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“La universidad no está para simplemente conocer la verdad,

sino también para formar y aprender a hacer el bien con la

verdad conocida”

Peter-Hans Kolvenbach, S.J.

El 29 de abril de 2013 el P. Carlos Morfín Otero, en ese entonces Prepósito Provincial, depositó su confianza en mí para nombrarme, por segunda ocasión, Rector de esta Universidad. Ese día, me fueron encomendadas seis líneas prioritarias que sintetizo a continuación:

1. Continuar fortaleciendo la calidad académica con pertinencia social.

2. Seguir cultivando el modelo educativo ignaciano con una formación integral-humanista.

3. Profundizar la vinculación de la Universidad con los sectores privado, público y social.

4. Mantener la sustentabilidad financiera con políticas claras, efectivas y transparentes.

5. Propiciar un mayor desarrollo y crecimiento en materia científica, tecnológica, virtual y de infraestructura.

6. Velar por un clima organizacional saludable, fundado en la institucionalidad y la búsqueda del bien mayor de la Universidad.

Las líneas establecidas fueron para mí oportunidad de continuar con un proyecto educativo que en su 30 aniversario daba cuenta de su propia robustez.

De mi primer período a este segundo, la Universidad había dado pasos muy significativos que sin duda me impulsaron a continuar con la pauta de crecimiento marcada por la propia experiencia que en este momento se me confiaba. Las instituciones crecen y se fortalecen en la medida en que se mantiene la continuidad con un proyecto que va dando de sí. Por ello, mi primera opción fue continuar con las mejores prácticas que yo había recibido.

Pero, al mismo, tiempo las instituciones se expanden cuando hay renovación y cambio en la misma gestión. Ojos frescos son capaces de ver las sombras a las que los anteriores ya se habían acostumbrado. Sin embargo, también uno se puede cegar por el afán de novedad o por el mismo protagonismo que frecuentemente impide fijar la mirada en lo profundo que da sentido a lo que se hace. Ambos escollos fueron para mí un reto no fácil de afrontar; pero al mismo tiempo algo que se convirtió en dinamismo progresivo y que me permitió seguir impulsando la institución hacia el ideal deseado.

Mi primer paso, en consecuencia, fue hacer un diagnóstico a partir del diálogo que realicé con los diversos cuerpos colegiados de nuestra institución educativa. Ahí fue donde encontré las primeras fortalezas que, como piso firme, estaba seguro me permitirían relanzar las líneas directrices con mayor ímpetu. La primera fue la calidad académica: la institución y prácticamente la totalidad de sus programas estaban acreditados. La IBERO Puebla ahora era reconocida por su calidad académica, por su excelencia, por la exigencia a los alumnos, por la disminución de los índices de deserción, por el compromiso de sus maestros, por los  reconocimientos obtenidos, por las importantes cátedras que hablaban de la gran altura de su debate académico.

La segunda fortaleza fue la solidez del modelo educativo ignaciano que, desde su paradigma humanista socialmente comprometido, mostraba a una Universidad críticamente pertinente.

La coherencia entre los dichos y los hechos reforzó nuestro carácter identitario. No sólo se hablaba de humanismo, sino se practicaba; no sólo se miraba por los Derechos Humanos, sino se defendía a las víctimas, tornándose así en voz de los que claman por su dignidad y sus derechos pero son acallados de mil maneras; no sólo se invitaba a los alumnos a cambiar de mirada, sino se les ponía en la “realidad otra” que ahora la Universidad estaba interesada que ellos “tocaran y palparan”, a fin de que lograran salir –como diría San Ignacio- “de su propio  amor, querer e interés”.

La tercera fue encontrarme con un Campus, no sólo con mejoras físicas notables —como el vanguardista Instituto de Diseño e Innovación Tecnológica, los talleres y laboratorios, las aulas de primera calidad—; sino renovado en función de la creación de espacios atractivos para los mismos jóvenes que llegaban a la Universidad convencidos de nuestro modelo educativo. Así fueron apareciendo nuevas instalaciones deportivas, espacios lúdicos,  ecreativos.

