• Sergio Mastretta
  • 21 Marzo 2013
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Sergio Mastretta


De generación en generación.

Sebastián Guzmán anduvo pulcro y bien vestido: pantalón oscuro de buen paño y camisa blanca, zapatos negros y limpios. Usaba la cotona roja, símbolo de los ixiles, y cubría su escaso cabello cano con un bonete negro o un pesado sombrero nebajeño de paja, ceñido por una cinta negra, sin adornos. Era el Principal. Caminaba ceremoniosamente acompañado por los servidores que nunca lo abandonaban; uno se ocupaba de ponerle y quitarle el sombrero mientras el otro le sostenía el paraguas negro, habitual sustituto de la vara de Principal que se usaba sólo en los días de fiesta y en los actos sociales, políticos y religiosos. Sebastián iba a la plaza en esas ocasiones o con motivo de algún negocio. Entonces se le veía hablar con la seguridad de la autoridad, la palabra ágil e inteligente; cuando callaba, sus grandes ojos astutos medían inquietos el efecto de su voz.

Nacido en 1906, todavía muy joven Sebastián Guzmán vio llegar a Nebaj a los ladinos, españoles en su mayoría, expulsados de México por la Revolución: los Canella y los Villatoro, los Migoya y los Brol. Subieron al mundo ixil atraídos por la riqueza de esa tierra de indios sin documentos de propiedad. Sebastián aprendió español oyéndolos decir que llegaban "a civilizar salvajes para beneficio de Guatemala". Como todos los hombres de su edad, descubrió que los puestos del gobierno de la capital eran favorables a los civilizadores; alcaldes, delegados políticos, comisionados militares, maestros y guisaches (abogados) que subían a la sierra, servían el propósito civilizador de imponer y legalizar los despojos. Sus hermanos ixiles decían: "El ladino llegó al pueblo, no es del pueblo, llegó buscando el buen tierra, el gente tonta. El mal tierra no trae pleito, nadie busca; el buen tierra sí. Por eso asentaron entre nosotros, porque aquí buen tierra."

Apenas hecho hombre, Sebastián Guzmán luchó por la tierra de su pueblo, pero 20 años después sus camiones salían cargados de peones para las fincas, al parejo de los camiones de los Brol o los Villatoro. En la década de los setenta, el negocio de la contribución estaba hecho: intermediario entre la finca y los trabajadores, el contratista saca su ganancia del salario de los peones, a quienes los finqueros descuentan entre 10 y 15 centavos de dólar para el bolsillo de aquéllos. Al mes, un contratista mayor obtiene entre 5 000 y 20 000 quetzales, contra los 30 de los trabajadores. En 1979, 55 000 personas se contrataron en Nebaj para el peonaje de la costa, los contratistas ganaron cerca de medio millón de quetzales.

Recuerdan los ixiles: "Más antes nuestro pueblo también conoce la pobreza, pero no como ahora. Más antes abunda el santo maíz y la santa tierra." Ahora ven perdidos su maíz y sus tierras. Por eso han luchado desde los años treinta. Sebastián Guzmán fue el líder cuando su pueblo defendió unos terrenos contra la municipalidad de Chiantla, departamento de Huehuetenango. Descubrió entonces el poder de la política y los tratos con los abogados; ya no faltaría en las comisiones ixiles que comparecían ante los escritorios gubernamentales de Santa Cruz. Según la costumbre ixil, Sebastián Guzmán entró al servicio religioso hasta llegar a ser cófrade. Tierra y culto, pilares de la cultura maya, fueron los pasos indispensables para llegar a Principal. Y se hizo líder en tiempos del dictador Jorge Ubico (1931-1944), tiempos de los más negros en la historia de Guatemala. Ubico dictó la Ley de Vagancia, que permitió levantar mano de obra forzada para las obras públicas y los complejos agroexportadores del sur. En esa ley se asentó el sistema de contratación. Dice la memoria ixil: "El Ubico fue bien jodido con los indios, a puro alcapuz (escopeta) pone orden entre la gente. Cierto, no hay ladrón en su tiempo, ¡pero cómo abunda el muerto! Puso ley de vagancia ¡lástima para el pobre! El que no tiene tierra debe mostrar su tarjeta firmada por patrón de que sí trabajó durante el mes. Por ahí entró el abuso. Mucho rico firman el tarjeta, a cambio tenemos que dar trabajo de regalado con él."

El pueblo de Nebaj se sublevó cuando las comisiones encabezadas por Sebastián Guzmán no obtuvieron respuesta de Ubico: "El Presidente no arregla pleito", dijeron y los Principales ordenaron el asalto con piedras, palos y machetes a la comandancia militar y la municipalidad. Los ladinos ricos huyeron al monte. Dos días después, el comisario político del ejército del Quiché, acantonado en Santa Cruz, ocupó el pueblo. Nueve Principales fueron fusilados contra la pared de la iglesia y 500 nebajeños deportados a las selvas del Petén, al paludismo, los trabajos forzados y la muerte.

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