• Sergio Mastretta
  • 17 Enero 2013
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Por: Sergio Mastretta

Cabe en una mañana el sistema.

 

A las 10:55, Juan Celis y Eleusis Córdoba casi llegan tarde al tinglado. Muy formales, traen su invitación en la mano. Igual que yo, tienen que bordear la ribera de sardos. “Como íbamos a venir antes si no nos invitaban “, dice que el ingeniero mexiquense dirigente de Antorcha Campesina en Puebla. Están aquí y su gente gritará más tarde allá en el Palacio que su organización estará presente. En tiempos de Jiménez Morales los de Antorcha presentaban su contingente para mantener lejos a los descontentos en el día del informe. Ahora parece que la CNOP del nuevo diputado López Tinoco les evitó la tarea.

            Una hora antes, cuando no se le ha ocurrido llegar a ningún invitado, los diputados de estreno entran al recinto, su casa por un día, por la cocina. Con la pechadita Enoé seguida por el hombre del trienio en el Congreso, Pepe Alarcón, salen por una de las puertecitas de esa mala copia en cartón de la cursilería del siglo XIX que persigue a la burocracia de los legisladores. En un escenario ausente desfilan los representantes que han acordado no meterse en problemas de interpelaciones. Los que llegan por la puerta principal ya lo encuentran muy sentaditos, como están hasta el 93 los flamantes congresistas.

            Don Antonio Montes, el diputado priista más viejo del equipo, fue el único representante que subió una fila arriba a saludar al gobernador, que rompió la minuta y se fue a saludar de abrazo a sus gobernadores invitados. Pasó silencioso el añejo líder campesino, enjutado en su traje gris, pero lo vio el risueño e inefable senador don Blas Chumacero. “A donde vas, viejo –le dice-, o ya no saludas desde que eres diputado?”.

            A medio informe no le queda al reportero más que escrutar la tribuna en busca de la somnolencia, el pecado capital de los que asisten a cualquier informe en el universo. Por ahí están los ojos cerrados de dos o tres gobernadores, y más arriba se quiebra un instante Martín Josephi. Rostros que algo tienen que ver con el poder. En el conjunto mayoritea la fealdad masculina y el traje gris algo pelea contra el tono oscuro. Qué escruta uno: rostros de políticos, pulcritud de burgueses, raigambre de la burocracia. En todos la cara impune de la seriedad.

            Cuadro por cuadro, rostros que miran al frente, inhabilitados por la cursilería del México independiente; rostros que se clavan en el yeso solemne de las águilas, en los garigoleos de flores y jarrones copiados del cristal biselado de las casonas porfirianas; miradas que leen y releen año con año los listados de pronombres que revuelven sus frases con la voz del informante.

A las 11:30 habla el gobernador del problema universitario. Ya le han aplaudido una vez, la primera y la principal. Ahora invita a la iniciativa privada a participar en la universidad. Nadie aplaude.

            A las 12 descubro una sección especial de dormilones. Arriba, a la derecha, seis micrófonos puntean sobre los que cabecean como órganos mixtecos. El grupo parece un matorral seco que no se despabila ni cuando Piña Olaya se refiera a la nevada que quemo los 500 millones de dólares que el café poblano iba a dejar en la entidad los próximos tres años. Interrogo: el grupo dormilón es el coro que guiará al final a la clase política en su enfebrecido y patriótico himno nacional.

 


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