• Francisco Pérez Arce Ibarra
  • 07 Marzo 2014
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El 3 de marzo pasado, en Casa Lamm en la Ciudad de México, el historiador y novelista Francisco Pérez Arce Ibarra, colaborador de Mundo Nuestro, participó con este texto en un homenaje a José Emilio Pacheco, y con él sigue la huella que ha dejado en el lenguaje de los mexicanos.

 No le preguntamos a José Emilio cómo pasa el tiempo. Por mucho más que un instante sus palabras son ahora nuestra voz.

 

 1)

 

En las conversaciones cotidianas a menudo me encuentro citas de JEP, una frase o el fragmento de un poema. Pocos escritores  dejan su sello en el lenguaje de una época, de los habitantes de un país, de una ciudad. Un sello que rebasa los límites de un grupo o una generación. Hay poemas de José Emilio que tienen esa cualidad. “Ya somos todo aquello/ contra lo que luchamos a los veinte años”. Este poema que tituló “Antiguos compañeros se reúnen”, se incorpora con naturalidad en conversaciones de amigos. Se cita de memoria, con exactitud o con cambios mínimos: “ya somos todo aquello contra lo que luchábamos cuando teníamos veinte años”. La idea y la formulación son exactas. Esos dos versos contienen una sensación, una idea al mismo tiempo crítica y nostálgica, una fatalidad vital. La constatación sin reproche y hasta con calidez de lo que somos.

O encuentro también otro poema, más largo, citado a veces completo y de memora: “Alta traición”

No amo mi patria.

Su fulgor abstracto

es inasible.

Pero (aunque suene mal)

daría la vida

por diez lugares suyos,

cierta gente,

puertos, bosques, desiertos, fortalezas,

una ciudad deshecha, gris, monstruosa,

varias figuras de su historia,

montañas

–y tres o cuatro ríos.

 

 

Y es citada de memoria, con más o menos exactitud, porque no hay mejor manera de definir lo que se siente por la patria. “Alta traición” es un poema de todos, que escribió José Emilio para nosotros. Ahí está la manera verdadera y cálida en la que podemos amar la patria. Lo citamos tanto como quizá la Suave Patria de López Velarde, pero con más facilidad y cercanía. Es un poema clásico, en el sentido de que ya está incorporado a nuestra sensibilidad y también en el sentido de que sobrevivirá cien años… digo, por decir un número.

Y el título de uno de sus libros (y de un poema), rebota a menudo en nuestros diálogos: “No me preguntas cómo pasa el tiempo”, frase que José Emilio tomó de Li Kiu Ling, traducido por Marcela de Juan, como él mismo nos informa. José Emilio lo tomó de algún lado y lo puso ahí para nosotros, sus lectores, sus compatriotas de idioma. “No me preguntes como pasa el tiempo”, citamos a menudo y añadimos: como dice José Emilio.

2)

Tomar una frase cualquiera y convertirla en verso. Ese es el método de los poetas. No crean de la nada, sino a partir de las palabras que existen y andan por ahí, que pertenecen a nadie y a todos. La tarea del poeta es, a veces, hacernos ver la poesía que está a la vista, como el guía que nos hace detenernos para ver un árbol, su follaje, su color, que siempre estuvo ahí, pero sólo entonces lo apreciamos. El poeta encuentra la poesía y nos la muestra. Eso es lo que hace José Emilio cuando en “¿Qué tierra es esta?”, nos obliga a ver la poesía contenida en la prosa de Juan Rulfo:

(Homenaje a Juan Rulfo con sus palabras)

 Hemos venido caminando

desde el amanecer.

Ladran los perros.

Grietas, arroyos secos.

Ni una sombra de árbol

ni una semilla de árbol

ni una raíz de nada.

Los cerros apagados y como muertos.

Aquí así son las cosas.

Por eso a nadie

le da por platicar.

Aquí no llueve.

A la gota caída

por equivocación

se la come la tierra

y la desaparece en su sed.

¿Quién haría este llano tan grande?

¿Para qué sirve este llano tan grande?

No hay conejos,

no hay pájaros,

no hay nada.

Tanta y tamaña tierra para nada.

(…)

Poema de Juan Rulfo, de José Emilio Pacheco y, al final de cuentas, nuestro.

Y otro poema con palabras prestadas, como todas las palabras de los poetas, de los ecos del 2 de octubre de 1968, abrevados en los textos reunidos por Elena Poniatowska en La Noche de Tlatelolco:

Eran las seis y diez. Un helicóptero

sobrevoló la plaza.

Sentí miedo.

Cuatro bengalas verdes.

Los soldados

cerraron las salidas.

(…)

Y el poema transmite el horror que siguió: recrea imágenes reales del asesinato masivo y artero, y deja  una pregunta colgada:

–¿Quién, quién ordenó todo esto?

Pregunta que no reclama respuesta, sino expresa incredulidad y dolor. Y al final, la incertidumbre de todos:

–¿Qué va a pasar ahora,

qué va a pasar?

3)

José Emilio tenía una idea clara de su poesía y de la poesía. No se hacía ilusiones sobre la posteridad del poeta, pero creía en la posteridad de los poemas.

Fragmentos de Carta a George B. Moore en defensa del anonimato:

Escribo y eso es todo. Escribo: doy la mitad del poema.

Poesía no es signos negros en la página blanca.

