• Héctor Aguilar Camín/Día con día
  • 29 Marzo 2016
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Jorge G. Castañeda, me ganó por un día la glosa de un notable artículo publicado en la edición de abril de la revista Harper’s.

 

Es el artículo de Dan Baum que lleva por título Legalize it All. How to Win the War on Drugs. (“Legalícenlas todas. Cómo ganar la guerra contra las drogas”).

 

Baum revisa los aberrantes supuestos  políticos, estadísticos, sanitarios y criminales en que descansa la llamada guerra contra las drogas. Añade una dimensión inédita: el cinismo  de la primera semilla.

 

La primera semilla es la que siembra el presidente Richard Nixon durante su campaña triunfal por la presidencia de 1968, centrada en derrotar la potente agenda social del partido demócrata con una propuesta conservadora de ley y orden. El centro de la propuesta nixoniana fue la guerra contra las drogas.

 

En su texto de Harper’s, Baum recobra parte de una entrevista, hasta ahora inédita, con John Erlichman, el colaborador número uno de Nixon, el preso número uno de Watergate.

 

Ehrlichman recibe a Baum  en 1994, en su retiro, para responder una entrevista sobre aquella guerra. Rehúsa entrar en detalles

 

“¿Quieres saber realmente de qué se trataba?”, pregunta  a Baum. Y explica:

 

“La campaña de Nixon en 1968, y su Casa Blanca después, tenían dos enemigos: la izquierda antiguerra (de Vietnam) y los negros.  Sabíamos que no podíamos ilegalizar  que alguien estuviera contra la guerra o fuera   negro. Pero haciendo que la gente asociara a los hippies con la mariguana y a los negros con la heroína, y penalizando luego severamente ambas sustancias, podíamos golpear a las dos comunidades. Podíamos detener a sus dirigentes, efectuar redadas en sus hogares, interrumpir sus reuniones , infamarlos   en los noticieros de la noche. ¿Sabíamos que mentíamos sobre las drogas? Por supuesto que sí.”

 

Celebro que Castañeda haya publicado ayer  en estas páginas las palabras  de Ehrilchmann, porque eso me permite repetirlas hoy. Las repetiré, de hecho, cada vez pueda. La explicación de Ehrilchmann merece ser  repetida y escuchada por sus muchos herederos , en particular por gobernantes como los de México que siguen montados a ciegas en aquella  guerra, sin recordar, acaso sin saber, su triste origen.  

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