• Sergio Mastretta
  • 17 Enero 2013
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Por: Sergio Mastretta

El ritual establecido

 

Todos en sus puestos a las 11.10 de la mañana.

Los hombres del sistema en el máximo ritual del año cumplen disciplinados el protocolo establecido, apretujones incluidos. Es una mística establecida ya sobre la voluntad de los individuos, cada quien asume su papel en el escalafón de jerarquías y modernidades. Ahí están los gobernadores como sacerdotes testigos: bordean con el incienso de sus rostros adustos a las dos figuras petrificadas, Fidel Velásquez y Manuel Espinoza Iglesias, sentaditos juntos los dos viejos como si se quisiera paralizar la lucha de clases en el apretón de manos que se dieron cuando se encontraron. Al frente, los oficiantes Piña Olaya, Patricio Chirinos y José Alarcón repartían el pan y el vino de la misa laica. Entre unos y otros, los diputados como acólitos sin campaña. En el espacio entero el auditorio, los adoradores que invocan al Dios altísimo del presupuesto. “Y con tu espíritu”, repetirán una y otra vez en los aplausos. Afuera, los sacrificados con su aura de pueblo completan el escenario de la festividad, campesinos con sus demandas en el morral y escolare4s con agudísimo popurrí de música mexicana.

Sí, todos están en sus puestos a las 11.10 de la mañana.

Los panistas también.

No lo vio venir ninguno de los operadores del gobernador. No tomaron en cuenta a Paco Fraile allá arriba agazapado. O pensaron que la interpelación sería después, a la usanza del Congreso de la Unión, con los diputados de la oposición sacando cartelitos y vociferando desde sus curules. O se confiaron en el acuerdo entre los diputados. Pero no, se los madrugó el diputado Mantilla, el mismo personaje tartamudo e indescifrable en sus pesadísimos discursos en la Cámara. De un salto se plantó frente al altar, ante un Mariano Piña que apenas acomodaba sus papales en el atril. Allí quedó paradito, como un niño de primera comunión, con sus folders bajo el brazo para controlar el nerviosismo frente al sacerdote que nunca se inmutó.

“¡Señor gobernador –se oyó-, yo quisiera preguntarle dónde quedaron los dos billones de pesos...!”

Lo que haya dicho es lo de menos. El ritual se rompió un instante, lo suficiente para que las neuronas institucionales activaran la defensa y completaran el sainete.

De inmediato Alarcón: “Señor diputado no tienen derecho de hacer uso de la palabra...” Y otras frases así que los que ocupan su puesto en México han dejado listas para estos casos.

Y de inmediato Celso Fuentes, el primero que arrancó con el aplauso para apagar la voz del panista.

Y diez segundo después el doctor Sergio Guzmán, el único diputado que en octubre votó en contra en el caso de la resolución de Jolalpan, subió a pedir al panista que terminara ya con el show.

Pero no quería. Y seguía con su cuento.

Y a los quince segundos el ganadero Alfonso Lechuga Fosado trepa al entarimado. Y jala del brazo al panista. El doctor Guzmán mejor se hace a un lado. Y a los veinte ya Mantilla agarró al priísta del cogote. Y lo empuja. Y un auditorio ducho en la materia hubiera gritado “¡Santo, Santo, Santo!”. Pero sólo hay aplausos y más gritos de “¡payaso, payaso, hijo de Husein!”. Y el ganadero serrano empuña y perfila un recto a la mandíbula. Pero algo en su corazón, tal vez una mirada de Piña que lo fulmina, detiene lo que hubiera sido el aleluya de la provocación panista.

Y a los veinticinco segundos la voz de Piña Olaya “¡Jorge!” para detener a un guarura que ya iba.

Y mantilla que ya se baja a los cuarenta segundos, y la parvada de reporteros lo persigue. Queda el respiro encabronado de los priístas.

Y el rito sigue.

Algo entretiene la modernidad.

 

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A las 9:30 es el mismo escenario de siempre. El “selecto grupo de maestros de Educación Estética del estado” apabulla infantes. Son inefables: ensayan Qué chula es Puebla. Es natural, los inflaman con eso de que son la imagen de los niños de Puebla. Y los niños cantan, ahora México lindo y querido, y sus voces arrasan en aire en un vaivén agudo y desastroso que desespera a los maestros como un cascabel que les corroe sus conciencias.

Ahí junto un grupo de campesinos de San Nicolás Buenos Aires intenta penetrar la malla de guaruras de traje que contienen y filtran a los elegidos, a los que verán y participarán del oficio adentro. Vienen en representación de su presidente municipal, “no vino porque está muy enfermo”. Pero no vienen de oquis: “Tenemos que ir al pueblo a informar de lo que dijo el gobernador. Nosotros damos apoyo al PRI, ora lo queremos de vuelta, apoyo al campo señor, pozos, allá somos 720 ejidatarios, y una hectária se riega, puritito temporal.”

 

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A las 10:37 los diputados se faltan al respeto. Han iniciado quince minutos antes la sesión, hablan los diputados de la oposición. Es lo que concertaron, sí señor. Pero el auditorio es un jolgorio: edecanes, reporteros, operativos gubernamentales, todos hacemos nuestro trabajo, atosigamos con grabadoras a los sacerdotes y al que se deje con tal de cumplir con la cuartilla declaratoria de rigor. Nada nos detiene, abrumamos incluso a las momias de capital y trabajo, diez, quince de nosotros reporteros casi ahogamos a los viejos.

Habla el doctor Guzmán, que hoy vino con una gran dote de sentido común. Increpa al público: “Señores, también los diputados de oposición merecemos respeto”.

Y el propio Pepe Alarcón cae en la cuenta y una, dos, tres veces llama la atención. Pero nada ocurre. Alguien reparte un panfleto (Sufragio) a los diputados. Qué bueno, ya no tienen pretexto los señores para no pelar a los que ahora tienen el micrófono. Nadie se sorprende, que siga el jolgorio.


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