Llamo poesía a ese lugar del encuentro

con la experiencia ajena. El lector, la lectora

harán o no el poema que tan sólo he esbozado.

No leemos a otros: nos leemos en ellos.

Me parece un milagro

que algún desconocido pueda verse en mi espejo.

Si hay un mérito en esto –dijo Pessoa—

corresponde a los versos, no al autor de los versos.

(…)

Acaso leyó usted que Juan Ramón Jiménez

Pensó hace mucho tiempo editar una revista.

Iba a llamarse “Anonimato”.

Publicaría no firmas sino poemas;

se haría con poemas, no con poetas.

Y yo quisiera como el maestro español

Que la poesía fuese anónima ya que es colectiva

(a eso tienden mis versos y mis versiones).

Posiblemente usted me dará la razón.

Usted que me ha leído y no me conoce.

No nos veremos nunca pero somos amigos.

Si le gustaron mis versos

qué más da que sean míos / de otros / de nadie.

En realidad los poemas que leyó son de usted:

Usted, su autor, que los inventa al leerlos.

 

 

4)

José Emilio es un poeta que cuenta historias y tiene una cercanía evidente con la historia. Se alimenta de ella. La transmite en clave poética. La recrea. Encuentra los nudos que conecta a México con su pasado, que conecta al hombre actual con su antepasado idéntico. Rescata personajes, de esos por los que daría la vida, como Temiltotzin, nacido en Tlatelolco:

Cortés lo mandó a España. Temiltotzin

se negó a ser esclavo, se arrojó

a las olas del mar y nadie sabe

si acabaron con él los grande peces

o si alcanzó la orilla.

 

Encuentra la línea delgada de la historia antigua y nos la muestra como lo que es: historia contemporánea. Somos el hombre que sale a la caza del mamut, el que no lo ha nombrado todavía. Parece decirnos: la historia antigua es lo que sucede hoy mismo. Descubre las razones profundas, la continuación a través de una línea muy delgada de la historia humana, sus tensiones, sus motivos, su naturaleza. En el siglo XXI somos todavía el que pinta venados en la caverna, el que sale a cazar mamuts. Al intentar explicarnos sus motivos, nos explicamos a nosotros mismos:

Así habla José Emilio en su poema “Prehistoria” de un pintor antiguo, nuestro contemporáneo:

En las paredes de la cueva

pinto el venado

para adueñarme de su carne,

para ser él,

para que su fuerza y su ligereza sean mías

y me vuelva el primero

entre los cazadores de la tribu.

Así habla también, en el mismo poema,  del cazador de mamuts:

lo llamarán mamut.

Pero nosotros en cambio

jamás decimos su nombre:

tan venerado es por la horda que somos.

El lobo nos enseñó a cazar en manada.

Nos dividimos el trabajo, aprendimos:

la carne se come, la sangre fresca se bebe,

como fermento de uva.

Con su piel nos cubrimos.

Sus filosos colmillos se hacen lanzas

para triunfar en la guerra.

Con los huesos forjamos

insignias que señalan nuestro alto rango.

 

Descubre la historia del sometimiento de la mujer al poder del varón, y lo expone tersamente en el segmento 4 de su poema “Prehistoria”. De ahí estas líneas:

Mujer no eres como yo

pero me haces falta.

Sin ti sería una cabeza sin tronco

o un tronco sin cabeza. No un árbol

sino una piedra rodante.

(…)

Tu fuerza me da miedo.

Debo someterte

como a las fieras tan temidas de ayer.

(…)

Si no aceptas el yugo,

si queda aún como rescoldo una chispa

de aquellos tiempos en que eras reina de todo,

voy a situarte entre los demonios que he creado

para definir como El Mal cuanto se interponga

en mi camino hacia el poder absoluto.

Eva o Lilit:

escoge pues entre  la tarde y la noche.

Eva es la tarde y el cuidado del fuego.

Reposo en ella, multiplica mi especie

Y la defiende contra la gran tormenta del mundo.

Lilit, en cambio, es el nocturno placer,

el imán, el abismo, la hoguera en que ardo.

Y por tanto culpo de mi deseo.

Le doy la piedra, la ignominia, el cadalso.

Eva o Lilit: no lamentes mi triunfo.

Al vencerte me he derrotado.

 

Somos Temiltotzin arrojándonos al mar para no ser humillados íntimamente, la mejor forma de patriotismo. Y somos Ulises, tantos siglos después: (“Navegantes”)

Combatimos en Troya. Regresamos

con Ulises por islas amenazantes.

Nos derrotaron monstruos y sirenas.

La tormenta averió la nave.

Envejecimos entre el agua de sal.

Y ahora nuestra sed es llegar a un puerto

donde esté la mujer que en la piedad de su abrazo

nos reciba y nos adormezca.

Así dolerá menos el descenso al sepulcro.

5)

En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme… No me preguntes cómo pasa el tiempo… Ya somos todo aquello que condenamos a los veinte años… Y a tres o cuatro ríos. No son tuyos tus poemas, José Emilio, son nuestros. Lograste, y de qué manera, aquello que advertiste en “Contra los recitales”:

Si leo mis poemas en público

Le quito su único sentido a la poesía:

hacer que mis palabras sean tu voz,

por un instante al menos.

 

 (Texto leído en Casa Lamm el pasado 3 de marzo.Tomado del blog del autor Considerando en frío: http://tinyurl.com/mkudgtq)

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