Finalmente, la última gran fortaleza fue la sanidad de nuestras finanzas. Esta base económica permitía seguir impulsando el acto académico en su totalidad, como también respondiendo a las demandas siempre crecientes de una Universidad en expansión.

Sólo quiero destacar algunos rasgos de aquello que evidencia por qué la IBERO Puebla se había convertido en una referencia regional cuya esencia particular la hacía única en su oferta educativa. La tan feliz y conocida invitación del P. General, Adolfo Nicolás, casi al principio de su mandato, sobre el sentido radical de nuestras instituciones educativas, había ido modelando el horizonte de servicio: “No queremos a las mejores universidades del mundo; sino a las mejores universidades para el mundo”.

Nuestro sentido profundo no es ni hacia dentro ni termina en los alumnos: ambos tenemos puesta la mirada crítica hacia la realidad exterior. Ese es nuestro objetivo. Esta base es la que me ha permitido tener piso para seguir proyectando nuestro servicio educativo hacia esa utopía de la Universidad jesuita, nunca alcanzable, pero justo por eso, que nos impulsa a seguir proyectando nuestros sueños. El Papa Paulo VI, el gran pontífice hacedor del concilio Vaticano II, en una alocución a la Congregación General reunida, nos desafió con una frase lapidaria: “O son lo que han de ser; o mejor no sean”. Es la misma frase que resonó en mi interior al inicio de este mi segundo mandato. O la Universidad sigue siendo una Universidad histórica, enraizada en la realidad a la que quiere servir, o no vale la pena ofrecer capacitación para sostener las estructuras injustas de nuestra sociedad. Hay demasiada oferta educativa que sólo prepara piezas de recambio para sociedades fracasadas, como señaló el P. Gorostiaga, jesuita de Centro América. No podemos ser una oferta educativa “más”, como cualquier otra. La identidad que nos caracteriza con un humanismo social crítico,  comprometido, no se consigue sólo por declaraciones propagandísticas o promocionales. Y eso, que espuriamente se podría llamar “educación”, no le interesa a la tradición de la Compañía de Jesús.

Poner la realidad de los marginados en la inteligencia universitaria, como lo hizo el P. Ellacuría —cuyos 25 años de su martirio estamos celebrando— es el camino que hasta ahora hemos seguido, aunque no es un riesgo menor el que implica; pues nos obliga a mirar más allá de nuestros intereses inmediatos; nos obliga a centrar la atención en aquellos a quienes, en  última instancia, queremos servir y a quienes queremos ofrecer mejores alternativas y posibilidades de vida; y eso es peligroso; esa presencia amenaza. Éste es justo el sentido más profundo de lo que concebimos como “vinculación”: estar vinculados con la realidad,  especialmente con aquella a la que queremos servir, la realidad de los excluidos, y dejar que   esa misma realidad se vincule con nuestros procesos universitarios entrando hasta el corazón de nuestra Universidad, a fin de obligarnos a realizar nuestra obra educativa desde los  intereses de los pobres.

La consecuencia lógica de este caminar universitario simplemente me llevó a optar por seguir reforzando nuestra propia identidad, nuestro modelo ignaciano de Universidad, cuyo compromiso crítico con el entorno en el que estamos enclavados, era una clara evidencia de  que estamos yendo por donde tenemos que ir. Especialmente ahora que celebramos los 200  años de la Restauración de la Compañía de Jesús: fortalecer nuestra misión centenaria, se convirtió en nuestro imperativo.

La siguiente opción fue continuar manteniendo y mejorando la exigencia académica. Queremos seguir desarrollando la calidad académica, pero siempre y cuando ésta se entienda desde la pertinencia social. Calidad académica, cierto; pues si nuestros alumnos o las propuestas teórico-críticas que la Universidad realiza, no son potentes, entonces sólo harán un flaco favor al cambio que buscamos impulsar. Correlativamente, si sólo hay grandes niveles académicos, pero no una visión crítica y solidaria con la sociedad a la que buscamos servir,  entonces estaremos yendo en contra de nuestra misión. Lograr la integración no es fácil. No sólo supone tener un discurso “humanista” entre comillas; sino un diagnóstico y una visión crítica de la estructura social que tanta injusticia y dolor está produciendo.

