• Diana Hernández
  • 03 Abril 2014
".$creditoFoto."

No me había dado cuenta de  lo mucho que lo amaba hasta que lo perdí.

Lloré, me preocupé, me enojé conmigo misma, entré en crisis, aventé todo lo que había alrededor, imaginé lo peor, me exaltó pensar que alguien más empezaba a disfrutarlo, me atormentaba por todo lo que perdía para siempre con él, tantos recuerdos, tantas historias compartidas, tanta información y proyectos, a pesar de que teníamos poco tiempo de estar juntos, sin querer me había vuelto adicta a él, es difícil reconocerlo, pero incluso me volví  dependiente emocional.

Cada día al despertar mi primer pensamiento era para él: me gustaba abrir los ojos y tocarlo, acariciarlo, mirarlo, consultarlo. Nos levantábamos juntos y salíamos a hacer ejercicio. De ahí al trabajo. Todo el día juntos, retroalimentándonos, cronometrando nuestras actividades. Él siempre atento a lo que yo necesita, rápida respuesta para todo: información, noticias, dudas, datos,  contactos. Ninguna secretaria, ni asistente, tan atenta. Y también teníamos tiempo para la diversión, me encantaban sus ocurrencias, propuestas, chistes, música, mensajes, fotos e imágenes.

Sin darme cuenta poco a poco desplazó a mis amistades. También abandoné actividades que antes me gustaban. Pero es que él ocupaba ahora mi atención y ni cuenta me daba lo rápido que se me pasaba el tiempo cuando estaba a su lado, que curiosamente era todo el tiempo. Al anochecer también volvía a consultarlo, para agendar nuestras actividades del día siguiente y organizarnos lo mejor posible. Era lo primero que veía al despertar y lo último antes de dormir.

Recuerdo haber visto la película Her, o Ella,  de Spike Jonze,  que propone el romance de un hombre con su sistema operativo, y me generó una extraña sensación y hasta preocupación al notar que muchas personas, sobre todo jóvenes, están cayendo sin darse cuenta en ese tipo de situaciones: enfermos de vacío y soledad, se refugian en la realidad virtual, que es una irrealidad. Homo insipiens, como diría Giovanni Sartori.

Hasta critiqué  ese tipo de conductas y a esas personas tan enfermas.

Como castigo divino un día después sufrí la pérdida de Él  y caí en la más terrible contradicción.  Me sentí  abandonada, vacía, a la deriva, vulnerable, perdida. Él tenía concentrada toda mi información, ni siquiera podía llamar por teléfono a mi casa o familiares, porque no me sé los números de memoria; ni los correos electrónicos, ni mis contraseñas, ni números de tarjetas. Vaya, el colmo, ni las direcciones. Todo lo tenía él. También mis datos personales, gustos, aficiones, necesidades, amistades. Empecé a temblar por temor a que hiciera mal uso de tanta información.  Me tenía en sus redes, era yo su prisionera.

Aun así mi principal deseo era recuperarlo. Volver a verlo, sentirlo, usarlo. Se me ocurrieron mil cosas. Salí a buscarlo por todos lados, le marcaba y marcaba, pero no respondía. Activé el geo localizador. Pensé ofrecer recompensa, lo que fuera con tal de que regresara a mi lado.

Fue entonces que me di cuenta de lo mucho que lo quería, que lo necesitaba, que ya era parte de mí y de mi vida, que no podía continuar sin él. Me molestó sentirme así, pero no lo podía remediar.

Cuando mi angustia se tornaba insoportable, un atisbo de luz me lo regresó. Mi alegría fue infinita. Lo abracé, lo besé, lo acaricié. Lo puse cerca de mi corazón. Le dije que no lo volvería a descuidar, que no lo apartaría de mis manos ni un momento. No me cansaba de mirarlo y hablarle. Mi  amado teléfono está de nuevo conmigo. Pero no estoy enamorada de Él.  ¡Qué absurdo amar a un objeto! Sin embargo, es cierto que no puedo vivir ya sin él. 

* Diana Hernández, periodista de formación, es escritora y académica en el área de Literatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP.



Click HERE is best bookmaker in the world.
Offers Bet365 best odds.
All CMS Templates