".$creditoFoto."

Segunda parte

 

(Iilustración de la portadilla: El Juicio Final, de Francisco Solano, Templo del Barrio de Jesús Tlatempa)

 

 

Episodio 4. De cómo descendieron tenebrosos hados a las villas y trocose la miel en hiel para sus habitadores

Menester es referir que su ilustrísima ilustrose con gran lustre durante más de un lustro en el GIS (Gran Imperio Septentrional), donde adquiriese las artes para someter a sus prójimos a los caprichos de su soberanía. En aquel poderoso imperio vieron sus ojos maravillas y portentos que grabáronse para siempre en su conciencia y que, estando de vuelta en sus dominios tratase de trasplantar con grandes vuelos. En esos lares del norte, por ejemplo, aprendió una doctrina que afirmaba: “más éxito lógrase con el garrote que con la zanahoria”. Las artimañas de la guerra fueron particularmente de su interés, y la aseguranza de rodearse de lacayos fieles, nombrar procónsules y testaferros, adoctrinar con el hierro y ponderar el orden y la obediencia por encima de cualquier otra consideración fueron su divisa, misma que habría inscripto en su escudo de armas (en campo de oro, un roble en verde con un lobo al pie del tronco y bordura de plata con siete cabezas de águila chorreando sangre) de no haber sido porque era demasiado larga.

 

El asunto es que ya estando en posesión del trono, el virrey decidió poner en práctica su divisa y fue así que, bien fuese con la miel del oro o con la hiel del terror, sometiese a sus hombres de confianza al imperio de su voluntad y los instalase con facilidad en los aparatos subalternos de poder, los de legislación y los de ejecuciones judiciales… Y para las dos villas que rodean la colina que este modesto amanuense refiere al inicio de esta crónica (donde venérase la imagen llamada “La Virgen de los Remedios”), su majestad dispuso se sentasen en la silla de Gobierno sus más fieles lacayos, protohombres ambos de envidiables cualidades: uno de vasta experiencia en la manipulación, el hurto, la mentira y el cinismo y el otro, de timorata docilidad, pero potencial vesania y proclividad a caer en la vileza si eso le trajese comodidades hartas.

 

Y he aquí que entre los tres fraguasen apoderarse de vastos territorios en los cuales ejercer la dilatada empresa de destruir la naturaleza para “rehabilitarla” erigiendo fuentes y espejos de agua y jardines colgantes como los de Babilonia y puertos para las calesas de los nobles, y posadas y establecimientos de exóticas mercaderías para los que pudiesen pagarlas y todo eso entre senderos del oro gris que los enterados llaman “cemento Portland” que condujeren todos a un vasto patio donde se celebrarían fastos y homenajes a los próceres de tamaña odisea constructora. Mas las hadas hallábanse avaras en el propósito de desparramar sus dones en la persona de estos tres nobles caballeros pues los súbditos halláronse de improviso presas de gran espanto por tan atolondrado despropósito, y es que he de referir que los tres nobles caballeros mentados, tan versados en contar dineros y aposentar los pies sobre la tierra, ignoraban las valiosas riquezas intangibles y sublimes misterios que la tradición había confiado a los “mayordomos”, depositarios de la fe y los usos ancestrales de los naturales de aquestas provincias. Y decía, pues, que presas de gran espanto los gentiles amotináronse primero rodeando la colina donde venérase la imagen llamada “La Virgen de los Remedios”, para protegerla, después haciendo multitudinario acto de fe andando y desandando los caminos para pedir la protección de la tan reverenciada imagen, pero destas primeras acciones los naturales recibieron sólo burlas y desaires de los lacayos administradores del virrey incrementándose así la ira de los súbditos y el desdén de las hadas. Ocioso sería referir en esta brevísima crónica los innumerables intentos de los habitadores de las dos villas por doblegar la ceguera y cerrazón de los lacayos del virrey con razonamientos y súplicas, la respuesta, invariablemente, fue siempre la grosería harto vulgar y la bofetada a mansalva, de tal modo que, en un acto de desesperación, los naturales apersonáronse en el sitio donde uno de los lacayos despachase los asuntos de su villa y tomáronla con delicados gestos para no desatar la furia del mandamás… triste epílogo habría de tener la malhadada faena…

 

Episodio 5: Paréntesis sobre el estilo de gobernar del notable y gran señor virrey