Y para tener un claro diagnóstico de las grandes contradicciones de nuestra sociedad y poder develar los discursos ideológicos y demagógicos que nos invaden, es necesario tener un  alto nivel de formación académica.

El mismo P. General Nicolás afirmó que ser profeta no consiste sólo en denunciar las estructuras injustas de nuestro mundo, aunque es imprescindible hacerlo; sino también en proponer alternativas y vías realistas de transformación. Sin debates serios y sin hondura académica, el profetismo no es posible.

El tercer punto fundamental ha sido continuar con la calidad y eficiencia en el servicio, desde una comunidad que se ha impregnado del modelo ignaciano y expresa su compromiso en la armonía de un clima organizacional saludable. Lo humanista no está reñido con el  servicio, con la exigencia, con la calidad, con la atención. Nosotros somos una comunidad altamente comprometida con aquellos a quienes servimos. Desde la persona de intendencia hasta cualquier persona con alguna responsabilidad mayor, todos transmitimos los valores fundamentales que nos constituyen.

Constituirnos en esta comunidad de servicio fue el siguiente reto.

El cuarto punto no menor, fue crear mejores condiciones en el Campus en función de los mismos alumnos y de todas aquellas personas que transitan por nuestra Universidad. Queremos que la Universidad sea algo más que un espacio para estudiar; queremos que sea verdaderamente un espacio de encuentro más allá de las aulas. Si no pensamos el Campus como un microcosmos de la sociedad a la que aspiramos, jamás la podremos tener fuera del recinto universitario.

Queremos que los alumnos puedan convivir con el otro, con lo otro, con lo diferente, con lo desconocido, para demostrar que sí es posible crear una comunidad a partir no de una historia común ni de una familia, sino sólo del encuentro, de la convivencia, de prácticas comunes, de la posibilidad de participar del mismo ideal de vida. Muchos otros puntos se  fueron concretando a lo largo del año. Por ejemplo, la necesidad de hacer una reingeniería organizacional. Las organizaciones van cambiando a una velocidad vertiginosa; y no podemos quedarnos con estructuras rezagadas. Otras cuestiones fueron el tema del aprendizaje situado; la oferta académica desde la inter y trans-disciplina; la  investigación que busca incidir en políticas públicas, acordes con los parámetros de la justicia y equidad; la promoción y defensa de los Derechos Humanos…

Así pues, las actividades, proyectos, logros y productos de los cuáles daré cuenta, intentan reflejar los avances que en este primer año de gestión se han alcanzado en cada una de estas encomiendas.

(En esta liga puedes acceder al informe completo en PDF:

http://www.iberopuebla.mx/laibero/informes/1/files/assets/downloads/publication.pdf)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Además, he asumido como

brújula la Agenda Institucional 2020 que

fue trazada para dar rumbo a nuestra

Institución. Por ello, sus ejes son los

que estructuran los capítulos que conforman

el informe y que se resumen en

los siguientes: a) calidad académica; b)

investigación y transformación social;

c) identidad y formación integral; d)

compromiso social; e) vinculación, internacionalización

y alianzas estratégicas

y f) Organización eficiente, colaborativa

y de calidad en el servicio.

Se integran igualmente, dos capítulos

más. En el primero de ellos, daré

cuenta del contexto al cual debe responder

esta Universidad; en el último, referiré

las conclusiones de este primer año

de gestión y las prospectivas que habrán

de orientarnos en el siguiente periodo.

Quiero recalcar que los logros reportados

en este informe son fruto del

esfuerzo y dedicación de todas las áreas

de la Universidad, que de manera coordinada,

profesional y creativa han ido

asumiendo los desafíos que se nos presentan

como institución y que nos exigen

“estar a la altura de nuestros tiempos”.

Así pues, va para todos y cada uno,

mi más profundo agradecimiento.