuentro en Proceso el recuento de cada uno de ellos:

 Siqueiros: la Piel y la entraña (1965) (FCE 2003); Los Presidentes (Grijalbo 1986);El poder: historias de familia (Grijalbo 1990); Estos años (Océano 1995); Salinas y su imperio (Océano (1997); Cárceles (Alfaguara 1998); Parte de Guerra, en coautoría con Carlos Monsiváis (Aguilar 1999); Máxima seguridad (Random House Mondadori 2001); Pinochet, vivir matando (Alfaguara 2000 y Nuevo Siglo-Aguilar 2003); Tiempo de saber: Prensa y poder en México, en coautoría con Carlos Monsiváis (Aguilar 2003); Los patriotas. De Tlatelolco a la guerra sucia (Nuevo Siglo Aguilar 2004); El perdón imposible (FCE) (Versión ampliada de Pinochet, vivir matando); El indio que mató al padre Pro (FCE 2005); La pareja (Plaza & Janes (2005); La terca memoria (Grijalbo 2007); La reina del Pacífico (Grijalbo 2008); Allende en llamas (Almadía 2008); Secuestrados (Grijalbo (2009); Historias de muerte y corrupción (Grijalbo (2011); Calderón de cuerpo entero (Grijalbo 2012); Vivir (Grijalbo 2012) y Niños en el crimen (Grijalbo 2013).

En Los Presidentes, su segundo libro, escrito en los años ochenta, el relato preciso de los excesos presidenciales, Julio Scherer tuvo un augurio: ante tantas oportunidades de cambio dejadas pasar por sus líderes, el país un día puede cambiar como nadie quiere.  Donde quiera que nos lleve, hoy el país ha escogido el camino de la violencia como ruta de cambio. Ya no estará este entrañable periodista para contar lo que será de su patria.