Pudiera parecer que esta apología de nuestro gran virrey de los Valles estuviere manchada de sutiles detracciones, pero no es así: como todo ser humano, nuestro virrey adolece y padece, sucumbe y cede, pero su egregia figura brillará sempiterna con la más esplendorosa luz por encima de todas las cosas terrenales y divinas, aún antes de coronarse rey. Permítaseme por ejemplo dar cuenta de una sus grandes cualidades: si bien su majestad carece de amor al prójimo, harto grande y muy digno de mención es su amor al orden para cuya fundación hállase en acrecimiento (acre cimiento) dotado. Así es que entre sus primeras disposiciones gerenciales estuviese la de ordenar el buen manejo de los vehículos que recorriesen los senderos y caminos de todo el territorio bajo su atingente comando, pues echaba de verse el gran desorden provocado por ejemplo, por unos carromatos traídos del reino oriental de las especias (llamados “mototaxis” en la exótica lengua de aquel territorio) y que no hubiesen sido registrados ante las autoridades reguladoras. La solución para este problema fue de inmediato emitida en real decreto: ¡eliminadlos! Y he aquí que así fue, no sin cruenta resistencia por parte de los dueños de tales vehículos, algunos de los cuales dueños hállanse agora confinados en lóbregas mazmorras. Si alguna virtud posee el sublime virrey, además de la mentada previamente, es su consistente apego a la Ley (cuando la hubiese dictado él mismo, por supuesto). Y así entonces, dispuso también su alta soberanía que todo carruaje, coche, carroza, carreta y mula pasasen examen de emisiones contaminantes, no como y en los sitios prescriptos  por su antecesor sino en unos de asombrosa modernidad, digna de la más grande admiración, propiedad de un hombre con ancestros en el lejano reino del sol naciente, cuñado de uno de los testaferros del virrey. Y como también aquí hubiere rezongas de los propietarios de los centros de revisión legalmente constituidos desde tiempo atrás, la solución fue emitida en real decreto: ¡eliminadlos! Y así entonces, dispuso igualmente su majestad que nadie en sus dominios pudiese hacer registro de nacimientos y defunciones sino en el real centro de su poder, la angélica ciudad donde se levanta su palacio rodeado de jardines, y como hubiere rezongas y hartas quejas, la solución fue emitida en real decreto: ¡eliminadlos! Pero esta vez, la resistencia hízose tupida en un villorrio de nombre Chal-Chi-Puedes. ¡Oh gloriosa gesta la que en esos lares libraran los dragones del virrey y que juglares y voceros reales encargáranse de cantar en todo el reino! Refieren las crónicas que un puñado de valerosos y bizarros soldados de su majestad, pobremente equipados con armaduras, escudos, cascos, botas de acero, arcabuces, toletes, aparatos de comunicación sin alambres, máscaras de traslúcido y resistente material llamado policarbonato, enfrentaron a cientos de salvajes habitadores del tal villorrio armados con enormes hondas que arrojaban piedras de grande calibre con la fuerza de una muy poderosa catapulta. Contaban además los tales guerreros salvajes con atronadores tubos que alimentados con pólvora producían ondas expansivas más poderosas que las de un cañón y que parecía masacrarían con ferocidad al valeroso y bizarro destacamento de su majestad pobremente equipado. Así, con la ventaja que les daba el número y tan poderosas armas, los salvajes habitadores del tal villorrio arrinconaron a los enviados del virrey sobre un puente, desde el cual hubieron de lanzarse algunos de nuestros heroicos mártires. Al final, sobra decir que el valor de los dragones del virrey y un poco de fortuna los hizo levantar el amoratado pecho y erigirse como campeones. Pues quiso la Providencia que el líder de aquellos salvajes habitadores del tal villorrio, un rabioso pero valiente joven de 13 años, fuese abatido por la onda expansiva de sus propios tubos alimentados con pólvora. Su memoria quedará guardada también en el panteón de los héroes. Honor a quien honor merece.

Epílogo:

Con la experiencia de tan aciaga batalla en territorio de salvajes, el virrey y sus dos lacayos gobernantes de las villas prepararon la embestida contra los desobedientes súbditos que aposentáranse en las accesorias de la legación donde despachase los asuntos de gobierno uno de ellos y así, con notable sigilo madrugaron durante la madrugada a los durmientes rebeldes, apresando a cuatro de los más peligrosos y empujándolos en pestilentes mazmorras con los criminales de su calaña. Cierto es que los pobladores de las dos villas movilizáronse de inmediato levantando voces de alarma, marchando por calles y barrios, rugiendo su descontento por tamaña injusticia no quedando a nuestro magnánimo y trastornado virrey otra respuesta que señalar a sus lacayos como responsables del tamaño despropósito de querer erigir ese parque de vanidades en tan sagrada tierra. Los lacayos hoy no saben qué hacer, los gentiles lastimados póstranse con esperanza frente a la venerada imagen llamada “La Virgen de los Remedios”. Algunos trasnochados esperan que surja, desde la oscuridad del reino del sinsajo, la figura grácil y valiente de una chica que lidere el movimiento de los hambrientos de justicia. En palacio, sueña el virrey que es rey y en la soledad de su soñado reino, repasa la lista de leyes y órdenes que signará con mano diestra y las promesas que incumplirá por los siglos de los siglos amén.